Sociedad Cronopio

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AMERIGO VEPUCCI, HANS STADEN Y EL PODER DE LA DESNUDEZ

Por Claudia Marcela Páez Lotero*

Edward Said inicia la introducción de su libro Orientalism, citando el comentario que hiciera un periodista francés sobre la destrucción de Beirut durante la Guerra Civil entre 1975 y 1976. Éste se refiere a la destrucción de tal ciudad como la pérdida del Oriente recreado por los escritores románticos europeos. La intención de Said al abrir su texto de esta manera es señalar que el Oriente al que hace referencia el periodista es un Oriente imaginado por Occidente o, para ser más precisa, por Europa y que por lo tanto difiere del Oriente «real». Esta situación es producto de los modos como Europa ha leído al Oriente, sobre todo durante el siglo XVIII, y a esos modos de lectura Said los ha llamado Orientalismo: «a way of coming to terms with the Orient that is based on the Orient’s special place in European Western experience» (1866). Es decir, el Orientalismo es un modo de entender al Oriente, de orientalizarlo por parte de Occidente, un modo de discurso de dominación. Y como tal, el Orientalismo depende de la posición de superioridad que Europa asume frente al Oriente que recrea y por el que habla. En esta relación entre Europa y Oriente, éste último le ha servido al primero como fuente para producir imágenes del «Otro», las cuales han ayudado a construir y reforzar la propia identidad europea.

Aunque Said habla del Orientalismo como un discurso que se genera durante el siglo XVIII con la colonización Francesa e Inglesa de Asia, este mismo discurso de algún modo se puede ver en la relación entre América y Europa durante el siglo XVI. Esto se puede observar, por ejemplo, en las relaciones de Cristóbal Colón y Américo Vespucio sobre el descubrimiento de América; en estos textos los dos exploradores utilizan imágenes del Viejo Mundo para describir al Nuevo Mundo, es decir, utilizan sus propias categorías para hablar sobre América. De alguna manera, así como Europa inventó
Oriente, ésta también inventa a América como una manera de justificar su intervención en el continente
y de relacionarse con ella en términos de identidad.

El descubrimiento de América no sólo significó la posibilidad de una expansión política y económica de Europa sino también, como señala William Arens, la posibilidad de una expansión terminológica y geográfica. Lo anterior es posible observarlo en la figura del caníbal, sobre esto explica Arens: «Through Spanish mispronunciation, Carib became Canibs and eventually cannibals» (44). Sin embargo, el término caníbal no sólo se explica por el proceso de pronunciación equivocada de la palabra, sino también por la construcción de una imagen que parte de un conocimiento previo. La primera imagen de caníbal se encuentra en el diario de navegación del primer viaje de Colón al Nuevo Mundo, en él se puede observar el proceso de transformación del caníbal, partiendo de dos figuras: los hombres con cabeza de perro y los hombres con un solo ojo llamados «caníbales» (Colón 142), cuyas imágenes corresponden a personajes mitológicos: cíclopes y cinocéfalos, conocidos en Europa desde antes del descubrimiento de América; luego estos dos se transforman en un solo personaje con un solo ojo y cara de perro: Caniba o Canima (Colón 145); hasta que finalmente la figura mítica desaparece para dar paso a la descripción de hombres que comen carne humana, de mayor inteligencia (Colón 153) y a quienes finalmente se les termina llamando caníbales. De manera que la figura del caníbal parte de un conocimiento previo, de la imaginería europea que es transformada hasta construir una imagen para leer el nuevo espacio descubierto y para justificar la ocupación de éste. La representación del caníbal le sirve a Colón como excusa para explicar por un lado la razón por la cual no encuentra oro en América, ubicándolo en el espacio lejano y de difícil acceso del caníbal, y por otro para justificar su regreso al Nuevo Mundo.

El canibalismo no solamente ha sido observado como un acto en sí mismo, como el acto literal de consumir carne humana, sino también, afirma Kristen Guest, ha estado asociado con problemas de alteridad y ha sido utilizado para imponer los límites entre civilización y barbarie; sin embargo, también puede verse como un signo de la inestabilidad de tales límites. Desde esta perspectiva, también el canibalismo ha sido relacionado con el discurso colonial, en cuanto que se presenta como un modo de definir al «otro» para justificar su opresión y exterminación. Lo que se puede observar en el proceso de construcción del caníbal expuesto en el diario de Colón, donde se construye al «otro», al salvaje pero desde las categorías del sujeto dominante, es decir, desde las categorías de Europa para luego intentar civilizarlo.

El canibalismo, ya sea en términos literales o metafóricos, para Maggie Kilgour, está fundamentado en la noción de incorporación, la cual se basa en una metáfora espacial: el adentro y el afuera. Sin embargo, este sistema de opuestos no es un sistema equilibrado en el que las dos partes tienen el mismo control o se ubican en el mismo nivel; por el contrario, esta división se organiza de manera jerárquica, lo que garantiza la superioridad y la autoridad de uno de los términos sobre el otro (Kilgour 3). Es decir, todo aquello que esté adentro se asumirá como algo bueno, mientras que lo que se ubique por fuera será percibido como un elemento peligroso; no obstante, lo que quede adentro será entendido como un término central y superior, mientras lo que permanezca afuera será observado como un término marginal y por lo tanto inferior. La incorporación entonces se manifiesta dentro de este sistema binario y jerárquico, y se puede definir como un acto en el que «an external object is taken inside another» (Kilgour 4).

Además de esto, Kilgour observa en el acto de incorporación la búsqueda de una unidad perdida, una unidad que se puede relacionar también con la identidad: «As our most basic need, eating, physical tasting, reveals the fallaciousness of the illusion of self-sufficiency and autonomy that the inside/outside opposition tries to uphold by constructing form boundary lines between ourselves and the world». Esas fronteras se crean, en parte, en la selección de los elementos externos que se quieren incorporar, y ayudan a que el cuerpo individual se asuma como una estructura estable y sólida. Esa selección puede ser material: actos caníbales, o puede ser mental: actos de identificación. Kilgour se refiere a estos últimos como los actos en los que el sujeto conoce a otros seres humanos y los incorpora, logrando así una identificación de los opuestos para crear su propia identidad. En cierta medida esto es lo que pasa con el Orientalismo, cuando Europa construye a Oriente o a América utilizando sus propias categorías, selecciona una serie de rasgos y deja por fuera otros para afirmar su propia identidad, de esta manera construye al «otro» quien termina representado una amenaza de peligro al estar afuera, y por lo tanto éste debe ser asimilado para lograr la incorporación total y eliminar esa amenaza.

En las cartas de Amerigo Vespucci sobre el descubrimiento de América, «Mundus Novus» y «Letter to Piero Soderini», como en Hans Staden’s True History, es posible observar esa necesidad de construir al «otro», a América, para afirmar la identidad y los valores de Europa. Sin embargo, esa construcción del Nuevo Mundo como el contrario, en determinado punto extiende los límites de Europa y esto permite en cierto grado una breve incorporación de éste último en el espacio del primero, incorporación que por supuesto no es exitosa. En las cartas de Vespucci se puede observar lo anterior cuando se habla sobre los encuentros sexuales entre europeos y las mujeres nativas del Nuevo Mundo, mientras que en la relación de Hans Staden se puede percibir en la aceptación de la desnudez de éste cuando es capturado por los Tupinambas.

Entre 1500 y 1504 Amerigo Vespucci escribe una serie de cartas en las que relata los hallazgos de sus viajes al Nuevo Mundo, y al mismo tiempo se inicia su circulación llegando a ser algunas de ellas best sellers como en el caso de «Mundus Novus». Sin embargo, relatar los hallazgos de los viajes hacia el nuevo continente descubierto, de alguna manera también significa inventar y fundar ese espacio. Las categorías que utiliza Vespucci para hablar sobre el Nuevo Mundo son las mismas categorías utilizadas para referirse sobre el viejo continente pero otrificando ese nuevo lugar a través de la inversión del orden conocido; y cuando me refiero a otrificar, me refiero a la construcción de aquello que es nuevo como lo «otro». La inversión de ese orden le permite a Vespucci en sus cartas presentar otro tipo de mujer, una mujer india configurada en dirección contraria al ideal de mujer europea de los siglos XV y XVI, y a su vez esto abre la posibilidad de que el hombre europeo que comienza a ocupar ese nuevo mundo se comporte de modos diferentes que se podrían interpretar como formas de incorporación en el nuevo orden.

Al inicio del Renacimiento se creía que la mujer era inferior al hombre. Tal creencia se debe en parte a que los modos de pensamiento del Renacimiento son herederos del pensamiento clásico, en especial el aristotélico, y en parte a la visión judío-cristiana. Los dos coinciden en considerar a la mujer como un ser inferior. Para éste último la inferioridad de la mujer se debe a la causa de su nacimiento, como se explica en el libro del «Génesis», Eva proviene de las costillas de Adán y, al mismo tiempo, por ser considerada como la causante del pecado original (MacClean 83). A partir de estas nociones se consideró que la capacidad de razonar de la mujer no era tan eficiente como la del hombre, en consecuencia su identidad legal dependía de su relación con el hombre: «she was defined by whom she belonged to as a daugther, sister, or wife, because women were legally designated as the property of husbands, brothers, fathers, or other male relatives or guardians» (Brown 14). Además de esto, por su falta de raciocinio se consideraba a la mujer como un ser más lascivo, que de algún modo era más    carnal que racional o espiritual como se suponía era el hombre.

Pero a la vez que se presenta esta idea de la mujer como ser inferior y sensual, en el imaginario europeo de los siglos XV y XVI también circula una figura de mujer ideal. Para conseguirla se escribieron manuales dedicados a señalar cómo debían ser las mujeres y cómo debían ser educadas. La educación de la mujer durante este periodo estuvo centrada en dos objetivos, el primero era la enseñanza de habilidades domésticas, y el segundo, el inculcar en ella modos de preservar y proteger su castidad y virtuosismo. A esta mujer ideal se le asigna por espacio el hogar, pues dentro de esta sociedad se le delega la labor de alimentar y cuidar de los hijos, ese es el objetivo de su educación (Brown 28-29). Pero también se le asignan un conjunto de valores, de estos el más importante es la castidad pues, dentro de este contexto, es el que le confiere honor a la mujer. El siguiente valor es la modestia, que revela una mente pura a través del cuidado de la imagen. La humildad también es un valor relevante ya que evita el orgullo y la vanidad, y la constancia que lleva a la entereza para evitar la tentación.

Esta mujer ideal europea de los siglos XV y XVI contrasta con la mujer del Nuevo Mundo descrita en las cartas de Amerigo Vespucci. La mujer indígena es presentada como lujuriosa (en lo que coincide con la mujer europea) pero dentro de su comunidad u orden esa lujuria no es prohibida y castigada, por el contrario se fomenta. En «Mundus Novus», por ejemplo, lo anterior se representa de la siguiente manera: «Their women, being very lustful, make their husbands’ members swell to such thickness that they look ugly and misshapen; this they accomplish with a certain device they have and by bites from certain poisonous animals. Because of this, many men lose their members, which rot through neglect, and they are left eunuchs» (Vespucci 49). Y al ser fomentada la lascivia de la mujer, se llegan a aceptar algunos de los tabúes europeos: poligamia e incesto. Del mismo modo, la castidad de la mujer no tiene valor en ese nuevo mundo descrito, tanto así que el cuerpo de la mujer virgen no puede diferenciarse del cuerpo de la mujer que ha tenido hijos: «It seemed remarkable to us that none of them appeared to have sagging breasts, and also, those who had born children could not be distinguished from the virgins by the shape of tautness of their wombs, and this was true too of other parts of their bodies, which decency bids me pass over» (Vespucci Mundus 50).

En lo referente a las labores de la crianza, la mujer indígena parece no estar comprometida con ello, pues según la descripción de Vespucci, si ella lo desea puede abortar. Además también desempeña labores diferentes a la del cuidado y educación de los hijos, en tiempos de guerra, comenta Vespucci, acompaña a los hombres llevando las provisiones pues el peso de éstas es tal que un hombre no lo podría soportar (Soderini 62). De modo que las mujeres indígenas no solo cumplen otras funciones sino que también se les caracteriza por tener una mayor fuerza física. De alguna manera al representar a una mujer que puede abortar, tener mayor fuerza que los hombres y a la que no se le impide la manifestación de sus deseos sexuales, se está presentando a una mujer que tiene mayor dominio de su cuerpo, lo que le permite por un lado poder llegar a matar utilizando la fuerza, como ocurre en la narración en que la que uno de los hombres de la tripulación de Vespucci es asesinado (Soderini 88-89), y, por otro, ser comparadas con los hombres como superiores en algunas actividades físicas como la natación.

Se presenta entonces en la narración de Vespucci a una mujer opuesta a la idea de mujer europea, la mujer del Nuevo Mundo es una mujer activa y con mayor poder y voluntad: puede decidir si tener o no hijos y puede elegir tantos hombres como quiera para mantener relaciones sexuales con ellos, Vespucci no comenta que por esto sea castigada. Mientras que la mujer europea debe dedicarse al hogar y a la crianza de los hijos, es considerada como un ser inferior y débil, y es educada para mantener su castidad y controlar su lujuria.

Esta inversión del orden podría explicar que los cristianos que acompañan a Vespucci en su viaje se permitan acceder a mantener relaciones sexuales con las mujeres del Nuevo Mundo: «When they were able to copulate with Christians, they were driven by their excessive lust to corrupt and prostitute all their modesty» (Mundus 50-51)2. Acceder a un nuevo orden implica la posibilidad de actuar de un modo diferente al usual, seguir las normas del nuevo espacio que se está representado. En el Nuevo Mundo descrito en las cartas de Vespucci tanto los hombres como las mujeres de ese lugar no tienen autoridad, o estructuras de gobierno, ni religión, y a diferencia de los hombres y mujeres europeos, que debían contener su lujuria para no ser corrompidos, en el Nuevo Mundo la manifestación de la lujuria es aceptable y normal. Y esa manifestación es más fuerte en la mujer y esto también le da cierto grado de poder sobre el hombre, pues Vespucci comenta que a causa de la lascivia de estas mujeres los hombres del Nuevo Mundo eran obligados a utilizar objetos o bebidas para aumentar sus penes (Mundus 49).

El hecho de que los hombres europeos accedan a las invitaciones lujuriosas de las mujeres del Nuevo Mundo puede indicar que aceptan las condiciones de ese orden que describe Vespucci ya que no tienen que mantener su racionalidad para contener sus deseos sexuales. El orden del Nuevo Mundo motiva esos deseos. Además de esto, aceptar ese orden puede significar admitir y actuar ciertos roles dentro de tal espacio, por ejemplo, acceder al sometimiento de la fuerza lujuriosa de la mujer es un volverse sujetos de esas fuerzas. Los hombres europeos se despojan de su idea de superioridad sobre la mujer, porque la mujer del Nuevo Mundo requiere de un sujeto que se someta a su fuerza y que acepte sus dinámicas. Y ese acceder y sujetarse al nuevo orden también puede significar algún grado de incorporación en esa nueva realidad, porque se juegan los roles que la normatividad de ese orden demanda: no gobierno, no religión y libertad sexual. Aunque esa incorporación no se da completamente porque en la narración se sigue haciendo una distinción entre el europeo y el hombre del Nuevo Mundo, y este último se continúa otrificando.
(Continua página 2 – link más abajo)

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