Arte Cronopio

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Omar rayo

OMAR RAYO EN EL IMAGINARIO ARTÍSTICO COLOMBIANO

Por Félix Ángel*

En Colombia, cuando un artista plástico deja el mundo visible, desaparece casi automáticamente del imaginario nacional, asumiendo —por supuesto— que hacía parte de ese imaginario.

Y ni se diga del vulgo cuya mente vive pendiente de pequeñas cosas, y otras —quizás menos pequeñas— como llegar a la oficina a tiempo a pesar del tráfico que en Colombia es sinónimo de desorden y caos urbano; ansiar que no le boten del trabajo si es que tiene uno; angustiarse por no enfermarse; temer que lo atraquen y le roben; o confiar que en la calle y la carretera no lo maten.

La única forma que tiene un artista colombiano de no morir después de muerto es dejar en otros lados la constancia de que su talento no dependió de la vara de la mediocridad con que Colombia se vanagloria para auto–medirse. Es una vara raquítica, chata y torcida que no corresponde con otras formas de medición entre gente inteligente, lugares civilizados, educados, poco o nada corruptos, y substancialmente más amables. Esa vara cuya concepción métrica no cabe en ninguna mente con un mínimo de coherencia está expulsada de cualquier sistema racional porque no aguanta comparación con ningún orden medianamente lógico.

El arte de Omar Rayo está por todo el mundo embebido con su ingenio, su humor, su malicia. Lo que diga Colombia o los colombianos, bueno o malo, importa muy poco.

En Colombia, la mayoría de los artistas padecemos de las mismas dificultades que Omar Rayo tuvo que enfrentar en su juventud. Por eso muchos se marchan del país, no porque quieran sino porque los obligan las condiciones políticas, económicas y sociales, pero sobre todo la indiferencia de la gente hacia todo lo que es labor del intelecto y la creatividad.

Conversando con muchas personas que en el exterior dicen vivir con una permanente nostalgia por Colombia, y con otras que nunca han salido, escucho con frecuencia la aseveración de que las cosas han cambiado, que es posible hacer carrera en el país. Toca preguntarse: ¿Qué tipo de carrera? Personalmente veo la situación como un mal crónico que ha persistido por décadas, por más de un siglo. Se habla de hacer algo para remediarlo, pero en la práctica no se concreta nada, o muy poco. Hay excepciones. En algunos casos, la misma gente que otrora se fue del país como Omar Rayo prefiere tomar la acción en sus manos y actúa por su cuenta para romper esa cadena, a sabiendas de que es una pelea cuesta arriba.

Los artistas son (o somos) por lo general personas egocéntricas. En contadas ocasiones se lamenta la pérdida de un colega. Un considerable segmento —y me consta—, cuando ven que alguien de los suyos se va de la ciudad o de este mundo, respiran con la tranquilidad que se asemeja a quedar sentado en el bus después de que la mayoría de los pasajeros se bajan, así no se tenga destino fijo. El medio artístico de Colombia, un país cuya gente se considera entre la más feliz del mundo es así de constreñido en lo humano, en lo sensible, en lo espiritual. Al que se marcha del país lo sepultan antes de tiempo.

En «el país de la gente casi más feliz del mundo» no hay rabia más grande que saber de alguien que se fue al exterior, tuvo éxito afuera. Pero más que éxito (dado que la palabra puede prestarse a confusiones), que reciba el reconocimiento que la mezquindad local es incapaz de conceder.

Al colombiano en general el talento de los demás le quita el sueño. Si duerme, sufre de pesadillas sabiendo que en otra parte, quien se ha ido, ha sido capaz de imponerse sobre las vicisitudes sin ayuda de nadie. En Colombia vivimos de la ayuda de otros y el que se va no cuenta. Quien se marcha de Colombia se considera un desertor, un traidor, y no amerita que se le recuerde. Al tratar de hacer un remedo de historia se le ignora. Por eso de una buena vez lo entierran, y la tumba se deja sin marca, para que nadie más lo encuentre.

Claro que eso dura hasta que públicamente, en otros lugares, se reconoce la valía de esos individuos. Ahí sí, todo el mundo lo resucita ¡Es un milagro! Todos hablan bien de dientes para afuera, y de paso, se apropian de una tajada del reconocimiento, así sea delgadita.

Ayudamos a que vuelva a la vida, doblegando la envidia con la falsedad que tan bien manejamos. ¡Somos tan nobles! ¡Somos tan justos para reconocer el triunfo ajeno! ¡Somos tan solidarios! ¡No ve que sí tenemos gente de valía! Ante el éxito cambiamos el estribillo con el mismo oportunismo con que siempre esperamos que quien se fue regresará vencido, pobre y fracasado.

Nos obnubila la celebración del fracaso. Y lo hacemos con saña y vandalismo, como los fanáticos de fútbol al salir del partido. Cuando alguien progresa hablamos de suerte. Decimos: ¡Qué de buenas! Eso era lo que decían de Omar Ray, algunos de los artistas más maduros que conocí en mi juventud, en Medellín, cuando se enteraban de alguna de sus incursiones internacionales. A regañadientes reconocían que el tipo no debía ser ningún bobo, pero no pasaban de ahí.

La nobleza está por fuera de nuestras capacidades. La sola palabra nos enmudece; la utilizamos sin saber exactamente qué significa cuando algún individuo decide aportarle al país lo que a ellos nunca les dio, y millones de otras gentes no pueden o no quieren, o no les ha dado la gana por avaricia, por incapacidad y estupidez.

En Colombia entendemos la generosidad como el acto de recibir sin merecer y sin crear obligaciones. No sentimos agradecimiento con aquel que nos brinda ayuda porque asumimos que quien lo hace es porque puede y no le hace falta. Al contrario; decimos que es su deber mientras nos eximimos de responsabilidades. A eso reducimos la generosidad: a pedir y recibir. Perdido está en el diccionario el término compartir, que es lo que fundamenta la generosidad y está cerca de expresiones que rara vez pronunciamos con el corazón, como por ejemplo «muchas gracias».

El caso de Omar Rayo es muy especial. Muchos lo admiramos en vida. Ahora, lo extrañamos en ausencia. Aunque una vez muertos nada puede importarnos, es imposible entre los artistas que todavía estamos vivos no hacer la reflexión y experimentar cierta ansiedad de lo que puede suceder con nosotros, o mejor dicho, de lo que puede no suceder.
Omar Rayo fue el epítome del artista talentoso, luchador, brillante, innovador, generoso. Mucho antes de que otros lo imitaran otorgando regalos con agendas poco claras que más bien dan la impresión de ocultar un deseo de apropiarse de instituciones y lugares públicos, Omar tuvo el gesto más noble que un artista puede tener con su pueblo natal: hacerle el honor. El honor no tiene precio y no se puede comprar. Pero en Colombia sabemos muy poco de ese asunto.

Omar fue el artista que muchos desearían ser. No falta quién se resista a aceptarlo como paradigma de lo que nuestro malogrado país puede generar casi por error, aunque lo necesite desesperadamente, en el arte y en otros campos.

Puede que su talante fuese un tanto malgeniado. ¿Qué colombiano y ciudadano del mundo que tenga dos dedos de frente y los cinco sentidos puede evitar la irritación que produce la complicidad con que millones de gentes parecen convivir y estar conformes —y de acuerdo— para que nada mejore en el país, sobre todo después de saber —y Omar es un caso concreto— que el destino es susceptible de mejorarse con trabajo duro, determinación, dedicación, honestidad, y convicción?

En Colombia, el que no roba deja robar para que algo le toque. Todo se roba: plata, honra, y reconocimiento; y cuando el robo no se condona directamente, se participa en él haciéndonos los desentendidos. Creo que fue José Saramago quien dijo que solo los pesimistas pueden cambiar el mundo porque los optimistas están contentos con la forma como está. Yo no me atrevería a decir que Omar era pesimista. Lo que sí sé es que nunca estuvo conforme con el estado de las artes en Colombia.

Con su imponente físico, Omar parecía uno de esos árboles solitarios cuya frondosidad y vitalidad abruman en medio de un paisaje caracterizado por la pobreza de lo aledaño. Su presencia colmaba sin envidiar otros de su clase, especímenes propios de ambientes más saludables y equilibrados, y mejor cuidados. Por eso se sintió tan a gusto en Nueva York, en São Paulo, en Tokio, pero también en Roldanillo. Todo lo que hizo —y si no saben, averigüen— se caracterizó por la misma contundencia que evoca su apellido. Y el trueno se escuchaba por todos lados.

Su labor en lo artístico y en lo social–comunitario es ejemplo. Cómo pudo lograrlo, es casi un misterio —al menos para mí, que soy menos suspicaz de lo que quisiera—. De lo que sí podemos estar seguros es que no tuvo que ver nada con la suerte sino con inteligencia, constancia, magnanimidad, imaginación, grandeza de corazón, humanidad, sensibilidad, y amor por su profesión y su gente. Omar fue ese artista privilegiado que hace que otros tengamos derecho a no sentir tanto amor por un país que nos obligó a vivir exilados como si hubiera sido nuestra escogencia.

Es cierto que Omar Rayo no es un caso único en Colombia, pero sí uno muy particular. Lo que pasa es que cuando juntamos todos esos casos, el número sigue siendo muy pequeño en relación a una población con millones de mediocres.

La vida es una suma de alegrías cortas y pesares indefinidos. Y cuando uno es artista, la suma se convierte en multiplicación, y el resultado sale de una vez con exponente. Ahora debemos añadir la muerte de Omar a esa despensa de contrariedades. No faltaron premoniciones. Regresó a Colombia para que enterraran su cuerpo, en su tiempo, en sus términos, en su pueblo, en su museo. Finalmente, parecería que nunca se fue. Hasta se preparó dejando a otros afuera contagiados del mismo entusiasmo y empeño por continuar los emprendimientos en que siempre creyó. Muchas gracias, Omar.

Hay adioses que se dicen con fastidio, y con melancolía, aunque lo primero tiene más chance que lo segundo de esfumarse con el tiempo. Hagamos de cuenta que, en este caso, es más bien un ‘Hasta Luego’.

Omar deja muchas cosas maravillosas y millones de razones para recordarlo con respeto, cariño, simpatía y nostalgia. Menos mal que recordar es la oportunidad de revivir por un momento lo intangible y en esa forma, la felicidad y la tristeza tienen otro chance. Por ese lado al menos, Omar continuará vivo. Y ni hablar de su obra plástica, consignada por derecho propio en la historia del arte.

Ante lo irremediable alegrémonos por la fe inquebrantable y lealtad incondicionales que hacia el arte, Omar Rayo profesó. Razones por las cuales hoy nos reunimos en Nueva York, su hogar adoptivo, para celebrar su vida. En el imaginario artístico de Colombia y el mundo, el arte fue para Omar Rayo su única religión y no hay duda que ahora es su cielo.

Washington D.C. Diciembre 2010

Entrevista a Omar Rayo. Cortesía de Buen Plan. Pulse para ver el vídeo:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=GwslocXk6A8[/youtube]
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* Este texto fue escrito por Félix Ángel para el servicio fúnebre en honor de Omar Rayo que se llevó a cabo en Nueva York, varias semanas después de su fallecimiento. El texto fue leído parcialmente y aparece en Revista Cronopio en su versión completa por primera vez.

Félix Ángel nació en Medellín, Colombia. Bachiller del Colegio San José en 1966. Ese mismo año, comenzó sus estudios de pintura y dibujo en el Instituto de Bellas Artes de Medellín. Obtuvo una beca paras seguir con sus estudios en el año siguiente. No obstante en 1967, decidió estudiar en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional. Se graduó como arquitecto en 1974. Durante su cuarto año en la Escuela de Arquitectura (1971) recibió el Primer Premio en el Segundo Salón de Arte Joven, una competición realizada en el Museo Zea, ahora conocido como El Museo de Antioquia.

En 1975 fue contratado como Director Creativo y Artístico de Leo Burnett y Novas en Medellín, pero renunció para concentrarse en la realización de su primer novela titulada como Te Quiero Mucho Poquito Nada», ilustrada por él mismo y publicada con sus propios recursos. El libro lo llevó a ser reconocido en toda Colombia. En 1976, gracias al apoyo del Museo El Castillo, publicó su segundo libro titulado «Nosotros: un trabajo sobre los artistas antioqueños», un estudio sesudo sobre los artistas contemporáneos de Medellín. En 1977, se estableció en Washington D.C. Félix Ángel ha presentado más de 100 exhibiciones en Argentina, Colombia, Costa rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Panamá, Perú, Puerto Rico y los Estados Unidos. Ha participado en más de 300 exhibiciones internacionales en Occidente y Europa. Ha recibido numerosos reconocimientos: sobresalen el Premio de la Bienal de Ciudad de México (1980) y Montevideo, Uruguay (1981). Sus colecciones artísticas se pueden apreciar en the Bass Museum en Miami, the Blanton Gallery de la Universidad de Texas, The San Francisco Museum of Art, The Detroit Institute of Art, the San Diego Museum of Art, Riverside Museum of Art, Washington D.C.´s Art Museum of the Americas (OAS), y el Essex Collection of Latin American Art, en Inglaterra.

Ha realizado reconocidas obras públicas en concreto, metal y cerámica en Medellín y Pereira, incluyendo murales de las estaciones del Metro de Medellín. En 1978, se unió al Museo de Arte de las Américas de la Organización de Estados Americanos (OEA), primero como asistente del director José Gómez Sucre, luego como diseñador de exhibición y luego como curador de Exposiciones Temporales hasta 1989. Fue el coautor en 1988 de «El Espíritu Latinoamericano: el arte y los artistas en los Estados Unidos». Para el Museo de Arte de Bronx, actuando como curador de dos de las seis secciones de la exhibición del mismo nombre. En el 2008, publicó el texto «Nosotros, vosotros, ellos: memoria del arte en Medellín durante los años 70». Ha publicado numerosos artículos y ensayos en español, portugués, alemán, francés, italiano, incluyendo ensayos para el Catalogo del Pabellón Latinoamericano de la 51 y 52 Bienal de Venecia.

Ha sido curador de más de 100 exhibiciones internacionales en Occidente: España, Francia, Suecia, Noruega, Italia y Japón en las que ha escrito sus catálogos. Ha sido consejero de numerosas instituciones artísticas del Caribe, Latino América y los Estados Unidos. Fue editor del Libro de Estudios Latinoamericanos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (2000–2010). En 1992 fue llamado por el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington para implementar el IDB Centro Cultural. Ha sido el curador y director de dicho organismo desde el año 2000.

1 COMENTARIO

  1. Al leer este gran homenaje que le hace el maestro Félix Angel al Maestro Omar Rayo… Se comprende y siente como propias las luchas, no pocas además y desiguales por doquier, que el artista colombiano tiene que enfrentar, como otrora le tocó a nuestro recordado Maestro Rayo….POR QUÉ????????Porque somos así? Recordando la frase tan oportuna e y sagaz de Martín Cochise Rodriguez «EN COLOMBIA SE MUEREN MÁS POR LA ENVIDA QUE DEL CORAZÓN»!

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