Literatura Cronopio

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pensamientos

AUTODETERMINACIÓN Y OTROS CUENTOS

Por Vanessa Melissa Pedrero Lizcano*

AUTODETERMINACIÓN

Su cabeza está inclinada hacia abajo, el sudor que corre por su frente se desliza por la sien y en la mejilla se encuentra con sus lágrimas, juntas se convierten en una sola gota que corre por su rostro hasta desprenderse de él y caer al suelo. El mundo no puede ver este maravilloso instante y el acreedor de tan magnífico suceso está tan absorto en su propio sufrimiento, que va repasando en su memoria cada decisión y cadena de eventos que lo han traído a este momento.

Cansado de la rutina y de las persona a su alrededor, se cuestionó de la obligación que tenía por seguir tolerando aquello, creyó que si renunciaba a esos lugares y a esos individuos se encontraría libre para hacer lo que quisiera. Deseando encontrar en el libre albedrío la libertad que tanto añoraba, se sintió nuevamente atrapado por las normas de la sociedad y el dinero, por aquellas leyes de las cuales no compartía su veracidad ya que todo el mundo opinaba diferente de gran variedad de conflictos. Queriendo escapar de todo eso decidió irse a un lugar aislado, en medio del bosque, donde ningún ser humano le hiciera prisionero al imponer alguna clase de regla o deber. No transcurrió mucho tiempo cuando comenzó a sentir hambre, frío y miedo; pasando horas buscando comida e intentando reconocer en la propia naturaleza la diferencia entre lo benigno de lo maligno. Entendió que no poseía habilidades o saberes que le permitieran conseguir algo para comer, resguardarse o protegerse. Comprendió que también era cautivo de las necesidades de su propio cuerpo y de la ignorancia en su haber. Por esto mismo concluyó que debía liberar su alma, lo único puro y completo que no dependía de nada ni de nadie para ser. Se acercó a un risco en la oscuridad de la noche, encontrando que las horas se hacen cortas cuando se busca en el firmamento la respuesta a lo incierto, cuando la obsesión se desborda del pecho y no encuentra más remedio que lanzarse al vacío, dándole fin a su sufrimiento al morir empalado por una piedra saliente del suelo.

Quizás fueron minutos o segundos lo que le tomó a su alma desprenderse del cuerpo, para que al fin su ser obtuviera la libertad absoluta, o por lo menos comprendiera que siempre fue cautivo de su propia manía.

CECIL

Una noche en casa de la abuela decidimos aventurarnos, mi hermana y yo, a explorar el sitio que se conformaba por paredes tapizadas de color vino tinto, repletas de cuadros con imágenes de paisajes extraños, el piso tenía una alfombra del mismo color que las paredes, haciendo fácil su paso y ahogando el sonido al andar, encontramos toda clase de antigüedades en los rincones o en mesas que habían por el lugar, llenándonos los bolsillos de muchas rarezas, jugando entre los pasillos oíamos a lo lejos los llamados de nuestra madre pidiéndonos que no nos fuéramos, entre más nos alejábamos sus gritos se transformaban en llanto, sus palabras antes audibles se habían distorsionado y entre risas dejamos de escuchar sus angustiosas palabras.

Corrimos por todas partes, adentrándonos más en las profundidades, descubriendo más puertas de las que nunca antes habíamos visto, comenzamos a abrirlas cuando los tesoros en los pasillos escasearon: en la primera no había nada, tan solo oscuridad, desconcertadas seguimos nuestro camino abriendo así la siguiente habitación, descubriendo en ella una muñeca pequeña y aunque cabeza no tenía, eso no nos impidió llevarla con nosotras. En la tercera habitación estaba la cabeza; felices de encontrarla sin que nos tomara tanto tiempo, nos aproximamos a cogerla, cuando de repente una mano agarró del hombro a mi hermana y ella del miedo solo gritaba, yo intentaba pedirle al extraño que la dejara ir. Aunque su rostro no podía ver bien, comencé a acercarme para intentar liberarla, pero aquel ente dijo con voz gutural:

 —¿A dónde vas mi pequeña Cecil? —y con eso enterró las uñas largas y negras en el hombro de mi hermana que gritaba del dolor.
—¡Mi hermana no es Cecil! —le grité— ¡déjanos ir! —pero el ente ni se inmutó a mirarme, tan solo puso su otra mano cadavérica y ennegrecida en el hombro que quedaba libre de mi hermana, la alzó como si no pesara, dejándose ver por la luz que entraba del pasillo, revelando un ser alto y deforme, anoréxico y putrefacto de ojos grandes color rojo, que abriendo su boca a un tamaño inhumano arrancó de un mordisco la cabeza de mi hermana, el pánico fue tal que comencé a gritar, volviendo mis pasos atrás, salí de la habitación y corrí por los pasillos queriendo volver con mamá, pero por más que avanzaba, en todo un corredor sin fondo se había transformado, no podía encontrar un lugar donde estar a salvo, no comprendía ¿qué era ese ser, o qué hacía en casa de la abuela?, ¿por qué mamá no había venido por nosotras? y ¿este sería el motivo de su llanto?

Salí del rincón en el que me había acurrucado, y me aventuré a caminar por los pasillos; al no encontrar salida, decidí entrar en las demás puertas, pero todas me llevaban al pasillo principal, todas me regresaban a la presencia del ente y al cadáver de mi hermana. No logrando escapar, tan solo me quedaba enfrentarlo, encontrar la salida de esa habitación o morir en el intento. Me acerqué sutilmente y desde fuera se podía ver el cuerpo de mi hermana, en la misma posición que tenía aquella muñeca que momentos antes habíamos encontrado en el suelo, todo de la misma forma, incluyendo su cuerpo sin cabeza; no pude evitar gritar de horror, siendo contraproducente, porque el ente resurgió desde la oscuridad y esta vez sí estaba segura de que me miraba solo a mí.

muerte

—¿Quién eres y por qué le hiciste esto a mi hermana? —pero el ente tan solo se quedó mirándome fijamente por unos minutos que parecieron eternos, se movió monstruosamente saliendo de la oscuridad arrastrando sus deformes pies con lentitud, hasta que al fin se atrevió a decirme:
—Bienvenida al infierno, mi pequeña Cecil —no comprendí qué decía o por qué me llamaba así.
—Estoy en casa de mi abuela, no soy Cecil —le dije.
—Pero claro que lo eres —contestó— de gran variedad de lugares llegan niños a esta casa, para ser envueltos con visiones de lugares conocidos, vienen aquí todos los infantes cuyos padres no quieren o no pueden mantener, son traídos como alimento a mi ser, a cambio de fortuna y placer, me alimento de sus cuerpos para que sus almas queden atrapadas como mis eternos niños, todos, como la primera, mi pequeña Cecil. Esa que ves ahí no es tu hermana, eso que está ahí es tu cuerpo que fue separado del alma como pago del acuerdo con tu madre. Algunos se arrepienten, pero siempre es demasiado tarde.

SUEÑO LÚCIDO

Tengo frío, me siento ligeramente mareado, no puedo cerrar mis ojos, quizás aún sigo dormido; si, tal vez sea uno de esos sueños que se sienten demasiado reales, solo veo una luz, como un bombillo encendido; posiblemente estoy teniendo uno de esos episodios de parálisis del sueño, de una u otra forma pensaré en cosas agradables mientras se me pasa. ¿Agradables? Mónica. Si, ella; nos la estábamos pasando muy bien anoche, es una dulce chica, la conocí en un bar, estaba súper animada y se emocionaba por pasar tiempo conmigo, es un poco extraño que alguien se te acerqué así de sencillo, pues me lo ha puesto fácil. La invité a bailar, a tomar, quise que bebiera demasiado, pero no podía creer la resistencia que ella tenía, se negaba a quedar enlagunada por el licor. Eso fue lo difícil. Ya me comenzaba a aburrir que no aflojara cuando de pronto sin previo aviso ella se ofreció a venir a mi casa. Eso fue lo más extraño, nadie había querido venir conmigo, bueno, nadie voluntariamente.

En el taxi era bastante lasciva en su forma de tratarme, y eso no me gustó mucho, yo quería sentir que tenía el poder, pero no por eso iba a dejar perder semejante oportunidad. Era la primera vez que no tenía que arrastrar a una chica a un taxi al salir de la discoteca.

En la casa todo sucedió de lo más rápido, se lanzó sobre mí con fuerza, me besaba con pasión, hasta creí que me llegaría a gustar, pero no, yo quería sentir que la dominaba, sentir que era superior. En ese momento no recuerdo lo que sucedió, está borroso, me dijo algo sobre su hermana, que yo la había conocido y que ahora sabría lo que sería morir de la forma más horrible posible, no lo entendí. ¿Qué sucede? ¿qué es ese ruido? ¿acaso son voces?

—Este es el último y nos vamos a casa.
—Que bien, porque esta noche sí que ha sido intensa. Muchos muertos.
—Prepara el horno. El jefe ha dicho que lo incineremos rápido, era un violador y la última víctima se defendió.

DEMONIOS INTERNOS

Al fin el momento había llegado y me preparé para eso, estaba cansada de sus insultos y agresiones, sabía que ella sola no era nada, no era nadie; pero con sus amigas me podían hacer mucho daño.

Le pedí ayuda a la maestra, al director, y hasta al rector del colegio; pero nadie quiso ayudarme. Mentirosa me decían. Y la vida imposible me hacían. Mis padres eran lo único que me quedaba, para que me protegieran y me ayudaran. Pero no. Ellos tampoco pudieron. Su solución era trasladarme y yo no quería eso, me agradaba el lugar, todo lo demás era bueno para mí.

Hasta que llegó aquel día, en que sentí el olor a humedad, a tierra recién removida, la suavidad del pasto al tacto de mis manos, el frío calándome los huesos y la sangre fresca aún en mis labios; como si la muerte me besara e intentara invitarme a su morada.

Entonces lo conocí, a José, tenía un nombre muy religioso para ser tan rebelde, me pareció muy atractivo la primera vez que lo vi: a la salida del colegio, mientras terminaban de darme una paliza él se acercó para levantarme. No me defendió. Solo me ayudó al final. Le pregunté por eso y me dijo:

sombras

—Esta es tu batalla, no la mía. Ahora bien, si quieres algo de ayuda tal vez yo te la pueda dar.

En ese momento no comprendí a qué se refería, pero pronto lo supe, me enseñaría a pelear, a defenderme, a ser fuerte en verdad. Tomé su mano, acepté su ayuda y comenzó a entrenarme; al final derrotaría a las malas y el bien triunfaría sobre el mal, o eso pensé.

Cuando llegó el momento, cité a las tres personas que me maltrataban en el bosque, no tenía miedo porque sabía que José estaría conmigo, oculto entre las sombras.

Todo pasó muy rápido, comenzaron a golpearme, eran tres y yo solo una. Fue mala idea citarlas al tiempo, pero entonces José lanzó un objeto, cuando lo vi era una navaja, el problema fue que ellas también lo vieron y corrieron por él, pero les gané por segundos y entonces, sucedió: la apuñalé. Y me gustó. Todo después de eso ocurrió muy rápido, las maté a las tres con mis manos y lo disfruté. Al terminar José se me acercó y me dijo:

—Muy bien, querida, cuando mueras iras al infierno, pecadora.
—No, lo que hice fue en defensa propia. No las quería matar, solo darles una lección.
—La lección les quedó aprendida, te lo aseguro.

En ese momento, el cuerpo de José se empezó a evaporar en una neblina de color negro. Quizás nadie me crea, pero o era un demonio, o tan solo la representación de mis verdaderas intenciones, donde aprendí a defenderme, a matar, y lo peor o mejor, es que ya no puedo dejar de hacerlo.

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* Vanessa Melissa Pedrero Lizcano. (Bogotá, Colombia; 1995) es psicóloga y escritora. Becada por la Casa de la Lectura para profundizar conocimientos en el cuento. Autora del libro El Tajador, finalista del concurso Argentino de la editorial Quipu y SoyAutor. Seleccionada con el cuento Pecado por la editorial Colombiana Ita para ser parte de un libro antológico de terror. Elegida por la revista Alborismos de Venezuela con el microrrelato Lóbrego Nocturnal como parte de la quinta edición de su revista.

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