Interludio Cronopio

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MEMORIAS DE UNA ESCUELA, RECUERDOS DE UNA CIUDAD

Por Juan Fernando Velásquez O*

El tres de mayo de 1888, se anunciaba en el periódico La Voz de Antioquia que «varios jóvenes de esta ciudad, aficionados y entusiastas del divino arte de la música, han constituido una sociedad que han denominado Escuela de Música de Santa Cecilia», de esta manera se enteró Medellín, una ciudad que apenas empezaba a serlo, que pronto tendría una escuela de música, un lugar donde era posible aprender el arte de Euterpe a través de una Institución.

El proceso de creación de la Escuela de Música en Medellín, se había iniciado a finales de 1887, cuando el R.P. Pablo E. Montiel, de la compañía de Jesús, propuso el proyecto a un grupo de jóvenes melómanos, que posteriormente se destacarían en los ámbitos público y privado, conformado por Marco A. Peláez, Luciano Carvhalo, Juan José Molina, Juan P. Bernal, Emilio B. Jhonson, Timoteo Bravo, Salvador Bravo, Manuel Botero, Pedro A. Bernal y Rafael Trujillo.

La planta docente de la institución reunió los más destacados profesores de música de la ciudad, Pedro J. Vidal, primer director de la Escuela, Germán Posada, profesor de piano, teoría y lectura, que también era prefecto de la institución, Enrique Gaviria, profesor de violín, viola y violoncello, Pedro Mesa y Benedicto San Pedro, profesores de instrumentos de viento. Posteriormente, a la muerte de Pedro J. Vidal, Germán Posada asumió la dirección de la institución, cargo que ejerció hasta que viajó a París; también, Pablo E. Restrepo sustituyó a Benedicto San Pedro y se unieron a la planta docente Teresa Lema de Gómez, Gonzalo Vidal, Jesús Arriola y Rafael D`Aleman. Arriola y Vidal fueron directores de la Escuela y Teresa Lema pasó a dirigir la sección femenina creada en 1897.

Retrato de Rafael D´Aleman. Tomado de La Canción en Colombia.  Archivo de la Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales (FAES).

No es casual que la aparición de la Escuela de Música de Santa Cecilia se ubique en un período que abarcó los últimos quince años de siglo XIX, en el cual también se fundaron otras importantes instituciones, que marcaron de manera profunda lo que sería el futuro de la ciudad, como La Escuela de Minas —fundada en 1886—, y la Sociedad de Mejoras Públicas —que inició labores en 1899—. Durante aquellos años, también llegaron a Medellín servicios públicos que cambiaron para siempre la ciudad, como la comunicación por vía telefónica (1891), la energía eléctrica (1897), o el acueducto del que se empieza a hablar desde 1900.

A los ojos de muchos de los habitantes de una ciudad, que en nada se asemejaba a la pequeña población de su ya lejana infancia, la aparición de las instituciones y los servicios anteriormente mencionados, podía resumirse en una sola palabra: progreso.

Un progreso con dos rostros, uno material del que disfrutaban cuando caminaban por una ciudad «más bella», limpia e iluminada en las noches, un progreso que percibían cuando se comunicaban de una forma más rápida y eficiente a través del teléfono y el telégrafo, o que gozaban cuando asistían a espectáculos como el cinematógrafo. Otro rostro era espiritual, una imagen del progreso que concernía a la esperanza, al sueño colectivo de una ciudad más culta y civilizada, poblada por habitantes pujantes, sensibles y amables, donde las artes florecieran y el bienestar estuviera al alcance de todos.

La música era considerada un arte para el gozo del espíritu, con la capacidad de «suavizar las costumbres», es decir, de hacer a los hombres y mujeres sensibles a lo bello, más creativos, y también, más obedientes a la autoridad y la ley; por ello, la Escuela fue vista como una institución importante y abanderada del progreso. Para observarlo, basta recordar que Rafael Uribe Uribe se refería a la Escuela como una «obra pública importante por el aspecto de embellecimiento y progreso de la ciudad», o prestar atención a los términos en que el periódico El Progreso hablaba de la Escuela en 1893:

Es innegable la benéfica influencia que la música ejerce en el desenvolvimiento de la cultura social, y en la suavización de las costumbres. Hay quien asegure que amansa las fieras, y desde este punto de vista la Escuela de Música puede prestar muy importantes servicios.

Igualmente, resulta muy diciente que los fundadores de la Escuela de Santa Cecilia fueran descritos por el artículo publicado por La Voz de Antioquia como «un grupo de jóvenes», pues los jóvenes eran considerados como los verdaderos abanderados del progreso.

La aparición de la Escuela marcó un hito para la práctica musical de la ciudad; antes de ella sólo había dos formas de aprender música en Medellín: la primera era por tradición, como un oficio que se trasmitía de padres a hijos, la segunda, a través de profesores particulares o academias privadas; con la Escuela, surgió la posibilidad de una enseñanza de tipo institucional, cercana al modelo de conservatorio europeo de tipo laico, en que el alumno seguía un programa de formación previamente diseñado, que tomó como modelo los famosos conservatorios de París y Leipzig.

Detalle de la ilustración de Lucia, poema de Alfred de Musset, publicada en la Revista El Montañés, 1898. Archivo Sala de Patrimonio Documental Universidad Eafit Fotografía  del autor

El plan de estudios de la Escuela dio una especial importancia al aprendizaje de la teoría y la lectura musical. Todos los estudiantes, bien fueran de instrumento o canto debían tomar dicha clase. Este importante giro hacia el alfabetismo musical permitió que los músicos de la ciudad se acercaran a nuevos repertorios y redefinió el perfil del músico como un profesional de su arte. Sin embargo, esa fuerte inclinación hacia el repertorio escrito, marginó de la academia otras prácticas musicales estrechamente relacionadas con la tradición oral.

A pesar de ello, la Escuela de Santa Cecilia cumplió una importante labor en la difusión de la música en la ciudad, pues organizaba conciertos y veladas, sus estudiantes participaban en actos públicos y realizaba conferencias públicas sobre música, tres de las cuales fueron publicadas en revistas de la época, una en La Miscelánea, dictada por Enrique Gaviria, y dos en El Repertorio, una de Gonzalo Vidal y otra de Pablo Emilio Restrepo.

Dos de los conciertos organizados por la Escuela fueron especialmente memorables: El primero fue realizado en 1893; en él se presentó el recordado violinista cubano Claudio Brindis de Salas, acompañado por Gonzalo Vidal al piano. Brindis de Salas era un famoso intérprete que años atrás había causado furor en salas europeas, su concierto marcó un importante hito en la vida cultural de la época. El segundo concierto nunca fue realizado pero fue objeto de una gran polémica, se iba a llevar a cabo en el Teatro Municipal en 1897, pero fue cancelado por orden de las autoridades, ya que el dinero recaudado iba a ser enviado a los heridos de la guerra de independencia de Cuba; la polémica desatada llevó incluso a que se sancionara a los editores de El Cirirí, periódico satírico que se había opuesto a la medida.

La sanción impuesta a El Cirirí da cuenta del rumbo que estaba tomando la vida política del país, que en 1899 llevaría a la sangrienta Guerra de los Mil Días, durante la cual la Escuela cesó sus actividades. Así, el sonido del clarín acallaba el canto de las musas, al menos hasta 1903, cuando se reiniciaron las actividades en La Escuela.

Desafortunadamente, la crítica situación económica del país en los años posteriores al conflicto afectó a la Escuela, y sus siempre menguadas arcas cada vez se hicieron más chicas, hasta llegar al punto en que era insostenible. A esta situación también aportó su cuota la falta de un apoyo gubernamental constante, a pesar de que en 1888, el Gobernador Marceliano Vélez, había comprometido con el Departamento a asignarle cuarenta pesos mensuales a la Escuela, promesa que no se cumplió de manera continua, como se hace evidente en numerosos escritos de la época.

La desaparición de la escuela de Santa Cecilia no implicó el final de la tarea que ella había iniciado; su herencia continuó viva en la ciudad a través del Instituto de Bellas Artes, fundado en 1910 por la Sociedad de Mejoras Públicas. El Instituto heredó el Archivo de la Escuela, sus docentes e incluso su último director, Jesús Arriola, quien pasó a ser director de la Escuela de Música del Instituto.

Ilustración de Melitón Rodríguez para la publicación en El Repertorio (1897). Archivo Sala de Patrimonio Documental Universidad Eafit. Fotografía del autor.

Como puede apreciarse, La Escuela de Música de Santa Cecilia fue una institución clave para la práctica musical en Medellín; con ella cambió la forma de acercamiento y disfrute del arte musical en una ciudad que sufría profundos cambios. Gracias a ella, y a la labor de aquellos visionarios que tomaron parte en la quijotesca labor de la difusión de la música, se configuró una tradición de la cual somos herederos, con sus virtudes y falencias, con sus logros y sus retos.
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*La columna “Interludio” es auspiciada por el Departamento de Música de la Universidad Eafit.
*Juan Fernando Velásquez O. Inició sus estudios de música en el Instituto de Bellas Artes de Medellín; posteriormente, los continuó en la Universidad EAFIT, en la cual se graduó, en 2005, como músico con énfasis en violín. En 2009 se hizo acreedor a una de las seis becas para latinoamericanos, otorgadas por la Fundación Carolina, con la cual asistió al Curso para la Preservación y Difusión del Patrimonio Artístico Iberoamericano, realizado por La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Real Conservatorio Superior de Madrid. Actualmente cursa su último semestre de la Maestría en Musicología Histórica en la Universidad EAFIT, en donde está vinculado, desde 2003, al Grupo de Estudios Musicales. En ésta misma institución ejerce su labor docente. También es miembro de la Orquesta Sinfónica Universidad EAFIT.

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