SOBRE FRANZ KAFKA Y UN ASUNTO DE ACOSO LABORAL
(A ciento tres años de La Metamorfosis)
Por Memo Ánjel*
«Todos los hombres están siempre sanos
y solo padecen del horror al trabajo».
(Franz Kafka. La metamorfosis.
Traducción de Jorge Luis Borges).
EL ASUNTO DEL TRABAJO
El hombre se diferencia del animal en que, sin moverse, en ocasiones se cansa con solo pensar en hacer algo. Y este estado de cansancio proviene de experiencias fallidas, de trabajos no realizados, de otros dejados en el inicio o de esos que quedaron mal hechos, de acosos laborales (que incluyen pedidos bajos), de esperar un empleo que no llega o de ansiar otro a cambio del que ya tiene, que lo está matando. Y otros se cansan porque se ven trabajando y así no pueden moverse por donde quieren ir, que hombres y mujeres son animales caminantes, bailarines y curiosos. Pero sea como sea, el trabajo es lo único que nos quita de encima la pesadumbre y el susto de estar vivos, como dice Voltaire en su novela El cándido.
Hesíodo, en Los trabajos y los días, habla más de dioses y de pájaros parlantes que de gente tejiendo o haciendo fundiciones, levantando casas o armando barcos, haciendo la siega de la cosecha o engarzando piedras preciosas, yéndose al mar a pescar o enseñando. Su pequeño libro es solo un canto a lo que hace el tiempo en su relación cielo-tierra, que siempre es de cambios. Y esto se entiende en un poeta, que se la pasa mirando y creando palabras, cosa que también es un trabajo, pues no es fácil encontrar las voces y sonidos que contiene el mundo.
En la Biblia, los trabajos cumplen su cometido (permitir la vida) cuando no hay reyes que cobren impuestos y lleven los mejores brazos a la guerra. Esto se lee en EL libro de los jueces y se presume en el de Ruth. El trabajo deja de serlo, cuando hay acoso. Quizá esto lo aprendieran los judíos de sus vecinos babilónicos.
En 1867, Kal Marx publica el primer tomo de El capital, en un momento en que las ciudades se industrializan y la relación de empleado-empleador cambia de manera radical, pues ya no son los del amo-siervo en los campos y los pueblos sino los de patrón-obrero en la ciudad que no para de moverse. Ya, en condiciones industriales, el trabajo es medido y continuo, en un mismo sitio y bajo unos estándares de producción e índices de ventas. Para algunos, este libro (los dos tomos restantes se publicarán en 1885 y1894, con la ayuda de Friedrich Engels) es el inicio de una filosofía del trabajo moderno y de sus componentes en bienes de capital, mercancía, salario, acumulación y plusvalía. Nadie había filosofado el asunto de trabajar en la ciudad industrial (fábricas, barrios obreros, maquinaria, inicio de la contaminación, proletarización) como lo hizo Karl Marx, que si bien trabajó poco (físicamente), si lo hizo no parando de escribir sobre lo que suponía que debía ser y hacerse, asunto que lo enfrentó con la burguesía, los anarquistas y los mismos obreros. De acuerdo o no, el siglo XIX marca otras pautas en la producción y compra de mercancías, uso de materias primas y contratación de mano de obra. Y en este punto, en el que aparecen bancos y aseguradoras, competencia y estímulo a la demanda, administradores y supervisores, espacios de vivienda reducidos y pequeñoburgueses, aparece Franz Kafka, el abogado judío que trabajó en una compañía de seguros y al fin se murió de tuberculosis, dejando una serie de escritos que hablan de los absurdos que recorrerán el siglo 20 y los que siguen.
LA METAMORFOSIS (UN CASO DE ACOSO LABORAL)
Mientras estuvo vivo, Franz Kafka publicó solo tres libros: Consideración (1913), La metamorfosis (1915, traducida también como La transformación) y Un médico rural (14 cuentos alucinantes). Lo demás, incluido su diario, lo publicó Max Brod, desobedeciendo al pedido que le había hecho Kafka de quemar sus manuscritos. Y no estuvo mal que esto pasara: la mayoría de estos escritos, inconclusos, dieron cuenta de todo lo que le puede pasar a un hombre o a una mujer trabajando, que es cuando más obligaciones adquiere y donde más absurdos le pasan. Obligaciones con la familia, con el costo social, con el Estado, consigo mismo y con la preparación adecuada para no ser marginado. Y en esto a que se obliga quien trabaja, descubre que tiene qué hacerlo (así prefiera no hacerlo, como Bartleby, el escribiente) a la par que se entera de que lo que gana no le alcanza para suplir las necesidades que le crean el medio social, la publicidad y los deseos provenientes de la sociedad esquizofrénica, que le plantea de manera continua y variable qué es lo que debe adquirir para ser supuestamente feliz. En esta situación, como dice Peter Singer, no vale la pena seguir trabajando, pues, no importa lo que se gane, siempre habrá algo que no podamos comprar. Dicho de otra manera, trabajamos para sentirnos pobres. Ese es el resultado de la sociedad de consumo, en la que lo que deseamos nos llega de afuera y no sale de nosotros mismos. Y así vamos de aviso en aviso, tratando de quitarnos tiempo de encima para ganar más. O sintiendo que caemos al abismo si el salario se contrae. Muy duro esto, porque ningún animal sufre de este síndrome.
Pero a Franz Kafka, cuando escribe La metamorfosis, no le ha llegado el consumismo (este aparece en 1951), pero si el acoso laboral. Su personaje, Gregor Samsa, es agente viajero que vende textiles. Esta soltero, vive con sus padres y una hermana, y tiene que levantarse a las cinco de la mañana (a pesar de que el despertador marca que debe ser a las cuatro) para salir a las carreras a la estación y no perder el tren. Consigo lleva su maletín con muestras, el talonario de pedidos y (supongo) algunas deudas firmadas que debe cobrar. Y a todas estas, su jefe le pide que rinda más, que logre más clientes, que no se olvide que de su salario dependen otros, en fin. Así, su trabajo va en aumento a pesar de que el tiempo es el mismo y debe rendir al máximo después del desayuno (a Gregor Samsa le interesa desayunar, es quizá el único alimento seguro del día). Pero un día, quizá por exceso de estrés, amanece convertido en algo raro, en una especie de insecto que le impide moverse bien en la cama y que le propicia dolores que nunca había sentido. Para consolarse, el personaje dice que es un sueño. Y en ese sueño se entera de que va con retardo, que el tren sale en 15 minutos y no hay cómo llegar, pues ya no puede ni vestirse y lo angustia no desayunar. Trata de levantarse, pero no puede. Oye la voz de la hermana, la de la madre, que tocan la puerta de su habitación (su nueva forma, con patas que no controla y una voz que es como un pitido, le impiden actuar bien), pero no puede abrir. Luego oye los reclamos del jefe que está exaltado, la voz del padre que acusa. Luego… Samsa se ha transformado del todo y lo que era su trabajo (a un insecto no le compran telas) comienza a difuminarse mientras su cambio (que llega al horror), comienza a transformar la habitación, las relaciones de familia y al final la casa, de la que los suyos se van para montar en tranvía y respirar mejor, y así olvidar lo del hijo y hermano insecto.
TODOS LOS ACOSOS SON KAFKA
El siglo 20, marcado por los acosos más terribles (basta ver lo que sucedió en los campos de exterminio donde muchos se maquillaban para parecer sanos y así retardar por unos días su gaseada o el tiro en la nuca), comienza con un deliro de producción nunca visto, provocado por las guerras mundiales, que incluso usaron trabajo esclavo para la producción de armas, productos farmacéuticos, alimentos enlatados y vestidos. Y este delirio de producción, pasadas la contiendas, se convirtió en una reconversión de maquinaria para hacer otros productos de uso doméstico y de oficina, lo que obligó a planes de ventas agresivos (aparece el consumismo y La moda del marketing, de Tehodor Levitt, 1961), y a emplear personas en capacidad de ir de un lugar a otro con sus ofertas, mientras otros los respaldan con trabajo operativo y administrativo en las fábricas. Las colmenas y los hormigueros, se convierten en la metáfora del ejercicio de los oficios, de la oferta y la demanda. Hay que producir, hay que vender, las registradoras suenan, los libros de contabilidad presentan balances, el desarrollo se mide con índices de utilidades y la educación plantea el aprendizaje de habilidades: en el inconsciente de Gregor Samsa todo esto da vueltas (es una especie de profeta). Y la tierra, con sus sistemas financieros, la obsolescencia programada y el justo a tiempo (lo que plaga el mar de barcos, las carrileras de trenes, los aeropuertos de aviones y las carreteras de camiones), se convierte en un habitáculo de hámsters haciendo cuentas. Lo que gano, lo que hay que pagar, lo que debo, el competidor de al lado. Total, hay que ser competitivos y lo que era el trabajo, una técnica apoyada en la inteligencia para realizar un proceso, se convierte también en una manera de persecución del otro (El lado vacío del corazón de Erich Hakl) para obtener, más que rendimiento en las labores productivas, un algo más marginal: sexo, favores, espionaje, mal ambiente a otro, etc. Y como el mal lo hacen todos (incluidos los que se encogen de hombros), entonces ya no es mal, como bien lo explican Ari Shavit, en Mi tierra prometida, y Franz Kafka en La metamorfosis, que es un asunto de acoso que acaba transformando todo lo que hay a su alrededor. Pero lo del acoso no se queda en la pequeña novela de Kafka, sino que se traslada a sus relatos. En la obra de Kafka, de la que Borges dice que tiende a ser infinita y por eso hay tanto texto inconcluso, están presentes todos los acosos, los del hambre y la espera, los previos a la muerte y la pelotica saltando y siguiendo un solterón, los de la imposibilidad del encuentro, los de un trabajo que no llega y los de un juicio que carece de jueces, los de alguien que se viene a América y no se sabe qué le pasa, los de una academia que parece una reunión de chimpancés, los sexuales que no necesitan de exhibicionismo y los de los orígenes, que me arrebatan el yo. Y es que el siglo XX fue un siglo acosador (que cría lo peor en este), que no en vano inventó el miedo como una táctica de gobierno, como escribe Albert Camus, sino el egocentrismo (que es una aberración del individualismo) y el absurdo continuado de una realidad transformada (a punta de deseos) acosando a la inteligencia hasta ponerla en estado de andar en cuatro patas, para correr a más velocidad. Y en este asunto, la tierra acosada por miles de maquinarias que la destrozan.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.