Periodismo Cronopio

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CHRISTIANIA

Por Lucía Escobar*

Desde hace más de treinta años, en el corazón de la cosmopolita Copenhague, un barrio sobrevive a la vorágine del consumismo y la globalización.

Copenhague, la capital de Dinamarca en un día

Ida y regreso, turismo de ampollas en los pies y sobredosis de información. La noche pasada me dio tiempo de navegar diez minutos en la red, lo suficiente para caer en la página de Wikipedia y saber que quería conocer Christiania, el barrio ‘hippie’ de Escandinavia. Dejaría Tivoli, el parque de diversiones por excelencia para un futuro paseo con hijos y gritos incluidos.

Mi viaje, como todo recorrido expreso, comenzó en la calle peatonal mas larga del mundo; Stroget, ese universo por si solo, lleno de charlatanes, ventas de salchichas, mercados orgánicos, ropa de diseñador pero también maquilada en China y seguramente en Guatemala, esculturas, exposiciones callejeras, músicos, magos, apostadores y miles de personas caminando hacía cualquier parte.

Ver todo o tomar fotos a todo, he ahí el dilema del fotógrafo digital de este siglo. No me resisto, dejo la mochila bajo la inmensa mesa puesta en la plaza. Sobre ella, millones de piezas blancas de legos. Y me uno sin pensarlo a los que no se resisten a volver a la niñez, uniendo y desuniendo trocitos de diferentes formas, y tamaños, todos blancos. Constructores o destructores de ciudades, barcos y artefactos disímiles dejadas por anteriores jugadores, sucumbidos en esa deliciosa oportunidad de albañil feliz. Jugar legos en una plaza cualquiera de Dinamarca, toda una fantasía infantil. Construir una ciudad con sus propias reglas, no sé si se puede.

Usted ya no está en la Unión Europea

A diez minutos a pie desde la famosa calle peatonal Stroget, pasando por puentes que se parten y abren para el paso de barcos, se llega al territorio libre de Christiania: 34 hectáreas para una utopía. Un arco de entrada, graffitis de colores ácidos y carteles que invitan a no tomar fotos, me avisan que acabo de salir de la Unión Europea y entraré a una comunidad independiente en la cuál se sugiere al visitante no fotografiarla. Al principio este «mandato o sugerencia» puede molestar, pero luego es fácil entender la razón atrás de la discreción. Mi olfato, mi delicada nariz, es la primera en darse cuenta, del dulzón olor a cannabis que viaja con las corrientes de aire de un lugar a otro.

Pero también resaltan y agradan las áreas verdes, las pequeñas veredas entre los árboles que llevan a algunas de las casas habitadas por antiguos jipis, con pirámides para meditar o banderas multicolores. Como cualquier parque lleno de vegetación, los niños y niñas jugando son parte del paisaje, corren entre los matorrales o son llevados por madres en carruajes o bicicletas con rueditas, tipo triciclo. Los perros sueltos también resultan extraños. Nos hemos acostumbrado a verlos siempre acompañados de su correa y un bozal. Un perro libre, es entonces una rareza en el paisaje danés.

Christiania es un barrio donde viven familias, artistas y ecologistas, algunos personajes quedan vivos de aquellos jóvenes que en los años setenta, botaron las vallas de una base militar abandonada buscando un lugar de juegos para sus hijos y un espacio verde para disfrutar. Eso coincidió con el «movimiento ocupa» que empezaba a tomar fuerza en el lugar. Así varios colectivos se unieron para reutilizar ese espacio y crear un experimento social.

La arquitectura de las casas que se construyeron en ese tiempo son experimentales y los proyectos auto sostenibles comenzaron a funcionar como las guarderías–cooperativas, los baños comunales, los mercados de verduras y productos orgánicos, y los espacios para música, conciertos y exposiciones de fotos.

Famoso y de marca registrada es el transporte oficial de Christiania; una bicicleta con una caja de carga en la parte delantera. La caja varía según las necesidades y gustos del cliente y puede tener banquitos con cinturón para llevar pasajeros, un plástico arriba para proteger de lluvia y viento o distinto tamaño, forma y color. Los hay, por supuesto, pintados con la bandera de amor y paz.

La plaza central de Christiania tiene ventas de cerveza y vino. Además de un teatro que ha sido testigo de infinidad de exposiciones, obras, presentaciones de libros, manifestaciones, y grabaciones de discos en vivo para defender ese territorio que cada cierto año, se ve amenazado por el apetito voraz de las mobiliarias. Es, sin duda, parte del acervo cultural danés y mundial. La gente de las mesas vecinas comienza a opinar sobre el lugar.

Cuentan que músicos como Bob Dylan, Eric Clapton, Green Day, Rage Against The Machine, Portishead y Alanis Morrisete han tocado en el pequeño teatro comunitario o Salón Gris, y se han declarado a favor del barrio libertario y de la vida en comunidad que llevan los habitantes de este lugar. No han sido pocos los conciertos, discos homenajes y libros que se han realizado a favor del llamado experimento social.

Pusher Street

Un español radicado en Copenhague nos cuenta de la guerra que ha librado el Parlamento Danés y el Ministerio de Defensa de Dinamarca para intentar recuperar estas tierras que ahora no son de nadie y son de todos.

El punto cuestionado por las autoridades es la venta de drogas blandas en la famosa Pusher Street dónde por 100 coronas danesas se consigue una bolsa pequeña con marihuana o hachís, papeles para armar, pipas y toda la parafarnelia necesaria. Esta calle o plaza, es el talón de Aquiles de Christiania. Y es que fumar derivados de la cannabis sativa es y sigue siendo ilegal en muchas partes del mundo, aunque su consumo sea tolerado en mayor medida en lugares más civilizados.

Aunque hoy sólo recuerde San Pedro La Laguna en Guatemala (dicen que tiene una puerta que te conecta directamente con Christiania), Amsterdan, Utila y algunos barrios de Barcelona. Según el español, la verdadera lucha por borrar Christiania del mapa y de las guías turísticas oficiales, no se debe la venta de drogas, sino a la plusvalía que ha alcanzado esa zona, que hoy en día, convertida en edificios de apartamentos y centros comerciales, daría más dividendos a las arcas del estado, que lo que pueden aportar algunos jipis y mucho espacio verde.

Mientras tanto, extensos juicios se llevan a cabo para decidir la situación semi ilegal en la que viven los habitantes de Christiania desde hace treinta años. Justo ahora (octubre 2009) viven momentos pacíficos, por que en esta larga historia, las bombas lacrimógenas y los policías cateando casas, también han sido parte de la vida del barrio, sobre todo desde que la derecha ganó poder en Dinamarca

La opinión del danese típico ante este barrio parece ser ambigua, aunque tirando a positiva. Ya que muchos disfrutan de los paseos y los eventos de Christiania y se enorgullecen de contar con un barrio tan diferente y libre, que no pelea con el glamour de los nuevos vikingos.

El tipo de gente que se ve consumiendo cervezas, vino, comida o falafes, podría estar también sentado en cualquier plaza del mundo. Los menos, parecen propios de un coffee shop de Amsterdan.

Sobre una de las construcciones más antiguas de lo que un día fue lugar de soldados y guerra, veo una plaqueta con el logotipo de la UNESCO que declara Patrimonio Mundial de la Humanidad este barrio. Trato de corroborar el dato en el Internet, pero mi nulo conocimiento del idioma danés me dificulta la investigación. ¿A alguien quizá le interese averiguarlo?

Antes de irme, hago una excursión en la tienda de souvenirs oficiales. Esta no tiene nada de jipi, ya que ni siquiera el regateo es permitido. Según me traducen de la empleada, el dinero recolectado por los recuerdos con la bandera roja y los tres puntos amarillos que identifican al barrio, sirve para continuar con los proyectos ecológicos, artísticos y comunales que le dan vida a Christiania.

Usted ha entrado a la Unión Europea

Me voy con la esperanza, de que el día que decida regresar, aún estará ahí Christiania, entre ríos, una isla separada por ideales del resto, un refugio de vida libre y relajada, en medio de una gran ciudad. Un barrio que no aflige con sus vehículos y su contaminación. Un lugar que recuerda que hay formas distintas de vivir la vida.

Es de noche, y la Stroget va bajando de intensidad al ritmo en que yo debo terminar mi recorrido de turista presurosa. Mi última parada es una exposición pública, en una plaza muy concurrida. Fotografías en blanco y negro de tamaño natural en marcos de 2 x 3 metros. Los personajes son de lo más diversos y pintorescos. Los acompaña un pequeño texto que muestran algún rasgo de los hombres, mujeres, niños y ancianos, protagonistas de la exposición. ¡Que casualidad! todos son habitantes de Christiania.
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* Lucía Escobar es periodista, cuentista y escritora guatemalteca. Es una de las columnistas más leídas de su país con su columna «Lucha libre» que aparece cada semana en el periódico «El Quetzalteco». Es gestora cultural en el lago de Atitlán con El Festivalito, Ati y la Revista del lago. Es integrante del Comité Editorial de la Revista Sala de Redacción. Ganadora de la Beca Avina en 2007. Colaboradora habitual del suplemento cultura de Página-12 de Argentina.

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