AJEDREZ
Por Melody Freeland*
Mi mirada encuentra el espejo y una ola de desesperación me inunda. Continúo frotándome los ojos para ver algo que no está allí. Me doy cuenta de que estoy atrapada como un pájaro en su jaula; un pájaro que no existe. Soy un espectro de vidrio.
* * *
En mi cuarto, deslizo mis manos sobre las cuatro paredes. Cojo un lápiz tan corto que mis dedos tocan el borrador y empiezo a dibujar, lentamente, una nueva cara que acompaña a los miles de otros rostros que ya he dibujado. Las líneas se distorsionan através de mis manos y me distraigo viendo sus movimientos. La luz de la ventana ilumina mi cuerpo, proyectando innumerables sombras que bailan sobre la pared y mis dibujos. Me río de ellas porque ahora las caras parecen estar cubiertas de pecas oscuras. De pronto, entra el Rey empujando la puerta con fuerza y, como un resorte, me pongo de pie. Espero a que me dirija la palabra mientras una pregunta me quema entre los labios. Respiro despacio, agradecida de que mi rostro no se sonroje. El Rey examina las paredes con una mirada llena de disgusto.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Peón? ¡Deja de hacer esos tontos dibujos!
—¿Qué existe fuera del tablero? —le pregunto con un destello de rebeldía en mis ojos, que imagino oscuros.
—Millones de tableros como éste. No hay nada diferente. No te preocupes por eso. No preguntes tonterías. Sigue con tu trabajo —me miente con un tono de desdén.
Pero enseguida, el Rey me agarra la muñeca fuertemente y mi último lápiz se resbala de mis dedos. Lo veo en el piso. En silencio, aprieto la mandíbula mientras observo cómo lo aplasta con su talón, como si fuera un cigarrillo.
Ojalá pudiera contemplar mi propia cara. No sé si soy una mujer bella ni cuál es el color de mis ojos. Imagino que son negros, llenos de pasión y rebelión, y que su oscuridad esconde mis deseos más profundos de libertad. Quiero pensar que son el componente más fuerte de mi cuerpo de vidrio. Me gusta contemplar cómo brillo debajo del sol y, aunque odio las pequeñas marcas dentadas y rasguños en mi cuerpo, me encanta que refracten la luz y sentir esa energía dentro de mí que intenta liberarse de su jaula de vidrio. Pero estoy orgullosa de mis defectos. Cada uno viene con una historia dolorosa y reprimida, y quiero que la gente los vea y que tenga que esconderse de mi luz dolorida. Odio mi vida monótona. Por eso dibujo. Aunque mis movimientos son limitados y mi único propósito es ser una hermosa estatua para el Rey, puedo dibujar lo que me da la gana, sin fronteras ni limitaciones.
Salgo de mi cuarto, como lo hago todos los días, y me alineo con los otros peones en la sala. Son bellos nuestros cuerpos vítreos, sin pigmento. Mi tatuaje en la muñeca izquierda es el único detalle que me distingue del resto. Dice «p7». Me ubico en el lugar que me ha sido asignado, entre p6 y p8, pero no converso con ellos porque no está permitido durante las horas de trabajo. Después de unos momentos, Alfil-1 abre las puertas ornamentadas y puedo ver a los custodios del Rey. Él está sentado en una gran mesa, presidiéndola. A su derecha está la Reina, callada y cubierta de pies a cabeza. Alrededor de la mesa están los invitados de honor: los dos caballos, los dos afiles y las dos torres. Todos beben vino y cuentan las mismas historias de siempre. Ha llegado el momento de empezar la misma procesión y después será el baile. La coreografía me aburre.
Hace diez años me habría sentido orgullosa de desfilar para ser admirada. Pero ahora no. Ahora siento mucha ira y repulsión por esta farsa repetitiva. Me siento mareada sabiendo que millones de ojos festejan en mi cara de cristal. Solía mantener la cabeza baja, como los demás, pero poco a poco la he levantado. Hoy, en particular, en que me siento inusualmente rebelde, me aseguro de mirar a cada pieza directamente a sus ojos vacíos para obligarlas a ver su propia ruinosa existencia. Después de que todos se han posicionado en sus respectivos lugares, camino lentamente hacia el mío, que está justo enfrente de la mesa del Rey. Indignada por lo que me hizo, lo miro fijamente mientras froto mis dedos contra las astillas rotas de mi último lápiz. Observo cómo sus ojos se deslizan por mi cuerpo hasta que encuentran mi mano izquierda agarrando los restos. Se ríe entre dientes con desprecio y, con un tenedor, golpetea la mesa tres veces, como si quisiera decirme que tire el lápiz.
Estoy petrificada. Trastornado por mi inmovilización, el Rey golpetea la mesa más fuerte que antes; tres veces más. La Reina levanta la mirada por la conmoción que rompe las conversaciones de los invitados. Continúo sin moverme. En una erupción de furia, el Rey vuelca su silla, se lanza contra mí y me arranca el lápiz, tirándolo en la mesa. Pierdo el equilibrio y caigo sobre ella. «¡Los peones no dibujan!», me grita. Instintivamente, tomo el tenedor y me lo clavo en la mano. «¡No dibujaré más!, les respondo con lágrimas en los ojos.
Mi mano, ahora, destella bajo la luz del atardecer y, por primera vez, veo mi propio reflejo en las piezas rotas de mí misma, en mi espejo de vidrio. Me doy cuenta de que, aún atrapada y silenciada, soy hermosa. En un instante, vuelvo a ser consciente de la realidad. El Rey alza una silla por encima de su cabeza y está a punto de pegarme con ella. Cierro los ojos esperando el golpe, pero en vez de recibirlo, escucho que alguien grita «¡Fuego!» Una vela se ha caído del candelabro y el mantel arde en llamas. De súbito, la Reina saca una pequeña daga debajo de su larga toga y corta el cuello al Rey.
—¡Mi Reina, vamos a escapar! —la apremio con una sonrisa que ella no me devuelve.
—Ya no sirves para nada —me responde. —Yo tampoco —agrega.
La miro mientras se quema en el calor de sus propios sueños y mis lágrimas se acumulan sobre mi mano cercenada que refleja mi linda cara de vidrio. Camino sobre las esquirlas del Rey que cortan mis pies, pero no me duelen. Mientras las demás piezas vagabundean sin propósito porque les falta el Rey, sentada sobre el tablero me contemplo en el fragmento de mi mano y lloro de emoción porque mis ojos son negros, como siempre los había soñado. «P7», me susurro frente al espejo.
Sé que pronto esta historia se repetirá. Así es el juego de ajedrez. Movimiento tras movimiento, alguien gana y alguien pierde, y todas mis muertes me persiguen cada vez que los peones son usados y reemplazados. Soy usada y reemplazada. Somos usadas y reemplazadas.
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* Melody Freeland es estudiante de postgrado en el programa de Maestría en Español de la Universidad Estatal de Bowling Green, Ohio, USA. Especializada en América Latina y el Caribe, sus investigaciones tienen un enfoque en estudios literarios y cinemáticos, con énfasis en la representación de la mujer a través del análisis de cuestiones de género y sexualidad. Su ensayo «La Mujer Silenciada dentro de la Máquina Patriarcal» ha sido publicado recientemente en la Revista Argus-a (Argentina — USA; Marzo 2019) y además, su poesía en la Revista Cronopio (Colombia — USA; Mayo 2019). Se le ha otorgado además una beca de investigación para continuar su trabajo educativo con organizaciones sin fines de lucro para abordar cuestiones de justicia social y la enseñanza de las matemáticas a estudiantes de herencia.