Literatura Cronopio

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NO TODO ES NOTICIA

Por Jaime Velásquez Arellano*

Como el mundo amanecía aburrido en domingo, Pablo contrató el servicio de noticias para su celular: el mundo no te abandonará, decía el anuncio; si te sientes solo, busca noticias. Nada importa, murmuraba Pablo, pero acongoja saber que hay personas dedicadas a buscar y enviar noticias de todo el mundo. En unos lugares llueve y hay inundaciones; en otros, terremotos.
Los muertos y heridos en todos lados son incontables. Luego siguen las desavenencias entre los cantantes más populares, los premios del cine, todos están de acuerdo. Así se empezaron a saturar de destellos y alarmas controladas los domingos de Pablo, día en que el perro del vecino también dejaba descansar un poco su oscuro hocico.

No hacen ruido las voces en la televisión cuando opinan y calculan qué va a pasar, cuando hacen la síntesis de lo que pasó. Es un no ruido, son destellos que hacen perpetuos a los locutores. La música que antes salía de la radio y reinaba en las casas cedió su lugar a los locutores: gana más dinero el que habla más. Me he fijado que unas horas después soy incapaz de recordar qué dijeron. Voy al supermercado y diferentes voces me van diciendo qué comprar. Luego estalla una voz más fuerte que llama al empleado encargado de una zona mientras los compradores caminamos sin hablar. Nuestras palabras son inútiles, no tienen cabida en un mundo repleto de mensajes. No tenemos noticias qué dar que no las sepan ya los demás.

Maté al perro de mi vecino porque no tenía derecho a ladrar en un mundo de noticias donde nuestro silencio es sagrado. Un silencio distinto al de hace cien años, confesaba Pablo a un amigo.

Todavía no venden discos con las noticias del mes. No tardan. No, no tardan. Es la verdadera máquina del tiempo. Vendrán con audífonos, estarás oyendo lo que ya pasó y que no recuerdas.

Eso es, le decía Pablo a quien quisiera oírlo; la principal víctima de los noticieros es la memoria. Para qué guardar recuerdos si todo está en los archivos de imágenes y sonidos de las compañías de radio y televisión. Y le agregan una musiquita para borrar lo que acabas de oír y estés listo para meterte en la cabeza un poco más de algo que también es importante. Tendrán que ponerle un sistema sencillo para elegir lo que quieres volver a oír.

A mí me gustó lo que pasó el día 24 de abril de 1997. ¿Y a usted? ¿El 23 fue mejor? No sé.

Vuelva a vivir su vida. Así dirán los anuncios. En las casas habrá cientos de discos con noticias de por lo menos cien años. Esa es la música de hoy. Todos podremos tener ruidoteca en casa. ¿Qué pasó el 3 de marzo de 1954? ¡No puede usted andar sin saber qué pasó ese día! A nadie le importa si mi abuelito fue al dentista. Lo que le pasa a otros, lejanos desconocidos, es inolvidable y eso está bien guardado. Te voy a decir, ignoro si mi abuelito fue al dentista algún día. Usaba dentadura, por lo que tuvo que haber sido víctima de uno de esos dentistas que no sabían salvar dientes y muelas para que sus pacientes pudieran tener una vejez con edad oculta. Los dentistas de hoy acabaron con los viejitos que remojaban el pan en sus tazas de café con leche. Ahora todos enseñan dientes más blancos que los dientes verdaderos. Bastante hice al ir comprando las cinco televisiones que ahora tengo y los tres radios. Todo el día algo está pasando y cómo voy a vivir sin saber que el locutor de una estación no supo lo que está diciendo otro locutor, mucho más grave, más grave aún. Hay que organizar el día.

El vecino no ha protestado. Supongo que el funeral del perro pasó en un canal que no vi. La casa del vecino estuvo en silencio y no hubo reporteros ni camarógrafos. Sólo tiene dos antenas y cable, ya me fijé. Y quizás tenga cámaras de seguridad. Era domingo de Carnaval (6 de marzo de 2011) y no pasaban coches. Salté la reja, muy baja para un pastor alemán. Claro que lo maté con cuchillo. No iba a romper con los tronidos de balazos el silencio del domingo, frente al parque Cazón, donde oigo que resuenan los lejanos tambores de las comparsas y la música amplificada a un volumen como para que la oigan en Australia. ¿Cuántos balazos necesitaría? Con mi puntería… El cuchillo recibió a la víctima como quien recibe el más afectuoso abrazo de cumpleaños. Puso sus patas sobre mi pecho, como si me conociera y me fuera a lamer la cara. Di un paso atrás, ¿pesaba treinta kilos? ¿le sumo el impulso? Casi me tira. Muérete, perro desgraciado. ¿No te puedes callar? ¡es domingo!

El vecino saldría. Está acostumbrado a los ladridos, aunque en domingo el estúpido perro ladrara menos. La gente duerme, no sale hasta mediodía. Para él no hay silencio, el silencio puede ser una mala noticia.

Ladra, perro. Ladra.

La sangre le ahogó el último ladrido.

Los vecinos descansan arrullados por las televisiones, por la vibración de los celulares que anuncian que algo pasó, que cualquier cosa que alguien haya querido decir lo pudo decir frente a todo el mundo. Y hoy van a ir al segundo desfile, en la tarde, y todavía duermen.

El dueño del perro murió la noche anterior. El perro estaba triste. Aulló como si estuviera loco. Ahora los locutores estarían preguntándose quién, o quiénes mataron al vecino y a su perro. No sabrán que no murieron a la misma hora, no van a gastar en una autopsia para saber que el perro murió a mediodía, enloquecido por la pena de saber que moriría de hambre, a menos que un vecino lo compadeciera. Esta muerte no alcanzó el rango de noticia internacional.

Como sea, es cosa de mandar demoler esa casa antes de que llegue otro vecino acompañado de un perro guardián, ruidoso e inútil, como ya quedó demostrado que son los perros. Y si alguien me vio desde el helicóptero de la policía. No puede ser. El parque tiene pinos, almendros y palmeras que desvanecen personas y sombras. Y los policías están cuidando el desfile.
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* Jaime Velásquez Arellano, 1951. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Fue editor en la Revista de la Universidad y Vuelta. Ha sido publicado en revistas y periódicos de México y otros países. Publicó una antología de nuevos poetas mexicanos en El Gallo Ilustrado, del periódico El Día, en 1981. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores, 1983-1984, y está incluido en el Diccionario de Escritores Mexicanos, Universidad Nacional Autónoma de México. Fue encargado de la sección de comentarios de libros en «La Letra y la Imagen», suplemento de El Universal. Trabajó en el Instituto Veracruzano de Cultura, donde publicó los primeros libros de ese organismo, en 1987 y también estableció los primeros talleres literarios y promovió veladas literarias en la Casa Museo Salvador Díaz Mirón. Coordinó tres años el suplemento cultural de los viernes del periódico Sur (hoy Imagen) y ha colaborado en El Dictamen, Notiver, Imagen y AZ, periódicos del puerto de Veracruz. Dirigió con escritores xalapeños la Editorial Nosotros. Sus cuentos y poemas han aparecido en publicaciones diversas. Es autor de los poemarios Viaje de Regreso, Adolescente y Concreción del Alba. Fue incluido en la recopilación Asamblea de Poetas (nacidos en los años cincuenta), de Gabriel Zaid. Una recopilación de artículos periodísticos fue publicada con el título Luces de la Ciudad en disco electrónico. El Instituto Veracruzano de Cultura publicó en 2010 una recopilación de sus artículos de los años 2007 a 2008.

5 COMENTARIOS

  1. Maestro Jaime; me fascina su ensayo por la forma en que la realidad es digerida por la imaginación de momentos y situaciones que a veces, pasan desapercibidas en nuestra vida pero que nos conducen a la reflexión.

  2. Jaime nos muestra la reealidad de nuestro mundo, que superado al «yo», por el «algo». Eso pienso.
    Me parece interesante y atractivo de su parte que haya publicado el cuento. Cada vez es mejor escritor.

  3. Humor negro, mejor dicho, humor sórdido. Mordaz intolerancia convertida en ficción. Gana la imaginación y los lectores comparten con el autor la catarsis liberadora de matar el ruido. Lo siento por el perro, no es su culpa, su verbo es ladrar, los humanos lo corrompimos. Cuatro estrellas.

  4. Disfruto la literatura de Jaime. Este cuento es un ensayo; este ensayo, un cuento. La hora del amigo: dos géneros al precio de uno. El cuento como reflexión del absurdo ruido cotidiano que aceptamos vivir. Irónicamente, la verdadera noticia somos cada uno de nosotros: el individuo en su isla de silencios. Alguien es capaz de matar al vecino y a su perro: digno para la nota roja impresa o electrónica o para la cárcel o el psicólogo. Pero nadie se entera ni le importa porque el turbión noticioso (notiocioso) que nos envuelve y satura está en otra parte. ¿Tú? ¿Yo?… No somos noticia.

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