UNA CARTA A CORTÁZAR
Por Luis Jaime Ariza Tello*
Hay momentos en que uno decide poner algunas de las cartas sobre la mesa; cartas ciertas que se escriben pretextando un diálogo con los amigos ciertos, única forma de entablar conversaciones con uno mismo, de escucharse y hacer posible la autoconfrontación, la puesta en crisis, recurso de apoyo para atreverse a dar la vuelta a la esquina que tanto aterra porque no sé, porque no quiero, porque es tan cómodo aquí sin tanto tráfico y con pocos transeúntes.
Y, claro, se trata apenas de unas cartas, de ésta que vos podés leer como cuento, como fragmento de la novela que se sigue escribiendo y nunca acaba (que vas a leer en la suma de muchas lecturas, por vía de otros que de alguna manera comprenden, y justo en este momento afirman la complicidad que nos acerca sin conocernos, y saben que subterráneamente se va llegando a la esperanza, que es siempre lo último que se gana), cartas como aquellas que se despachan con la idea de que van para otros destinatarios aún sabiendo que sólo hay uno, el mismo, él, vos, yo.
Las versiones sobre lo que llamamos realidad siguen siendo confusas: por un muro que se derribó (Alemania, 1989) hay mil fusiles que se estrenaron, y los alemanes hablaban de reconciliación mientras los checos fratricidas, en otros andenes, dijeron que al comunismo le darían entierro de tercera, y tras las banderas de unas independencias, millones de zapatos caminan hacia nuevos aplastamientos (pero sigue viva la idea de una vida distinta, de hacer algo más que sólamente joderse los unos a los otros y cada quién por su propia cuenta y riesgo); barriguitas como globos han desafiado la pretensión de palabrejas manidas, como progreso y bienestar, y las moscas cuelgan sus cagarrutas de las imágenes compuestas y solemnes de aquél y de éste presidente; hoy sigue temblando más donde hay menos, el fuego arrasa la posibilidad de cielos y la lluvia inunda la calidez de los pueblos que sólo tienen sueños para construir sonrisas; la decencia continúa cometiendo los mas burdos atropellos.
Y, sin embargo, un abrazo clandestino, la amistad pura que sólo pueden dar el no saber y el no tener. Aún se invaden jardines para que el amor sea un hecho, secretos códigos indican con gestos cómplices y no intencionados que irse es siempre también llegar; un pintor juega al trompo con los niños y abundan candidatos para jodas de fasos y fofos y tragedias con final feliz.
Aquí en la tierra —diría Chico, el Buarque— cantan aún la Tana y hasta hace poco Mercedes, y Joan Manuel y, hace relativamente poco, aún Atahualpa; hace unos días hubo Polanski en la tele, los «piantados» se burlan de las ceremonias; todavía algunos se atreven a saltar con todo el peso de casi cuarenta años una rayuela sobre la playa hermosa de luna y fuego del Cabo de Manglares (en Colombia, para que te hagás una idea de lo que puede la gana), y amoran el perdor, sabedores de que las únicas certezas provienen de lo que irremediablemente ya pasó. El láser disipa las arenas de la bakelita y el acetato, resurgen la risotada de Satchmo y el scat de Ella, Charlie Parker entra en tu casa y desordena conceptos musicales, y los pentagramas no alcanzan, no alcanza el brandy ni alcanza la noche.
Sin embargo, seguimos solos o confundidos, o tristes en mil noches, Horacio. Pocas veces la tregua y ninguna el Edén; apenas atisbos de un posible paraíso que vale por pensable, porque hay ese texto y aquella sonrisa, porque a veces hay absurdos y todavía sorpresas, el guiño en la inocencia de los chicos o en la confianza de los locos. Y seguimos solos porque se despreció la oportunidad de saludar al vecino, porque el vecino tiene su casa y su mujer y sus hijos y su trabajo y su tiempo, porque nos cuesta tanto bajar del tren de la Gran Costumbre o, como dijo el otro, dejar de estar sentados.
No te perdés nada, ché, si bien te perdés todo. A uno le va dando la rumia por mascar chiclets ontológicos, y vamos del tango a la sinfonía sin saber de los mecanismos de transición entre la mesa llena de botellas y el frac. Al final ni sabemos qué tan distinto sería no estar. No, definitivamente no hay cómo sentirse satisfechos, algo como una añoranza hacia adelante y un deseo en contravía pugnan por el futuro que quisimos y un pasado que no sabremos.
Y éso es todo. Para qué noticiar al estilo de rotativas y canales y radiodifusoras o la oficina de prensa de…; ambos sabemos (sabés vos, que leés ahora, y vos también sos vos) que verdades a medias equivalen a mentiras completas cuando se trata del prójimo y sus circunstancias, que a veces resulta más productivo confirmar el malestar y el deseo que trabajar por la jubilación o pagar un seguro. Imagínate el resto, que vos también sabés.
“Me caigo y me levanto” de Julio Cortázar. Pulse para escuchar el audio:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=PMWonO8jsdU[/youtube]
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* Luis Jaime Ariza Tello es Comunicador Social y Sociólogo de la Universidad del Valle, actualmente vive y trabaja en Bogotá como profesor de la Universidad Central y del Politécnico Grancolombiano. Coreo-e: lujarte@yahoo.com