Escritora Invitada Cronopio

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A AUSTRIA, O LA SOLIDARIDAD COMO SENTIDO COMÚN

Por Gisela Ruiseco Galvis*

Viena, la capital de Austria, ha sido escogida, por décima vez consecutiva, como la ciudad con mayor calidad de vida del mundo[1]. No es coincidencia que se trate de la capital de uno de los países europeos donde la social-democracia ha dejado una huella duradera. Vale la pena tener esto en cuenta ahora que estamos forzados a rediseñar nuestro modo de vida global.

Viví en Viena muchos años. Llegué adolescente, cuando todavía era canciller el ícono de la social-democracia Bruno Kreisky. Quedé fascinada con lo que se había logrado allí, una utopía: todas las personas parecían tener las mismas oportunidades (gran contraste con Colombia, mi país de origen) sin importar su procedencia social. En teoría, el individuo en aquel momento y lugar histórico era libre de escoger su destino, la educación pública de alta calidad lo permitía. Después, pude entender que el devenir humano es mucho más complejo (ver por ej. «La distinción», de P. Bourdieu), pero mi admiración por lo que logró el socialismo austriaco no ha decrecido.

La adolescente ochentera que era yo fue percibiendo otros detalles y formando un cuadro para admirar, que contrastaba con Colombia. Noté que tomar vacaciones no era terreno reservado a las clases pudientes, sino algo accesible a cualquier trabajador, pues se cuidaba de que hubiera salarios y derechos laborales dignos. El sistema de transportes públicos permitía entender el vehículo privado como una opción prescindible. Y todo esto sucedía aparentemente en armonía, sin que la clase adinerada tuviera que «irse a Miami», o más bien, según la geografía, a Liechtenstein.

Miremos solo uno de estos logros en detalle: la vivienda. El sistema de vivienda social en Viena, muchas veces mencionado como ejemplo para otros países de la Comunidad Europea, tuvo sus comienzos con los gobiernos socialistas después de la Primera Guerra Mundial, y hasta hoy (con interrupción en el período nazi) es un terreno que el Estado no abandona totalmente a las fuerzas del mercado, procurando que la población no tenga que gastar más de un 25 % de sus entradas en arriendo y así mantener un buen nivel de vida. El 60 % de las personas vive en vivienda con algún tipo de protección social: en parte el Estado es el dueño, en parte se trata de modelos en manos privadas con compromisos concretos y exenciones de impuestos. Hay un máximo de precio por el alquiler según zona, aunque un porcentaje de la vivienda, la clasificada como de lujo, sí fluctúa según precios de mercado. Hay concursos para construir vivienda protegida que premian innovación y calidad[2]. Es de destacar, por ejemplo, las «Passivhaus» (casas pasivas) de gran ahorro energético.

Después del largo período de Kreisky (1970-1983) y al alternarse gobiernos del partido socialista con gobiernos de corte demócrata–cristiano (y más a la derecha), como sucedió después, ya el sistema de bienestar social estaba tan arraigado en la mentalidad austriaca que pude percibir que se hubiera sentido como una escandalosa afrenta querer desmontarlo. O sea, la solidaridad era sentido común, y no solo entre connacionales. Fue también en la era Kreisky cuando Austria abrió sus puertas a refugiados de países en crisis agudas como Chile o Irán, que entraron a formar parte de la población austriaca.

Una anécdota: pudo ser en los años ochenta o noventa. Estaba de visita en Viena un famoso cirujano (lamentablemente no recuerdo quien era, pero pudo ser Christian Barnard) y en una entrevista me llamó la atención el cuestionamiento que le hacían por la suma considerable que cobraba para hacer el tipo de trasplante del que era pionero. Me acuerdo de cómo el hombre se sorprendió de que lo cuestionaran, pues daba por sentado que su remuneración era señal justa de un triunfo personal. En muchos países cobrar jugosas sumas sería algo admirable. Pero en Austria lo normal hubiera sido que esta novedad médica que podía salvar vidas estuviera al alcance del que la necesitara. Esto es, que estuviera integrada en el sistema de salud asequible a todos.

Recuerdo esta anécdota tal vez porque me esclareció en ese momento el choque de lógicas que se podía dar entre mis dos países de entonces: por un lado, la lógica solidaria; y por el otro lado, esa otra lógica que hoy hemos puesto en un altar y corresponde a fuerzas supuestamente naturales del «libre mercado». Esa que dice: «altas ganancias, incluso estrambóticas, son necesarias para atraer al que ‘lo vale’». Pasando al presente, se trata de una lógica que nos lleva a una desigualdad que crece absurdamente desde hace unas décadas[3]. Pues, ¿cómo se define lo que es una remuneración necesaria y adecuada? En los años 70, por ejemplo, antes de que el capitalismo virara hacia el neoliberalismo, la brecha entre los que más ganan y los que menos ganan en una empresa era diez veces (¡!) menor que hoy, y la considerábamos también correcta[4].

Para entender con mayor profundidad este tema de la remuneración, examinemos uno de los fundamentos del capitalismo que se traduce en una grave reducción y deformación del ser humano: el creer que la motivación humana por excelencia es pecuniaria y extrínseca. Apunta el gran economista y pensador austríaco Karl Polyani que nuestra cultura y época es única en entender al ser humano de esta manera, pues antes la motivación pecuniaria correspondía solamente al comerciante, y con esto solo a una de muchas maneras de «ser» humano[5]. Hoy todos tenemos el deber de ser «comerciantes», o, en el lenguaje de hoy, empresarios (si a alguien le viene a la mente ahora la «economía naranja» de I. Duque, no es coincidencia).

En efecto, y todavía hoy, en Austria pareciera que sobrevive otra escala de motivaciones más allá de la que dicta el capitalismo. Y aquí una pequeña excursión a otro aspecto, muy austríaco, relacionado con esto: el estatus social de los académicos. Se vivencia. Puede uno estar sentado en un café, en alguna entidad oficial esperando turno, o en el consultorio médico. Pero cuando aparece alguien que tiene el título de doctor (en el sentido de haber culminado un doctorado), o aún más, de profesor (allí el más alto escaño a alcanzar en universidades), pero también un portador del título de magister, la persona que atiende se queda corta en hacer una venia. Pareciera que se ha extrapolado el efecto de las antiguas jerarquías de la nobleza, en el Imperio Austrohúngaro, a las del sistema educativo, independientemente del grosor de la billetera. En Austria se prohibieron los títulos nobiliarios al caer la monarquía, pero la herencia imperial está presente, ellos mismos hacen chistes sobre ello: es una sociedad conservadora y jerárquica. En todo caso, se puede decir que el alto estatus de los académicos también se refleja en las motivaciones de la sociedad en general, ensanchando un poco la triste idea del capitalismo que define al individuo como motivado únicamente por la ganancia personal (nunca nos convertiremos en una definición del ser humano, pero lo que creemos ser es muy poderoso). Allí, efectivamente, ¡se respetan las vidas dedicadas al saber!

Volviendo a los logros de la social–democracia europea, algunos dirán: «Claro, esos países ricos se lo pueden permitir». Sin embargo, el podérselo permitir y la voluntad política de hacer algo son independientes y tenemos un vivo ejemplo de ello: los Estados Unidos de Norteamérica, país «sobredesarrollado» por excelencia, con un consumo y un PIB que apuntan a que literalmente se está comiendo al resto del planeta, al tiempo produce una pobreza que compite con la de los países más pobres del mal llamado Tercer Mundo[6]. Más allá de esto, sí habría mucho que decir sobre un sistema económico poscolonial que siempre ha beneficiado y enriquecido al norte global, y que, sobre todo, es insostenible; pero dejemos este tema de lado ahora. Quedémonos con que no se trata de la riqueza en sí, sino de las metas que se fijen, del rumbo que se tome.

Llegado este punto, falta mencionar el Pacto Social austríaco, sistema instaurado después de la Segunda Guerra Mundial (precisamente, con el país en la absoluta y literal ruina). Tiene la meta de negociar intereses contrarios (ojo: no de pretender que todos puedan confluir en un mismo interés) entre gremios de empresarios y empleados, sindicatos y campesinos, desde un órgano integrado al gobierno. Son estos cuatro los «Sozialpartner», o socios sociales, hoy instituciones con gran influencia en el sistema político austríaco, solo por detrás de los partidos en este sentido. Hay aspectos criticables en este sistema, pero es interesante ese experimento austriaco que pudo crear una sociedad solidaria. O que por lo menos lo fue hasta hace una décadas…

Pues Austria también tiene un lado oscuro, oscurísimo. Así me lo dijo alguna vez un austríaco que por su ascendencia judía tuvo que huir de niño de este país en los años 30, amén de sufrir vivencias espantosas. He descrito en otra parte cómo he visto esa otra cara ganar fuerzas[7], liberar esa herencia nazi que estaba aparentemente apresada, una cara que antes era tabú: la que se sumerge en el odio, encontrando a un Otro para despreciar. No entraremos ahora en este negro tema.

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Me he referido a la era Kreisky, pues después de los años ochenta paulatinamente esta corriente se acomodó al neoliberalismo, desembocando finalmente en la hecatombe para el partido socialista en las recientes elecciones del pasado septiembre. Lo logrado por la social–democracia, sin embargo, ha dejado una huella duradera, hoy reflejada en el bienestar de su población, que sirve como ejemplo de importancia histórica para abrirnos el abanico de posibilidades humanas de convivencia. Fue posible: una sociedad moderna pudo incorporar la solidaridad como sentido común. Dentro de un sistema económico insostenible, sí, uno que solo ahora estalla en su desequilibrio y que nos puede llevar a todos al abismo. Pero si queda alguna esperanza de que podamos cambiar el rumbo, tiene que ir de la mano de la solidaridad, de darle la espalda a un ímpetu que ahora nos lleva como sociedades hacia la extrema derecha, y hacia esa búsqueda de chivos expiatorios que la caracteriza; hacia el odio y el miedo. Ímpetu que nos distrae de los verdaderos problemas por resolver. Lo nuevo que vayamos a crear será algo distinto, valga la redundancia, que ya no cabrá en los mismos rubros. El precedente social–demócrata nos ayuda a debatir las hoy instaladas «verdades» del neoliberalismo, la condena que sufre en nuestro país todo pensamiento social y solidario al etiquetarlo de «castrochavismo»; incluso de equiparar el defender este pensamiento a defender a la Unión Soviética, como algunas veces me ha tocado escuchar. Y lo más grave: esta condena reduccionista alimenta directamente el miedo y el odio que fabrican y del que se benefician tantos abyectos personajes que triunfan en la política, y de los cuales no podemos permitirnos ni uno más.

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* Gisela Ruiseco nació en Colombia. Es psicóloga de la Universidad de Viena en Austria (Maestría en filosofía/ rama psicología). Sus intereses en la investigación se agrupan alrededor del análisis crítico de discurso, el discurso del desarrollo, psicología social crítica, estudios poscoloniales/ decoloniales, estudios de América Latina, ecología.

Estudios de doctorado en Psicología Social en la Universidad Autónoma de Barcelona (2005–2010). Posgrado en Diseño para la Sostenibilidad/ Pensamiento sistémico en la UOC (Barcelona, 2013). Investigadora independiente. Columnista en Vanguardia Liberal (2018-2019).

Blog con todos sus artículos académicos (y otros): https://fueradelmito.wordpress.com/category/tipo-de-articulo/articulos-academicos/

Columna en Vanguardia Liberal se puede buscar aquí: https://www.vanguardia.com/opinion/columnistas

  1. Por la empresa internacional de asesoramiento Mercer: https://www.wien.info/es/lifestyle-scene/most-livable-city?fbclid=IwAR1-i8dLfYw1KUC8JOKyDVsoxOykuB5e5oT5pK70wqZhJzVxtR2Ogh6f7IY. Aquí «se valoraron el clima político, social y económico, el servicio sanitario, las posibilidades educativas, los requisitos infraestructurales y las excelentes redes de transporte público y de abastecimiento de electricidad y agua», entre otros factores. Los criterios, claro, siempre pueden ser discutibles; ver por ejemplo los criterios de la felicidad interna bruta creados en Bhután: https://www.gnhcentrebhutan.org/what-is-gnh/
  2. https://www.wohnfonds.wien.at/website/article/nav/103. Leer más sobre la vivienda en Viena: https://www.theguardian.com/society/2017/dec/12/vienna-housing-policy-uk-rent-controls
  3. En Harvard Business Review: https://hbr.org/2014/09/ceos-get-paid-too-much-according-to-pretty-much-everyone-in-the-world?fbclid=IwAR3cGiLebHMPlaunDLwB-ulU1n9gy2yYkrdmqdx11QcfNVGReIjm9_cNU2I
  4. «… si en 1978 la ratio era de 30 a 1, en 2017 en 2017 un CEO puede cobrar hasta 300 veces más que cualquier trabajador de base.» ( https://retina.elpais.com/retina/2019/09/04/tendencias/1567591090_885895.html?fbclid=IwAR19pgokKXz21ObnBuB3qE3loekVlGmshTEkQ9PrYaQqOZTf04SZ_MRdhsc)
  5. Polanyi, Karl (1947). Nuestra obsoleta mentalidad de mercado.
  6. Ver reporte de las Naciones Unidas: https://www.ohchr.org/EN/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=23243&LangID=E
  7. Solo en alemán: https://fueradelmito.wordpress.com/2016/11/06/alle-im-selben-boot/

 

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