Sociedad Cronopio

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¿ES SOSTENIBLE EL CAPITALISMO?

Por Julio Alguacil Gómez*

Estamos instalados en un enigma que marca la enorme incertidumbre que vivimos y que nos llama, sin demora, a anticipar reflexivamente hacia dónde vamos. ¿Podrá el capitalismo superar la crisis socioambiental? Apuntamos desde aquí algunos factores que intervienen en la siguiente proposición: la absoluta incompatibilidad entre producción capitalista y ecología.

El modelo convencional de crecimiento destruye, continua e irremediablemente, nuestro hábitat, pero también, simultáneamente, destruye culturas, territorios, comunidades, economías no capitalistas, generando pobreza e incrementando la distancia social como nunca antes en la historia de la humanidad. Estas tendencias además se han acelerado sobremanera en los últimos treinta años con el auge del neoliberalismo, en una última etapa de acumulación capitalista que el geógrafo marxista David Harvey ha denominado como acumulación por desposesión y que de facto ha permitido difundir el modelo al conjunto del planeta.

Modelo que se reproduce paradójicamente a través de una incesante acumulación, y centralización, por un lado, y en una continua diferenciación, y separación, por otro. Esta paradoja se extiende también al dilema objetividad / subjetividad de tal suerte que la perspectiva objetivista que representa explícitamente el capitalismo, como separación del sujeto del objeto (del hombre de la naturaleza, por ejemplo), conlleva implícitamente una ideología y una cultura exclusiva y excluyente que socava las bases de su propia reproducción. Esta forma de acumular produce una extrema mercantilización que coloniza todas las esferas de la vida (privatizaciones de los servicios públicos, apropiación de la gestión de los recursos naturales…) y conlleva la concentración de la riqueza en cada vez menos manos y la extensión y profundización de la pobreza, mientras, que la diferenciación ha llevado a la segregación de los espacios, de los sujetos, de las ciencias.

Esta acumulación expansiva se ha acelerado por el fabuloso desarrollo de las nuevas tecnologías. La fascinación por la tecnología ha creado la falsa ilusión del control sobre cualquier situación imprevisible, la fe ciega en la tecno-ciencia ha reforzado esa creencia que proclama que no hay que preocuparse por los problemas del futuro ya que la ciencia y la tecnología serán capaces de afrontar cualquier desafío de la humanidad. Sin embargo, el problema no es tecnológico, sino cultural, de quién y cómo se usan las tecnologías en función del modo de vida, es decir, es un problema fundamentalmente de los valores y la cultura dominante.

Decía el sociólogo Inmanuel Wallerstein que «no hay salida», ya que los poderosos no tienen incentivos económicos y políticos para el giro necesario. La apuesta por la ecología (que también es una apuesta por la equidad) compromete el incremento de la tasa media de ganancia lo que le impide corregir su orientación autodestructiva, le inhabilita para reflexionar sobre los impactos a largo plazo y en promover estrategias de vida para todos los habitantes del planeta. Su objeto y objetivo es maximizar esas ganancias y la cultura construida le empuja a una expansión y acumulación sin freno. Ese proceso presenta múltiples disociaciones, pero en particular nos interesa el individualismo metodológico que motiva este paradigma cultural. Una cultura del individualismo que se edifica sobre dos factores que inciden directamente sobre la insostenibilidad ambiental y social del modelo: la propiedad y la competitividad.

El derecho de propiedad en sus orígenes, en el contexto revolucionario de la Francia de 1789, se encuentra vinculado al derecho de libertad, como un derecho natural del hombre que está adscrito a la satisfacción de las necesidades para la subsistencia, en un contexto donde el dinero era un instrumento para el intercambio de bienes y no un objeto y objetivo en sí mismo. Si bien el desarrollo del derecho de propiedad vinculado al modelo económico va abandonando su función social para acoger un destino meramente lucrativo que viene a transferir el derecho de propiedad del ámbito de la satisfacción de las necesidades humanas al campo de los deseos ilimitados.

Considerando que el desempeño de cualquiera de los derechos humanos no puede ir en menoscabo del cumplimiento de cualquiera de los otros derechos, hay que considerar que el derecho a la propiedad no puede ser ilimitado, ni opulento. Cuando el derecho de propiedad impide, limita o amenaza otros derechos humanos individuales o colectivos deja de ser un derecho para ser un privilegio inhabilitante para la satisfacción de las necesidades humanas de otros (entre ellas la de libertad) y se sitúa, en consecuencia, en el ámbito de las preferencias ilimitadas que son social y ecológicamente insostenibles, ya que atienden irremediablemente a la propia subjetividad del propietario. Así, la propiedad que excede, en un determinado umbral, la satisfacción óptima de las necesidades propias, va en detrimento de los derechos de los otros que no pueden por ello satisfacer las suyas adecuadamente. Es decir, la propiedad deja ser un derecho cuando es excluyente, cuando deja de ser universalizable.

De su lado, la competitividad es el motor que mueve todo el sistema de producción y consumo basándose en una ideología como el darwinismo social que asemejando la vida animal y la vida social viene a preconizar que si se deja que las personas compitan libremente, los más preparados, esforzados… terminaran destacando sobre los demás, produciéndose así una selección natural que permite la prevalencia de los mejores, la sociedad, entonces, experimentaría un crecimiento continuo. La competitividad ha contaminado todos los ámbitos de la vida social llevando la agresividad, la confrontación, la dominación que le son propios, a todas las escalas. La competitividad se ha ido incrementando hasta sus máximas consecuencias sin reparar en los medios utilizados y en los daños provocados, y lo que es más grave, ha convertido una ideología en una cultura que ha enraizado en un modo de vida de referencia que motiva el culto al triunfador y al consumo opulento.

La afección sobre el medio ambiente viene determinada porque la extrema fragmentación hace de cada individuo una unidad de capital que mira su propio beneficio y lo demás son instrumentos a usar lo más gratuitamente posible, sean estos sujetos o recursos naturales, sin considerar los costes externos, que provocándose particularmente afectan globalmente a todos.

De este modo, la combinación entre una propiedad excluyente y la dinámica competitiva parece arrastrarnos a una trayectoria que presenta una inercia imparable y se muestra inhábil para usar los recursos naturales sin exceder su capacidad y, por tanto, se hace insostenible a medio y largo plazo al preconizar un modelo de consumo que consume anticipadamente el futuro.

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* Julio Alguacil Gómez es Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid. Es autor de los libros Calidad de vida y praxis urbana: Nuevas iniciativas de gestión ciudadana en la periferia social de Madrid, y Equipamientos municipales de proximidad: Plan estratégico y de participación, y ha editado y coordinado, entre otros, Poder local y participación democrática; Ciudadanía, ciudadanos y democracia participativa y Ciudades habitables y solidarias.

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