Acronopismos y otras delicatessen Cronopio

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COSAS DE ENAMORADOS III

Por Manuel Cortés Castañeda*

de película

caminando por ahí como siempre y ya sin saber que ando caminando por ahí como siempre, de pura casualidad he vuelto al lugar de los hechos sin haberme aun dado cuenta que había vuelto al lugar de los hechos de pura casualidad…

el teatro era el mismo, las mismas sillas, el mismo pasillo delgado en la mitad y todavía como queriendo acercarse al infinito… las mismas luces enrojecidas casi a punto de extinguirse como la primera vez, que todavía no sé que fue la primera vez… la pantalla gigante todavía en blanco parecía la misma pantalla, pero quizás un poco más alargada, un poco más profunda, ligeramente cóncava, casi perdida en un trasfondo con muy poco fondo…

me senté sin darme cuenta en la primera fila que mis ojos me obligaron y sin darme cuenta sentí que los golpes de mi corazón eran cada vez más frecuentes, y la respiración cada vez más entrecortada, y las uñas de mis dedos que se pegaban a los lados de la silla, como si buscaran algo que se les ha perdido, cada vez, un poco más largas, más afiladas, más cosas que el olvido no ha logrado tragarse del todo…

cerré los ojos como si fuera la única forma de ver, de sentir, de parar los golpes innecesarios de mi corazón, de volver a respirar, de evitar que las uñas se desangraran en el pasado… y vi con absoluta claridad que, aparte de mí, solo había dos o, quizás, tres personas más en la sala…

no sé por qué sentí cierta extraña alegría… cierto prurito en las axilas, ciertas ganas de desempacar algo que había traído conmigo a la función, pero que no sabía que había traído conmigo a la función… de repente abrí los ojos y vi que estaba solo… la película seguía su curso natural… el héroe avanzaba en su delirio tal como se le había asignado y todo lo demás se abría paso o se cerraba dejando entrever por momentos los despojos de la trama… las huellas del héroe saturadas de gloria… quizás los otros espectadores se habían marchado antes del final, aburridos de tanta gloria, o simplemente nunca habían estado ahí y yo siempre había sido el único espectador en escena…

fue entonces que me di cuenta que estaba caminando por la sala, que había estado caminando por la sala, que seguía caminando por la sala… como si buscara algo que todavía no había perdido, o como si un olor extraño, pero íntimamente familiar, me hiciera ir de un lado a otro, me empujara, entre fila y fila, entre silla y silla, buscando con mi olfato el lugar donde el olor parecía más intenso, más olor, aunque no lograba sentir a cabalidad dónde el olor se hacía más olor, más intenso… abrí los ojos como quien siente por primera vez un miedo desconocido y quiere verlo, mirarlo, observarlo y vi que el color de las sillas no era el mismo… no era ya rojo como aquella noche sin tiempo y sin memoria, sino azul… un azul intenso y casi negro… un azul como manchado de ojos y silencios… en la pantalla la voz del héroe tronaba como si hubiera llegado al final de su delirio, de su extravió… como si estuviera saboreando la última nota de la gloria…

cerré entonces otra vez los ojos y sentí que estaba sentado en el lugar de los hechos al lado de ella… los dos solos, más solos que nunca, que nadie, que siempre, como si estuviéramos perdidos y no lo supiéramos, olvidados, borrados para siempre… el rincón era el mismo, la misma lámpara como agonizando, y ella también la misma y yo también el mismo, como el héroe, como la falta de espectadores, como las circunstancias que también eran las mismas…

ella respiraba a manotadas y yo respiraba lo mismo que ella… ella me metía las manos hasta hacerse con mi intimidad, y yo le metía las mías hasta tocar con mis uñas, mis pupilas, mi silencio, lo más hondo de sus lamentos… ella me hundía sus dedos retorcidos en la boca y yo le metía los míos untados de sangre, de olores desconocidos, untados de pedazos de materias en descomposición… ella que se tragaba sus gritos como podía y yo que me tragaba los míos como si fuera una bestia sin tiempo sin forma y sin materia, que ya no necesita respirar… y me arañaba y yo la arañaba, y me mordía sin ninguna misericordia y yo que le mordía los pezones, las tetas, el silencio, como si se tratara de mi última cena, mi último plato de lentejas, antes de sumergirme en la nada… y se puso de rodillas tantas veces como pudo, como quiso, y se metió mi verga en la boca tantas veces como el héroe bebía de su gloria, toda mi verga hecha un asco, toda su gloria, hasta que los huevos y mi respiración y mi sangre se acomodaron en su delirio… y yo que también de rodillas como siempre, como nunca, como nada, dejé que mi lengua se perdiera en el vacío, en los desechos, en los ríos de sangre que se regaban por todas partes sin derramar una sola gota de su delirio…

y allí en aquella silla cada vez más roja, cada vez más silla, cada vez más delirio, cada vez más lamentos el héroe se abrió de par en par y ella encima de par en par se metió con el hocico hasta el fondo… y osó y malgastó y se ahogó tantas veces como pudo hasta que la pantalla quedo otra vez en blanco… y yo que también osé y malgasté a mis anchas, hasta que los acontecimientos sobrepasaron la trama, los restos de la gloria, y ya nadie supo qué hacer con el final, con las últimas manchas del delirio, los últimos lamentos, la última palabra que se quedó muda entre las piernas, el último grito que se metía las uñas, y se ahogaba en el vacío… el ultimo pedazo de carne que se pudría en la boca…

me levanté como pude, recogí los pedazos, lo poco que quedaba, como si se tratara de bajar el último peldaño de una escalera inexistente… de subir al desván a buscar un tesoro desconocido en una casa desconocida… de irse a casa con una buena suma de dinero que aún no te has ganado y que nunca ganarás…

todo era exactamente lo mismo como ese primer día y a la vez todo tan diferente, tan otro, tan nadie… tan de nadie… el olfato me llevó por todas partes como si estuviera buscando insistente la salida de una jaula sin salida y sin entrada y sin jaula…

conté desde el comienzo hasta el final lo que creí que debía contar para acabar con el hechizo… para poder decir la última palabra todavía sangrando entre las piernas… olí como una perra en celo lo que tenía que oler para encontrar el olor de aquella tarde otra vez tan tarde, tan presente, tan manos y tan lengua y boca y uñas y dientes… por un instante pensé que me había caído al vacío, o quizás estaba a punto de caerme… que solamente era una sombra sin dueño y sin sombra y sin atardecer… me arrastré entonces como pude agarrado de lo poco que me quedaba de mi olfato, de lo poco que quedaba de mi lengua, de mi respiración entrecortada, del último latido de mi corazón, y me agarré a la silla que estaba a mi lado…

amarrado con dientes y uñas a la silla como un demente, que se le ha olvidado un instante que es un demente, abrí lentamente los ojos como si fuera la última vez y ahí a mi lado estaba la silla donde ella se había sentado… no me quedaba la menor duda… era la única silla de color azul intenso y olía a sus desechos, a sus glándulas, y todavía tenía una mancha fresca de sangre… una sola silla en un teatro vacío y abandonado al fondo de una pantalla todavía en blanco y el héroe que aún no ha aparecido en escena…

drama

para annalea

antes que llegase a casa ya podía sentir sus pasos atropellados en la claridad de su mirada… en los golpes de su corazón… en el mío…

entró de repente y me pareció que había ganado en estatura —que la puerta se había quedado muda—, y sentí miedo y me escondí en el fondo de mis ojos…

los levanté lentamente y la vi sentada a sus anchas en el fuego cruzado de mis pupilas, en el rellano de mis sueños, en mis horas contadas…

paso a paso bajó de su gloria, recuperó su estatura y ya muy cerca de mí, los labios le regalaron una sonrisa que se me hizo agua en la imaginación…

no quise preguntarle a qué se debía tanta felicidad, ni tampoco me lo dijo… la casa entera temblaba como tiembla un adolescente que cierra los ojos y entrega los labios al beso, el primero, el último… y después las manos que vuelven a nacer en la nada… y el cuerpo que ya no quiere saber más de sí…

fue sólo un instante que se hizo con lo más íntimo de mi memoria… que borró de un plumazo una historia que ya no era mía… que se quedó atrapado en mis entrañas antes y después que las puertas se cerraran y se volvieran a abrir…

la vi una vez más subir a su cuerpo, escabullirse en su delicia, hasta que en su mirada desparecieron los límites y el mundo entero se precipito en su silencio…

sus piernas largas y fecundas como los días de la inocencia levantaron vuelo y en un segundo me quedé desnudo y a la intemperie buscándome un nombre…

cuando ya no era más que un punto diminuto, casi inexistente en mi afán, sentí que todavía sus ojos seguían clavados en los míos y entonces ya no tuve más remedio que sacar el revólver y disparar repetidamente al aire como un demente…

el cuarto

el cuarto era pequeño, ligeramente triangular, un poco retorcido… podría decirse que era como un hueco que le había salido a la casa, y que no terminaba de hacerse, y sin que la casa supiera nada de ello, se hubiera dado cuenta de ello, lo hubiera sentido, sufrido…

en ese cuarto había encontrado refugio, se había convertido con placer en su propio prisionero, su carcelero, su perro guardián… en el síntoma de un delirio hasta ese momento desconocido para él… era como si cada día bajara la cremallera de los días esperando agarrar por las patas ese dolor tan parecido a la felicidad y quedarse solamente con los harapos del amanecer una vez el delirio de meterse donde no te llaman ya no sabe qué hacer…

las paredes parecían agacharse a cada instante para mirarlo más de cerca, observarlo, reconocerlo y el techo se venía al suelo como una boca desesperada que quiere agarrarse el último bocado… y entonces la desnudez era total, e indefenso se quedaba ahí mudo y ausente con sus entrañas al aire libre, destazado, buscando el último pedazo de su respiración, agarrado a los despojos de una pasión todavía sin nombre que salían a la superficie solo para volver desaparecer… agarrado de pies a cabeza a la sombra de su propia sombra para no despeñarse, para no perder el apetito, para no devorarse, para no seguir escribiendo con fuego en el delirio de su propia piel…

y escribía como un demente que solo sabe que su corazón es un hueco vacío que de repente solo quiere vaciarse, entregarse a su nada, derramar una sangre que no es la suya, ni de nadie… en las paredes que se retorcían y se quejaban como una adolescente penetrada y desgarrada y escribía y borraba y tachaba y arrancaba como si se hubiese dado cuenta que lo que escribía ya lo había escrito y borrado y tachado y arrancado y tirado a la basura…

escribía sin enterarse que escribía, que era lo único que había hecho sin darse cuenta, escribía fragmentos cada vez más fragmentos sin ningún valor, confesiones sin ningún valor, líneas desesperadas sin ningún valor que se quemaban sin aun haber entrado en las páginas, en las paredes, en el techo, en el delirio… sílabas adolescentes sin ningún valor que volvían a nacer debajo del pupitre antes de naufragar… escribía declaraciones de amor, infamias de amor, lamentos de amor, heridas de amor que se ahuecaban y se consumían sin dejar ni siquiera la marca de las patas sucias en el delirio…

y el cuarto y el techo se empujaban cada vez más hasta hacerse un nudo con su corazón regurgitado… se vaciaban, se llenaban de silencios prolongados a punto de quebrarse en pedazos… ranuras, huecos, agujeros, grietas… peldaños sin escaleras, escaleras sin peldaños, cicatrices sin heridas, heridas sin sangre y manos cercenadas que no saben, y agonías y palabras náufragas que se meten por donde no caben y se echan a volar una vez han perdido sus alas y en el aire solo queda el hueco de los días que no están porque nunca volvieron o estuvieron…

y él, sin que todavía lo supiera, como si no estuviera, como si el pequeño cuarto se hubiera arrancado también en su delirio, y se hubiera tirado a los perros, se subía por las paredes sin subirse, y se caía sin caerse, y se hacía daño sin hacerse daño, y escribía donde fuera sin escribir una sola palabra, y agarraba y apretaba y lamia, y comía y digería y vomitaba, y volvía a comer de lo mismo agarrado al techo como una alimaña, crucificado en las paredes que volvían a derrumbarse sin que el cuarto sufriera para nada las manotadas certeras de su delirio…

fue allí donde la amó por primera vez… a pedazos, entera, hueco a hueco, agujero a agujero, delirio tras delirio, olores y sabores y materias en descomposición… fue allí donde le metió todas las manos, la cabeza toda, el cuerpo todo y le arrancó sus entrañas, sus silencios, sus gritos, sus lamentos, olores nauseabundos, y la hizo suya a pedazos, a retazos, lametazos y sin que quede de todo aquello ni siquiera un poema de amor emborronado y manchado de sangre… fue allí en ese cuarto retorcido, y embrujado, donde un día le pidió que le prestara su cuerpo y él el suyo, para poder sentir con su cuerpo el otro cuerpo y ella el suyo… su sexo bien nacido entre sus piernas, renacido, abierto, consumido, y ella el suyo que cuelga y se desprende y se pierde y se llena y se derrama en el trasfondo… y se mete y se duele y que se pierde…

fue allí en ese cuarto entero y maniatado y desprendido, donde finalmente pude ser ella, toda ella, solo ella… ese pequeño cuarto donde quizás alguien que nada sabe no termina de recoger mis huesos, sus olores, su aliento, mis delirios… ese cuarto ahora ya sin casa y sin vista a la calle para volver a verla llegar otra vez como siempre llegaba dispuesta a cambiar mi nombre por su nombre y yo que aún me encanta llamarme por el suyo cuando me falta el aire…

el fantasma

todas las tardes a la misma hora, quizás fueran las seis, quizás no fueran, salía al porche de la casa y se quedaba muda, perdida, destazada, desmembrada…

una mirada que estaba y que no estaba, el silencio que es tuyo cuando tuyo es nada, unas piernas abiertas donde el tiempo acaba, una herida que flota sin mañana…

yo la vi tantas veces, cuando tanto acaba porque no se acaba… la busqué de rodillas, la miré, me acerqué sin moverme, me quedé en vilo, la toqué en el delirio, la palpé, me perdí mirándola, vi su nada y su nunca y su ninguna…

muy dentro respiré lo que faltaba, y en su hueco encontré lo que nadie busca porque siempre estaba de cabeza metido hasta la nada…

el pájaro

cada vez que ella pasaba bajo la ventana, en la noche, la luna era una fruta cada vez más madura que quiere desprenderse de su rama antes de tiempo esperando esas manos, aquella boca, tal respiración, un hueco sin fondo donde consumir su delirio… y se caía a pedazos y olía y se sacudía como una bestia en celo después de ser tomada y abierta y ahuecada y arrancada de raíz en su agonía… y ya podrida junto a la ventana renacía en su sustancia y su delirio…

y una vez la última sombra desdibujaba sus ansias de quedarse disfrutando del jugo lunar que en exceso inundaba el silencio de los insectos, la parálisis de los fantasmas, el último lamento de los amantes… el sol, entonces, se metía en el día, se lamía los restos de su vigilia y se deslizaba por las grietas de su intimidad, como una alimaña que finalmente abandona su cueva y se pierde en su nada para siempre…

y se echaba a rodar como un demente buscando la ventana para nacer, para iluminarla, para hacerla, para verla pasar, para desnudarla en el último desliz de su apetito, de sus ojos en blanco, de sus noches en vela, agarrado al pabilo que arde y se quema y se consume antes que el día abra sus heridas y le permita el paso…

y un día, sin noche y sin amanecer y sin tiempo y sin memoria, un adolescente tan grande y maduro y atragantado como el primer amor, el primer delirio, la primera herida… inmenso y jugoso junto a la ventana, como si lo supiera todo, digerido todo, enterrado y desenterrado todo… como si me hubiera visto de siempre junto a la ventana mirándola toda, respirándola toda, saboreándola toda, salivándola toda…

…como si el sol y la luna y las sombras y el silencio hubieran hecho un hueco en su intimidad, en sus agujeros de fuego, en sus días de sangre, levantó una piedra y rompió de un solo golpe certero, perfecto, definitivo, el vidrio de la ventana… y la noche y el día y los fantasmas y el silencio se desangraban gota a gota… y yo junto a la ventana que se iba borrando como un dibujo hecho de prisa con el dedo índice en el aire, no tuve más remedio que recoger los desechos y echarme a volar…

y el adolescente todavía junto a la ventana que seguía desenvolviendo en el aire el final de su línea, la siguió por las grietas del delirio esperando el momento exacto, el lugar exacto, el impulso exacto, el salto exacto, para echársele encima y comérsela toda y masticarla toda y digerirla toda y tirarla y esconderla toda en los basureros de su propia intimidad…

el pantano

cuando entré a su cuarto olía como huelen las primeras hojas de la primavera… como huele el sol entre las sábanas del amanecer… como huele el silencio la primera cita de amor…

olía intensamente y su olor sudaba y abundaba y se malgastaba en mi respiración, en mi desnudez, en mis más íntimos secretos, en mis huecos más hondos…

olía a algo que no podemos tocar, que no queremos, que no debemos… que está ahí solamente para alimentar tantos sueños que aún no hemos soñado y que nunca quizás podremos soñar…

estaba desnuda de espaldas junto a la ventana… desnuda como la primera palabra que dice una criatura, desnuda como una sonrisa que no reconocemos, desnuda como una larva que todavía no ha salido del huevo, como un embrión: solo venas y pico y ojos y mierda…

y su desnudez era tal, tan clara, tan precisa, tan enorme, que sentí que un imán me atraía y me golpeaba y me empujaba y me hacía uno a uno, golpe a golpe con su desnudez…

me agarré entonces de una silla como pude para contener el impacto, para evitar hacerme pedazos, para poder seguir mirándola en mi delirio toda desnuda junto a la ventana…

se volvió de repente como un aguijón que se levanta y se atiza y se inflama y se clava y que arde y que pica y se queda y se ahonda y se quema…

olía a materias en descomposición, olía como huelen los pantanos bajo un sol infernal… como huelen las prendas sucias del silencio… como huele la envidia y el odio y la rabia y la muerte a la orilla de la carretera una tarde fecal…

un olor desproporcionado, desmembrado, eventrado y que nos entra a pedazos, a ráfagas continuas y que no para y nos ahoga y nos hace añicos y nos derrumba y se nos unta y nos deja desnudos a la intemperie, un pellejo sin dueño… todavía junto a la ventana una vez la casa ha desaparecido…

me le acerqué y me puse de rodillas, y así de rodillas me acerqué mucho más hasta tocar con mis labios su intimidad desenfrenada, contaminada, empantanada… y caminando sobre mis rodillas me metí de lleno en el pantano, esperando en silencio que llegara otra vez la primavera… y otra vez el sol entre las sábanas… y otra vez el silencio amoroso que huele a lo que huele la primera cita de amor…

El sabor de la eternidad

nada podría sustituir la paz que me prodigan sus tetas donde me duermo y sucumbo y se me acaban para siempre los muertos que me inyectaron cuando aún era niño en la sangre… en cada una de las sílabas, en los despojos de la respiración, en el aire me inyectaron…

junto al calor de sus tetas siento que todo está consumado y que me puedo marchar tranquilo sin necesidad de llevarme nada de mí, sin maleta alguna y sin la marca del destino…

que sus tetas me son más que suficientes para perderme definitivamente en el camino y definitivamente dejar que la felicidad me estrangule y se ahíte como perros en celo de mi felicidad…

allí un día partí sin saber quién era y sin quererlo y allí estoy llegando a toda hora sin saber quién soy y todavía sin quererlo…

en sus tetas he visto que la gloria sabe a frutos maduros en descomposición, a frutos siempre a punto, que el deseo se unta a manos llenas sin que aún haya llegado el tiempo de la cosecha…

el triángulo del placer

una vez el tiempo se va de narices donde menos espera, y se parte la crisma y convaleciente se queda en la cama sin saber quién era… salgo por ahí como siempre no salgo, y me pierdo y me lleno y me cargo, y me embriago y me caigo en los huecos donde el jugo se entrega, y succiono y me agrando y digiero y destilo y me arrastro y me duermo sin dormirme siquiera… y una vez ya a los sacos no les cabe la siega, monto guardia y me marcho a entregar mi colmena…

casi siempre las puertas, como siempre no fuera, son tan grandes, enormes y me esperan abiertas, bien abiertas y plenas, pero hay puertas cerradas, bien cerradas, selladas, y otras puertas que muestran solo un lado que se abre y se aquieta y se queda… semi–abiertas las puertas son delirio y son pena… con su llave las puertas y su tranca y dilema son el viento que pasa a lamer lo que queda…

siempre espero las puertas que no están porque estaban… bien cerradas las puertas es mejor cuando esperas, y llegas y te metes con tu carga bien adentro y empujas y golpeas y sacudes, te meas… una puerta que cae, una herida se entrega, un hueco que te coma, te digiera, te niega… el vórtice, la esquina, el ángulo, la flema…

y te metes de lleno, saco a saco te entregas, una mano en tu hueco en el suyo otra mano, una herida en la lengua y la lengua no llega, se estremece, se alarga, se dilata, se quema… en las piernas la lengua se nos pudre y nos llena… se hace agua, se escurre, lleva puertas, se riega…

y una vez ya has entrado a entregar la colmena, la colmena te ahoga y se ahoga la siega… todavía bien dentro, sin entrar, casi afuera, bien adentro soy reina, un panal que se quema, y huevos y silencio, solo larvas que penan, una obrera que calla, que se cae, envenena, el zángano que muere atrapado en la flema, una puerta se abre, una puerta que no era, una lengua que encuentra el final de la escena…

espantosidad

era fea como un espanto y, además, pequeña y rechoncha y de culo aplastado como una oblea… la conocí una noche en casa de un amigo y desde esa hora infortunada, todos mis temores de niño desaparecieron, o se sumaron a esta cosa horrible que caminaba sublime y febril, en sus zapatos altos, tras la alborada…

ya bien entrada la fiesta apareció su amante, o dueño como ella lo llamaba… un hombre alto y de una hermosura inusual como renovado a cada instante en una fábrica de estatuas, aún fresco y una sonrisa que de tanto en tanto se le desdibujaba en los labios cada vez que abría la boca para decir la palabra que ella le señalaba que dijera con otra sonrisa, o que no dijera…

aun hoy en día después de tanto tiempo no salgo del asombro y me niego a reconocer la especia que se cocía en el entramado de tal olla… decían y aun dicen y quizás lo seguirán diciendo que ella lo cogió un día con las manos en la masa y le chupó la verga insaciable y devota hasta la consumación de los siglos… y así una y otra vez hasta que al dueño de este reino no le quedó más remedio que asignarle un lugar a su derecha… y que él aullaba y se mordía las manos y los sueños y le pedía que se lo comiera de una vez por todas y ella le clavaba las uñas y chupaba y mordía y lamía como un niño perverso hace con las tetas de su madre llenas y tiernas en su abundancia…

con el pasar del tiempo se casaron o ella se casó y se convirtieron en una familia como pocas… ella nunca lo volvió a tocar y lo mantenía amarrado a su desesperación, más que nunca devota, como a un perro al que su dueño ha dejado atado y embozalado a la intemperie bajo una lluvia intensa y sin acordarse de los hechos…

y él se le arrodillaba y le pedía con voz entrecortada, sílaba a sílaba, que le castigara la verga como un día se la había castigado junto al trono de la divinidad… pero ella solamente lo miraba de soslayo y le repetía dulcemente al oído que ahora ella era una mujer decente… que ahora ellos eran una familia…

halloween

la puerta apenas entreabierta y
el viento delicioso de la tarde
de puntillas en el umbral de los sueños
arrastrando su bolsa de rumores
sus placeres tan húmedos
sus pasos enamorados
hasta el fondo de la habitación…

—clic—

un rayo de luz
por la ranura
entra de lleno
en el entramado
de los hechos
señalando en su apetito
la delicia que le ha develado
el final de la función…

—clic—

un cuerpo lento e incierto
se acomoda de un golpe
en la pupila
y se acerca tan pleno
se hace forma
se hace sangre
se hace luz
como engullido
por una lente endemoniada
que busca agigantar
su ebullición…

—clic—

todo
entero
de lleno
llega
y entra
y se materializa
Y se derrama
y hace sangre
los cocientes del espejismo
en el desconcierto
de la pupila…

—clic—

un cuerpo desnudo
abandonado en el sofá
flota como un banco de arena
en la penumbra
—un lago sin estrellas—
y la luz rasga sus depósitos
ebrios
perfora sus bodegas
atosigadas
en el entramado de su sexo
que se hinchaba y se riega de raíz
como un surtidor de voces
en un oído sin forma
y sin dueño…

—clic—

una de las manos
ajena por completo
a los pormenores de la película
se mete y entresaca los dedos
hasta el fondo de la bulimia
que se pudre y se sacude
sus maletas vacías
sus caprichos
sus resabios
y sus heces…

—clic—

y en el extremo opuesto del silencio
prisionero de su mirada
el gato del cuento
todos los cuentos
este cuento
tu cuento
pareciera haber perdido
el hilo
de su diálogo
con las estrellas.

finalmente

finalmente, después de rondar día y noche por las paredes del delirio dejándose las uñas y cosechando cicatrices por doquier, la tenía ahí frente a frente desnuda como un bocado exquisito que uno ya no sabe si comerse o no…

los ojos quietos, los labios heridos de muerte, las tetas derrumbadas en el aire, la crica como diciéndose secretos al oído, el culo dispuesto a jugarse sus últimas cartas…

la miró sólo un instante como se mira lo que ya hemos perdido para siempre y quiso meterle las manos por todas partes, como cuando le metía las manos a los pollos que su madre preparaba para los días de fiesta…

meterle las manos hasta el fondo y después contemplar los intestinos y las vísceras todavía llenos de vida y de mierda, regados en los pasillos del sueño, colgando, desangrando, oliendo, disfrutando…

historia del génesis

…atardecer de tormenta y después del zapatazo el cielo más que desnudo en su intimidad, tirado en su panza de revés…

una luz inesperada extiende su manto sin nubes, sin sombras, sin olas que de repente estallan y los pasos que vuelven y se pierden y ya no están…

reclinada en una de las barandas de la terraza, ella, la misma de siempre, desnuda y ausente, metida de lleno en el pozo de luz, comida y relamida y las puertas y ventanas abiertas…

el silencio de los pájaros y de los insectos y la lluvia que se calla de antes y después y el aullido del perro aún perdido en la garganta… y una que otra gota de lluvia que se queda temblando en las hojas, varadas de placer en el silencio…

y en este momento de tanta verdad, ella, la misma de siempre, que sin darse cuenta abre delicadamente las piernas, se mea, deja escapar un quejido, se moja las manos, saborea sus sueños y se tira un pedo…

* * *

Ver entrega 1

Ver entrega 2

___________

* Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj-Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.

 

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