Cronopio entornado

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maleducar tambien es educar

MALEDUCAR TAMBIÉN ES EDUCAR

Por Marta Lucía Fernández Espinosa*

Con ojos entornados leí por ahí recientemente un titular: Medellín la Mal Educada. Con mirada inquieta y saltona alcancé a informarme de lo que el artículo trataba, el absoluto irrespeto de los habitantes de Medellín (y el Área Metropolitana, sugerencia mía) por el espacio público. Dos cosas pasaron por mi mente, la primera fue el proyecto educativo de la Medellín de 1930 que, ante la llegada de campesinos a la ciudad, respondía con la urbanidad de Carreño. La segunda fue el proyecto educativo tácito que se impuso en tiempos del presidente Uribe a comienzos del siglo XXI, que destruía el primer Plan Decenal de Educación en Colombia. Dos maneras muy distintas de pensar lo público, dos conceptos incluso antagónicos de concebir al habitante de la ciudad, tal vez dos modelos económicos muy diferentes.

La Medellín de entreguerras (ateniéndonos al concepto de guerra mundial), era una que se proponía consolidar el modelo capitalista, industrial, que daba la bienvenida a nuevos habitantes para aumentar la oferta de fuerza de trabajo; quería hacer de sus iletrados campesinos unos ciudadanos a quienes entendía como menores de edad. De ellos necesitaba la condición de obrero. A ellos no les reconoció su condición racional indispensable para ser llamados ciudadanos. A ellos les impuso un manual de prohibiciones como adiestramiento. No educaba a sus neófitos ciudadanos, los adiestraba. Un proyecto educativo que les impuso la ciudad como ajena. Un acierto sí tuvo, la enseñanza de que el espacio público era un lugar para el decoro, el aseo y la decoración, en donde las excrecencias de sus animales no eran bienvenidas. Lo entendieran o no, aquellos habitantes adiestrados para la ciudad, estaban obligados a respetar lo público. No lo estaban por el temor a las demandas o penalizaciones policivas, lo estaban por temor a sentirse avergonzados, por temor a que sus hijos no fuesen bienvenidos en el círculo de la ciudad. Tal vez estos ciudadanos principiantes no concibieran el sentido de lo público desde el pensamiento liberal, pero tener buenos modales les daba oportunidades de interacción social.

Las distancias sociales (realmente económicas) no eran un óbice para la interacción social. Recuerdo un colegio ubicado al finalizar las Mellizas, en la calle Ayacucho, en el Barrio Buenos Aires. Corrían los años setenta, estudiaban en aquel colegio niños de muy diferentes estratos sociales. Lo único que ellos sentían que los diferenciaba, era el tiempo que podían descansar entre jornadas; mientras unos llegaban en dos zancadas a su hogar, a otros les tomaba un largo tiempo llegar hasta apartados lugares en la montaña hacia el occidente, o un tiempo intermedio en caminar hasta barrios aledaños a Buenos Aires como el Miraflores, la Milagrosa… Siendo un colegio privado tenía ofertas diferenciadas, los que podían, pagaban clases de natación, mientras todos los demás estaban en clases de manualidades, canto o dibujo. Había diferencias económicas, los niños y sus padres lo entendían, no se imponía el arribismo como opción de equilibrio, la interacción social, en medio de las diferencias económicas, era posible.

La Medellín de principios del Siglo XXI también es receptora de nuevas oleadas campesinas en la ciudad, de seres en busca de asilo para seguir con vida, de seres que vienen huyendo de grupos paramilitares, dejando atrás todo lo que poseían. No son habitantes bienvenidos y así se los hizo saber la ciudad que sólo les ofreció rincones miserables. No eran habitantes útiles al proyecto económico, su única utilidad les había sido despojada, su tierra; la cual empezaba a nutrir una nueva manera de tenencia de la tierra, la vuelta al latifundio. Desplazados, así fueron llamados.

A espaldas de la naciente «clase social» (que tal vez no soporte más que el adjetivo de Lumpen), una perteneciente a un «modo de producción» bastante extraño y distante del capitalismo, había nacido un proyecto educativo utópico, imaginado para una sociedad democrática en la que el papel del ciudadano fuese determinante y participativo. El Plan Decenal de Educación 1996–2005, había nacido de un intento de renovación de la sociedad con la Nueva Constitución Nacional, generadora a su vez de la Ley General de Educación o Ley 115 de 1994. Como la Ley que lo genera, el Plan Decenal pretendía a la Educación como el motor de la participación ciudadana, la hacedora del sujeto soñado por el pensamiento liberal de la Revolución Francesa. Un ciudadano RACIONAL capaz de disentimientos y consensos. La educación ya iba cabalgando en un mundo ilusorio mientras la realidad la inundaba. La Medellín de los años 30 del siglo XX no reconoció como ciudadanos a esos campesinos recién llegados, no confió en su racionalidad, les adiestró en el respeto de lo público. La Medellín de principios del siglo XXI pretendía que los ciudadanos habían nacido de la ciudad, que aquellos seres racionales, hijos de la democracia, cuya vida se resolvía dentro de un modelo económico capitalista, ya habían nacido; y empezó a hablar para ellos. Afuera de la escuela el modelo económico había fenecido, la economía ahora empezaba a girar en torno de actividades delictivas, como si de una nueva acumulación originaria se tratara. Delincuentes con recursos económicos se adueñaron de las ciudades financiando candidatos y «ganadores» que ostentarían el poder ejecutivo en todas las instancias, desde lo local hasta lo nacional.

No sólo había concluido el lapso de tiempo para el desarrollo del Plan Decenal de Educación, habían pasado dos años más, corría el año 2007 y el señor Uribe Vélez, entonces presidente reelecto, daba la bienvenida a un grupo de personas encargadas de hablar del Plan Decenal. Tal era la displicencia que la educación provocaba en aquellos nuevos gobernantes, lejanos ya de la democracia. En su discurso aquel 7 de agosto, nunca menciona las importantes directrices del Primer Plan Decenal de Educación, la única vez que menciona la palabra democracia es para referirse a que la educación es la puerta de ingreso a las oportunidades de ascenso social. Con ese vago concepto de educación pretendía dar por estudiado, leído y ejecutado aquel Primer Plan Decenal de Educación. No habían transcurrido más que cuatro meses y ese mismo señor, entonces máximo mandatario, tiraba por el suelo cualquier propuesta educativa que no estuviera en consonancia con los nuevos «dueños» de la ciudad. Los que, por encima de la Fuerza Pública, ostentaban el derecho a las armas puestas en contra de cualquier vestigio sobreviviente de ciudadano. Las palabras que todos los habitantes de Colombia escucharon de ese señor decían: «Estoy muy verraco con usted, y ojalá me graben esta llamada. Y si lo veo le voy a dar en la cara, marica».

¿Este era acaso el resultado de un adiestramiento en reglas de urbanidad? En todo caso no era el de una Educación para un ciudadano heredero de los principios liberales dieciochescos. El nuevo Plan de Educación había estado ya en marcha y el 2007 se constituía en el año en que se formalizaría. Construir seres MALEDUCADOS. Irrespetuosos, inciviles, ordinarios, vulgares, chabacanos, incorrectos, toscos, inadecuados, etc. Todos estos sinónimos de aquella palabra. ¿De qué otra manera podría calificarse la expresión lanzada por el mandatario de aquel entonces?

Era el inicio de los tiempos de la muerte del ciudadano, su espacio Público, su democracia y su estado liberal, asesinados por una extraña dictadura, un «poder popular» desgreñado, para burla de los ideales de la antigua izquierda. Un estado comunitario con comunidades de credo impuestos a sangre y fuego. Uno capaz de vociferar que mataba al ciudadano para salvar la democracia, que rompía las leyes para salvar la legitimidad; que mataba y desaparecía a los muchachos para esparcir seguridad. Uno que creaba un Plan Decenal de Educación con un único objetivo: modificar el inciso tercero del artículo 67 de la Constitución Nacional, prometiendo que lo lograría antes del 2010 y que para el 2023 apenas inicia su proceso como proyecto legislativo en la Cámara de Representantes, por lo demás es una simple retahíla copiada de la Ley General de Educación y la Constitución Política de Colombia. En materia pedagógica el Currículo Oculto tiene un papel preponderante en la Educación. Se trata de todo lo que se respira, se aprende y se enseña con el ejemplo; de todos los valores académicos, sociales y culturales que implícitamente se comunican a los estudiantes. Aquello que el estudiante realmente aprende por fuera de los propósitos del Plan de Estudios y los diseños curriculares racionalmente adoptados por el ministerio de Educación y el Proyecto Educativo Institucional.

Esta ciudadana que con ojos entornados mira su realidad, alguna vez, en tiempos del segundo mandato del aciago presidente, ingresó a una entidad bancaria y preguntó en voz alta: ¿Dónde puedo radicar un derecho de petición? Todos los seres agolpados en filas frente a los cajeros se mostraron asustados, casi a punto de levantar las manos como si quien a nombre de la ley hablaba llevara un arma en sus manos. Los mismos empleados del banco no acertaron a dar una respuesta, el silencio temeroso frente a la expresión DERECHO, casi sonaba como una amenaza de bomba en el edificio.

Parquearse en zonas prohibidas, pisar con los vehículos las basuras, poblar de excrecencias el espacio público con sus mascotas; hacer las fiestas en las calles con silletería y decoración alquilada, sitiando las puertas de los vecinos; cocinar el sancocho y la fritanga en las calles; instalar altavoces en las aceras con alto volumen para incomodar a todos los vecinos, así viven hoy los habitantes, que ya no ciudadanos, en Medellín y el Área Metropolitana. Sí señores, Medellín es la MALEDUCADA y ese es el logro de un proyecto Educativo que exitosamente transita en el Currículo Oculto. Ese mismo habitante maleducado grita sus vulgaridades en defensa de la «democracia», como lo enseñara desde 1985 el coronel Plazas Vega, cuando el ejército inauguró la etapa de la historia en la cual la justicia moría bajo sus armas y la democracia perdía toda esperanza. «Aquí salvando la democracia, maestro».

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Acerca de Cronopio entornado

Un espacio en que con ojos entornados miraremos al sujeto en su entorno, tornándose en colectivo y perdiéndose en el presente que, como un tornado, le avasalla insistiendo en nombrar de maneras equívocas su realidad.

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* Marta Lucía Fernández Espinosa. Licenciada en Historia y Filosofía (Universidad Autónoma Latinoamericana). Especialista en planeamiento educativo (Universidad Católica de Manizales) con diplomados en Gestión administrativa, adaptaciones curriculares y desarrollo de habilidades organizacionales en diversas universidades antioqueñas). Autora del libro «Pentimento». Sus investigaciones han sido trabajos de campo con comunidades a través de las cuales se generaron desde proyectos educativos institucionales y manuales de convivencia, hasta la construcción de aulas por gestión comunitaria y la creación de la educación de adultos como estrategia para minimizar el impacto de la violencia en un sector deprimido de Itagüí (Antioquia). En 1989 el consejo de facultad de la Universidad Autónoma le otorgó una beca en reconocimiento a la importancia de su libro Pentimento.

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