Literatura Cronopio

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Purgatorio

CONEXIÓN PURG@TORIO

Por Alexandra Mora H.*

LA PARTIDA

«Muerte es todo lo que vemos
despiertos; sueño lo que
vemos dormidos.»
(Heráclito de Efeso)

Lo mío no es rendir cuentas.

A nadie le explico lo que hago. Odio avisar hacia donde voy; jamás informo donde almuerzo, ni en qué gasto mi dinero. A nadie le importa si salgo conduciendo mi camioneta o simplemente camino. No le temo ni a las enfermedades, ni a la muerte, ni a las amenazas, ni a la venganza. Me enfoco en lucrarme con el menor esfuerzo. La vida es un negocio.

«La población mundial ha crecido tanto, que somos más quienes hoy vivimos que todos los que nos han precedido sobre el planeta. El crecimiento es explosivo». Mientras recitan esta noticia en la televisión del corredor de ladrillo de mi oficina decido salir de shopping. ¡Buen plan!

Me pongo el saco, me acomodo el foulard al estilo de un dandi citadino que se preocupa de su arreglo personal para deslumbrar, apago y cierro mi portátil, guardo mi BlackBerry en el bolsillo derecho en modalidad de silencio, me despido sin decirle nada a mi asistente. Deslizo mi mano por mi pelo grueso y canoso, y me echo un último vistazo en el vidrio del cuadro ubicado en la recepción de mi oficina, que me funciona como espejo aprobador de imagen. Importante evidenciar que soy un hombre superior.

Salgo del ascensor, cruzo a toda prisa las calles, mirando despiadadamente al piso (siempre), pues no quiero saludar a nadie. Tomo la vía menos congestionada. Estampidas de oficinistas, universitarios y amas de casa pasan por mi lado. De repente me siento como un rockstar huyendo de una multitud de fans excitadas. Cruzo la esquina hacia el occidente donde me topo con mi almacén favorito. Me atiende John. Le pregunto por las novedades. Husmeo todo el recinto con la paciencia de una araña que está tejiendo su red, y de algún modo me siento su propietario, por lo menos me trata como si lo fuese. Escojo lo que se enmarca entre lo más barato y lo más cómodo. Me gusta economizar en los artículos de consumo diario. John, con su actitud de experto y muy diligente, me lo empaca en una bolsa plástica después de deslizar mi tarjeta de crédito dorada (debería ser platinum) y firmar el voucher con mi astucia comercial. Tengo afán. Salgo en contra de la vía que cogí para llegar. El sol es una desgracia de spot que me impide llevar los ojos abiertos. Gotas de sudor espeso se resbalan sobre mis mejillas. Cruzo la calle de circulación rápida entre los vehículos para llegar nuevamente al lobby del edificio de mi oficina con puertas de cristal.

A mis oídos, y como un puñetazo, llega el estruendoso chirrido de unas llantas desbocadas que frenan sobre la fina capa de humedad que cubre el pavimento. Ruido de pastillas cristalizadas y sin lubricación. Escándalo de choque. De inmediato advierto el metal caliente de unos manubrios delanteros sobre mi abdomen y un dolor que me tortura, pero a veces la tortura me agrada. En bullet time vuelo por los andenes dos o tres segundos y aterrizo violentamente, de espaldas, sobre mi flanco derecho. El ruido es aterrador y seco. ¡Mal timing! Un corrientazo se filtra entre mis dientes. Intento pararme en forma refleja, pero de inmediato llegan miles de seres humanos para rodearme y saciar su morbo. Me siento ahogado. Mis piernas tiemblan y no me hacen caso. La gente grita y da órdenes. Veo borroso. Advierto un sabor amargo en mi lengua, sabor a totazo. Pienso en mi billetera con soberbia de avaro e intento ubicarla pero me doy cuenta de que no puedo ni moverme. Siento angustia. Un señor clama por ayuda, mientras asegura que estoy reventado por dentro, que me estoy muriendo, que llamen a la policía de tránsito. Otro señor lo contradice y sugiere la presencia de la Fiscalía para el levantamiento del cuerpo. Me siento aturdido, me estoy mareando. No puedo hablar. Tengo pánico. Una señora se arrodilla a mi lado y me murmura en el oído: «¿Cómo se siente? ¿Dónde le duele? ¿Cómo se llama? ¿Sabe un teléfono de un familiar para llamarlo? No se mueva. ¡Aguante! ¡Aguante!» No puedo responder, me siento confundido y tengo frío hasta en la médula. ¿Médula? ¡Huy! ¡Que no me haya pasado nada en la médula! Trato de hacer telepatía con alguien del edificio donde está mi oficina, donde me conocen para que me vean, y me rescaten.

Distingo sirenas como de bomberos, pitos y silbidos de los policías de tránsito, y taconeo de curiosos a mi alrededor. Esos ruidos me hacen estremecer. Voces en tono de discusión… ¡Qué groseros y faltos de educación! En medio de tanto ruido comienzo a trastornarme. Siento presión sobre mis hombros, no sé si me están moviendo. El hilo de claridad que alcanzo a recibir con los ojos entreabiertos se siente como un láser que carboniza mis corneas. Sospecho que algo grave me ha ocurrido. La vida me está cobrando algo cuando menos lo espero.

Mi realidad se mezcla con recuerdos demasiado vívidos para haber sucedido una década atrás. Presión, fastidio, miedo, dolor, náuseas. Mi camisa y mis medias parecen mojadas. Espero que este episodio no me cause muchos gastos extras. Una mujer grita: «¡No lo muevan! ¡No lo muevan! ¡Ya viene en camino una ambulancia!» Suenan motores de motos. ¿Será que estoy dormido en el autódromo de Tocancipá? Abro los ojos y solo veo sombras que me impactan porque se mueven de un lado a otro con agilidad en medio de una gama de colores brillantes. Me señalan como si fuera una víctima fatal. Una sensación de inseguridad estremece mis huesos. Mi cuello parece llevar una espina clavada. El aire no alcanza a asomarse a mis pulmones. Debo calmarme. Mi vida se extingue. Me halan de mis codos y me empujan hacia un costado, siguen con mi tronco, mis caderas y piernas. Unas manos bruscas sobre mis costillas me hacen retorcer como un juguete de resorte. Me colocan sobre algo muy pegoteado. Un funesto malestar me agobia. ¿Qué estará pasando? ¿Qué me pasó? Huelo a tragedia. ¿Me atropelló la vida? ¡No puede ser!

Parece que hasta en el último momento me acompaña mi terquedad, mi tedio y mi impaciencia. Entre el sopor y un sueño exaltado tengo numerosas visiones, definitivamente se me están embolatando mis sentidos. Presiento el peligro y hay algo que me imposibilita reaccionar. Hacía tiempo no experimentaba algo como esto. Mis ojos parecen estar pegados con algún adhesivo del tipo de súper bonder. Abrirlos es un acto casi heroico. No siento mis dedos. El dolor rompe mis barreras mentales. Espero que llegue alguien inteligente que tome las decisiones difíciles por mí en este momento. Me invade un sentimiento de desgracia. ¿Sobreviviré? Si estos HP’S no se apuran, terminaré el día de hoy en una morgue. Soy un niño grande a quien el destino parece haberle deparado súbitamente una bocanada agria. El malestar es tan intenso que siento que van a dejar en el piso de alguna forma mi adolorido trasero cuando me monten en la ambulancia.

Apenas puedo fruncir el ceño. Tengo muchas razones para protestar y tengo sed. Se me escapa un torrente de saliva. ¿Será que estoy recordando algo que nunca debió pasar? ¿De quién sería la falta de prudencia… de mi afán? ¿O del conductor? ¿Seré un peatón irresponsable? ¿Cruzaría yo de forma indebida la calle? ¿Yo distraído? ¿Arrollado, yo, por una moto de una caravana publicitaria? ¿No logré evadir el motorista? Esto sí que es irónico. Estoy pasando de lo mágico a lo real. No llega ningún equipo de rescate. El tiempo pasa y me agoto. Mi cuerpo necesita urgente atención en un hospital. Policías de la Comisaría y de la Patrulla Urbana, del Cuerpo de Tránsito y de Criminalística se hacen presentes en el lugar. Seguramente realizarán un meticuloso levantamiento para tratar de establecer las circunstancias del accidente. Chiflidos de armatostes, tufo de trancón. Seguro se bloquearon las vías. Me asfixia más el exhosto de los carros. Ruego a Dios para que me socorran rápido. Estoy agonizando. Cada vez más débil, más adolorido, más aturdido, mas tullido, más limitado. Ojalá caiga en manos de buenos profesionales que hagan los máximos esfuerzos y logren salvarme. Primero que me quiten el dolor. Necesito aire. Estoy sofocándome. Quiero toser y no puedo. Se acercan las ruedas de la camilla. Me abotonan un collar en mi cuello. Levantan el envoltorio en que me tienen y me depositan sobre la colchoneta. Mi corazón retumba a toda velocidad contra mi caja torácica. Me ponen una máscara de oxígeno que me hace sentir más asfixiado. Cierran las puertas y aguzo mis oídos al quedar en un recinto más oscuro mientras mi cuerpo roto tambalea al ritmo de los timonazos del hábil conductor. Imagino una mujer con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. Olor a funeral. Olor a clínica. Olor a sangre. Olor a cadáver. Olor a exequias. ¿Será justo? Abren las puertas y me deslizan velozmente mientras los médicos o paramédicos me transmiten mas angustia con sus movimientos torpes. Supongo me ingresan a la sala de reanimación de urgencias donde el jefe médico ordena pasarme a cirugía una vez me ha palpado el abdomen, me ha mirado los párpados inferiores y se ha ‘dateado’ con los valores de mis signos vitales.

NOTA DE URGENCIAS: Ingresa paciente al servicio de urgencias traído en ambulancia por presentar accidente de tránsito en calidad de peatón, con hemorragia por el oído derecho, inmovilización de cuello, hematomas palpebrales, abrasiones en hemicara derecha, pupilas reactivas a la luz, con evidente trauma en cadera izquierda. Paciente agitado, pálido, confundido, con dolor abdominal, hipersensible, presenta abundante sudoración.

Se inicia monitoría Electrocardiográfica externa.

Previo lavado de manos y técnica aséptica y antiséptica se instauran 2 accesos venosos en antebrazos. Se inician líquidos a chorro. Simultáneamente se suturan tres heridas sangrando activamente en el cuero cabelludo.

Llega carpeta de hospitalización para UCI (Unidad de Cuidado Intensivo).

Pendiente traslado a Cirugía.

La llegada del ascensor es una eternidad. Me muero. Me estoy muriendo. El dolor me doblega. Todos corren. Me siento solo. La vida se me va… Me observan, me tocan, pero yo no hago contacto con nadie. Sufro de horror pero no puedo manifestarlo. Me considero un desadaptado como los enfermos con incapacidades, imperfecciones y deformidades estéticas… y totalmente bloqueado. Nada quisiera más en este momento que una persona cálida de quien depender, alguien que me atienda, me acompañe, me comprenda, y me dé la oportunidad de expresarle mis inquietudes más íntimas, o simplemente que me brinde sentido de confianza. Pero parece que todo eso que evoco es una utopía.

Pensar que aparezca alguien, un cura o un biógrafo para trascender, es inverosímil pues además tengo la nariz como si fuera una goma elástica, estoy irreconocible. Asocio esta situación a su recuerdo y hoy sé que la pérdida es irreemplazable. Ese hueco quedó ahí con las fases del duelo que provocó su ausencia. Es más probable que aparezca Aladino y su lámpara maravillosa.

Sacan mi camilla del ascensor. Mi cuerpo, mi envoltorio visible y mi mundo entero patas arriba. Las camilleras corren conmigo y toda la aparatología introducida en mis extremidades en forma sincronizada por el corredor que termina en la puerta de las salas de cirugía que tantas veces he tenido que atravesar con dolor físico pero con serenidad porque antes ella se apersonaba, se preocupaba, me cuidaba, me paladeaba y porque yo tenía a alguien a quien querer de verdad. ¡Qué distinto es cruzar la tranquera con vacío en el alma! Puedo afirmar que duele más el corazón partido que todos los demás órganos reventados.

Una vez franqueada esa puerta disminuye la velocidad… mi barco empieza apuntar hacia su destino final, hacia la sala numero veintidós. ¿Abandonaré el barco como una rata? Distingo una voz que me genera más latidos, más respiraciones, y me obliga a abrir los ojos. Su presencia perdura en mi recuerdo. ¿Qué veo? Su perfil, su figura, su movimiento sensual y seguro. Si, allí está, acompañada de sus colegas y su amigo Don Fley, sonriendo y conversando como siempre. Al pasar a su lado logro estirar mis dedos y tocar los suyos. Ella me mira fijamente como si no creyera lo que está viendo y se detiene. Aprieto mi mano. Por un instante alucino con ella. Si, es ella. Ella fue mi todo, mi vida, mi compañía, mi aire, mi encuentro casual, mi cita con el destino. Sueño con que me va acompañar en esta tragedia.

Camina por un momento al ritmo de mi camilla, se agacha y musita en mi oído: «Tranquilo. Es solo un golpe más». Suelta mi mano. Una vez ingreso a la sala de cirugía asignada, su silueta se desvanece. Me animo y me considero el hombre más de buenas del planeta. Si me hubieran dado la opción de tener solo 30 segundos para despedirme de alguien antes de abandonar el mundo, a nadie más que a ella escogería para decirle que hubiera hecho lo que fuera por solucionar todo aquello que arruiné. Fue lo que más quise, lo que más me dolió perder, y paradójicamente lo último que olí, vi, oí y sentí.

NOTA DE CIRUGÍA: Llega el paciente a salas de cirugía con diagnóstico de politraumatismo, consciente, orientado en tiempo y espacio, muy ansioso, irritable, pálido, con severa dificultad respiratoria, con cianosis peri bucal, sudoroso y con temblor fino distal. Se procede a canalizar otra vena periférica para poderle administrar medicamentos, líquidos, y transfundirlo pero resulta muy difícil debido a la gran pérdida sanguínea. Finalmente se logra canalizar en pliegue de codo izquierdo. Se encuentra hipotérmico.

Mientras padezco encima de una mesa quirúrgica dura, fría y metálica escucho como un eco la voz de un hombre que me indica: «piense en algo agradable, y relájese, vamos a anestesiarlo, usted tiene un trauma de abdomen cerrado y su cirujano lo intervendrá. Haremos todo lo que esté al alcance de nuestras posibilidades pero por favor colabórenos». Tengo la piel de mi barriga tan inflexible y tensionada que podría confundirse con una pandereta. Estoy aterrado, desnudo y avergonzado.

NOTA DE ANESTESIA: Se inicia la inducción anestésica de secuencia rápida con todos los cuidados que requiere un paciente con alto riesgo de bronco aspiración pues se presume tiene el estómago lleno. El procedimiento no da espera debido a la gravedad del estado del paciente. Se logra intubar en tiempo record a pesar de las abundantes secreciones sanguinolentas y de las piezas dentarias sueltas correspondientes a los incisivos superiores en la cavidad oral, entre otras para evitar la falla respiratoria y maximizar el suministro de oxígeno. Una vez conectado al ventilador que hace las funciones de pulmón, los anestesiólogos se concentran en el manejo de la parte hemodinámica. Presenta shock hipovolémico, por la aguda hemorragia que produce una disminución del volumen sanguíneo circulante y se necesita con urgencia administrar grandes volúmenes de líquidos para reponer las pérdidas y estabilizarlo. Se requieren adicionalmente a los anestésicos, medicamentos cardioestimulantes y vasoactivos para lograr consolidarlo. Las drogas anestésicas se caracterizan por producir hipnosis y se utilizan en este caso para inducirle amnesia, inconsciencia, analgesia y parálisis muscular para conseguir inmovilizarlo e iniciar los procedimientos quirúrgicos. Los cirujanos emprenden la tarea de explorarlo. Empiezan por controlar las hemorragias evidentes en las extremidades colocándole torniquetes y confirman que presenta un trauma cerrado de abdomen, posible fuente de la excesiva pérdida sanguínea.

Me doy cuenta de que ya no respiro y un cuerpo extraño de textura inquebrantable ha sido introducido en mi laringe, mientras mi organismo debilitado y enclenque empieza a relajarse involuntariamente. Quisiera llorar sobre mi catálogo de ansiedades. Tengo los brazos abiertos de par en par y siento mil chuzones.
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* Alexandra Mora H. es cirujana y escritora. Médica Otorrinolaringóloga con énfasis en Cirugía Plástica Facial, Medicina Láser y Rejuvenecimiento No Invasivo. Directora Científica de «CosMedicals.com.co», Centro de Salud, Belleza y Bienestar para Rejuvenecimiento Facial y Corporal, de «COEAC», Centro Otorrinolaringológico y de Audiología Clínica y de «Freelasertherapy.com», Centro para control de adicciones y ansiedad. Pionera en la terapia integral con láser frío para manejo del stress, control de peso y adicciones en Colombia. Creadora de la línea médica del cuidado de la piel «CosMedicals Anti-Aging Formulas». Especialista, miembro consultor y Cirujana de la Clínica del Country con 19 años de experiencia. Conferencista nacional e internacional de temas que abarcan Cirugía Plástica Facial, Salud, Belleza, Bienestar y el Futuro del Rejuvenecimiento Facial. Tesorera actual de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica Facial y Rinología. Reconocida como uno de los «Médicos de Prestigio 2005» por la Revista La Nota Económica. Distinguida por la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica Facial y Rinología como uno de los mejores cirujanos del año 2007, del año 2009, y del 2011. Representante Medico de la Universidad de San Diego (California) UCSD Health System para Colombia. Autora de múltiples artículos médicos, del «Manual de Cosmecéutica para Médicos» y del libro «I Love Myself». Autora de la novela «Nubes de Abril» y de la Novela «Conexión Purg@ttorio». Twitter: @MikkoLecter

El presente relato hace parte de su última novela  Conexión Purg@ttorio, publicada por Oveja Negra.

1 COMENTARIO

  1. Señora Alexandra Mora H, es indescriptible la manera como me trasportó con su lenguaje , me sentí en la propia y carne viva de la angustia y me he quedado perpleja con preguntas sin responder a cerca de la situación del personaje, con los ojos aguados buscaré otra actividad para recuperar la cotidianidad. La FELICITO por su labor y le deseo larga vida y éxitos en su vida.

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