Escritor del mes Cronopio.

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Confucio, Mencio, Lao Tzu, Chuang Tzu, Microsoft y el Coronel Sanders de Kentucky Fried Chicken. Todo está servido en la mesa de la profunda imbecilidad.

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Diálogo a la «confucio» con el Coronel Sanders de Kentucky Fried Chicken en el barrio Fuzimiao de Nanjing:

Yo: ¿Cuál es el propósito de su viaje a China, estimado Coronel?

CS: ¿Si Ud. es capaz de servir a los hombres, no puede servir a los espíritus?

Yo: ¿Es decir que Ud. ha venido a China a servir a hombres y espíritus?

CS: Sí, porque en el proceso de educación de cómo comer nuestros pollos no habrá distinción de clases. Nunca me he negado a enseñarle a ninguna persona a comer pollo frito.

Yo: ¿Por qué ha emprendido Ud, a su edad, esta campaña civilizadora, tan loable?

CS: Si sintiera en mi corazón que estoy equivocado, tendría miedo incluso del más débil de mis adversarios, pollos Richie’s. Pero si mi corazón me dice que estoy en lo correcto, iré hacia adelante incluso contra decenas de miles de vendedores de pollo frito.

Yo: ¿Cuál sería, entonces, la suma de sus máximas educativas, admirado Coronel?

CS: Si un hombre no se pregunta constantemente, «¿Cuál es el pollo correcto que tengo que comer?», yo no sé realmente qué se puede hacer con él.

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Quizás la única posibilidad para aproximarme a decir lo que siento frente a los jardines de Shouxi sería escribir, pintar en chino mis palabras. Tendría que decir dos cosas a la vez, y esas dos cosas sumadas a otras dos que devienen una, y así sucesivamente hasta tejer de arriba abajo, de derecha a izquierda, algo incomprensible que reflejara quietud y movimiento, tierra y cielo, hombre y naturaleza, y que fuese tan artificial como la creación de la luz, o el florecer de una planta.

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El poeta D. me habla del mejor remedio para la impotencia, mucho mejor que Viagra: «Los tres látigos»: pene de tigre, de perro y de ciervo, en infusión. Qué interesante, pienso, siempre hay un balance en todo lo chino: lo dócil y lo agresivo.

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Voy al mercado de Nanjing a ver los vendedores de penes de tigre. Son tibetanos y de verdad que los exhiben como látigos. También venden garras de tigre, pedazos de las uñas. Todo para la potencia del amor. Los chinos, con 1.250 millones de personas no parecen necesitar mucho de esto, sin embargo le prestan buena atención. Yo también.

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A los pintores chinos no les va bien con eso del cubismo, de la vanguardia y los experimentos formales de Occidente. Qué triste verlos gastar tinta china en esa dirección. Los pintores están atrapados por su tradición, y en ella no hay rupturas. Es un ir y venir. Mao va en un péndulo que toca al primer emperador Ming. No hay cambios, así los pintores. El infinito paisaje, la infinita proyección de la palabra amor, en Ying y Yang.

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Ser un poeta de río, como me señalaba un día el poeta Francisco Madariaga. Pienso en él frente a esa masa de barro y siglos allí enfrente, el río Yang-Tzé. Se multiplican los barcos con sus cargas pesadas. Viejos pedazos de óxido de arriba abajo, y dentro de ellos hombres sin camisa, flacos, sin tiempo preciso, desempeñan un trabajo lento, milenario. El olor del río lo envuelve todo. Es un olor dulce, que produce una inmediata sensación de nostalgia, como toda China. Tal vez esta es la razón de que los chinos vengan de un río, el Amarillo. Cada barco, barcaza o sampán lleva en un rincón un pequeño jardín. Ese poco de verde debe ser símbolo de tierra, del hogar. No hay mayor curiosidad en los ojos de estos navegantes cuando nos miran, es como si al ser nosotros paisaje ya estuviéramos de hecho devorados por lo mismo del río. A diferencia del Amazonas o del Mississippi, no provoca meter el pie o las manos en estas aguas sucias. Y sin embargo esta noche comeré de vida en sus entrañas: bagres, cangrejos, anguilas, ranas, serpientes, y algunas de esas plantas extrañas y deliciosas cuyo nombre nunca podría recordar.

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Si un hombre te prende un cigarrillo le das dos golpecitos con dos dedos en su mano; si alguien te sirve la cerveza dobla dos dedos y con ellos golpea suavemente en la mesa. Ambas son señales de agradecimiento. Pero también son formas de humildad frente al Emperador.

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«Pintar estos hermosos paisajes es fácil, me dice el pintor y calígrafo Zhao Yong, sólo necesitas cuatro años de estudio. Pero para liberarte de esa belleza formal debes por lo menos dedicar cuatro años más. Y toda la vida para trazar esas palabras que ves allí».

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Con un grupo de amigos entro a un bar de Nanjing. El precio de las cervezas es enorme y decidimos salir. L., quien nos acompaña, dice que hicimos bien. «Es un bar negro», traduce de su chino nativo. Le pregunto qué quiere decir. Está extrañada que no sepamos qué es un «bar negro». Me lo imagino, pero insisto en que me explique. Dice entonces que es un bar de estafadores, maleantes, y en los pueblos, agrega, en bares como estos se vende carne humana para comer.

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Mi sombrero panamá y mi pelo largo me regalan la sonrisa de niño de los transeúntes.

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Le digo a V. que quiero ir a la calle Dazhalan, en Beijing. «¿Para qué?», pregunta alarmada. «Dicen que es muy interesante», le contesto. «Gente como yo nunca va a esos sitios, dice. Allí estaban los barrios de prostitución que eliminó la Revolución en 1949». «¿Y qué pasó con las mujeres?», pregunto. «Fueron a trabajar a las fábricas, ahora es un barrio de pobres». Qué interesante pensar que en la lucha de clases de la revolución siempre pierden los pobres.

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