LA CRISIS DE EUROPA CON OJOS ARGENTINOS
Por Alfredo Mason*
EUROPA, SIGLO XX
La historia del siglo XX europeo guarda una asimetría curiosa, pues la misma intensidad de conflicto que poseyó la primera mitad, se correspondió con la estabilidad creciente de la segunda. En ese panorama, y particularmente, desde el 18 de abril de 1951, con la firma del Tratado que conformaba la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, Francia y Alemania van ocupando el lugar del motor económico de la Europa unida. Por la misma época, con las reuniones Bilderberg (1954), también se está iniciando el proceso que conoceremos como «globalización».
Estos dos procesos se irán cruzando e interrelacionando, especialmente luego de la caída del Muro (1989), y a la par que crecía la unidad europea incluyendo países del este, se iba cubriendo de una trama elaborada por el sistema financiero —poco visible— pero eficaz.
El primer síntoma importante que aparece indicando la inviabilidad de este mundo cuasi virtual de las finanzas globalizadas es la quiebra de los tres bancos principales de Islandia en 2008, y que dejaron deudas que ascendían a más de 10 veces el PBI del país. También fue una muestra de la manipulación ideológica con que se presentaba desde los organismos internacionales ese modelo de globalización, pues Islandia ocupaba el primer puesto en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, es decir, el mejor sitio para vivir en el planeta Tierra.
También en el 2008 estalló la crisis de las hipotecas subprime (basura) en Estados Unidos y en Europa, producto de la desconfianza crediticia, que como un rumor creciente, se extiende por los mercados financieros. El consumismo, movido por el deseo de tener que parecía infinito, encuentra su límite.
El secretario del Tesoro de los EEUU, Henry Paulson, hizo lo que era esperable en un hombre formado en Wall Street: un «plan de rescate» dirigido a los bancos, mediante el cual, el Tesoro compraba hasta 700.000 millones de dólares en activos hipotecarios. Ello, sin embargo no alcanzó para evitar la quiebra de dos íconos del mundo financiero: Lehmann Brothers y American Internacional Group, mientras que Merrill Lynch se vende al Bank of America para evitarla. Tanto los gobiernos de Alemania y Francia como el Banco Central Europeo pidieron a los países económicamente más comprometidos con la crisis (Grecia, Irlanda, España, Italia, Portugal) ajustar sus economías y aquello que en castellano definimos como honrar las deudas, aunque a veces parecería que lo que piden es que las deudas se paguen con la honra.
Esto es solo la punta del témpano, pues lo que verdaderamente surge es la inviabilidad del neoliberalismo. El proyecto de universalizar el modelo económico del libre mercado al estilo angloamericano (el de un mercado desregulado e independiente de las necesidades sociales) debe distinguirse del fenómeno de la globalización económica y cultural. Mientras que este último es un fenómeno imparable que se ha venido desarrollando desde hace siglos y que actualmente está siendo impulsado por la rápida difusión de las tecnologías de la información, el primero no es un fenómeno natural ni espontáneo sino un proyecto político deliberado y muy reciente que se trata de imponer desde Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales, artífices del «consenso de Washington». […] La filosofía del libre mercado es una utopía engañosa que ha contribuido a la desintegración social en grado desconocido.
Esta advertencia escrita por un profesor de la London School of Economics, en 1998 tuvo su primera demostración práctica con la crisis del 2001 en Argentina. Y a pesar de haber publicado un trabajo titulado Lessons from the crisis in Argentina (Washington. FMI.2003), las recetas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Central Europeo, como las presiones del poder financiero internacional, frente a esta nueva crisis iniciada en 2008, apuntan a resolver las consecuencias de sus propios errores a costa de los pueblos, realizando verdaderos «golpes de mercado», como acaban de hacer en Grecia, Italia y España.
EL ZORRO QUE CUIDA EL GALLINERO
Para quienes vemos la realidad desde el sur de América Latina —desde «abajo», como decía el poeta Mario Benedetti— la experiencia nos ha demostrado que más allá de las intensiones explícitas, los golpes siempre han perseguido inconfesables fines políticos y económicos, cuyos efectos a posteriori fueron inmensamente más perjudiciales que las causas que enunciaron que pretendían corregir. Y que a pesar de las falencias que posee el sistema democrático, la supresión de los resortes participativos —como el referéndum— y la negación de la política como el ámbito de resolución de las crisis —aun económicas— es la herramienta más formidable de corrupción y reacomodamiento de la renta, con una peor distribución de los ingresos e inequidad en los esfuerzos.
Cuando hablamos de inconfesables intereses políticos y económicos nos referimos a que en un país severamente endeudado, existe un conflicto claro entre los reclamos de los acreedores financieros —por un ajuste sobre el gasto público que genere los recursos para el pago de sus acreencias— y las demandas de una sociedad que viene perdiendo consecutivamente niveles de ingreso y ocupación.
Esta situación de tensión entre la deuda financiera y la deuda social, donde por un lado existe el riesgo de la falta de sustentabilidad financiera del Estado y por otro de una conflictividad creciente en la sociedad, son las amenazas actuales a la gobernabilidad democrática de los países en los cuales apareció en la calle la oposición social de los indignados.
Los partidos de oposición —de izquierda o derecha— tampoco han sabido ver y plantear las consecuencias de este proceso, verdadero juego de azar de las finanzas. El irónico humor argentino dice que, cuanto más lejos del poder se encuentra un partido político más irresponsables son sus propuestas, y cuanto más se acerca un gobierno a las necesidades del poder financiero, más se aleja de las necesidades populares.
De este laberinto se propone hoy que se salga mágicamente, pues se niega la posibilidad de hacerlo por arriba. La fórmula aplicada convoca a los tecnócratas formados en el neoliberalismo de las instituciones financieras para administrar —no conducir— a cada país, acorde a las necesidades de los poderes financieros, con la consecuente pérdida de soberanía política y económica. Es como pedirle al zorro que cuide el gallinero.
LAS NUEVAS HERRAMIENTAS DE DOMINACIÓN
La dependencia del poder financiero es el contexto que explica buena parte de los acontecimientos políticos y sociales de los últimos tiempos, es aquello que se llamó en Argentina, la patria financiera. Esta es la relación de dominio con la que conviven las naciones en el siglo XXI; ya no se trata de las viejas potencias coloniales del siglo XIX o de los imperialismos del sistema bipolar del siglo XX, sino que en el siglo XXI conviven la multipolaridad con el poder de un capitalismo financiero.
La caída del sistema bipolar en 1989 permite el aceleramiento del proceso de globalización y la aparición —tal como expresáramos— de nuevas relaciones de dominio y poder, consecuentemente con ello surge una «forma ideológica» de comprensión de la misma: el neoliberalismo. Esta será la herramienta para tratar de darle a ese proceso un sesgo determinado por parte del factor financiero, el más dinámico en el nuevo escenario globalizado.
Hoy el sistema capitalista es global y en ello reside gran parte de su poder, se realizan transacciones financieras en tiempo real desde y hacia cualquier parte del mundo, pero la incapacidad de autoridades monetarias internacionales de estabilizar este sistema provoca que el mismo caiga periódicamente en desequilibrios, que no son otra cosa que el choque de intereses contrapuestos entre factores financieros o simplemente que se «acabó el negocio aquí», cumpliéndose lo que hace 500 años decía Thomas Hobbes: sin una autoridad, el hombre se transforma en lobo de sí mismo.
Los mercados han construido un mecanismo de concentración formidable de la renta que cuenta con ejecutores nativos y sectores beneficiarios de estas políticas que requieren de la corrupción en la política y controlar la comunicación mediática, transformándola en un factor de presión. Desde esta perspectiva neoliberal se cuestiona la legitimidad de la política, cuya crisis se profundiza aún más por la incapacidad de transformación de una dirigencia que abandonó su carácter de conducción de un proceso, dejando de entender y explicar la realidad a una sociedad que observa cómo el sistema democrático se aleja cada día más de sus necesidades y expectativas. Y donde esa función casi pedagógica de explicar el sentido de los acontecimientos es asumida por los medios de comunicación, verdaderos «house organ» de las corporaciones económico–financieras, la visión que se transmite es la que se corresponde con esos intereses sectoriales. Desaparece como punto de vista el de la comunidad, y es reemplazado por el de los grupos de presión.
EL MERCADO Y SUS FALACIAS
Lo novedoso de este mercado financiero internacional es la dificultad de identificarlo, ya que aquí no hay círculos conspirativos ni protocolos secretos que orienten la suba o la baja del «riesgo país» o la inestabilidad de una moneda; desde las Bolsas y salas de operaciones de los bancos y aseguradoras, en los fondos de inversión y de pensión asciende una nueva dirigencia «tecnocrática» que actúa a escala global con divisas y valores, que dirigen una corriente de capital libre para invertir, decidiendo sobre el futuro de naciones enteras bajo el lema «revolucionario»: de Bretton Woods a la Libre Especulación.
Los movimientos de esta «dirigencia» no son arbitrarios, sino que responden a una lógica de maximización del beneficio económico especulativo, a la cual se le ha incorporado el discurso de la necesidad de un libre mercado de capitales internacional. Así como la teoría clásica de las ventajas comparativas ha fundamentado la conveniencia del intercambio de comercio internacional, no se ha demostrado aún los beneficios de que se fueran derribando sistemáticamente todas las barreras que antes hacían gobernable —y por ello controlable— el flujo internacional financiero, como tampoco se ha permitido la presencia fiscal sobre el mismo por medio de herramientas como la tasa Tobin.
Al buscar esa identificación de los componentes del mercado están aquellos a los que se denomina los creadores de mercado o para ser técnicamente más precisos creadores de deuda, son aquellos bancos e instituciones financieras que otorgaron fácil y rápidamente créditos sin evaluar los riesgos de un mercado especulativo, que obviamente ellos mismos crearon.
Analicemos brevemente el caso paradigmático europeo: Grecia. El ministro de finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, sostiene que: en el problema de la deuda soberana es un hecho indiscutible que el gasto estatal excesivo ha llevado a los países a niveles insostenibles de deuda y a un déficit que ahora amenaza el bienestar económico (Financial Times 5.9.11). Para Schäuble el problema ha sido el despilfarro, pero no dice nada de qué ocasionó ese despilfarro, quién se benefició, o hacia qué derivó. El eurodiputado Daniel Cohn–Bendit señala los altos gastos que los griegos asumen en su defensa, precisamente por la tensión territorial y política permanente que tienen con Turquía.
El CIA World Fact Book 2011 muestra el peso que tiene sobre el PBI el gasto militar en Grecia (4.30%) —el más alto de la Comunidad Europea, incluso que Gran Bretaña (2.40%) que intervino en la guerra de Irak y se mantiene en Afganistán, renovando equipo militar en su presencia ilegítima en nuestras islas Malvinas— constituyéndose en el 22º país en el mundo acorde con la relación con su PBI. Queda entonces por preguntar quién vendía armamento a Grecia y de ello resulta que de los 14 países con mayor exportación de armamento, la mitad son de la Comunidad Europea y por debajo de los Estados Unidos y Rusia, ocupando el tercero y cuarto lugar se encuentran Alemania y Francia, principales acreedores del país helénico. Ahí comienza a despuntar el ovillo.
Distinto es el caso español. Los que defienden la tesis de Schäuble, consideran que la crisis de España, es producto del comportamiento irresponsable y derrochador. Aunque la deuda pública española es bastante inferior a la de Alemania o Francia. Se dirá entonces que el problema es la deuda privada.
Uno de los temas que se tiende oportunamente a olvidar en este problema, es que la adopción del euro generó muchas inversiones en el sur de Europa, dado que al tener las mismas tasas de Alemania o Francia, hacían mucho más rentables las operaciones; por tanto los flujos del núcleo a la periferia se multiplicaron con gran fuerza. Parte de la burbuja inmobiliaria española está en el corazón de este torrente de flujos de capital, que ayudaron a crear una falsa ilusión de bienestar por la introducción de la «plata dulce». Desde la aparición del euro se produjo este desequilibrio monetario pero la dirigencia política europea no hizo nada para superarla, convencidos en que la «mano invisible de Adam Smith» tal vez lo resolvería. A eso nos referíamos cuando decimos que dejaron de conducir y solo administraron. Tampoco hubo ningún ojo vigilante: ni en el Banco Central Europeo, ni en el Fondo Monetario Internacional.
Así constituido y desde el punto de vista de la teoría económica, este mercado financiero está bastante lejos de ser un mercado de competencia perfecta y puede caracterizarse como mercado oligopólico, donde sus miembros se han organizado como trust o cártel. El funcionamiento de este cártel financiero se verifica en las presiones que se ejercen sobre los gobiernos nacionales, especialmente, el francés y el alemán, para disciplinar las economías nacionales, alguna vez soberanas.
Ese es el marco donde comienzan a cobrar mayor importancia las calificadoras de riesgo8 como Standard & Poors, Moody o Fitch, que son las que determinan la tasa del «riesgo país». Estas constituyen un caso singular ya que sus opiniones alcanzan mayor relevancia en muchos casos que la de los propios organismos multilaterales de crédito. Sus métodos incluyen evaluaciones altamente subjetivas como cuando contemplan la variable política, la cual es relacionada con la voluntad de cumplir las obligaciones crediticias. Los factores políticos que se estudian para evaluar el riesgo son, entre otros: la posición política de la estructura de poder, la actitud de la misma hacia el exterior y la estabilidad del régimen político (a la cual denominan «gobernabilidad»).
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