ANITA O EL SIGNIFICADO DE PLANCHAR

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anita

Por Wilfer Alexis Yepes Muñoz*

Creo que dormía o competía a despertarse con el gallo de enfrente. No parecía preocupada, era una mujer silenciosa llena de sus muertos, de los hijos sin nacer, como sin infancia previa. Mantenía el cabello corto, siempre cano, no sabía mirar fijamente más que al nieto y a Celina, la coneja, su amiga de toda la vida, quien esperaba una ración del costal que terminaba a medias después del abrazo, las cuitas y la preparación del embargo a su marido infiel. No era mujer de su casa, vivía para otros, era hermética y de palabras tajantes. No le gastaba sus ayunos al canturreo vecinal ni a las parrandas de fin de semana. Pero en diciembre se preparaba unos tamales que alimentaban una cuadra entera y batía una pailada de natilla que reivindicaba tanto silencio durante el año. Los instrumentos de socialización sin palabras todavía habitan esta casa junto al patio de recreos que nunca visitaba.

La esperaban montañas de ropa represadas en una casa de señoritas ricas en Rosellón los miércoles y los viernes, esos días que suponían para nuestra mesa el arroz con huevo, plátano frito y el ñervito de carne de nuca, que equivalía a tostar el pellejo de la res para que fuera más fácil trocearlo. Las demás jornadas eran sinónimo de sancocho de cola o sopa de arroz con desperdicios de pollo, que no soporto. Jamás se burló de esa aversión, y me daba opciones de papitas con salchicha de manguera en rodajas pequeñas las veces que podía. También recuerdo que solíamos untarles manteca a las arepas. ¡Todo un manjar!

Acostumbraba cargar costales doblados; no podía con los bolsos, no vivía para ese terruño decorado donde se contonean los labiales color uva, el lápiz para resaltar las cejas, un poquito de talco, la pestañina barata, el rubor y otros asuntos de señoras recatadas. No usaba desodorante. Se iba llena de bolsas plásticas, por lo general negras, vestidos viejos, sus tenis de abuela con la uña asomándose y una gran joroba a la que debía aplicar alcohol con marihuana antes de sus novelas. Es curioso que no supiera leer y le temblara la mano al intentar escribir su nombre, que no era Ana. El de pila le parecía forzado, poco respondía al llamado de Juana, y cuando se acordaba de esa impronta, renegaba, y hasta soltaba la grande.

Anita planchaba con maestría. Sus patronas confiaban en la honestidad de sus pliegues y cuellos, ella sabía calentar una tela en su punto de fuga y fingir que nuestro mundo era a la inglesa. Al verbo planchar yo le sumo dos más: ‘amar’ y ‘sobrevivir’. Ella siempre llegaba muy cansada, pero tenía tiempo para contarme las cosas bellas que encontraba prometedoras en esas casas envigadeñas, y eso que en medio de las propagandas que alargaron por años las telenovelas de ambos. Recuerdo los sobraditos de lasaña, que todavía no habían sido nombrados por un niño de ocho años que intentaba aprender a deletrear para comenzar sus ahogos con Relatos de náufrago.

El televisor era nuestra excusa. Yo solía hacerle entrevistas, masajes y hasta le pintaba las uñas de transparente. Me contó de su padre Vicente, que la negó. Se iba a casar con un ciclista, pero un mes fue mucho tiempo para esperar el vestido, que llegó sin planchar. Ja,ja,ja,ja,ja. Cuando la dominaba el sueño en un mueble rengo de azul cerúleo, yo le empayasaba las uñas de rojo para que fingiera enojo y me obligara a buscar el thinner de mi mamá. Reía tanto con ella, que planchar se convirtió en una travesía por el universo de las telas, y me enseñó a vestir con la ropa bonita que dejaban los sobrinos de esas desconocidas. Creo que una de ellas se llama Ilduara. Planchar no era la mío, y creo que tampoco el sueño de Anita. Su labor era alimentar el gusto por las telas y traer un poco de comida a este remedo de casa, mientras su marido borracho se esmeraba por mantener al día la cuenta de servicios.

En una de esas sentadas junto al televisor de perilla, me contó que iba pocas veces a una casa en una zona muy exclusiva donde se reunían señores muy raros. Ella evitaba el contacto, pero en sus ropas vibraban aires que no podía planchar: olían a rifle, a sangre mezclada con perfumes muy caros, a tortura, en fin, a ese aire de los noventas. Los señores solían ser muy amables con ella, sin embargo, sentía que en su ropa se deslizaban almas en pena. No podía alivianar esas arrugas irreparables. Su intuición la sacó de ese laberinto sin que pudiese agregarle detalles a dicha hazaña.

Cuarenta años después ya no podía con sus manos. La sobada con marihuana y alcohol dejó de ser un remedio. Así fue como su manera de planchar, que significó la supervivencia de una familia que no avizoró oportunidades para el mínimo, resonó en mi buen gusto, que no parece reconocerse en un estilo único. Fueron tantos los ensayos de estilo que, tratando de imitar sus caricias con la ropa de segunda que dejaba impoluta, hoy parezco un apátrida cuyos chalecos y sacos evitan la plancha, porque le reservo a ese verbo todo lo que significa amar una sabiduría que sabe pedir limosna los domingos, recoger verduras y frutas en los botes de basura de la Minorista, y alentar este deseo de caminar que no conoce puerto. Y ahora, en ese silencio sin tumba, sin la bala de oxígeno y una cama oxidada, queda su nombre, su ímpetu silencioso y los abrazos más tiernos que sabe dar una abuela al nieto negado, como ella.

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*Wilfer Alexis Yepes Muñoz (Medellín, Colombia, 1985). Es Doctor en Filosofía (2015), Magíster en Filosofía (2013), Filósofo (2007) y Licenciado en Filosofía y Letras (2012) por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Se ha desempeñado como docente de cátedra y como director de trabajos de investigación posgradual en la facultad de Filosofía de dicha institución. Áreas de investigación y docencia: filosofía contemporánea, filosofía del arte y estética, hermenéutica, teoría literaria, pensamiento y literatura latinoamericanos, y la relación filosofía-literatura.

De su pasión por la literatura y la filosofía han surgido numerosos artículos para revistas académicas indexadas y entre sus libros destacan ‘Lo humano como ficción’. ‘El pensamiento mágico de Ernesto Sábato’ (2017) y ‘Hacia una estética del conocimiento’. ‘El conocimiento como creación en la perspectiva de Nietzsche’ (2015). También publicó tres poemarios: ‘Reflejos en el agua’ (2013), ‘Adjetivo de límite’ (2014) y ‘Un espejo en el centro del mundo’ (2023).

14 COMENTARIOS

  1. Tanta sensibilidad, nostalgia, gratitud y amor entre una abuelita y su adorado nieto. Tantos sacrificios y luchas de doña Anita para salir adelante a través de su bello trabajo.
    Qué queda de toda la vida de doña Anita? Un escritor maravilloso, Wilfer, diferente, talentoso, un gran humano y sobre todo un ser lleno de sabiduría. Doña Anita sembró semillas que perduran en el tiempo… Abrazos Wilfer.

  2. Me imagino a Anita con la clásica plancha de carbón sobre la ropa almidonada de las señoritas envigadeñas. Anita me hace recordar la suerte de muchas mujeres de antaño que sobrevivieron y mantuvieron a sus familias a punta de labores domésticas y de las máquinas de coser. Cuánta generaciones se levantaron con estas labores femeninas? Creo que no las podemos contar en los dedos de nuestras manos, pero si reivindicar su memoria desde ese dolor de familias antioqueñas y colombianas soportadas por el machismo.
    Imaginar a Anita planchando en su cotidianidad para llevar la libra de arroz a su hogar me arruga el corazón. Las lágrimas se asomaron en mi cara en un momento de ansiedad y de incertidumbre personales que me obligan a reconocer moralmente las experiencias dolorosas de nuestras abuelas a la hora de criar y alimentar a sus familias.

  3. Qué hermosura, me llevó a recordar muchas cosas de mi infancia, algunas palabras ya olvidadas. Y la forma para mí perfecta de escribir el párrafo donde nombra ese episodio de los 90 que todavia, no se han podido quitar las arrugas en el tejido de nuestro país.
    Gracias mil por dicho regalo literario tan bello.

  4. Hermoso cuento describes perfectamente una vida llena de luchas incansables por sobrevivir y una abuela con un sentido de vida claro dando Amor a su nieto.
    Eres el elegido, quien rompió ciclos, quien ha transformado su historia familiar y con ello la propia. Tu abuela planchaba ropa y tú planchas tu vida para mantenerla así, sin una arruga impecable y reluciente, sobresaliendo y destacándote donde quiera q vallas por hacer las cosas no bien, sino súper bien q se noten tus tocadas, tu presencia y q se sienta igualmente tu ausencia.
    Felicitaciones 🎊 👏👏 y miles bendiciones con ese don de cautivar a través de tu escritura.

  5. Wilfer. Te envío un abrazo desde mi corazón. Me ecantó tu historia ,me conecta con mi niñez donde faltaron tantas cosas materiales pero sobro amor de esos seres maravillosos como los abuelos y padres que siempre extrañaremos en nuestra vida. Felicitaciones..

  6. Amigo, relataste una historia simplemente hermosa, llena de nostalgia con notas de la alegría y el afecto que tu abuela plasmó en tu vida. Siempre me dijiste que ella es el ser que más has querido en tu vida, y ahora en este escrito veo un homenaje a su humilde pero importante labor y a la fuerza y tesón para ser el pilar y sostén de una familia.

  7. Felicitaciones
    Conocí a Anita claro que si.
    Donde ella este debe estar súper orgullosa de ti.
    Me emociono tu manera escribir de hacerme recordar esos tiempos del barrio donde una vez viví y ustedes eran mis vecinos
    Aplaudo tu tenacidad , tus luchas
    Y resalto enormemente que valores a esa gran mujer que fue tu abuela “misia Ana”

  8. Hermosamente plasmado, con la pasión y la sensibilidad que solo el amor, el legado y las vivencias de una abuela amada pueden inspirar. No hay nada más bello que expresar, en vida, hermano, en vida, la huella imborrable que alguien deja en el alma.

  9. Wilfer que hermoso relato, tan vivo y conmovedor. cada palabra está planchada con el calor de una vida silenciosa, pero tremendamente digna. Anita no fue solo una mujer, son memorias, resistencia y ternura sin alardes. Me conmovió la manera en que el amor se plancha, se unta de manteca en una arepa, se esconde en una bolsa negra o se tiembla en una firma que no llega. Esto es un homenaje a todas esas existencias que no entran en los relatos épicos pero sostienen el mundo. Gracias por escribirla así, porque ella ya no necesita tumba: la habitas en cada palabra.

  10. Me sumergí en el cuento y también vi a mi madre en las labores que narras.
    Me gusta mucho la forma en que escribes, llegas al corazón del lector. Felicitaciones!

  11. Una historia de amor limpia y sin arrugas como la ropa que planchaba Anita. Una historia de amor como solo las abuelas pueden brindar. Gracias Wilfer por la historia.

  12. Me encantó esta historia, conecte con cada palabra.
    Son maravillosas esas abuelas que luchan cada día por su familia y que son tan especiales con sus nietos.
    Felicitaciones Wilfer.

  13. Que hermosa historia. Me gusto mucho como la relataste. Esos seres preciosos en nuestras vidas se merecen algo así. Permanecer de esta manera!

  14. Apreciado Amigo

    ¡¡¡Qué hermosa prosa!!! tienes la capacidad de tocar fibras hondas, de hacer visible lo invisible, de elevar la humildad de un gesto —planchar— a la categoría de amor, resistencia y dignidad.

    Me conmoviste profundamente. Cada imagen, cada recuerdo, cada frase tiene el pulso de lo vivido y la delicadeza de quien sabe mirar con ternura incluso lo más duro. Felicitaciones por esta publicación tan merecida en Revista Cronopio. Mereces todos los reconocimientos que vengan, y muchos más lectores que se dejen abrazar por tu voz.

    Si antes te admiraba como escritor, hoy te admiro muchísimo más.
    Te he leído… pero hoy ha sido diferente, maravillosamente diferente.

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