Sociedad Cronopio

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Sandro

SANDRO DE AMÉRICA

Por Henry Losada Posada*

Para mi primo Jorge Hernán Álvarez.
In memoriam.

Lo conocí en su peluquería del barrio, Gitano´s, donde voy a cortarme el pelo cada vez que me da el arrebato y él me recibe con su cálida sonrisa.

Siéntese Carlos, me dice, termino de teñirle el pelo a Olga y te atiendo, puedes mirar la última de Vanidades. Me gustaba.

Llegar cuando estaba ocupado por que podía como buen voyerista mirar toda la parafernalia que rodeaba a Pepe, que así lo conocía todo el mundo, había afiches y fotografías del gitano de América por todos lados, con el micrófono en la mano y una multitud delirante cuando vino a ésta ciudad por primera vez en la década de los 70, fue para una feria; con su guitarra y los ojos semicerrados cantando supongo, El viejo maniquí. En una rueda de prensa en el hotel Intercontinental, haciendo bromas, a juzgar por su risa pícara; en todos los escenarios y poses provocadoras que llevaba a las mujeres a gritar histéricas y sacarse sus prendas íntimas en pleno concierto y arrojarlas al escenario.

Sabía que Pepe lo admiraba mucho y ya le había visto imitándolo en cumpleaños, matrimonios, ágapes familiares, siempre le llamaban para que hiciera su show; también en mis grados de bachillerato había cantado y hasta mi mamá lloró emocionada oyéndolo interpretar. Pobre mi madre querida, ése día llevaba una chaqueta de cuero negra y una bufanda roja. Pepe, según me lo contó, elegía su vestuario de las fotografías del Gitano de América, y procuraba esmerarse en quedar idéntico. No sé si fue por ósmosis (de tanto cargar álbumes de Sandro) o por una extraña simbiosis, pero todos empezaron a comentar que Pepe, era igualito a Sandro de América. Esto, digo yo, contribuyó a desequilibrarlo más. Empezó por comprar todas sus películas, digo las que no llegaban al viejo cine Aránzazu, hoy demolido y convertido en un feo centro comercial, donde vi con él, Muchacho, Quiero llenarme de ti y La vida continúa.

Es desbordante su entusiasmo, todo vendedor ambulante de CD´s, DVD´s, posters con su emblemático ídolo llega a la peluquería o centro de estética como eufemísticamente le llaman en estos tiempos de ruido, donde no caben más fotografías, ni afiches, aquello parece un museo kisch, sus paredes son collages que por momentos empalagan a los ojos de quienes no entienden la pasión de Pepe, si hasta Rosalba que es quien hace el pedicure y prepara los menjurjes para pintar el pelo, ha dicho en varias ocasiones que, por favor Pepe, no más Sandro. Él se ríe con una risa glamurosa, impostada como imitando la que exhibe Sandro en los afiches y sigue en su oficio.

Le he visto, mientras sostiene un mechón de pelo, detenerse a contar pormenorizadamente una anécdota de su viaje a Banfield en Buenos Aires, donde vive Sandro, ahorró durante más de un año para aquel viaje y aunque muchos le persuadieron para que desistiera, ¿pero cómo se te ocurre, Pepe?, es una celebridad y seguramente tendrá agentes de seguridad que te impedirán el acceso. ¡Estás loco, Pepe!, él que es terco como una mula allá fue y aunque sólo pudo ver una sombra que se dibujaba en una de las ventanas de la mansión, después de permanecer varios días envuelto en la bandera de Colombia suplicándole a los capangas, que así llaman en Argentina a los Guardaespaldas, que le dijeran a Sandro que había viajado durante muchos días, tal vez semanas, sólo para verlo. Volvió feliz.

Y es que había hecho la travesía en bus, debió dejar a Rosalba encargada de la peluquería y cancelada la renta del local y otras responsabilidades pecuniarias imposibles de evadir. Se fue bastante esquilmado pero nadie pudo disuadirlo. Ni una uña pudo tocarle al gran ídolo, pero él propenso a fabular y con el caletre calenturiento de fantasías inventaba todos los días historias que relataba a sus desentendidos clientes, claro que a veces llegaba otro fan del ídolo y ¡líbranos Señor de esos encuentros! Eran horas de fabulación: «si hasta me pidió, después que le dije cuál era mi profesión que le hiciera un corte de pelo bien sugestivo para el concierto que daba en ocho días en el Madison Square Garden»¡K y me presentó a su mamá, si viera qué señora tan sencilla, me regaló una de sus bufandas que la guardo como una reliquia arriba en mi habitación.

Muchas veces sorprendí a Rosalba, mirándome como diciendo es el colmo del delirio. Nuestra preocupación creció cuando por el mes de junio, decidió que ya era tiempo de dar conciertos por otras ciudades, y formar su propia banda. Si Sandro nació en Lanús en un suburbio obrero y era pobre, que hasta repartidor de una carnicería fue y peón de droguería y tornero, ¿ por qué no yo, un peluquero, puede lograr éxito en la vida?, decía y puso un clasificado pidiendo que quienes estuvieran interesados en conformar un grupo musical y ser famosos por favor se comunicaran con José Borrero al 6012258. Llamaron como era de preverse en un país en perpetua recepción, músicos de todas las pelambres, mariachis, serenateros, surungueros y gente profesional desempleada que necesitaba comer.

Pepe, iba dando citas de acuerdo a lo que creía que necesitaba para su grupo, al que llamaría, como era de preverse, Los caniches de Oklahoma, igual al grupo que en 1960 creó Sandro. Su idea de una banda de covers (cover band) de su ídolo, empezó a materializarse, la peluquería quedó al garete, sólo lo que pudiera hacer Rosalba para mantenerla. Con unos pesos que le debían se compró un aparato de Karaoke, dizque para afinar la voz y con su habilidad verbal convenció a tres músicos un poco chalados como él a conformar Los caniches de Oklahoma, el grupo que los llevaría al estrellato. Todos mirábamos con preocupación la empresa, pero ya saben ustedes, que desde El Quijote todo es posible.

Vinieron exhaustivos ensayos en el garaje de mi casa que por esos días estaba desocupado y mi mamá que lo quería tanto lo puso a su disposición. Veía al chilapo Morales tocar la guitarra, mientras Gaviria, el de los teclados cargaba un sintetizador, que conectaba ayudado por una extensión que me pidió prestada y en la batería estaba un tal Latorre que se fumaba un porro antes de cada ensayo en el solar de mi casa. Nunca estaban mis padres, por fortuna. Pepe, se dejó unas patillas anchas y hasta en los ensayos usaba los pantalones de cuero, las camisas de bailaor de flamenco y movía cadenciosamente la pelvis al ritmo de su ídolo y saltaba de un lado al otro y terminaba deslizándose en el escenario de rodillas.

Mirando aquella suerte de saltimbanquis convencidos de cambiar su suerte, por momentos ganas me daban de abandonar mis estudios y unirme al grupo de ilusos, volverme también yo, un gitano y cantar como Pepe:

«Señor de muchos caminos
amante y aventurero
soy de la raza gitana, su príncipe y heredero».

Pepe, me invitaba al segundo piso de la peluquería que acondicionó como vivienda ahí ponía los DVD´s de Sandro, bastante anacrónicos por cierto. Eran largos clips de sus canciones donde aparecían señoras de la época con sus peinados como pirámides y pantalones bota¨Ccampana y esos decorados de la década de los 60´s¨C70´s, allí pasaba las horas asistiendo a la metamorfosis de mi amigo.

La mañana del domingo, antes de «irse de gira» por pueblos y ciudades, Pepe me llamó alarmado, acababa de oír, en una famosa cadena radial, que Sandro estaba hospitalizado por un enfisema pulmonar que padecía debido a largos años como fumador. Debían hacerle un trasplante cardiopulmonar y estaba en lista de espera para éste. ¿Pero si tiene apenas 63 años?, y esperando un doble trasplante. La vida es muy injusta, Carlos. Me dijo con voz entrecortada. Esa noticia parece que dejó a mi amigo postrado, pues de la gira nada volví a saber, parecía que todo estaba aplazado, nadie contestaba el teléfono y yo estaba presentando parciales en la U. Me quedaba muy difícil ir hasta la peluquería.
varios días y los de la banda me llamaban preguntándome dónde estaba Pepe. No sé, les dije. ¿Han ido a Gitano´s?, nadie, ni Rosalba tenía idea dónde se metió Pepe, me dijo Willi Gaviria, el del sintetizador. No se lo pudo haber tragado la tierra, le dije. En algún lugar se metió, esperemos un poco, de pronto llama. Ese día de regreso a mi casa oí en la radio que desmejoraba la salud de Sandro, todo el territorio argentino oraba por él en el hospital italiano de Mendoza. El cirujano Claudio Burgos dirigía un equipo de especialistas, quienes intentarían lograr el milagro del salvar la vida del popular cantante. La cirugía es complejísima, decía el cardiólogo Sergio Perrone a los reporteros, y agregó que necesitaban por lo menos cuarenta personas dispuestas a donar sangre grupo O y B negativo para el artista. Pensé en mi amigo y preferí alejar los temores que por momentos albergaba mi corazón. ¿Ha sabido algo de Pepe?, fue lo primero que preguntó mamá al llegar. Parece que se esfumó, vino un ovni y se lo llevó, mamá. No te burles, me contestó. Si no me burlo, es que literalmente se esfumó.

Ese fin de semana al abrir el periódico vi una fotografía de Sandro, estaba con respirador artificial levantando su mano en un tímido saludo que se me antojó un adiós. ¿Y si al loco de Pepe, le dio el arrebato de volver a Buenos Aires a darle ánimos a su ídolo? Miré el teléfono que seguía mudo. Los muchachos de la banda habían ido a todos los hospitales y denunciaron su desaparición en la Dirección General de la policía, y llevados por la paranoia hasta la comisión Nacional de Derechos Humanos llegaron con fotografías de Pepe. José Borrero, 45 años, 170 de estatura, piel bronceada, ojos negros, sonrisa perfecta y encantadora. De profesión artista y peluquero, seguidor e imitador furibundo de Sandro de América. Voz líder del grupo Los caniches de Oklahoma. Esas señas particulares dieron, y como para no dejar nada al azar, hicieron imprimir carteles con su cara y el consabido SE BUSCA y a quien informe de su paradero se le dará una importante suma de dinero como recompensa.

No sabían de dónde iban a sacar la plata, pero dadas las circunstancias no podían ponerse en consideraciones éticas. Debajo estaba el número telefónico de mi casa, cualquier información a éste número, rezaba al final del cartel. Vendrían semanas, meses y José Borrero no aparecía, ni llamaba. Los periódicos y noticieros dieron la primicia de que por fin iban a practicarle la cirugía a Sandro de América, el ídolo de multitudes, y que encontraron un donante en San Luis. El canal 7 de TV pública de Buenos Aires, mostraba a Roberto Sánchez, que ese era su verdadero nombre, ingresando al quirófano acompañado del clínico y neumólogo Juan Antonio Mazzei, quien desde el año 1998 velaba por él. La cámara hizo un paneo por el pasillo y me quedé estupefacto cuando vi a Pepe, casi camuflado detrás de una camilla de enfermero. Quedé helado, la verdad. Hay momentos, estados de febrilidad, delirio, en que la mente nos hace trampas. Sentí, deben creerme, algo como un déjavu, esa experiencia de algo que ya ocurrió acompañada de un sentimiento de sobrecogimiento, extrañeza.

José Borrero, parapetado detrás de una camilla, miraba impasible el desplazamiento de la comitiva que acompañaba a Sandro hacia el quirófano. La cámara hizo un barrido y volvió a registrar aquel rostro para mí tan familiar, donde noté una inquietante impasividad. Volví a dudar, podría ser alguien con el mismo fenotipo de Pepe¡K No, no, era él. Estaba completamente seguro. Si hasta llevaba un sweater azul cobalto, cuello tortuga, que le vi la otra vez en mi cumpleaños. No sé por qué asocié algo de lo que vi en el informe de TV con imágenes de un thriller de Arthur Penn, La noche se mueve, ahora que lo pienso quizá la hija perdida de la protagonista me recordó a Pepe¡K tal vez¡K Tardé como media hora en empezar a reaccionar. ¿Qué debo hacer?, en ese momento se oyó la puerta abrirse, era mi padre que llegaba. ¿Has visto la prensa?, por fin hubo donante de órganos, ojalá haya compatibilidad. No supe qué responderle, debía organizar mis ideas.

En el noticiero seguían hablando y mostrando imágenes del Hospital Italiano y la llegada del avión sanitario a Mendoza con los órganos que iban a restituirle la vida al cantante, un plano del aeropuerto Francisco Gabrielli donde aterrizó cerró el informe. Seguí durante toda aquella tarde dubitativo. Una y otra vez me preguntaba, ¿qué hacer?, y no hallaba la llave que abriera por fin la puerta.

Esa noche, como si fuera un road movie, soñé que íbamos en un destartalado jeep por paisajes desérticos, conmigo los chicos de Los caniches de Oklahoma cantaban canciones de Sandro, Trigal, Rosa, Rosa. Yo iba conduciendo y cantaba con ellos y les pedía otros temas, por favor quisiera oír Yuma yoe y Me amas y me dejas, les dije y ellos sin mayores reparos accedían a complacerme; íbamos por una autopista solitaria e infinita, eso me pareció, miré y el paisaje iba metamorfoseándose: el desierto, luego picos nevados, la cordillera de los Andes con el imponente Aconcagua, al menos eso creí en el sueño. Alguien, Willi, el de los teclados, se interrumpió para señalar lo que creyó eran las magníficas precipitaciones de las cataratas del Iguazú, empecé a reír incontrolable, no sé¡K una sensación extraña, y reía casi convulsivo, olvidé el timón, sin embargo seguía y seguía por aquella autopista como en una peli de David Linch. De pronto todo se detuvo, las voces, los colores, el movimiento, y como cuando la voz de un viejo acetato de 78 rpm se distorsiona, pregunté por Pepe. Comprobé angustiado que lo habíamos dejado en mi casa.

Desperté sobresaltado, aturdido, sin saber dónde estaba. Cuando reaccioné miré el reloj. Eran las 2:00 de la madrugada, la camisa del pijama estaba húmeda de sudor, encendí la luz de mi cuarto y sentado en un borde de la cama, me tomé la cabeza con las dos manos y volví a preguntarme. ¿Qué hacer?, no volvería a dormirme. Hice zapping en mi radio, siempre lo hago, hasta oír la voz engolada de la conductora del programa que a esa hora preguntaba: ¿y de qué vamos a hablar nosotros? Siempre cuando me desvelo sintonizo Hablar por hablar, que así se llama ese espacio radial y a donde llaman una horda de apaleados a contar sus desdichas, pareciera que encontráramos un morboso placer en oír las vicisitudes de los otros.

Los días ulteriores estuve atento a cualquier llamada de Rosalba, o de los integrantes de la banda, o de alguien cercano a Pepe, que lo hubiera pillado como yo en el informe televisivo. Nadie se comunicó, ni siquiera su parentela, que suponíamos tenía, y de la que jamás nos habló y nosotros por discreción, tampoco le preguntamos. Pepe, era de esos especímenes que suelo encontrarme, desarraigados, solitarios, fracasados como los personajes de los cuentos de Onetti o los filmes de Wenders, viviendo al límite.

Por un momento pensé que lo mejor sería viajar a Buenos Aires en busca de mi amigo, y oír de su boca las razones que lo llevaron a abandonarlo todo. Seguramente estaría por ahí y con paciencia lo localizaría, podría justificarlo con mis padres, diciendo que habría un Congreso, un seminario¡K yo que sé¡K un encuentro de Universidades. Me iría con mi novia, Clara Inés, ella estoy seguro que accedería a viajar conmigo. Estábamos terminando semestre en la U., ella en la facultad de Psicología y yo en Literatura, nos quedaría a pedir de boca. La idea estuvo rondando mi cabeza, sin embargo nunca me atreví a llevarla a cabo.

Sentado en la sala de mi casa, como habitualmente hago al llegar de la U., encendí el T.V. y me dispuse a mirar los noticieros de otros países. Gracias a la tecnología, el mundo ahora es una aldea, basta un click y tu mensaje llega a los confines del orbe. Hasta hace muy poco conversaba con mi amigo Selnich, quien vive en Friburgo y gracias a Skype, podíamos hablar de literatura a través de una pequeña cámara empotrada en mi computador.

Aparecieron de nuevo las imágenes del Elvis de América, era la noticia del momento, custodiado por el equipo médico liderado por el prestigioso cirujano, Claudio Burgos, había grandes ramos de rosas rojas y Roberto Sánchez, reía airoso en una silla de ruedas. Burgos, daba declaraciones, hubo complicaciones, dijo. Recién hicimos el doble trasplante tuvo un episodio de shock séptico, una infección abrumadora que lleva a que se presente hipotensión arterial potencialmente mortal. Hubo que intervenirlo dos veces de urgencia y sus ganas de vivir pudieron más y la ciencia, claro, tenemos a nuestra disposición un grupo maravilloso de cirujanos y equipos de la más alta tecnología. Es difícil a los sesenta y cuatro años recibir un trasplante, debe ahora cuidarse con más esmero, sigue siendo delicada su salud, esperamos que los órganos vayan adquiriendo su ritmo habitual en su cuerpo ¡K pero mírenlo qué valiente, ¿verdad?

Hablaba con el reportero el médico, cuando volví a ver casi como una sombra al fondo del pasillo sosteniendo una pancarta, a quien sin lugar a dudas era mi amigo Pepe. Salté del sofá para mirar bien y ahí estaba, sonriente. El ojo del camarógrafo enfocó lo que decía la pancarta y pude leer: «Gitano, la vida continúa. ¡Dios te bendiga!». ¡Era él!, estaban disipadas las dudas, ¡era, José Borrero! El reportero informaba que le habían dado de alta, mientras la gente agolpada en los pasillos del Hospital Italiano, aplaudía rabiosamente, el triunfo de la vida. Vinieron declaraciones de Olga Garaventa, su esposa que estaba radiante y también Ricardo Montaner, Chayanne, el cantante boricua Ricky Martin, Olga Tañón, José Luis Rodríguez, grandes personalidades del espectáculo, celebraban el regreso de Sandro a su casa y le deseaban pronta recuperación. Hasta la presidente argentina, Cristina Fernández de Kirchner, declaró día de fiesta nacional en la República Argentina. Pensé que mi amigo, Pepe, ahora que su ídolo había superado todas las dificultades, regresaría y me dispuse en silencio a esperarlo, no quería contarle nada a nadie, que él lo hiciera a su regreso, seguramente tendría todo el resto del año para narrar su gran aventura.

Pepe, nunca regresaría, recibí en la navidad de ése año una carta de él donde me hablaba de su estrecha amistad con Sandro, voy todos los días a su casa, si vieras cómo ha crecido nuestra amistad. Estaba pleno dijo, se había convertido en la mano derecha del Gitano de América. Cuando quieras venir me avisas. Saludos a todos¡K ¡ah!, a Rosalba que ella es muy buena esteticista y gente no le va a faltar en el negocio. ¡Abrazos! Me alegré por él, esa era su razón de vivir. Perdimos la comunicación durante un tiempo, que pronto fueron años. Para ésta navidad y en plena feria, en grandes vallas vi que anunciaban un gran concierto con Sandro de América en el estadio Pascual Guerrero, me apresuré a comprar dos entradas para Clara Inés y yo en VIP, me animaba ver a quien ya hacía parte de mi historia personal.

Llegó la noche del viernes y el estadio estaba a reventar, los teloneros, un grupo de los setentas, La pequeña compañía, cantaban cuando entramos un tema de la cantante italiana Nada Malanima, Rey de oros, que creo había ganado en el festival de San Remo 72. Nos acomodamos y siguieron otros temas que despertaban el feeling en los asistentes, de Yaco Monti, Nicola Di Bari, Tormenta, estábamos como se dice en situación para el bocatto di cardinali principal y llegó el momento, del fondo del escenario hizo su aparición en medio de una salva de aplausos. Vi su hermosa sonrisa, estaba todo de frac, corbatín negro¡K impecable. Lo seguía su grupo que fue acomodándose cerca a cada uno de los instrumentos. los primeros compases fueron del piano y se oyó:

«la noche se perdió en tu pelo
la luna se aferró a tu piel¡K»

La voz cadenciosa provocó la histeria colectiva, yo estaba muy cerca pero las luces del escenario aún no me permitían verle el rostro, cuando por fin pude mirarlo de frente quedé petrificado, un sentimiento ambiguo de rabia y admiración superior a mí me dejó mudo, helado, incapaz de moverme, quien estaba ahí en el escenario era, José Borrero. Él, Pepe, enloquecía la multitud. Pasaron vertiginosas imágenes de la película Kagemusha de Kurosawa, por mi cabeza. Me bastó un segundo para comprender lo que había ocurrido.

“Yo soy gitano” de Sandro de América. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=T5oc0DTFFRk[/youtube]
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* Henry Posada Losada es periodista colombiano, nacido en Palmira (Valle). Estudió en la Universidad del Valle, donde fue alumno de Estanislao Zuleta. Fue actor del grupo Esquina Latina (Cali-Valle) durante la década de los 90. Amante del cine, trabajó además, con el cineasta, Rubén Mendoza, en su ópera prima La sociedad del semáforo (www.lsd-s.com) del anonimato al desprestigio, como Santiago el poeta anarquista. Periodista cultural conduce el programa Tintos y Tintas de la U.N. Radio que se retransmite por las radio-estaciones culturales del país. Ha sido corresponsal de varios periódicos nacionales y escribe en algunas revistas culturales. Publicó Rocabulario en Ícono editores, una suerte de diccionario de aforismos de uno de los grandes poetas colombianos, Juan Manuel Roca. Actualmente está preparando una novela.

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