LA NOVELA Y EL PARARREALISMO
Por Miguel Alavalcívar*
Diría Ernesto Sábato, sobre novelistas y personajes: La diferencia entre un escritor que crea un personaje loco y un loco está en que el escritor puede volver de la locura. Ingenuidad de los que imaginan que Dostoievski es un personaje de Dostoievski. Entre la novela y la vida hay la misma diferencia que entre el sueño y la vigilia: el escritor cambia, disfraza la realidad para ejecutar actos infinitamente deseados.
Al momento de abrir un cuaderno y darle un fiel sentido de existencia a la pluma, el animal indomesticable que se autodefine como escritor, profundiza quizá su más preciado sueño, aquel de resolver las proximidades de la realidad alejándose justamente de ella; inconfundibles rasgos de autores como Bolaño y Cortázar, sólo por citar dos, en donde el salto sustancial era mucho más que eso, dejándose caer en la tempestad de la dialéctica existencial con la única convicción Guevarista de que otro mundo es posible. Aquella sensación de aparcarse a mirar las cosas, tomarse el tiempo adecuado para resolver el crucigrama cotidiano del día que pasó, o promover quizá una fábula digna de Kant para dejar una marca en el espejo que pocas veces amanece sin empañarse. La novela es, a mi parecer, apéndice de la realidad que delimita el ciclo imaginario de las cosas, usando y dejándose usar, besando y dejándose besar, disparando y dejándose disparar.
Autores de antaño que supieron juntar a las dos musas de la edad moderna: filosofía y literatura, como si estuviesen destinadas a morir cada cual por su lado; pocos, poquísimos, observaron la necesidad enorme del autor en referirse y adentrarse en la filosofía como único puente entre el hombre común y los libreros de Estocolmo que, muy bien sabemos, han vestido de frac a los libros que nacieron desnudos, por y para el pueblo.
No se puede negar en esta obra el incalculable aporte de Julio Cortázar, Jack Kerouac, Juan Carlos Onetti, Robert Zimmerman, Roberto Bolaño, Charles Bukoswki; no se podrá entender el imaginario sin cerrar los ojos y bajar las persianas. Es ahí, donde tanto el Realismo Mágico, el Surrealismo y el Infrarrealismo convergen como puntos cardinales moviéndose sobre un mismo eje; pero, ¿qué se observa en las vías laterales? nada, simplemente la verticalidad del lenguaje artístico que durante el siglo XX promovieron un hermoso desbarajuste en el común de los manicomios, la calle.
Joaquín Rubalcaba representa a ese prospecto de escritor con mañas de faquir y amante mentiroso. Esta novela es el resultado de una novela dentro de una novela dentro de una novela, arengando y trayendo a la mortalidad nuevamente el poco conocido «rose is a rose is a rose» de Gertrude Stein.
Antídoto que durante años de lectura pude encontrar ante tanta cosa contada y que en narrativa no servía para más que aceitar el lenguaje y engrosar las filas de sinónimos y antónimos de la bitácora personal.
Qué se obtendría de la novela como tal, sino fuera por los conceptos realistas contra la existencia empeñada en hacernos creer que sólo existe lo que se vive, como si con respirar fuera suficiente.
Dentro del espiral literario es adecuado encontrar aquellos lunares de escape donde el testarudo escriba encuentra aquel caleidoscopio para resolver sus enigmas y no volarse la sien.
Un detalle quizá esquivo para el lector sería el sentir desaliñado de Rubalcaba con las editoriales, justamente la novela empieza con un Joaquín Rubalcaba intentado ser fichado por alguna para publicar de una buena vez. En lo personal, este fragmento de la obra se escribe en los meses donde el abajo firmante no encontraba una ventana siquiera para entrar en algún sello editorial. No podríamos ni deberíamos negar la casualidad justificada y consciente al momento de crear, con el motor que empuja una etapa determinada, sería innoble y cobarde hacerlo. Decía Marcel Proust que la gente desea aprender a nadar y al mismo tiempo mantener un pie en tierra. Nada resume mejor al miedo.
La desazón de Rubalcaba transita en su opinión de que las editoriales representan el lado capitalista de la literatura, donde han vendido la idea de que sin ellas el escritor no podría vivir, siendo absolutamente todo lo contrario. Pero, a qué viene esta afirmación sino es para cazar patos.
Un personaje digno de una novela digna es un triunvirato que culmina en el estacionamiento del libertinaje paradigmático; tan fácil como intentar ver en una mesa de Bruselas a Kerouac, Cortázar, y Dylan, bebiendo un coñac. Tan fácil como planear un patético asalto bancario en París, o a sonar a mesías mientras se charla de política en la década del sesenta. El hombre, digno animal, razona todo en base a la carne que come (entiéndase carne: idiosincrasia).
Las estructuras sirven tan sólo de vestidos, y el jersey no tolera la belleza desnuda ni los suspiros de los que nunca respirarán bajo el mismo techo de quien los crea. Es un asunto de poder, o quizá de ceder poder, al igual que el enamoramiento; y realista también era el rey que reía en 1491 cuando le propusieron cruzar el Atlántico para llegar a la India.
El primer intento, no sabré si infructuoso, de mostrar lo aquí comentado, fue El mundo contado al revés. Ahora, después de tres años de la primera publicación, sé que debí afinar mucho más las cuerdas, corregir hasta el cansancio todo lo que pude haber corregido y no permitirme mostrar los horrores que ahora he encontrado después de largas noches de releerlo; pero, qué tal si como cuando se crece se cae y cuando se lee se queman las pupilas, la ortografía y sus salvoconductos impetuosos y omnipresentes de las mentes ordenadas y terriblemente aburridas, donde el espacio a la sorpresa está ya muy lejos.
Los capítulos desordenados, rememorando a Rayuela, recuerdan lo que según Valéry era el orden: un desorden dominado. Nunca he concebido a la literatura y al arte en general como creación simplemente, sino como vivencia completa del artista, no se puede perseguir a un león dormido como un Vargas Llosa buscando un Nobel.
Pensar en libertad es atarse a esa palabra, acaso por la definición temprana que bloquea el puente con lo intangible; se piensa en ella como si fuera un taxi que nunca se alcanza, y quizá por eso la nostalgia de que nunca llegará. En el Pararrealismo la libertad no es un fin, es una luciérnaga que se acomoda en el carril contrario. Las doctrinas y sistemas filosóficos no dejan mayor espacio para tal palabra, la libertad debería ser innombrable, como el eco de los caracoles. Ese eco siempre está oculto, haciendo nido con sordina.
En filosofía es el ruido lo que mueve al cerebro, y en el Pararrealismo es el orden el que pone semáforos, mientras que en la realidad cotidiana casi nunca se puede desvirtuar todo porque se pretende simplemente intentar conocer, mas no descifrar.
Para mí, el secreto está en oponerse a las definiciones y desarrollar variables que no esquematicen tanto la existencia.
Las librerías se acercan mucho a los supermercados, encuentras libros de cocina y hasta de algún gurú cualquiera como Deepak Chopra, incluso de magos como el maestro Jodorowsky, pero la gente ya no lee, sólo mira palabras como si fueran columpios. Es una irracionalidad según el común de los sentidos, y las opiniones populares tienen un costo, y ese costo lo pagó muy caro el comunismo.
Lo importante aquí es hablar, no existe mejor ruido.
La libertad no es el otro sitio, la otra orilla, libertad es el salto. Ese salto perpetuo, justamente como decía Sartre: el presente es perpetuo. Aquel salto es necesario, los modales fueron un salto de domesticación para un animal como el hombre, pero aquel ya no comprende el próximo.
La vida es dialéctica, pero para mí, es una dialéctica horizontal, entre ideas y realidades, de allí el término Pararrealismo.
Hay escritores que ejercitan muy bien la ortografía, y sus mentes conjugan muy bien los verbos, han desarrollado una dialéctica vertical, ¿de qué les sirve? Quizá para algún Premio Nobel, poca cosa.
Para pertenecer al Boom hay que precisamente hacer boom, y ¿cómo se logra? Viviendo y escribiendo dialéctica/horizontalmente.
La filosofía no puede ser más una materia aburrida de Universidad, debe ser un manicomio, y como en todo manicomio, los locos están fuera. Es así como los campos, las realidades dialécticas/verticales se mueven, como gusanos espirales.
La novela, como pastilla para escape. La novela, como experimento de vida y no como creación solamente. La novela, como revólver para darle caducidad a la realidad.
Diría Baudelaire: «À propos du sommeil, aventure sinistre de tous les soirs…»
Realidad: ese sueño que corre, atado a la percepción.
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* Miguel Alavalcívar ha realizado trabajos dentro de la poesía y la narrativa, los mismos que se recogen en sus publicaciones: «Universo paralelo», «Amada Inmortal», «El mundo, contado al revés» y su reciente «Prozac: un libro a cuatro manos». Colabora con Revista Cronopio de Colombia, plasmando su arte por la senda del pensamiento crítico a la sociedad catatónica. En su última obra, Alavalcívar, descarta la tentación de dramatizar el dolor, omitiendo fingir un viril estoicismo, siendo más bien el solitario y lúdico espectador del mundo multiforme. Cerca de sus manos siempre hay una canción de Sabina, un cigarrillo, y una mujer. Cimarrón y vernáculo, nos presenta su último trabajo. No posee un estilo académico ceremonioso, por el contrario, es sencillo y corto pero no cortado, perspicuo en ocasiones, su lectura es de la más anfetamínica adicción, con personajes que van desde lo abyecto y miserables, no por las circunstancias casuales y arbitrarias del autor, sino las causales de una sociedad comprimida, copada y deshumanizada. La norma «sin-táctica» es planteada en está afilada historia, trenzada desde las periferias con los hilos del exceso hedónico. Los personajes se desplazan por lugares, historias, autores y canciones en un movimiento cinematográfico dentro de las pupilas alfabéticas de sus lectores, experimentando un constante in crescendo. Haciendo catarsis artística, su autor descarga, toda su crítica a las estructuras y sistemas pre concebidos y aceptados, destrozando los cimientos conservadores del statu quo de la literatura. ALEJANDRA PESÁNTEZ ESCRITORA QUITEÑA BUENOS AIRES – ARGENTINA