Cronoquimia diletante

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ACRÓSTICO ILUSTRADO DE MOMPÓS, UNA JOYA COLOMBIANA QUE SE DESLUSTRA

Por Gloria N. Oliveri*

Las fotografías que hacen parte de esta columna fueron tomadas en febrero del presente año (2019). Si algo ha cambiado desde entonces, será motivo de infinita alegría, no solo para sus habitantes sino también para quienes la visitan y claman por su conservación. Se recomienda leer este artículo escuchando a Totó «La Momposita» y su versión del tema «Yo me llamo Cumbia».

* * *

M ompós, tesoro colombiano y patrimonio histórico y cultural de la humanidad, hace recordar a Cenicienta, personaje inmortal de Perrault. Como ella, esta joya requiere que venga algún príncipe —o plebeyo— a rescatarla. Aunque Mompós todavía sigue siendo hermosa, el abandono y el descuido en que se encuentra, ya no se puede ocultar. Las autoridades siempre tienen respuestas para justificar lo que sucede y las voces que se alzan dentro de la comunidad parecen no tener la suficiente resonancia para que este distrito turístico de Colombia deje de ser una cenicienta pobre y vergonzante que naufraga en la desidia y el olvido.

O h gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, en surcos de dolores el bien germina ya. El anterior fragmento del coro del Himno Nacional de Colombia parece resumir la satisfacción de Bolívar en su lucha por alcanzar la Independencia. Y precisamente fue Mompóx, la que le dio al Libertador su primera gran gloria. Lo que dice la historia es que durante un episodio conocido como la Insurrección de Mompós, sus protagonistas actuaron bajo el principio de «ser libres o morir». Con este precedente, Mompós se convirtió en la primera población de la Nueva Granada en proclamar la independencia absoluta de España. En una estatua de Bolívar ubicada en Mompós, el descuido y el paso del tiempo todavía no han borrado su contenido y aún es posible leer: «Si a Caracas debo la vida, a Mompox le debo la gloria». Lo que llama la atención es que después de 189 años, todavía no haya sido posible honrar la memoria del Libertador y permitirle que de una vez «baje tranquilo al sepulcro». Y como si fuera poco, sus últimas palabras se convirtieron en el disco rayado de los cínicos, que como loras ilustradas, repiten a la perfección su última voluntad, aunque sin la más mínima idea de su significado.

—«¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro. (Hacienda de San Pedro, Santa Marta, 10 de Diciembre de 1830).

¡Qué ingratitud y qué amnesia! Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, en surcos de dolores el bien sin germinar.

M acondo , el pueblo de ficción tantas veces descrito en la obra literaria de Gabriel García Márquez, tiene mucha semejanza con Mompós: «Está rodeado de agua, un «paraíso de humedad y silencio, anterior al pecado original». En Cien años de Soledad, Melquiades le decía a Úrsula: «En el mundo están ocurriendo cosas increíbles. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros». «Macondo era entonces una aldea… construida a la orilla de un río de aguas diáfanas. José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor».

Llegar a Santa Cruz de Mompóx, «Tierra de Dios», y de calor, nunca ha sido sencillo —y aunque está opinión incomode a los ateos—, hay que resaltar que a Mompós solo se llega por acción de un milagro (Sea de Dios, del río, de la carretera, del buen tiempo o del azar). Sí, a este puerto del Departamento de Bolívar, sólo llegan seres iluminados, devotos o con características especiales. En su paisaje anfibio y encantador, creyentes o incrédulos, coinciden en amabilidad, paciencia, flexibilidad, cierto entrenamiento para la contemplación, la levitación y una gran capacidad de asombro. Es que en Mompós casi todo sorprende. Los niños, con su simpatía y belleza son capítulo especial. Para los que pueden vivir sin Internet la mejor opción es conectarse con la naturaleza y para hacerlo están las ciénagas, el río, los humedales, el firmamento, las llanuras… El turismo extranjero que tanto la visita, siempre la encuentra exótica, amable, encantadora. La ruta que ellos recomiendan es saliendo desde Cartagena en un recorrido de 317 km (6 a 8 horas, con milagro incluido). No hay que olvidar la siguiente frase con 500 años de vigencia: «Por Mompox no se pasa, a Mompox se llega».

P uertas para que entren gigantes parecen ser las de Mompós: fuertes, pesadas, cerradas, abiertas, de madera, de hierro. La mayoría sorprenden por lo inmensas. Las más viejas ya no se abren ni para los fantasmas. Las mejor conservadas permiten el acceso a grandes casonas en las que todavía hay gente, recuerdos y leyendas. Las de edificios públicos y las de las iglesias tienen horario. A veces ambas se cierran a la hora de la siesta: no hay quien trabaje ni vaya a misa cuando el sol calienta. Antes del exterminio español (la tal conquista) eran más modestas y sin tanta seguridad. Durante la colonia algunas se abrieron para criollos y marqueses. Otras, para aventureros y aventuras, para mujeres alegres y bonitas, para navegantes y comerciantes, para Bolívar y sus patriotas. Puertas al cielo, puertas que maravillan. Todas hablan de quien las cierra, las abre o las cruza. Limpias, sucias, viejas, pintadas, deterioradas. Frente a ellas sucumbe y coincide quien tenga una cámara. Los años han cerrado y desaparecido muchas y en la actualidad hay algunas que son el patrimonio de fantasmas.

O ro y plata. Hermosas joyas construidas con hilos dorados o plateados. Orfebres y orfebrería. Auténticas alhajas de lindura eterna. A estas piezas únicas se añaden otros esplendores momposinos: siglos de noches estrelladas. Gama de atardeceres con sus árboles y su sombra: ceibas–bongas, guayacanes, laureles, mangos, cauchos, robles amarillos y morados, almendros, trébol, olivo negro, sabanero. Manjares y la fórmula exclusiva del dulce de limón. Humedales con incontables riquezas en flora y fauna. Mompós, hábitat de reptiles, sustento de pescadores. Reino de zancudos. Suelo de serpientes, caimanes y cocodrilos. Mompós, vecindario de perros, chiquero de cerdos, lago de cisnes, jardín botánico con esencia de flores. Mompós, la que despierta el canto de los gallos, la del calor que calcina, la que funde termómetros, la del hielo tibio, la que se derrite al mediodía. Mompós la histórica, la de las iglesias, los títulos y los fantasmas. Mompós la de las luchas, la de la gente amable. Mompós, oasis de pájaros. Propiedad privada de toches, cormoranes, loras, pericos, chavarias, turpiales, bebehumos, tringas solitarias y martines pescadores… Mómpós, la bella durmiente. Mompós, la Cenicienta. Mompós, la que inspira a fotógrafos. Mompós, domicilio de bohemios, artistas y jubilados. La que arrulla el río, la que ignora el viento. La de sus calles y plazas, la de su gente humilde, amable, paciente y trabajadora. Mompós la de los villanos e inconscientes, la de quienes la mancillan y ensucian, la de quienes la convierten en recipiente de basura. Mompós la que duele, la del desempleo, la del rebusque, la del muy poco que hacer. La que se camina, la que se descubre una y otra vez. Mompós la del cementerio. Mompós la de sus muertos y sus fantasmas. Mompós, la polvorienta, la que reseca la piel. Mompós la de sus mitos, su conjuro y sus leyendas. Mompós la de sus jóvenes nadadores, sus ancianos saludables, sus casas grandes y su arquitectura andaluza.

Entre las actividades recientes, es decir, de los dos últimos siglos, la celebración de la Semana Santa, el Festival de Jazz y el Festival Internacional de Cine, son eventos que atraen el turismo, pero que no alcanzan para fortalecer la precaria economía de este municipio.

En 1987 se filmó en Mompós la película «Crónica de de una muerte anunciada», basada en el libro homónimo de Gabriel García Márquez, y todavía este hecho, sumado a la semejanza de Mompós con Macondo, el pueblo de ficción del Nobel colombiano, sigue haciendo posible que turistas extranjeros visiten a esta otra tierra del olvido. El tiempo detenido o en contravía, hizo que no fuera necesario llevar cuenta de los días, los siglos o los años. El deterioro se ha estado apoderando de todo y es difícil saber la fecha en que se empezaron a desmoronar las casas, a malograr los caminos, a cubrir de telarañas las paredes blancas, a decolorar la pintura de las puertas, a oxidar las rejas y cerraduras, a cubrir de maleza las mansiones, a convertir en nidos los faroles, a destruir los bienes de uso público, a cubrir de basura las calles y el rio, a impedir el desfile de las garzas por sus orillas, a disuadir a los niños para que se zambullan en el agua fresca. Mompós, este otro Macondo nada tiene de ficción y aquí causa risa indagar acerca del cómo, y del cuándo.

S o, como dicen los anglo parlantes que uno se encuentra caminando por las calles de Mompós, para concluir alguna frase. «So» (entonces) solo resta por decir que algo tiene qué hacer el gobierno colombiano y su Ministerio de Cultura. Se necesita un plan de acción para resucitar a Mompós porque no hay príncipe ni plebeyo que pueda medírsele solo a semejante Cenicienta. Diez años atrás, el periódico El Tiempo publicó en su edición de septiembre 23 de 2009, lo mismo que se puede decir hoy: «El Ministerio de Cultura aprobó hace un par de meses un Plan de Manejo y Protección que busca frenar el deterioro al que se ha visto abocado el municipio, por la pauperización y aislamiento en el que se encuentra desde hace años, pese a haber sido declarado en 1995 Patrimonio de la Humanidad». En otro fragmento del mismo artículo también se lee: «En Mompox se emprendió recientemente esa tarea: rehacer nuevamente lo ya hecho, inventar lo inventado, repetir el plan de lo ya planeado, actualizar lo ya actualizado, aunque mostrando un notable retroceso ideológico o conceptual a la década de los 70. Así las cosas, la realidad de hoy tiene a Mompós en una cuenta regresiva que afecta directamente la calidad de vida de sus habitantes y la tienen sumida en la vergüenza y sin posibilidades de continuar de pié con la misma dignidad que se aprecia en los legendarios árboles que todavía la adornan. Como el tiempo es relativo en Mompós, tampoco existe precisión acerca de su fundación. Lo que es probable es que haya sido entre 1537 y 1540. «Crónicas, relaciones geográficas y documentos históricos, dan cuenta que Juan de Santa Cruz fundó la villa en el año de 1540, y refutan a Juan de Castellanos; que haya sido Alonso de Heredia en 1539». Mompós, la mancillada, la que necesita de muchos esfuerzos y voluntades para recuperar sus glorias y volver a brillar. Mompós, la que sucumbe con sus iglesias y a la que le bastan las oraciones. Mompós, la mancillada por los cínicos y la UNESCO, por el presidente de Colombia, el ministro de cultura, el gobernador de Bolívar, el concejo municipal y el ciudadano del común. Todos le deben algún gesto de consideración (aunque solo sea el de no tapizar sus calles de basura). Mompós la exiliada, la olvidada, la descuidada, la borrada del mapa y de las prioridades de los gobiernos de turno. Mompós la de las 6 iglesias, la que reza y peca. La que reboza de turistas en Semana Santa. La del Festival de Jazz en septiembre, la que se escribe con «s» o con «x» final. Mompós, la conformista, la que cree que todo está bien, la que sigue hipnotizada. Mompós la que le duele a la población civil y a los líderes comunitarios, esos que cinco siglos después han impedido que la desidia arrase con uno de los lugares más bellos de Colombia.

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* Gloria Nivia Ramírez Oliveri, es Comunicadora Social – Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (1991), con un máster en Liberal Arts – Spanish en California State University Northridge, CSUN. Inició su carrera como reportera gráfica del periódico El Colombiano (1989), al registrar una de las décadas más difíciles de la historia reciente de Colombia. Sus fotografías se han publicado en diferentes medios periodísticos de Colombia y el exterior. La docencia y la investigación también hacen parte de su trayectoria profesional. Su tesis de grado (1991), Vigencia de la fotografía documental en la prensa escrita: Tras las huellas de Henri Cartier-Bresson en el contexto de Melitón Rodríguez, le abrió las puertas de la prestigiosa agencia de fotografía Magnum de París, de la que fue pasante en el año 1993. Es miembro de «Pacific Ancient and Modern Language Association», «PAMLA» y ha sido ponente de conferencias académicas en diferentes universidades de los Estados Unidos, país de residencia. Colabora con el equipo de investigación del programa de Periodismo en español de CSUN. Es editora auxiliar de esta revista y reportera «free lance».

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