Cronopios Emergentes

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Ratas
Cronopios emergentes es un espacio de Revista Cronopio en el que presentaremos trabajos de nuevos escritores que gustosos damos a conocer.

En esta ocasión nos acompañan dos escritores colombianos y uno ecuatoriano con un cuento y algunos poemas.

* * *

LA RATA

Por Yimaldi Marrero*

Todas las noches una enorme rata me vigila desde el cielorraso. Al principio, sentía asco y trataba de acabar con ella, pero nada daba resultado.

Creo que su presencia se debe a que mi casa está a medio construir, es grande y cuenta con un patio frondoso. Con el tiempo, la humedad la deterioró y se formaron agujeros que han sido invadidos por arañas, ciempiés y cucarachas. Quiero aclarar que desde la calle se ve bonita e imponente, pero, si se mira desde adentro, no provoca la mejor de las sensaciones.

Cierta noche iba a dormir, cuando sentí que algo recorría mi pierna, entonces decidí desarroparme y encender la luz. Al levantar la sábana vi una escolopendra, no me inmuté, solo miré sus tenazas que parecían dos espadas de esgrima. El animal no se movió, ni siquiera intentó ocultarse. Con la ayuda de mi hermano menor, pude matarla. Sabía que este no era el único bicho, pues, en otras ocasiones, me había topado con ellas, sin prestarles atención. También veo cucarachas revoloteando en los rincones. Intento buscar una escoba para acabar con ellas; a veces lo consigo, pero a los pocos días aparecen, con grandes alas para llegar más alto que sus antecesoras. Se preguntará usted si no he fumigado, ¡pues claro que lo he hecho! He esparcido veneno y parece no afectarles.

Pero mi gran preocupación, hace algún tiempo, es la rata. Anoche sentí roídos en las tirantas, lo cual me hace pensar que hay más de una. De todos los animales que se encuentran en la casa, las ratas son las más grandes y astutas, admito que han superado las trampas que papá les ha puesto. Intuyo que tienen un plan, me río de esta idea descabellada, pues, anteriormente, solo las veía en mi habitación. Hace un par de días observo que se pasean por el baño, la cocina, la sala, el lavadero, los muebles e, incluso, he encontrado frutas con algunas mordidas. Mamá, quien piensa que son solo dos, le ha insistido a papá para que las extermine; él accede pero luego regresan con mucha más fuerza.

Mi hermano, un muchacho irritante, formaba su algarabía al tratar de espantarlas golpeando con sus pies las paredes de su habitación. Yo seguía tranquilo, no veía la magnitud del asunto. Nunca había comunicado la excesiva reproducción de ellas en la casa. Mi padre las combatía con intensidad. No había un solo día que no se preocupara por descubrir sus nidos, esparcir veneno e, incluso, recurrir a las recomendaciones de vecinos y familiares que le proporcionaban algunas estrategias para eliminarlas.

Me acabo de levantar y descubro que mi hermano y mi mamá se han ido. En esta soledad, me da la impresión de ver a las ratas erguirse, tal vez exagero, pero, esta vez, siento pánico y sé que intentan comunicarse. Sus ojos pequeños y hábiles me escrutan. Me siento desarmado, su persistencia quiebra mi espíritu. En ese momento, comprendo lo que debo hacer. La casa es un mar de silencio. Preparo el desayuno y siento que algo se acerca a mí, es papá con su cara severa. Le sirvo su habitual café. Yo sigo concentrado en mis pensamientos. Le escucho toser, arruga su cara y respira con dificultad. Me mantengo calmado. Sé, desde este momento, que hay una rata que vigila los sueños de los demás.

_____________

*Yimaldi André Marrero Cabrera es Licenciado en Español y Literatura de la Universidad del Atlántico (Colombia). Su tesis de grado constituye un estudio sobre las representaciones de la identidad cultural y de género en Los cuentos de Juana de Álvaro Cepeda Samudio. Ha participado como ponente en foros de Literatura organizados por su universidad.

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LAS MARAVILLAS DEL MUNDO

Por Jorge T. Palomeque

El tempo del orear de los cables,
 de las intermitencias del centellear
 en las pupilas,
 del riego de las rocas
 que materializaron a los ángeles
 de piedra.

Qué maravilla este paisaje triste y eterno,
qué maravilla la imposibilidad
 de que se desprendan las almas muertas
 de nuestra piel,
qué maravilla nuestro dolor,
 nuestra furia y desidia,
 nuestra hambre de futilidad.

Qué maravilla las ondulaciones de
 los vientos del mundo,
 por donde navega el único tempo
 y la única música
 con su glorioso crescendo
 de infinitos instrumentos
 y un convulsionante coro,
qué maravilla las copas de desasosiego,
qué maravilla la mucosidad de la angustia,
qué maravilla el hervir de las entrañas,
 la sangre que brota de la tierra,
 las carcajadas del fuego,
 la rabia que lloran los ojos en la oscuridad.

Qué maravilla el tempo del orear de los cables,
qué maravilla la lluvia de flores gritonas
 y el mundo que nos abraza.

caras

CARAS

y habían lágrimas en estas caras,
                                  estas caras
que se suicidaron
en la dilución
de las aguas en los espejos
habían siglos putrefactos en estas caras,
                                              estas caras
devoradas por los cuervos atávicos,
cortadas por las espadas y
desgarradas por las uñas negras
de los cadáveres gritones
y habían pétalos tiesos en estas caras,
                                          estas caras
que serán olvidadas, caras
que van y vienen, caras
que son inimaginables, caras
atomizadas.

caras lloronas, caras quemadas,
caras infinitas,
caras muertas.

NOS MERECEMOS NUESTRA MUERTE

Nuestros llantos se quedarán ahogados
en las olas del mundo
y del tiempo.

Nos merecemos nuestra muerte,
 merecemos la saturación de nuestras caras y
 el arder de nuestro corazón.

nos merecemos nuestra muerte,
nos merecemos la incomprensión.

los carros fluyendo por las calles,
los espejos del mundo reflejando la muerte,
 reflejando nuestras caras,
 la melancolía en ella,
 la melancolía en nuestras lágrimas
 inmateriales y fútiles

Todas nuestras vidas han sido un fracaso,
 un fracaso existencial,
con el rugir de las motos y
 de los tigres en las nubes,
hemos desparramado nuestras vidas
a todo lo que no importa.

Nos merecemos nuestra muerte,
nos merecemos nuestra putrefacción,
nos merecemos todo,
 todo el dolor,
 la violencia,
 el desvanecimiento,
 la putrefacción.

APOCALIPSIS

Con el coro del millar de estrellas
y los ejércitos llorones.

Con el suicidio goteando del techo
y el misticismo en el plexo de polvo que rutila
por el insondable océano de luz solar.

Con las sonrisas detrás de las puertas
y las casas abandonadas
en los campos de angustia

y la lluvia de cadáveres sonrientes
y la piel que recuerda
y la niebla eterna
y la orquesta monstruosa que hace bambolear
el mundo como masa fosforescente y sanguinolenta
que fluye a través de la gran oscuridad
y el intangible tiempo
y en dimensiones incomprensibles
de existencialismos y romanticismos abstractos;
que regresará a la más nimia de partículas
para licuarse a sí misma
en una apocalípticagrandilocuencia perfecta.

Con la mente moribunda
y los dedos podridos

me desvanezco en inhabilidades
y lágrimas y violines
y sed
de todo
y nada
en una cama
que levita
y un mundo
que arde.
_____________

*Jorge T. Palomeque. Poeta ecuatoriano, publicado por la Revista Granuja, Página Salmón, Nefelismos e Ibídem Nominado, en un festival joven de cortometrajes llamado: FIC (Festival Intercolegial de Cine), a mejor cortometraje, mejor fotografía, etc. Obtuvo una mención de honor. Ganador de varias categorías de un concurso de cortometrajes del Colegio IPAC.

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escucha

ESCUCHA

Por Yubely Andrea Vahos*

Él urde un sortilegio con palabras.
Ajenos son los adjetivos, los verbos, las formas;
el, médium, las letras trazan un camino entre sus ojos y garganta.
Ascienden.
Tornadas en palabras, ellas recorren la senda entre su manzana y su boca,
voz, pausas y ritmos, esos sin duda suyos
caen sobre ella.
El sortilegio la envuelve.
Quieta, silenciosa,
unas escapan, otras navegan por el canal de su oído;
la colonizan
y en sus mares ella es la hechicera.
Las junta, las imagina historias,
lo recrea narrador,
las reclama suyas en aquella voz.
No obstante, otra ficción, juguetona e inacabada (ni el lector, ni ella podrían atribuirse su origen),
danza agazapada entre las arenas borgianas.

EL SENA, 1788

Al doctor Allé olfateador de miasmas.

Bajo los puentes, entre las calles y junto a los muelles,
El calor sofocante de París no parece alterar el flujo persistente y pausado del Sena.
Él atraviesa la urbe,
Ni los avatares de los luises ni las jornadas de Sade alteran su decurso;
también la recorre vaho húmedo, deja su impronta, atraviesa narices y penetra conciencias.
Alejarse, ventilar, perfumar, intentos por diluir su presencia.
Los carreteros vienen del río, ya abandonada la carga,
el doctor se aproxima:
el bastón rosa el borde, una mano se desliza, allí está la baranda, la retiene,
justo en el límite, entre el río y París –piensa-
los ojos se cierran y los dientes se aprietan.
Impalpable, el aire ingresa por las puertas nasales y lo recorren;
el Sena, París y Hallé, un solo coctel animado.
El fondo de aquellas aguas asciende:
Transpiraciones animales y vegetales, azufres, excrementos y navegantes muertos;
La doncella que se baña desnuda y la joven lavandera.
La mano suelta la baranda, en vano busca los pechos de la doncella,
El horror y el placer lo absorben,
la mano, suspendida sobre el río busca la cara de Allé,
pero antes de caer abre los ojos
y cabila, la superficie queda, la mezcla insondable que anida en sus aguas,
 el vaho infecto que recorre la ciudad,
heraldo de muerte, a la caza de París.

NOSOTROS

Al filo de la noche insomne,
La cabeza fría y el cuerpo cálido.
ella logra reconstruir las sendas recorridas en las callejuelas oscuras
entre las lomas y las calles.
No logró, sin embargo,
Descifrar las otras geografías,
Las de los caminantes:
Dos caminaban de la mano,
Dos en la cama sumaban dos bocas, dos sexos y cuatro manos;
Y como sus manos, cuatro eran los amantes,
Tu, yo, el, ella,
La que quiere ser, quién sabe;
La que es, búsqueda;
el que creó, concreción;
el que lo habita, inasible.
Y cuatro caminan creyendo ser dos,
Cuatro van de la mano,
Asincrónicos,
Intentan no obstruirse el andar,
Que nadie caiga,
O quede por fuera.
16 de octubre, Cementerio de La América
La vida parece más viva en el contraste.
Losas, nombres, unas tantas flores marchitas (el escenario).
La gente camina y conversa,
Las aves se posan en las copas,
Las hojas reverdecen,
Muerte Suelta el ovillo,
Vida teje.
Y un par de insectos se posan en mis piernas,
Algunos entran, otros salen;
La mano de mi madre separa unas hojas secas,
Ellas, desperdigadas tapizan el suelo,
Ecos de un corrillo infantil
Y la vida parece más viva en el contraste.
Cruzamos la puerta y caminamos hasta la tienda,
Compramos la leche
y, tras pagar la vida impone sus contrastes: El tendero recibe 2000, yo una bolsa de leche.

la peste

LA PESTE

En la radio,
en la prensa
«uno, dos, tres cuatro… líderes sociales muertos»
¿de qué va esta plaga?
Los doctores de la guerra la llaman problemas de orden interno;
Sus dolientes, intolerancia;
En las oficinas, muertes de población civil;
En las calles, otro más.
Y mientras leo,
Y Mientras escucho
Juego a que pienso y jugando caigo en la cuenta:
Quizá esta peste tiene tantos nombres como responsables
O tal vez no conviene nombrarla
porque todo lo que se nombra tiene un progenitor,
un creador, un responsable.
Los muertos de esta peste serán víctimas,
¿víctimas de qué?

MATADERO

Solía estar a las afueras,
 Eludíamos la sangre,
Una vez fluidoviajero tornada en relicario de muerte;
no escuchábamos
El bramido, el grito, última ofrenda al matador;
pocos aspiraron
El aroma cálido de lo que estuvo adentro.
La eterna, estirada, un resorte veloz,
Su abrazo constrictor engulló el recinto,
sus entrañas lo cubrieron de ácidos,
disolución y fusión, epílogo del ciclo.
Recorremos la serpiente, su barriga, cola y cabeza, toda ella un matadero
inodoro, silencioso, limpio,.
Somos la serpiente, somos también el matadero

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