El Cronopio del pueblo

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LA JEFA

Por Catalina Rincón-Bisbey*

«El jefe», la última canción de Shakira en la que colabora con Fuerza Régida, una banda mexicana de California, parece el cierre de la tanda de canciones que sacó a propósito de su ruptura con Piqué. Excepto por «El jefe», en el que el tema gira en torno a la explotación laboral, «Melancolía», «Vol. 53» y «TQG» son fieles a la Shakira que sus fans aclaman como paradigma de la educación sentimental —básicamente porque todas sus canciones hablan del amor/desamor—. Shakira se ha adaptado al mercado de la música con maestría y lo ha hecho en dos idiomas, lo que no es un logro menor. Desde sus inicios roqueros hasta su actualidad reguetonera pasando por sus incontables colaboraciones con cantantes de pop, su adaptabilidad a los subgéneros musicales y a la industria de la música han sido leída, por sus detractores, como oportunismo de su parte, como falta de estilo propio. Ha sido tratada como una artista menor, aunque tiene mucho peso cultural por su popularidad como celebridad. De ahí que no sea raro encontrarse con personas que canten las canciones de Shakira a grito herido y a la vez la nieguen como artista. Pese a esta mirada detractora, Shakira es un referente musical y cultural casi que omnipresente. La falta de reconocimiento y valoración estética de artistas que venden masivamente no es nueva y me hace pensar en el peso que todavía tiene el mercado sobre esa valoración y en las relaciones entre el buen gusto, la clase social y el poder adquisitivo.

El desdén y temor al mercado y la masificación de la cultura parece un fantasma del siglo pasado y como tal su presencia es espectral —sin estar, está—. Así, se sospecha de la calidad y valor estético de un artista muy vendido porque poca o ninguna confianza se le tiene al criterio de las masas por poco sofisticadas, intelectuales y conocedoras. En otras palabras, si una obra es exclusiva, se la valora como una obra de buen gusto. Hay que aclarar que esta valoración ha cambiado desde la segunda mitad del siglo XX. Antes, la exclusividad se daba en términos muy elitistas de acceso al arte de la alta cultura: música, literatura o arte clásicos. Y quienes accedían eran generalmente personas de la clase media alta o simplemente alta. Ahora bien, en las últimas siete décadas la exclusividad se ha venido dando en términos de los mercados de productos culturales de niche: música, literatura, arte o cine independientes. Este cambio no solo ha consistido en pensar estos productos no tanto como arte sino como productos culturales, y también se ha ampliado su acceso a la clase media educada. Lo que no implica que el acceso se haya democratizado completamente. Esos productos culturales todavía tienen algo qué develar, algo oculto que debe ser interpretado o descubierto por los conocedores expertos, que como expertos son pocos y deben pagar un precio: el del conocimiento y el de la adquisición —así todo lo consigan pirateado—. De ahí que el acceso a, y la valoración de, productos culturales se convierta en un statement de clase e ideología —y de identidad racial—. La afirmación de clase a través del consumo de productos culturales es performativa y pasa no solo en el arte sino en todas las áreas en las que la cultura es consumible. Un ejemplo: en el medio oeste de los EEUU leer literatura de algún premio nobel, preferiblemente de un país del Sur Global o un autor negro o indígena, estar al tanto de los recitales de artistas folclóricos y de exposiciones artísticas antirracistas, beber cervezas artesanales y saber más de café que de vino, leer el New Yorker y ver Saturday Night Live religiosamente, comentar las series de alta factura de Max (antes HBO), hablar de la cultura popular con la experticia de quien habla de la cultura elitista, viajar internacionalmente a modo de peregrinaje secular, son actos performativos que no solo revelan los valores ideológicos de la clase media alta liberal, sino también su capacidad adquisitiva.

Visto en estos términos de exclusividad e interpretación, por la accesibilidad masiva que hay a la música de Shakira y por los géneros musicales con los que ha formado su carrera musical, ella no encajaría dentro de los estipulados del buen gusto burgués ni del siglo XX ni del actual. En ese sentido, me ha llamado la atención el uso de los géneros que Shakira ha incorporado en sus últimas canciones: reguetón y corrido. Estos géneros, de amplio acceso popular, tienen orígenes marginales, como lo tuvo el rock (si nos remontamos al blues y el country de los que se nutre) con el que Shakira comienza a popularizarse en Colombia. Sin embargo, el rock como tal es un género de por sí sanitizado, hecho para el consumo de la burguesía blanca inglesa y estadounidense y más adelante latinoamericana. De ahí que cuando Shakira sacara sus primeros álbumes de rock, su aceptación entre la clase media y media alta colombiana fuera casi que inmediata. Su paso al mercado anglo fue impecable, generando más molestia entre sus detractores por venderse a la industria gringa, pero esto la determinó no solo como autoridad latina en la cultura de los EEUU, sino que también la lanzó a una variedad de experimentaciones musicales, como lo ha venido haciendo con el hip-hop o el reguetón. Sin embargo, contrario al rock, estos géneros están en pleno proceso de blanqueamiento. Con la industria cultural mucha de la exclusividad de clase se fue flexibilizando e incontables aspectos de las culturas populares comenzaron a ser incorporados dentro de la noción del buen gusto de la clase alta blanca. Es decir, no es sino hasta cuando la clase media alta blanca (o mestiza en América Latina) le presta atención a esos productos culturales que éstos comienzan a ser valorados y aceptados dentro de los estándares del buen gusto, como pasó con el jazz, el blues o el tango. Esto es lo que está pasando con el reguetón y tal vez pase con el corrido.

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Por el beat simple, los temas sexuales y el lenguaje explícito el reguetón no ha sido completamente considerado ni como arte ni género musical valioso. Además, ha tomado prestado del hip hop y del rap el tema de la ganancia del dinero que también ha sido un tabú del buen gusto. Aunque al reguetón le falta mucho por recorrer para llegar al punto de legitimación institucional que ganaron otros géneros, es cierto que en los últimos quince años ha adquirido otros significados como el del statement político con Calle 13 o el de la experimentación queer con Bad Bunny, lo que inevitablemente ha ayudado a su aceptación paulatina dentro de las clases media y media alta como un género que tiene algo que decir, que es relevante. Este momento transicional de blanqueamiento del reguetón explica la crítica que se le hace a Shakira cuando saca Vol. 53 y TQG: es de muy mal gusto hablar del dinero, exponer al ex públicamente, sobre todo cuando eres madre, y compararte con un objeto de lujo es el colmo del machismo sólo digno del reguetón. Pero a la vez, sus canciones fueron un himno feminista de resistencia y de honestidad que solo con un género tan explícito como el reguetón podría expresarse con la precisión y la dureza con las que lo hizo.

El corrido es un género fronterizo de los EEUU y México y su blanqueamiento parece estar tardando mucho más que el del reguetón. Tal vez por ser un género doblemente marginalizado de las urbes latinoamericanas (al ser de la frontera y de las clases marginadas), tal vez por sus relaciones con la subcultura del narco o por sus sonidos disonantes y estridentes, tal vez por la falta de cantantes blancos o mestizos burgueses que se lo apropien (como Calle 13 o Bad Bunny o Shakira), tal vez porque no elogia los valores del consumo e individualismo gringo como lo hace el hip hop o el rap es que el corrido todavía no cuente con tanta popularidad entre la clase media y media alta. ¿Fuerza Régida y Peso Pluma están trabajando duro en modificar esto con las experimentaciones musicales que están haciendo? ¿Harán la poptización del corrido? Veremos.

Posiblemente la colaboración de Shakira con Fuerza Régida contribuya a la legitimación del corrido o de cierto tipo de corrido dentro de los estándares burgueses del buen gusto. Lo que sí es cierto es que «El jefe» es la primera canción en la que Shakira hace un comentario sociopolítico que habla directamente de la lucha de clases de la que ella ha parecido absolutamente exenta a lo largo de su carrera. Aunque sepamos que en la esfera de la realidad ella es la jefa por su estilo de vida, su dinero, su poder y sus escándalos fiscales, esta Shakira más urbana y desclasada, más explícita y directa, parece más interesante. Esto es porque a la vez que puede ampliar los criterios del buen gusto de la clase burguesa con la inclusión del corrido a su repertorio, pese a, o debido a, las ventas y vistas masivas de su canción y video, también tiene el poder de horadarlos un poco cuando muchos de sus seguidores rechazan la canción como algo de mal gusto, como la expresión del resentimiento de clase de los que «decidieron» ser pobres, como la traición de clase de Shakira que hasta hace unos meses se autoproclamaba como un Rolex y no dejaba de facturar y ahora mira con resentimiento al jefe y su Mercedes Benz. Esta recepción clasista de la canción es la molestia típica de la imposibilidad de diferenciar entre consciencia y performance de clase. «El jefe» expresa la consciencia de clase del explotado laboral posmoderno que entiende que, pese a sus aspiraciones y mentalidad, su acceso a la educación no le garantiza la tan prometida movilidad social porque hay una falla sistémica que privilegia a los ricos y oprime a los pobres. Pero «El jefe» también expresa el performance de clase de Shakira al tomar, apropiar y modificar el corrido, el baile y la angustia de clase de los explotados para seguir facturando y cultivando su filantropía. De ahí que el explotado de la canción no vaya a enlistar los escuadrones de burgueses que reafirman su clase y noción de buen gusto en lo que compran, mientras que Shakira va a liderarlos, o a convencer a los más snobs de su clase que no los ha traicionado y de que como artista vale la pena.

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*Catalina Rincón-Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day School y Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periódico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Catedral Tomada.

1 COMENTARIO

  1. Muy buen analizada la trayectoria del Shakira, me uno a la posición que coloca al reguetón en su sitio .

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