Zhao Yong me lleva a un pequeño restaurante casero en uno de los meandros de la calle Dazhalan. Luego se va. Pido una cerveza y me la traen, fría y con maní. Todos me hablan y contesto con mi risa y las dos palabras en chino que sé. La madre, el esposo, el hijo, están felices de verme con ellos. El joven me muestra su colección de monedas. Le regalo dos monedas norteamericanas. Ríen y me ofrecen té. Lo acepto y luego me voy. Salen a la calle a despedirme. Hay tanta alegría en sus ojos. Y mi amiga V. me ha dicho que esta es la calle prohibida. A pesar de que V. es una muchacha encantadora hay en ella, en su educación, algo de esa mentalidad del funcionario, del burócrata militar, que tanto desprecia al pueblo en el fondo.
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Quiero comer en un restaurante y el menú está en chino, como es de suponerse. Me río. La mesera se ríe. Digo «cuac, cuac, cuac», pero rápidamente me doy cuenta de que estoy diciendo «pato» en vez de «pollo» que es lo que quiero. Hago una señal para negar este pedido. No recuerdo cómo hacen las gallinas. Me pongo entonces las manos en la cabeza y hago unos cuernos con los dedos y digo «Muuuuuúú», para indicarle a la mesera que quiero comer carne de vaca. Sonríe ante mi gesto y se va haciéndome entender que todo está perfecto, entendió. Regresa con una rana-toro viva en la cesta.
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Servicio funeral en el monasterio budista Daming de Yangzhou. La familla atiende. Algunos, la esposa y las hijas al parecer, lo hacen devotamente. Los otros, los hombres, se muestran rabiosos. Pensarán en el opio del pueblo, supongo. Los monjes cantan con campanas y tambores, címbalos. Cantan y ríen. Luego comen. El cocinero los sirve ayudado por un acólito joven y dinámico. El cocinero fuma mientras prepara las viandas. El acólito sale al pasillo donde estamos nosotros y escupe ruidosamente, a la manera china, obviamente. Los monjes terminan su canto y comen de nuevo. El monje mayor, coronado en oro y de todo color vestido, come mientras escucha ahora la lectura de unas tablas sagradas. Termina la lectura y todos siguen comiendo. Algunos se levantan, otros conversan animadamente. La música no se detiene. Todo es tan casual, nada de la pompa y el rito estático del catolicismo. Es como estar en casa, en familia. Luego vuelven a cantar. Los deudos, que también han comido algo, continúan sentados, algunos han salido. Afuera unas cajas a colores llenas de festones esperan la cremación. No se nota la presencia de la muerte. Es como si la vida fuera celebrada por lo cotidiano.
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Detrás de los tres grandes Budas que nos reciben a la entrada del monasterio de Daming hay un gran retablo budista. Todo está allí, solo resta descifrarlo. Se dice que hay mil budas extraídos de la madera. No pareciera que hay tantos pero los que hay son suficientes: es un hormiguero de santos. Y cada uno carga su propia historia, y cada historia llenaría un libro, y cada libro se abriría para otros budas, y estos tendrían una historia, y así al infinito. En China no es difícil caer en estos sueños, volar mariposas con la imaginación.
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La Gran Muralla parece pensada por Kafka y escrita por Borges. Tiene más de literatura que de verdad. Es ficción.
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En la madrugada de Beijing, cuando las calles están casi vacías, hay una sensación de normalidad pero también de pequeñez. Es como si el gigante estuviera dormido.
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Qué extraña sensación en el aire al mediodía de Mongolia: ir regresando en el tiempo, y en vez de sentir que vamos hacia la noche, sentir que vamos hacia el amanecer.
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* Armando Romero (Cali, Colombia, 1944). Poeta, narrador y crítico literario, perteneció al grupo inicial del nadaísmo, movimiento vanguardista literario de la década del 60 en Colombia. Doctorado en Pittsburgh, actualmente vive en los Estados Unidos, donde es profesor de la Universidad de Cincinnati. Ha publicado numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo. En el 2008 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Atenas, Grecia. En 2011 ganó el Premio de Novela Corta Pola de Siero (España) con su novela Cajambre (Bogotá, Valladolid, 2012). Su libro de poemas, Amanece aquella oscuridad, fue publicado en 2012, Sevilla, España. El año pasado, 2016, se publicó en España, en Colombia y en Grecia su libro de poemas El color del Egeo. Su obra literaria ha sido traducida a varios idiomas. En 2016 la editorial l’Harmattan (Paris) publicó una edición bilingüe antológica de su poesía, así como la editorial Verita publicó en Turquía su novela Cajambre. Una antología de sus poemas aparecerá en 2017 en Bulgaria y una de sus cuentos en Grecia.
Este texto pareciera escrito en 1965. No hay nada moderno, una ausencia insoportable de la realidad que todos sabemos engalana a la China del 2024. El látigo que utiliza el autor para zurrar a Mao no perturba a este. Muestra de lo nociva que es la ideología en manos y psiquis del narrador de historias