Literatura Cronopio

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Mudo

DETRÁS DE LAS RESPUESTAS DEL MUDO

Por Diana Hidalgo*

«En cada lector futuro, el escritor renace» JRR.

En el año 1971, el periodista y escritor Abelardo Oquendo le hizo una encuesta a Julio Ramón Ribeyro para publicarla en su libro «Narrativa peruana 1950–1970» (libro que contiene encuestas a 14 narradores peruanos). Además de esta encuesta, Oquendo compartía una amistad presencial y por carta con Julio Ramón. Desde comienzos de los años 70 comenzaron a intercambiar cartas por un período de alrededor de 10 años (correspondencia que se conserva íntegra en el fondo de literatura de la Universidad de Princeton). Pero se conocieron exactamente en los años 50 mientras ambos hacían estudios en la Universidad de San Marcos.

Amistad que llevó a Ribeyro a pedirle que presentara su libro en 1992 —el cuarto tomo de «La palabra del mudo»—, en la Municipalidad de Miraflores. El pasaje que se relatará a continuación ha sido de conocimiento, hasta la fecha, tan sólo por las personas que estuvieron dentro del recinto esa noche.

16 de junio de 1992. Abelardo Oquendo llega de prisa a la Municipalidad para presentar el libro. Con las justas puede pasar porque desde hace horas se habían congregado cientos de personas que gritaban a vivas voces ¡Ribeyro es del pueblo y no de la Oligarquía! ¡Julio es del pueblo! A la hora indicada, Alberto Andrade (alcalde del distrito en ese momento), abre la ventana del balcón para que Ribeyro —que estaba profundamente nervioso— de unas palabras para la muchedumbre que lo esperaba afuera desde hace horas. Ribeyro dijo unas pocas palabras y cuando acabó la ceremonia, se abrió la puerta de la municipalidad y toda la gente que estaba afuera empezó a empujar la puerta para entrar. Clamaban por autógrafos. Julio Ramón —muy nervioso y algo desencajado—, corrió a esconderse en una oficina del recinto durante varias horas. Pidió por favor que lo encierren hasta que se calme la multitud y pueda salir sin que lo viera nadie. Ninguna persona que estaba afuera ni muchos de los que estaban dentro del lugar supieron, en ese momento, dónde se había metido el escritor.

No por aires de divo ni sobrado, sino por timidez. Una profunda timidez con la que lidiaba cada día durante cada entrevista o aparición pública. Pero que no era pretexto ni impedimento para tener un grupo de buenos amigos con los que constantemente se reunía tanto en Lima como en París, ciudad en la que permaneció treinta años entre idas y venidas.

SUS AMISTADES Y SU DIARIO PERSONAL

Y es justamente en París donde se hizo de un buen grupo de amigos con los que compartía conversaciones y de su vida personal. Uno de esos buenos amigos es el escritor y periodista Alfredo Pita. Tras la entrevista que él le hizo a Ribeyro en 1987 hay una historia de amistad, que indaga los pasajes de la estadía de Ribeyro en París y sobre la primera vez que dejó que leyeran sus memorias o diario personal. Dicha entrevista fue publicada el 15 de noviembre del mismo año en el suplemento «Cara y sello» de «El Nacional». Las respuestas fueron grabadas y ocuparon tres páginas de la publicación.

Tres de noviembre, marcaban las tres de la tarde y hacía mucho frío. Alfredo Pita se dirigía a la casa de Ribeyro cerca al metro Courcelles, en París. Estaría a punto de comenzar una intensa charla de dos horas y media en donde se hablaría de libros, literatura, hábitos, el Perú. «Era un pedido de un diario en el que colaboraba en Lima», dice Alfredo. Pero Julio sólo acepto —casi siempre reacio a las entrevistas—, por la amistad que ellos tenían desde hace un tiempo.

Amistad que comenzó a inicios de los años ochenta —en París— y que se afianzó con las llamadas «reuniones de los viernes». La iniciativa para estos encuentros la tuvo Carlos Rodríguez Larraín tras notar que Julio se había quedado un poco solo luego de que sus amigos volvieran a Lima. Se iniciaron en 1985 y se prolongaron hasta que Ribeyro regresó al Perú (en 1992). El grupo lo formaban: Ina María Salazar, Fernando Carvallo, Jorge Bruce, Carlos Rodríguez Larraín, Alfredo Pita y Ribeyro. Esporádicamente —y en distintas épocas—, se sumaron a las tertulias de los viernes: el diplomático Marco Carreón, el escritor colombiano Santiago Gamboa, el escritor Guillermo Niño de Guzmán (amigo de Ribeyro de muchos años) y Carlos Ortega, funcionario de la Unesco.

Las citas de estos viernes solían comenzar por las tardes y extenderse hasta las noches. Casi nunca se realizaban en el mismo lugar. El grupo solía desplazarse explorando París desde restaurantes conocidos hasta calles hermosas y mojadas por la lluvia. Caminando, buscando cafés, conociendo. Allí se hablaba del Perú, de política, de literatura (peruana, norteamericana, europea y asiática), de vino, de libros, de política internacional y de comida. Y esa fue la antesala para que Ribeyro, que ya se sentía cómodo con este grupo y los consideraba sus amigos, mostrara por primera vez su diario personal.

Debido a su timidez, esa misma que lo impulsó a esconderse en una oficina de la Municipalidad de Miraflores, Julio Ramón Ribeyro casi no concedía entrevistas y menos en televisión. De las tres que concedió, la primera de ellas, se la otorgó a Fernando Ampuero —periodista, escritor y amigo— en el año 1986. Trasmitida el 27 de abril del mismo año, la entrevista se llevó a cabo en el programa «1+1» del canal 9.

Era una mañana acalorada de abril y todo el set de canal 9 se preparaba para recibir al escritor. Ribeyro se presentó con un pesado terno gris y desde que vio los reflectores del canal, tuvo miedo. Se preocupó mucho por el estupor. Hacía mucho calor y se sentía sofocado, sin embargo, los cuarenta minutos —incluidos cortes comerciales—, que duró la entrevista, Julio se mostró muy tranquilo. Hablaba fluidamente y dominando su miedo a las cámaras. Luchaba por olvidar el calor del terno.

Se conocieron a mediados de los 70, pero su relación se hizo más cercana a fines de los Ochenta. Entonces se comenzaron a reunir de dos a tres veces por semana para almorzar o cenar. Por esos años, a Julio Ramón se le dio el antojo por visitar casinos, relata Ampuero. Asistían en grupo (con Ampuero y Guillermo Niño de Guzmán) a los casinos de Barranco o Miraflores. Jugaban black jack o simplemente conversaban. Valoraba mucho esa amistad y le gustaba estar en grupo. Las salidas nocturnas también eran muy frecuentes. «A Julio le gustaban las mujeres bonitas», afirma Ampuero.

Su amistad se volvió muy cercana. El día que Ribeyro se entera que ganó el premio Juan Rulfo —en 1994—, decide llamar a Ampuero para encontrarse, junto con otros amigos (entre los que estaban Guillermo Niño de Guzmán) en el bar de «La Rosa Náutica». Lugar donde solían reunirse repetidamente. Junto a ese acontecimiento también le pidió que lo acompañe al bar «Donde el Negro» (Establecimiento del «Negro Flores» en Barranco al cual también acudía con frecuencia) para que un fotógrafo mexicano le tome las fotos respectivas para construir el busto de bronce que le hicieron para colocarlo en Lima, en la Avenida Pardo.

RIBEYRO Y SU PREOCUPACIÓN POR EL PERÚ

Ribeyro tenía una familia pudiente. No muchas personas tienen conocimiento de ello, pero Julio Ramón era primo hermano de Enrique Ferreyros Ribeyro (dueño–fundador de la conocida compañía peruana de maquinaria pesada, «Ferreyros»). Sin embargo, Julio siempre estuvo distanciado de los negocios y los dinerales, y más bien tenía una preocupación por los temas sociales e ideas inclusivas por las que muchas veces se le asoció a la izquierda política.

El abogado Jose Luis Sardón, quien lo entrevistó en Lima, el 29 de abril de 1986 junto a Alfredo Bryce Echenique, Augusto Ortiz de Zevallos y Abelardo Sánchez León en el desaparecido «Suizo» de La Herradura, fue testigo de ello las veces que se reunió con él entre los años 1990 y 1994.

Solía decir «Tienes que estudiar ciencias sociales para ser ensayista» y también se lamentaba de no haberlas estudiado él, afirma Sardón. Tenía una gran preocupación y angustia por el tema del terrorismo y decía que la política le preocupaba y le aterraba al mismo tiempo. «Tenía una fina sensibilidad por el Perú, le preocupaba mucho», sostiene Sardón.

Lo mismo confirma el periodista Javier Monroy Cervantes —quien lo entrevisto en el año 1992 para la revista «Oiga»—, en Lima. Además de esa entrevista mantuvieron cierta cercanía de tertulias (en las que a veces se incluía Guillermo Niño de Guzmán y el editor Jaime Campodónico) durante el mismo año. Monroy señala que en las charlas que sostenían hablaron en múltiples ocasiones acerca del libro «El desborde popular y la crisis del Estado» del antropólogo ayacuchano José Matos Mar (publicado en 1984).

Julio decía que ese libro le había gustado mucho y que reflejaba una sensibilidad social que a muchos políticos y a muchos escritores les faltaba. Se preocupaba por las clases menos favorecidas y por los jóvenes. En esas conversaciones hablaba mucho acerca de los jóvenes de secundaria, las clases menos favorecidas y hasta de la cultura «chicha». De los primeros, decía que poseían el germen de cambio de ideas en la sociedad, afirma Monroy.

LOS ÚLTIMOS AÑOS

En ese mismo año —en el 92— Ribeyro conoce a Jorge Coaguila. Un tiempo antes de morir Ribeyro dijo de él que era «su mejor crítico biógrafo». Coaguila lo visitó muchas veces durante sus últimos años de vida. Julio Ramón le concedió seis entrevistas (durante los años 1992 y 1994) que, posteriormente, fueron publicadas en libros de Coaguila.

De su historia con Ribeyro existen aspectos curiosos que no han sido contados ni revelados con anterioridad. Se sigue develando su personalidad tímida: cuando Coaguila acudía a entrevistarlo o conversar sin grabadora, Julio Ramón se explayaba sin dudarlo. De lo contrario, era mucho más reservado e incluso parco.

La personalidad librada de vanidad o vanagloria se aprecia en Ribeyro. Jamás se auto–aplaudía por sus labores o logros como escritor ni lisonjeaba su propia obra. Prueba de ello es que en el año 94, Ribeyro (en su casa de Barranco) no poseía ningún ejemplar de sus libros de «La palabra del mudo». Le pidió a Coaguila que se los comprara. «Criticaba mucho las poses», afirma Coaguila.

Asimismo, Julio Ramón le solicitó a Coaguila que le sacase fotocopias a sus cuentos para armar una recopilación de cuentos inéditos. Esa fue la segunda vez que accedió a que alguien pueda ver sus manuscritos. Eso demuestra que llegó a confiar en Coaguila quizá tanto como en sus otras amistades.

Ribeyro, en sus últimos meses de vida, fumaba Malboro light, hablaba de Camilo José Cela y de Eric Fromm, de sus conversaciones con el pintor Piqueras, tenía unos ceniceros gigantes, muchas copas y botellas de vino y una pila de libros de Maupassant. Así lucía su casa durante los meses antes de su despedida terrenal en Lima —el 4 de diciembre de 1994—, para encontrarse, seguramente, con sus geniecillos dominicales, con Luder o con el dichoso pisapapeles que alguna vez le robó Ridder.

Siempre el mismo. El escritor tímido, fumador, preocupado por el Perú y con gran cariño y valor a la amistad. Como fue y como lo recuerdan estos entrevistadores que también fueron sus amigos.

Julio Ramón Ribeyro. Cortesía de Presencia Cultural. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=dtLGN-mSyec[/youtube]
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* Diana Hidalgo es estudiante de los últimos ciclos de periodismo en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Es candidata a maestría en Literatura peruana y Latinoamericana, y en Industrias culturales. Ha colaborado en revistas como Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, en la productora independiente La Comba producciones. Actualmente es periodista y fotógrafa freelance y redactora en la revista Poder.

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