Literatura Cronopio

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LOS JARDINEROS

Por Luis Suescún*

Apenas despunta el sol en la mañana, Jekill sale de su casa con unas enormes tijeras para podar las rosas de su jardín. Cuidando de no espinarse, toma una entre sus manos y respira profundo el aroma dulzón de sus pétalos.

Frente a él pasan algunos vecinos trotando en sudadera para aprovechar el excelente sol. Desde lejos los saluda con la mano abierta y sonríe. Con delicadeza posa la rosa sobre una matera de bromelias azules. Piensa que más tarde servirá para adornar un florero de vidrio esmerilado. «Una tapa de detergente y un par de cucharadas de azúcar es el secreto para que una flor pueda vivir fuera de su entorno», piensa Jekill mientras sonríe enigmáticamente y él mismo no sabe por qué.

Esa sonrisa que parece una mueca no es enteramente suya, la siente prestada de otro, de alguien que no conoce. Respira el aire fresco y mira a través de sus pesadas gafas las montañas de pinos al noroeste de Bogotá. A pesar de sus muchos años, no tiene presbicia ni miopía, pero sí la costumbre diaria de usarlas y sentirse otro. Al cabo de una hora el jardín de rosas de Jekill resplandece de roja belleza y la tierra está perfectamente abonada con fertilizantes y húmeda.

Toma la flor cortada y entra a su casa de una sola planta (o tal vez dos…), en donde, a diferencia del sol exterior, allí las sombras de los muebles se extienden alargadas sobre el piso, como si en ese hogar habitara una perpetua noche.

Jekill prende un bombillo de pocos vatios y se derrama una luz amarilla e indecisa.

Hay tantas cosas que aquel hombre odia en esa sala, pero con los años se ha ido acostumbrando a encontrar rotos sus portarretratos familiares y a descubrir, cada tanto, largos arañazos en el techo y en las paredes de su casa. «¿Qué clase de animal hará eso en mi ausencia?», se pregunta resignado Jekill mientras delicadamente abre los pétalos y corta las espinas de la rosa escogida para su florero.

Algún sonido del mundo exterior, una bocina de un carro o un ladrido cualquiera, le hace girar su mirada hacia la ventana y sin querer se espina dolorosamente la palma de su mano.

El dolor es agudo y le recorre como electricidad desde su brazo hasta su cuello. «El dolor es el más amplio lenguaje universal. No es la sangre, son los nervios aquello que nos hermana con nuestro prójimo», piensa fríamente Hyde mientras se lame su mano con fruición animal.

Deja de lado el florero con la rosa, mientras se levanta de la mesa con la fuerza de un toro joven. Ya se ha quitado unas aparatosas gafas que no entiende por qué las usa, cuando su visión es casi perfecta en la oscuridad.

En cambio, prefiere empuñar unas enormes tijeras para podar, mientras abre las puertas de un mueble de la cocina, donde debieran haber ollas y sartenes. No una entrada falsa a otro mundo.

Entra ahí a cuatro patas y levanta una pesada claraboya de hierro. El tufo a descomposición asciende por las escaleras de piedra que conducen a una segunda planta subterránea. Sin soltar sus tijeras de podar, Hyde desciende como un tiburón sumergiéndose en la profundidad de las aguas.

A gritos destemplados lo reciben un par de niñas raptadas y encadenadas. Indefensas manotean con sus muñones amputados, intentando defenderse de los certeros tijerazos que les arroja su captor. «Un vaso de agua diario con un pan y algo de panela es el secreto para que una niña pueda vivir fuera de su entorno», piensa Hyde mientras sonríe melancólicamente y él mismo no sabe por qué.

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* Luis Suescún. Escritor colombiano de terror, autor de libros como La Semilla del Vampiro, Cuando Los Nidos Se Rompen, La Peste de Los Solitarios, El Segundo Duelo y El Artista Del Otro Mundo, entre otros. Primer puesto en el Festiva de las Ánimas 2019 (España). Finalista en el concurso de Cuentos de Terror Editorial El Gato Descalzo (Perú 2018) —Escogido para Bogotá en 100 palabras, 2016— Lázaro, El Libro de las Muertes. Ministerio de Cultura, programa de estímulos. 2011, Primer puesto concurso de poesía, Universidad Politécnico Grancolombiano. 2002, Finalista del concurso nacional de cuento Universidad de Barranquilla. 2002. Premio cortometraje, Convocatoria Nacional Cinematográfica, 2000. Primer puesto en el Concurso de Poesía Universidad de los Andes, 2002.

 

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