Literatura Cronopio

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ARGUMENTOS DE PODER: EL SILENCIO NOS MANTENÍA DESPIERTOS

Por Santiago Andrés Gómez Sánchez*

Como lo dice su título, esta historia es pura ficción. La Medellín de que habla es una Medellín de mentiras, y los personajes de que habla, sobre todo los reales, son pura mentira. El libro es, pues, del orden de los espejismos, y podría describirse como referencia informal de una simple realidad alterna. En consecuencia, confesamos de modo abierto que no se busca representar correcta o fielmente a las mujeres, a los niños ni a los hombres, tampoco a los pueblos afro o de la Abya Yala, a ningún grupo vulnerable o estigmatizado, y ni siquiera al ser humano en general.

Y no solo es que no creamos en una posible representación correcta. Ya que todos los personajes son, más bien, proyecciones oníricas del autor, esta novela no es, ni mucho menos —no puede ser—, una obra feminista, en tanto sabemos, además, que ese autor es un hombre que, tal y como se lo han hecho ver a él las feministas, goza de todos los privilegios que le da el ser hombre en nuestras sociedades occidentales y, además, un hombre que en un pasado no muy lejano fue un acosador e incluso, en lamentables ocasiones, un abusador, y que alguna vez, en los años noventa, sin darse ni cuenta, estuvo a punto de ser un violador.

Lo que sí podría defenderse es que el libro que entregamos al lector en todos sus episodios es parte de lo que muchos hombres tenemos por decir en contra del patriarcado, más o menos en la onda de cierto masculinismo que representa, especialmente, pero no únicamente, el escritor Warren Farrell. Por último, puede ser conveniente advertir que, debido a la recurrencia de algunos eventos y tipologías en este ambicioso relato, entendemos, igualmente, que el contenido de algunos tramos suyos no sea de interés para algunos de sus eventuales lectores, pero intuimos que en el futuro esa posibilidad será cada vez menor, y que El silencio nos mantenía despiertos. Una novela de Medellín, es, como lo ha sido Paradiso, de José Lezama Lima, una novela para el futuro, más que para el presente, y está reservada para unos pocos buenos lectores. Esos que disfrutan el releer, más que el simple (creer) leer.

* * *

El silencio nos mantenía despiertos está dedicada
a Denisse Roca Servat y Gabriel Ignacio Gómez Sánchez,
a Adriana Rojas Espitia (Amrec), a Andrés Arango y Carolina Quintero

«Nuestro desafío realmente es contra la estupidez»
(Vandana Shiva) [1]

PRELUDIO

—Vertiginosa—
«Si hay algo que detesto es un hombre vestido de azul»
Esther Greenwood, en La campana de cristal.

ISÁFORA

Junio 20, 2014. Viernes. 17 hrs 23 min.

«Mi decisión está tomada. No sabes cuánto lloro, no sabrás cuando lo leas, no sé yo ahora que lo escribo, cuánto lloro, qué lloro, de dónde surge este manar, ni qué es llorar siquiera. La vida se me va en lágrimas y me río. Y es que no es vida lo que quiero, es tu muerte, maldito gozón, es ese poder estar encima de todo, como lo logras tú, incluso sin darte cuenta. Oh, tú, gozón, cuando me matas. Ese es el nombre que debí de haberte dado. ¿Oyes, madre, difunta verdadera? Naa. Qué va cualquiera a entender lo que aquí está escrito, mucho menos tú. El hombre que me enseñó que todo es parte de todo —y no es Marduk: es más que Marduk— va a tener que darse cuenta de lo que es definitivo, y de que yo lo sé. Porque realmente, realmente (qué palabra tan curiosa, tan furiosa, chistosa, leve moza), realmente, lo único que me interesa es demostrarle, sí… lo que hemos hecho, todo lo que podemos hacer, lo que él comprende, ve, me muestra, a donde me lleva pero no se atreve a entrar ni mucho menos a quedarse. Y en cambio, hasta dónde puedo llegar para su liberación, para la mía, tonto, para romper de verdad con los cadalsos. De Nietzsche, basta; de Sylvia Plath, basta… No… Basta con ser un genio… Soy yo, yo, la que quiere cantar y ser la súper-hembra, y tú, Biemparido, Gozón de trupamulta, qué es lo que me dejas queriendo, por qué te haces querer en lo tan poco que logra ser tanto sin ser nada, tú sabes, todo, y sin darte cuenta… Con dejar de hablar un rato dices algo, despides luz sobre lo hecho, sobre el mundo… Cómo haces que te perdone el que te vayas tan rápido, el que hayas venido tan rápido, no sé… Hace poco, más bien poco, empecé este diario, y siento que he crecido un poco diciéndome estas cosas, que tú y yo hemos sabido escribir en mi corazón, lindo… No quisiera decirte lindo, pero eres súper lindo, si defino el término. Lindo es alguien que me deje respirar y me contemple antes de hablar, que me contemple a mí, esa es la palabra. Sentirme no contemplada como los melindrosos nenes, como los machitos aciagos, sino mirada con la atención y el amor que hemos descubierto tuiyoadentro, juntos en ese animal que creamos con un vistazo escondido en el otro, y un recuerdo apresurado, tuiyoadentro, mandón. Mi decisión está tomada, porque quiero contemplarte sin reproches y eso no dejas tú que sea posible, a ti, con las estrellas, aunque lo deseas, cediendo siempre. Que sea del todo —he soltado un chillido, ja, ja, no me imaginé diciendo estas cosas—, daremos el salto final a la luz real, al camino oculto que se nos abre al frente. Mi amor es lo que quieres, lo que consigues y luego evitas, ahuyentas, perro. Mi decisión te sorprenderá esta noche, porque yo te revelaré, fastidioso, te revelaré lo que eres, desde la raíz de tu cabello mágico y rebelde, desde la raíz o las fuentes infinitas de este llanto de alegría en que se va mi dolor terrible, mi hastío insoportable, mi formativo y bienhechor espanto de tantas y tantas noches.

«Me alzo, Marduk. Allá voy, y no sea lo que no fuere. Son las dieshosho horas con shero shegundos, bello».

Capítulo 1

TODOS MUERTOS
—Veloz, con pausas—

Observo desde un ángulo la operación inútil y me abrasa el deseo de arrancarme los ojos

Isla Correyero, 13 de junio de 1995

ALZBIETA

Soy una mujer madura, sin esperanzas, que pudo decir ayer sin ilusiones, y ya no, ya solo y del todo sin esperanzas, que ha perdido a su hija, a su única compañía. Debo decírmelo de nuevo, porque no sé si en verdad apenas haya comenzado a madurar, o si ya lo que haya por aprender, por serenarse, por crecer, sea un camino de vuelta. Debo repetírmelo, repetírmelo hasta dormir o entrar en un estado del que pueda salir otra. He perdido a Isá. He perdido a mi única hija. ¿La perdí desde antes? Ni el llanto me acecha ya, ya no tanto, ya casi no. Hay un vacío que no sé enfrentar, y temo comenzar a perderme a mí misma, temo terminar deshecha si no comprendo que algo soberano en Isáfora se impuso, como se lo leí esta mañana en su diario arrevesado: me alzo, Marduk. Pero mi encuentro de esta tarde: ¿a qué se pudo deber? Ese pelmazo, esa desvencijada gloria temprana de las letras pueblerinas, ese pobre hombre, encantador, aún atractivo y tan amable siempre, pero tan envanecido, tan ido, tan perdido, ¿será? Fue el profesor de Isá. ¿Será él el Gozón Biemparido, el propio Marduk? Nos topamos en el Café Vallejo, que es tan frío, pero el único a donde pude ir a refugiarme, cansada, cansada de todo, o abatida: ese es el término, desolada. Leer el diario desquiciado de Isáfora me ha dejado convertida en otra cosa, en otro ser, o en un no ser. ¿Soy una mujer madura, sin ilusiones…? Dios mío, no puedo dejar de llamarte. ¿Albergo la esperanza de algún día ser otra vez una mujer con esperanzas? … sean estas cuales ilusiones fueren. Este sujeto, Julián, Julián Andrea Sánchez, que pudo ser mi hijo… Que pudo ser mi amante, si se quiere… Porque así es, casi incestuoso… Yo le pedí esa vez que no me mires así, asustada, primera vez que me temblaban las piernas con un hombre que no fuera mi papá… Pero hoy, definitivamente, su historia es una historia y la mía es otra historia muy distinta, del todo distinta. Y sin embargo hoy, en este ocaso, debo preguntarme: ¿será Marduk ese jovencito que incluso fuera durante años como mi paciente gratuito en psicoanálisis, al que en buena parte eduqué sentimentalmente, al que vi llorar de amor tantas veces por otras…? Julián Andrea Sánchez, el profesor de lenguaje cinematográfico de Isáfora, ¿por qué viene, Señor de mis padres, esta leyenda urbana ya un tanto rancia a hablarme de su propia historia, desesperado, acomedido, indiscutiblemente triste, y despierta en mí todo tipo de deseos, deseos de saber, sobre todo, o los renueva, de saber no sé ni qué, no me atrevo a decir qué? Quisiera saber qué hay en él y qué hay en mí que todavía no sabemos. Quisiera no solamente descubrir qué sabe de mi hija, aunque esa sed ya me agobia. Yo quiero conocer por fin si, lejos y adentro de todas las esferas concéntricas y entreveradas que orbitan y navegan por entre sí mismas —haciendo mi alma tejida y destejida—, si por fuera de ellas respira una luz rebelde, una tierna monotonía, tal vez, una sucia luz impenetrable, ¿por qué no sucia e invicta?, que me demuestre que mi hija y yo viviremos, o si acaso vivimos, que me demuestre que ahora mismo vivimos… Estoy mal, estoy muy mal. Pero justo el atorrante habló de eso. Dijo que tenía una idea sobre la vida muy distinta a la idea que se tiene sobre la muerte. Tales fueron sus palabrejas. «Una idea sobre la vida muy distinta a la idea que se tiene sobre la muerte».

¿Volverás mañana?

JULIÁN

Qué bello ha sido encontrarme con Alzbieta hoy, casi a propósito. Qué bello ha sido que me diga esas palabras del final. «Vuelva. Que el diálogo no se rompa», me reclamó, y yo pensando que de un modo u otro la importunaba. Venía yo de un evento durante el festival de cortometrajes de Celso Henao en el que levanté la polvareda definitiva de mi vida, o no, hablando de Juan Carlos López, no la definitiva, Juan Carlos al que mataron, como tal vez me maten a mí, como mataron a ese niño delante de mí en La Unión, a todos, al que sea, y me topé con esta mujer luego de andar mucho rato, confundido, pues ni quise tomar bus a la salida del Andino. Del mero Instituto Global Andino, sí señor, y me fui a pie desde el centro hasta Laureles. Mi segundo hogar, caramba, el Andino, y el de la propia Alzbieta, valga recordarlo… Fue encontrarnos y mirarnos un instante, y de pronto sentir yo como un pozo negro que me jalara y cuyas paredes subieran muy rápidamente frente a mí, no pude más sino sentarme, con vértigo, taparme la cara con las manos y empezar a llorar, llorar a raudales, como nunca antes había llorado… Nunca antes, y no ha sido poco… Lloraba por Juan Carlos, a quien Alzbieta conoció muy bien, en cuyo funeral estuvo, pero lloraba sobre todo por mí. Lloraba por Isáfora. Lloraba por Verónica, que en ese momento estaba en casa, trabajando como siempre, como ahora mismo, cuando vuelvo a casa, trabajando ella sin remuneración, como siempre… Lloraba por la ciudad entera, por mí, porque la ciudad, más que dejarme solo, me ha desterrado dentro de sus muros, y porque la ciudad se entrega día a día, y cada vez más, a esa mansedumbre suya gracias a la cual entidades como el Andino o el supuesto periódico El Parroquiano, o la misma alcaldía de Medellín, y Bancamina, seguros Pira y almacenes El Clóset, con su pie en nuestra nuca nos hunden el mentón en el pantano, y elevan al poder al que quieran, así como si no, y nos engañan y roban de frente: cuando pagás el mercado, los servicios públicos, la cita médica, lo sabemos todos, y matan de frente a miles y lo niegan, pero todos nos quejamos bajito, nos quejamos y no hacemos nada, no podemos hacer nada de nada. Y pensaba en Jesús María Valle, y en Héctor Abad Gómez, mártires de los derechos humanos, y en los cientos de profesores y sindicalistas, como lo soy yo ahora, profesor, a quienes desde los setenta (profesor y sindicalista), a quienes desde los treinta comenzaron a matar ellos, no otros: ellos, la dirigencia prestante y cristalina de esta región, a matarnos como si fuera por deporte en esta ciudad, en todo el país: uno, dos, tres diarios, y todo callado, o disimulado, y si se sabe, todo resignadamente aceptado, como nos lo impone El Parroquiano, un simple o mayor escándalo. Y pensaba yo llorando y llorando y llorando a mares, del modo en que nunca antes lo había hecho en mi vida lamentable y estremecida, en cómo el cine y todo, la televisión que hice, el mismo fútbol que disfruto, hacen parte de la misma máquina, en cómo además por todos sus ramajes se filtran las mismas conmovedoras insidias morbosas, los mismos asesinos rampantes, las mismas tragedias humanas provocadas, ignoradas o negadas, que Isa me juraba íbamos a conjurar, a desnudar, a sublimar bajo mi guía, la guía de la noche. Pero no le dije nada a Alzbieta: qué le iba yo a decir. Solo lloraba yo por Isáfora, en verdad, solo por ella y por mí, que estoy no cascado, ni dolido, sino realmente destrozado por su muerte criminal que será impune, en la que tal vez yo fui el mismo asesino y ni lo sé, porque ya no sé dar cuenta de mí mismo, aunque lo haré, sobrio o borracho, lo haré, lloraba por estos restos que también soy o quiero nada más ser de salvaje bien muerto y enterrado, aporreado por los golpes anhelosamente dados y rayado por los arañazos perfectos pero tardíos de la difunta Isáfora, por mí lloraba, sí, y por los puños del condenado taxista, Doble Seis, a quien luego ellos mataron esa noche… Porque era él y lo mataron por mí, que estoy mandado a recoger, sin amigos que me defiendan, que tengo dos y tres paladas de tierra negra en el pecho desde hace años, cuando empecé mi campaña contra El Parroquiano, sin que me terminen de matar nunca, y que ando desprestigiado en todo desde que protesté por las anacrónicas y hoy tan perniciosas políticas culturales del Andino y luego, en Universidad Ática TV, donde trabajaba, por la incoherencia totalitaria, arrodillada y vendida de los jefes a los dictadores frenéticos del mundo, y también en Prolepsis, cómo no, universidad fascista neoliberal, o sea, nido de ratas de cuello blanco, cómplices y a veces autores directos o indirectos de todas las masacres de esta nación y de otras de la subregión, pero Alzbieta ni sabía lo que pasaba por mi mente, y era esto que vive Medellín incluso desde los tiempos en que que mataron a Juan Carlos López, y ya desde mucho antes, desde ese día en que supe de su asesinato y me cogió —siendo todavía un niño— tremendo ataque de risa al frente de mi hermano Daniel, que me lo informaba con frialdad, todo lo que diré en mi novela, y es que desde entonces el mundo se venía derrumbando poco a poco, sí: lo que pasaba por mi mente y Alzbieta no sospecha aún era esto que palpo en el Café Vallejo de mi recuerdo inmediato o sigue palpitando en mi sueño personal y luego diré en clave para dar cuenta de mí, que el mundo desde niño fue un puro erosionarse, o para dar cuenta de lo monstruoso que somos, desde que nació, y así dar cuenta de lo monstruosa que es, lentamente, nuestra viva madre tierra, un desmenuzarse, ella y no otra, deshacerse, lujuriosa, y resbalar en placer de muerte, sin morir, como el bizcochuelo mojado de esos que me como sin que terminen de derretirse nunca, ensopados en su ambrosía singular, jamás, zarza que arde pero no se consume, temblorosos, sin nombre, mientras allá arriba alguien gime, rota, única y fugada por su herida eterna de luz oscura, desconocida, alguien, ¡alguien!,

y no sabe controlar mi cabeza, no puede, de diablo sádico y piadoso, de dos cabezas y seis lenguas viperinas enroscadas. Alzbieta solo estaba sentada allí, mi vieja amiga, inocente, al fin y al cabo hace tanto tiempo decidió abandonar esto tan pérfido, este agite de la alta cultura, de la cosa pública, más o menos por la época en que se murió nuestro maestro común, Luis Antonio, el decano de todos los críticos de cine del país, poco luego del asesinato de Juan Carlos, y se dedicó ella de lleno a sus labores de psicoanálisis y no volvimos a saber nada el uno del otro, ni el rastro. Lo único que supe, en un momento dado, mientras se agitaban mis hombros, la única verdad a la que accedí, convulsionándome sin darme cuenta, enloquecido, llorando ahora solo por Isa, porque no dejaré de preguntarme qué pasó, quién la mató, si fueron ellos, ellos, o si fue Isáfora misma, o si fui yo, desesperado, lo único que supe, despreciable, fue que una mano se posó en mi hombro, lo único, lo único. Se había adelantado Alzbieta en su asiento, recogido su falda de lino negro, un poco embarazada ante mi llanto sonoro, al frente de la gente que pasaba al frente, por la calle, o que se tomaba un tinto al lado, en nuestro Café Vallejo, pero sobre todo contrita ella, conmovida, porque la conozco. Ah, cómo hablábamos en otros tiempos… Horas y horas… Y era allí esa mano ya mismo, días y días, el ser unos desconocidos quienes antes fuimos tan cercanos, años y años… Era eso, el reencuentro inesperado, esa mano en mi hombro, el mirarnos y descubrir en otros, muy hondo, lo que parecía perdido, todo ese mundo que se fue, nosotros, nosotros, que se deshizo, no era otra cosa lo que me seguía partiendo en mil llantos rabiosos, inconsolable… Pero estaba aquí, al lado, aquello vivo… Así que tomé su mano y me la llevé al rostro, la mojé en mis lágrimas y la besé. Ella la quitó rápido, venga, tranquilo, levántese, cuénteme qué le pasa, y yo asustado, vuelto en mí, sabiendo que la vida ha sido devuelta para mí luego de cuántos, ¿veinticinco, treinta años…?, me le lancé en un abrazo, supe que ambos debíamos de estar allí, que ese momento era trascendental en mi vida y tal vez en la suya, porque esa mirada con que nos vimos, esa mirada con que nos descubrimos, era la mirada de algo que necesita de lo otro para hablar, la mirada adolorida, para que lo otro vil o inerte le bese la mano llorando, para que te abrace con los ojos brotados, salvaje, consternado, pero en paz, los dos en la paz de saber que allí está todo, en el abrazo mudo, en la incomprensión atónita, siéntate, ¿querés tomarte algo?, me preguntó, mezclando el tú con el usted, como nosotros los paisas, y con el vos, los hijos habitantes de esta tierra bendecida, yo botando duro el aire, como si hubiera corrido una maratón en Babilonia…

No, nada, le dije, no quiero tomar nada… Solo quiero descansar… Descansar…

* * *

El presente fragmento hace parte de la novela «Argumentos de poder: El silencio nos mantenía despiertos, parte 1» la cual se encuentra disponible en Amazon (pulse para ver).

NOTA:

[1] «Our challenge really is against stupidity». La frase proviene de una entrevista concedida por la doctora Shiva a PlayGround, ver: https://www.facebook.com/watch/?v=823999091129988

__________

* Santiago Andrés Gómez Sánchez (Medellín, 1973) es periodista de la Universidad del Valle, magíster en literatura de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los volúmenes Madera Salvaje (novela, Ediciones B, 2009), El cine en busca de sentido (crítica, Universidad de Antioquia, 2010), Los deberes (cuentos, Universidad de Antioquia, 2012), Todas las huellas. Tres novelas breves (novela, Universidad de Antioquia, 2013), La caminata (cuento, EAFIT, 2015), El cuarto asesino (novela, Universidad de Antioquia, 2016), Certeza de lo imborrable. El cine en busca de sentido, vol. 2 (crítica, Universidad de Antioquia, 2017), La Musa asesinada. ‘Conversación en la Catedral’, de Vargas Llosa: novela marxista (crítica, Universidad de Antioquia, 2018), Régimen de criterios. Cines y cineastas colombianos (crítica, Editorial Deliberar, 2019) y Diálogo de raíces (cuento, EAFIT, 2019). Entre 1992 y 2011 fue crítico de la revista Kinetoscopio y del diario El Colombiano, de Medellín. En 1994 fundó la Corporación Cultural de Video Independiente Madera Salvaje, con la cual ha realizado 28 obras audiovisuales de corto y largometraje en los géneros de documental, ficción y experimental. En 1996 recibió el Premio Nacional de Video Documental por Diario de viaje, considerada una obra pionera en el cine de ensayo en Colombia. En 2014 fue merecedor de una beca a la creación del Municipio de Medellín para la escritura de su libro La caminata. Ha sido profesor de historia del cine, apreciación cinematográfica, lenguaje audiovisual y teoría del cine en EAFIT, la Universidad de Antioquia y el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. También ha sido jurado en la convocatorias del Ministerio de Cultura, el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, IBERMEDIA y la selección de la película colombiana para los premios Oscar, Goya y Ariel. Actualmente es candidato al Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia. Como músico, grabó el disco Savia con el grupo Los Dados y persiste en ser rockero de tiempo completo.

 

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