FACUNDO PIERES, EL ÚLTIMO CRACK DEL POLO ARGENTINO
Por Alejandro Aguirre Alzate*
Lo dice sin anestesia: «Yo no escogí dónde nacer». Pero Facundo Pieres Soler vive a 70 kilómetros de la vida real. Esa vida de agite, digamos, al medio día en la estación de Constitución o al caer la tarde en el Obelisco. Si algún día lo vivió y lo sintió se lo inventó en un sueño y no se enteró.
‘Facu’ —como le dicen los suyos— vive entre álamos que apenas retoñan en el inicio de la primavera, eucaliptos sin aromas, campos verdosos de polo como tapices y pájaros abrigados entre pinos que hacen de las madrugadas despertares musicales como si fueran jardines babilónicos.
Aquí, en Pilar, donde estoy, 50 años atrás eran campos para ganado lechero y desde hace unos 30 se acondicionaron countrys, campos de polo, hoteles de lujo y ofertas inmobiliarias que suman millones de dólares que no parecen detenerse. Aquí, con este paisaje aromático, es donde el polista la pasa bien.
Facundo me recibe con una sonrisa sostenible a bordo de su jeep Cherokee negra en la entrada de Ellerstina, el refugio de la familia Pieres y del equipo de polo que lleva el mismo nombre. Aquí, hay siete campos de polo, varias construcciones de una sola planta y mucho aroma a caballo sudado.
Frente a este refugio está el Club Centauros, un country acogedor de amplios pastizales donde viven todos los Pieres y en cuyas casas colosales y de corte medieval cabrían dos generaciones enteras.
Entonces, paso a Ellerstina y me siento en un comedor con horizonte afable: tacos de polo enumerados y colgados en un cuadro, un desfile de caballos y una fotografía a blanco y negro de la última victoria del equipo: el Abierto de Palermo del año pasado. Me invita a seguir.
«Vivo feliz en el campo», dice el polista y considerado hoy uno de los mejores y más mediático del mundo. «Yo me he pasado toda mi vida en Pilar. No sé en qué otro lugar pueda estar mejor, pero aquí soy yo». Y es él.
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—¿Cómo fue ese primer encuentro de niño con el caballo?
Me subí al caballo muy chico, pero sentí miedo. No fue amor a primera vista, pero a medida que montaba, que veía jugar, se hizo el camino y ya no me quise bajar. Sentí libertad.
—Entonces, ¿se podría decir que fue algo impuesto o al final fue elegido?
Ambas cosas. Mi padre jugaba, mis primos, mis hermanos, todos jugaban al polo y era lógico que pensara en eso, pero me obligaron a jugarlo. Al final lo escogí y por suerte elegí. Hice otros deportes como golf y tenis, pero estar rodeado de buenos jugadores en el polo se facilitó para jugar y terminar dedicándome a esto.
—¿Qué tan definitivo ha sido su padre Gonzalo en el polo?
Una de las virtudes que tuvo fue que jamás me obligó a jugar. Siempre fue muy callado, no opinaba y sentí libertad por parte de él para escoger qué hacer con mi vida. He visto a muchos padres con tantas ganas de ver a su hijo en el polo que terminan arruinándolo para el deporte. No sé si alguna vez quería seguir el camino de mi padre, pero todo en el polo ha salido por amor propio.
—Y cuando aparecen las comparaciones…
Siempre fui fanático de mi padre. Cuando jugaba me ponía más nervioso de lo que yo lo hago ahora cuando juego. Ojalá pudiera ganar lo que él ganó, pero no lo veo como una competencia. Además somos jugadores distintos: mi padre jugaba más con la cabeza que con el taco. Yo le voy más al taqueo.
—Ahora la comparación es con Adolfo Cambiaso. ¿Le molesta que lo comparen?
Estamos hablando de uno de los mejores jugadores del mundo. Yo lo único que hago es no compararme. No quiero competir ni con Adolfo ni con mi padre. Si me pongo la meta de ser mejor que Cambiaso probablemente me vaya mal. Pero sé que somos los tres (con mi padre) mejores jugadores en los últimos 20 años
—Y cuando dicen que usted es el mejor polista del mundo. ¿Se siente algo diferente?
No me siento el mejor. Hoy por hoy hay 4 o 5 jugadores un escalón más arriba que muchos en Argentina. Ser el mejor no me cambia. Me gusta ser un jugador ganador y no pensar si soy primero o segundo.
—¿Quiénes son esos 4 o 5 jugadores?
Eso no se dice.
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Facundo es el tercer hijo —segundo hombre— de cinco de Gonzalo Pieres, polista de los años ochenta, y Cecilia Soler, ama de casa. Tatiana (la mayor), Gonzalo Jr., Nicolás y Cecilita (la menor) completan el resto de hermanos y la familia más mediática del polo argentino, solo comparada con los Heguy.
Hace dos semanas, Facundo regresó a Argentina luego de siete meses de jugar torneos en Estados Unidos, España, Inglaterra y Medio Oriente, donde hizo exhibiciones ante jeques árabes y multimillonarios. Sus hermanos Gonzalo y Nicolás lo acompañaron en esa travesía.
Desde sus 19 años tiene un handicap de 10 (nivel de juego de cada jugador) y un sinnúmero de torneos ganados. Hoy, en Argentina, no pasa de una docena los jugadores que tienen ese rango, el de 10. Tiene el sello de maestro, de jinete sin par, con estrategias sutiles, y de deportista incomparable.
Siempre lleva el número 3 en la espalda en su equipo, La Ellerstina. Según el World Polo Tour, Facundo es el sexto del mundo (Cambiaso es número uno y su hermano Gonzalo es tercero). Su palmarés en Argentina impresiona: dos victorias en Palermo, tres en Hurlingham, cinco en Tortugas, mientras en el exterior sobresale un US Open y un British Open.
Este año tuvo una mala temporada y en 5 años no ganó un solo torneo. Perdió una final en España, quedó eliminado en las semifinales de un torneo inglés y, por primera vez en su vida, no jugó con su hermano Gonzalo en un mismo equipo. Además, desde que anda cambiando de caballos, no le ha rendido mucho en su juego.
Pero aquí, en Pilar, se olvida de la temporada y asume la vida real argentina. Subirse a un caballo, jugar durante un par de horas al taco y a la bocha (pelota) blanca, saludar a los pocos niños que lo siguen, recibir visitas de extranjeros y andar en su auto el medio kilómetro que hay entre su casa y caballeriza.
«Un jugador de polo es aburrido, sin duda. No tiene otro entorno que no hable del tema. Se aguardan mucho en sus familias, casi no salen al mundo exterior y nunca se notan entre la gente. Facundo no es la excepción y por eso tiene una sola dedicación: jugar al polo», dice un periodista de una revista de polo.
No es raro entonces que Facundo jamás se haya subido al Subte o a un colectivo en Buenos Aires. O que no sepa, a pesar de su edad, 25 años, cuál sea el bar de moda en Las Cañitas, donde dice tener un departamento, y que es un sector exclusivo de Buenos Aires. Tampoco saber cuál es la canción que se baila en los boliches o el trago que más toman las mujeres al amanecer. No le interesa saberlo.
«¿Qué me ha dejado el polo? Me ha dejado cosas como bailar en un asado con Madonna, que es increíble y divertida; ser compañero de Rafael Nadal en un juego doble o asistir a un recital privado de Rogers Waters y David Gilmour donde solo éramos 50 personas», recuerda.
Tiene como amigo personal al tenista Juan Martín del Potro, ha tenido sonrisas con la Reina Isabel de Inglaterra, amoríos con la modelo Paula Chavés y este año la marca de relojes Hublot lo escogió para que fuera su imagen y viajó a Saint Tropez para tomarse las fotos y celebrar. Jeep también lo patrocina.
Sus yeguas para jugar al polo pasaron de llamarse ‘La Mecha’, ‘La Isygo’ y ‘La Puky’ a ‘La Farándula’, ‘La Top Model’ y ‘La Pasarela’. Un parafrenero me dice que el polista se ha vuelto más frívolo con esos nombres porque quiere salirse de esos títulos nobles de las yeguas que solo les gusta a los viejos.
Dicen que puede alcanzar en dinero los 3 millones de dólares al año —entre patrocinadores y victorias—, algunos piensa que podrían ser mucho mayor porque lleva muchos años en el circuito europeo del polo. «Es una referencia en el polo mundial, y anualmente lo llaman para que integren sus equipos», agrega el periodista.
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«Yo conocí a Facundo cuando jugaba al polo en bicicleta, con un taco y una bocha», dice Luis Alfredo Ventanilla, el jefe de guardias de la Ellerstina. «Tenía 12 años y esa era su vida. No lo he visto hacer otra cosa, y seguramente no hará otra asunto importante en su vida», asegura.
Ventanilla ha pasado los últimos 13 años al lado de la familia Pieres. «Todos tiene una gran amistad, son muy amables, callados, hacen sus fiestas sin escándalos y jamás tiene uno problemas con ellos, ni los empleados más comunes. Se les quiere. Además, los chicos son buenos», añade.
Cecilia Soler, la madre del clan, piensa algunos segundos para describir a su hijo, pero le es casi imposible. «No tiene defectos, seguro que no. Mis hijos son tranquilos, sin líos, son callados. No me preguntes cosas que no pueda contestar. Soy la madre y no le veo nada malo. Facundo es divino».
«Que jueguen con la pelotita blanca es suficiente». Así justifica la madre los éxitos de sus hijos en el polo. «Yo se lo gritaba a mi esposo, a mi familia, a mis amigos. Pedirlo no era nada milagroso porque todos alrededor jugaban, pero lo hacía para que se dedicaran a algo».
Cecilita, la hermana menor, agrega que Facundo es el más familiar, el que más ama a los niños y el que más duerme de todos. «Tiene un éxito enorme con las mujeres. Ahora tiene nueva novia (Agostina Werniker) que no es nada mediática. Pero de que no le faltan, no le faltan las mujeres.»
Su hermana dice que es muy caballero, como ir con la misma persona a Palermo la primera vez que va. Otra superstición es jugar siempre con medias de colores o coloradas, como él las llama. Pero Facundo dice que ha ganado y perdido con las medias salpicadas de tonalidades, pero tampoco se las quita.
Sus gustos son simples: una milanesa con papas fritas lo emociona, un taco de polo nuevo aumenta su colección y su ego —«muy pocos tiene estos tacos»—, que ascienden a unos 80, a 100 —«ya perdí la cuenta»—y descansar en Pilar luego de un entrenamiento para ver una película lo tranquiliza, así nunca venga a Buenos Aires.
Ahora lee ‘Un niño con el pijama de rayas’, del escritor inglés John Boyne, una historia en el campo nazi de Auschwitz. Dice que ha comenzado a leer porque antes no lo hacía. «Me relaja». Quiere tener hijos, una familia como la que le brindaron sus padres y seguir en Pilar, su refugio.
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En Pilar, un aviso en la zona céntrica, sella la suerte de este pasaje bonaerense: ‘Solo aquí juegan los que tienen dinero, caballos y juegan bien al polo’. Parece perfecto para la familia Pieres cuyo refugio Ellerstina es conocido, lo han escuchado, pero jamás hayan visto o tratado a algunos de ellos.
«Hay que vivir y sostener ese nivel económico que es de estratósfera», me dice Carlos Biffini, quien ha arreglado campos de polo. «Por aquí nunca lo he visto, pero sé del complejo de Ellerstina, uno de los más modernos y con varios campos de polo entre los mejores del país».
Cuando es temporada de polo en Buenos Aires —septiembre a diciembre— los diarios escasamente lo registran y casi nadie sabe de los éxitos de Facundo en Europa. Los polistas, dice Biffini, son más conocidos por lo que hacen en sus vidas privadas que por sus logros deportivos.
Carlos Beer, periodista del diario La Nación, escribió que Facundo es un jugador excepcional. «Es solo una cuestión de gustos personales. Para algunos puede estar entre los cinco mejores del mundo. O, para otros, ubicarse entre los tres. O, si no, solo ser superado por Adolfo Cambiaso».
«Facundo nació para jugar al polo. Más allá de la tradición familiar, nació para eso. Su calidad se vio desde sus primeros tacazos sobre un caballo, desde muy pequeño. Se lo vio ‘distinto’ desde chico. Su hermano Gonzalo es más pensante. Él es temperamento puro y encima tiene calidad de sobra. Todos lo señalaban, en sus inicios, como el sucesor de Adolfo Cambiaso», sostiene Debora D’Amato, periodista de Olé.
Guillermo J. Azpiroz, importador de artículos y socio del almacén Fátima en Palermo, recuerda que ha intercambiado un par de e–mails con Facundo y que ha ido a su almacén. «Me pareció un tipo sencillo, práctico, que habla poco. Vino, preguntó por un artículo de polo y no fue más».
Para Azpiroz, ‘Facu’ no tiene la dimensión de Cambiaso y duda que la llegue a tener. No le gustan las comparaciones. «Sé que lo comparan, pero Adolfito es más completo. Hay un video en Youtube donde Cambiaso juega con la bocha en la caña del taco, algo increíble. Facundo aún no lo hace».
Mariano Ryan, periodista de Clarín, agrega que Facundo es un jugador poderoso que va bien en la estrategia, en ubicación de campo y en el taqueo. «Es muy difícil encontrar alguien tan bueno en tantos aspectos, pero él lo reúne y puede llegar a estar entre los grandes porque aún es joven».
Facundo dice que jugará hasta los 40 años y dice que cuando esté en los 35 jugará su mejor polo. «Hasta los 40 puedo ir y tener un nivel de primera y a los 35 jugar al máximo (Cambiaso tiene esa edad). Pero por ahora hay que disfrutar de esta edad y ganar todo lo que se pueda. La vida es muy larga».
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La perfección irrita. Facundo se levanta un momento. Un veterinario lo llama y le muestra una yegua herida en una pata trasera. El animal sangra. El polista me dice que no es nada. «Pasa mucho. Ahora estoy cambiando de caballos y ese tránsito es complejo porque debo conocer el animal. Tengo que estar allí, que la yegua sienta que estoy con ella». Regresa y se queda en silencio. Piensa.
—¿Cuál sería su epitafio? —le pregunto.
—Me mataste… Pero no sabría. Quiero vivir hasta viejo; aún no lo he pensado. Me faltan 80 años de vida.
—¿Qué le aburre de esta vida?
—…
(Piensa un rato. Mira a su alrededor: arriba, abajo, a los lados. Pasa su mirada por el campo de polo, por los tacos, por las yeguas que pasan al lado y por algunos trofeos que hay allí, cerca del comedor).
Me aburre no ser el mejor.
Una entrevista de Tucán Pereyra Iraola a Facundo Pieres. Cortesía de Primerchukker. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=URoHjfFCG2U[/youtube]
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* Alejandro Aguirre Alzate es corresponsal en Argentina del diario El País de Cali. Ha sido periodista de los diarios El Tiempo, 7 Días y Diario Deportivo y ha publicado en la Hoja de Medellín. Estudió en un Taller en Fotografía Digital de la Universidad de Palermo, en Argentina. Es master en Periodismo de la Universidad de San Andrés y el Grupo Clarín en Argentina. Twitter: @AlejoAguirreA