James Flint

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Y2. «¡Ay Flint Flint! ¡La amás tanto! ¿Cómo fue que te encontraste y la encontraste? ¡Loco! La más hermosa de las aventuras es la que te espera en ese corazón. Nunca más te dejes llevar por tus miedos. Es el amor el que orienta este nuevo viaje que tu corazón y tu cuerpo vibrante entero emprende con tu diosa amada. Y en ese viaje te espera el infinito en cada instante. Amor eterno y pura pasión».

Tal fue el mensaje hallado entre las viejas y desvencijadas cartas de tarot que Elena Rusell, la tarotista de Barbados, atesoraba junto a sus cartas a Flint.

Del libro El tarot del fin del mundo para Flint. Eds. Heréticas. 5476.

Y3. «¿Pueden unas cartas decir algo sobre el futuro? ¿Puede el destino estar marcado? Las cartas no dicen verdades ni mentiras. Sólo muestran opciones para que la contingencia no se convierta en la fosa cavada en el cementerio oscuro».

Con estas palabras, el Caporal Mayor Eagleton despedía al Bolivian Liquidator mientras la nave zarpaba del puerto de Antares hacia el más terrible de sus derroteros. La historiografía humánida clásica lee en el discurso del Caporal, una afrenta, un pase de factura, un último reproche a Flint. Se sabe que por aquel entonces, naves y hombres en lucha se movían con sigilo, como fichas en un tablero cuyos límites comenzaban a difuminarse. ¿Hasta dónde los movimientos prefijados entrampan las alternativas por salirse del cuadro? ¿Hasta qué punto la libertad abre la esperanza y posibilitaba una praxis revolucionaria?

Eagleton creía como nadie en Flint, en su profesionalismo, en su intuición. A diferencia de lo que opina la mayoría de la academia, pensamos que nunca hubo grieta entre el proyectista y el carmesí. Sólo creatividad y debate. A diferencia, vemos en las palabras del caporal una apuesta, una jugada por Flint.

Se sabe que el carmesí consultaba el tarot antes de decidir sus movimientos en la guerra, en la vida. Tarot, runas, todo tipo de elementos para la lectura de lo que las Moiras tejen. ¿Eso hacía a James Flint un esclavo de la superstición?

Tenemos elementos para creer que Eagleton sabía hasta dónde, el hombre dominaba el destino, hasta qué punto Flint quedaba enredado entre las sábanas del devenir, hasta qué límite llegaba y cómo jugaba con el ir y venir de uno a otro lado del espejo. Hay una carta, breve epístola, que pocos historiadores humánidos sopesan en la historia de la relación entre el programador y el programa, entre el planificador y el pacificador asesino Flint. Es una nota enviada por cifrado binario desde el puesto de comando de Azores al Liquidator y registrada en la bitácora del navío el termidor del año de la serpiente atómica. La traducción es clara y directa. Sólo había que tomarse el trabajo de descifrar.

«Flint amigo, jugaremos hasta nuevo aviso el juego de la política interna de nuestro partido en bandos separados para salirnos con la nuestra. Tenías razón… Para seguir haciendo la historia no podemos encriptarnos, cristalizarnos. Debemos movernos más rápido que las Moiras para engañar a los dioses. Confío en tu capacidad por leer más allá de las cartas. Hasta la victoria siempre. Depredemos e incendiemos todo para hacerlo todo de nuevo».

Flint partió esa vez de Antares para nunca más volver. No regresar es el signo de los lanzados hacia el futuro. En cuanto a Eagleton… Se inmoló entregando Antares para hacer volar del mapa media flota conservadora.

Telonius Frak, Hacia una filosofía de la historia de la guerra del fin del mundo. Ediciones Galapagos. Publicado en 3574.

Y4. «La mayoría de los mortales pasan por la vida como uno más. Muchos unos. Puntos en un cuadro sin sentido. Unos y otros, sin sentido. Vidas que surgen y mueren dejando nada más que un triste recuerdo en un puñado de familiares y amigos. Flint no… Flint quemaba. Flint amaba. El capitán que logro lo que Aquiles: inmortalidad. Hoy todos recordamos su nombre y revivimos en el carmesí.

Pero hay algo oculto en el personaje, un más allá de la máscara y un más acá del retrato cruel en el espejo. Algo que se escapa de la visión del uno común. Una emanación. Algo que sólo algunos captamos porque él nos dejó, nos tocó con su confianza.

Soy Berenice McBirne. Supe ser su amiga, supe saber hasta dónde serlo y quererlo. Sólo hasta donde me dejó ser y me lo permitió la cordura. Entendí lo que me dijo y comprendí lo que me transmitió y por qué me lo confesó. Hablando de su amor, me dijo una vez textuales palabras:

«Sólo a ella la sigo encontrando, sólo a mi Geshtinanna… Ella está en mis libros, en mis cartas, en mis paisajes, en mis batallas, en mi cama, en mi mundo… Todo es más lindo encontrándola. ¡Qué los dioses, las Moiras, los demonios y entes cualquiera tiemblen! ¡Quemaría el mundo y el más allá por mi Geshtinanna!»

Entrevista a Berenice McBirne publicada en el Pascal Zeitung, deciderio tercero del año del átomo.

Y5. Decía Washington de Flint en una de sus cartas a su amigo Terence:

«Es a la moral lo que Lucifer a la fe. Traspone y corrompe todo el tiempo los fundamentos de la religión y derriba a golpes el edificio de la teología. Corrompe todo. Destruye los preceptos de la moral. Impío maldito. Todas las criaturas lo aman. ¿Cómo puede semejante monstruo ser amado? Sólo si el mal triunfa y todos vivimos perdidos. ¡Maldito seas Flint!»

HACIA NINGUNA PARTE

X1. Cuando de una cosmovisión se trata, un universo entero separa a Flint del leve Washington. Para el carmesí no valía ninguna forma de moralina del más allá. El derecho jamás opera en la negatividad. No prohíbe nada. Por el contrario es pura positividad; es el dominio de lo posible, de la potencia. Hay lucha, ira, odio, tretas, jugadas del puro apetito. La política que lógicamente se sigue de esto es, sin duda, la de la revolución permanente.

X2. El famoso, admirado, brillante, ilustre y condecorado hasta la nuca Capitán Washington, fue en vida hasta ser masacrado, el principal enemigo de Flint. Pasó a la historia como uno de los más hábiles defensores de lo establecido, de la ley, el orden, el control y la paz de los cementerios. Militante del famoso ultra conservador PROCAP jugó tanto en política como en la vida como un perfecto hijo predilecto de cuanta patria se precie de tal y de cuanta madre virgen cubriera con el manto de lo sacro.

Navegaba con créditos por los mares sin siquiera molestarse. Todos veían en Carl Washington la luz de lo obvio, la esperanza de lo esperado que sea.

Fue siempre un como sí, el que hacía lo que se debía hacer, el que no defraudó ni se desvió del camino, incapaz de llegar al mote de displicente.

Dicen que las familias patricias lo amaban, cuentan que había bustos y estatuas de Washington en las alambras, esquelas que narran historias del protagonista fiel y romántico que desplegaba a tono cursilerías y mojigaterías sin decir nada.

Rubor, labios pintados, un toque de distinción en el peinado y mucho encaje. Así se aparecía el cajetilla capitán, bajo una atmósfera perfumada y llena de luz.

Pero algo aún más siniestro se ocultaba cuando la pompa desaparecía. Cuando Carl era sólo un pobre infeliz mirándose al espejo de su diario.

Su diario. Uno de los documentos más importantes a la hora de estudiar los sucesos de la Guerra del Fin del Mundo.

En lo que nos toca, reproduciremos qué dice allí, este personaje sobre nuestro Flint:

«Nadie sabe cómo matar a ese maldito hijo de mil putas… Es inmortal. Se le ha jugado sucio y se le ha propinado todo tipo de golpes en la vida. Las Moiras juegan para nosotros, muchas deidades también lo detestan, todo el oro del mundo está puesto para quebrarlo, maldiciones y encantos perpetrados contra su voluntad. El mismo infierno parece abrirse a su paso y él con todos los demonios da batalla.

Es un maldito hijo de puta… Lo crucé con todos los artilugios de la academia y no hubo caso. Apelé a todo tipo de trampa. No puede, ni nadie puede vencerlo.

No se sabe de dónde mierda saca la fuerza. En el peor momento es cuando más se fortalece y vence. O se corre airoso del mal, o lo enfrenta con toda la fuerza. Parece jugar con nosotros. Es como un gato que juega con el ratón del destino.

Odio a ese maldito infame y mi odio lo alimenta. Sé que se nutre de mi mal y sé que en el fondo estoy vencido por saber que mi vida tiene fin y no poder asumirlo. A él cuestiones tales como la vida, la muerte, el más allá y la eternidad le parecen simples vacilaciones de imbéciles timoratos.

Estamos perdidos».

Se sabe que Washington fue destrozado por el mismísimo sable del capitán carmesí. Flint trozó el cuerpo en mil pedazos y alimentó peces con lo poco que pudo rescatarse de las entrañas. No hubo forma de salvar nada del pobre capitán amor Washington. Pero Flint se aseguró de preservar su memoria, para que todos sepamos que en la guerra del fin del mundo su rival jugó para defender lo establecido y para que todos entendamos quién fue capaz de enfrentar los valores y principios cristalizados. Estamos al corriente que guardó su diario, vitácora y gran parte de las pertenencias que Washington atesoraba en la cabina de su nave, el Freedom. Muchos aseguran que fue el carmesí quién condenó al navío a vagar como fantasma. Y fue él, quien hizo clavar en el mástil principal el tablero de madera gravado con la letanía: «Esto es lo que queda de quienes se atrevieron a trabar la historia, vestigios de lo que eran, fantasmagorías. ¡Qué los errantes sepan que este barco guarda los espectros del pasado! ¡Y esto es mucho más de lo que podemos conceder a quienes se atrevieron a enfrentar a Flint y sus trastornados!»

Suele avistarse el casco del Freedom en los mares del norte, cerca de Groenlandia. Dicen que una bruma lo cubre y un llanto atroz y desgarrado brota de su interior. Los creyentes no se atreven a aventurar que es el fantasma de Washington. Flint se aseguró que el sujeto no pueda aspirar siquiera a ser espectro.

Para ampliar el lector puede consultar, William Thomson The reducction of the world and the words of reductions and emergency. Mit press. New Filadelfia. 5487.

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X3. Eva Klins, la destacada psicoanalista de Nortumbria, confesa seguidora a rajatabla de las enseñanzas del Maestro Ancestral, escribió uno de los más crudos semblantes del capitán carmesí. A pesar de que se sabe a ciencia cierta que Flint nunca estuvo en su lecho, ni se retorció en ningún diván, su mirada atravesada por la esotérica disciplina de los aparatos psíquicos aporta un matiz diferente, que por hache o por be, impactó particularmente en la historiografía humánida de la guerra del fin del mundo cuando de entender (¡ay quién pudiera!) al loco Flint se trata.

En El reto a Las Moiras, el uno y todos contra el destino, su famoso legado escrito en un extraño lenguaje de grafemas, un libro recuperado de la perdida Biblioteca de la Nueva Alejandría, la analista de los casos perdidos dejó su herencia a la academia. No pudo recomponerse la totalidad del volumen. El tiempo tirano había hecho estragos en el material escrito. Pero los pixeles que se recuperaron son de un valor cuantioso. Reproducimos aquí algunos de los párrafos sobre Flint y el amor:

«Siempre lo tuve cerca, nunca tan cerca como para tenerlo. No se daba, no entregaba nada de su etérea mente. Para mí, detrás de ese maldito ojo no había más que un vitral.

Sin embargo, a pesar de su enigmática manera de ser, Flint cada tanto colaba algo, cierto matiz, que sus amigos podíamos descifrar apelando a diferentes herramientas. La mía, analítica; la de otras, adivinación, cartas, astros; algunos, el oscuro código del rufián; otros, confianza y la pura amistad.

Por supuesto, jamás logré que me haga suya para siempre. Él ama a una sola diosa, la única elegida, la que invocó y lo llamó entre sombras. Geshtinanna, la que volvió del archipiélago Miguelido para volar su cabeza para toda la eternidad. Geshtinanna, le cantaba al oído él, mientras todas y todos permanecíamos cual muñecos en el escenario. Piezas de ajedrez decía él, ninguno rompía como ellos dos, el determinismo de los movimientos por más estrategia y raciocinio puesto como empeño.

Una vez me contó que ella era la única que sabía mucho de lo que nos faltaba saber y sentir sobre él, pero que además sabía y sentía lo que faltaba en él. Y que lo más fuerte, impresionante, maravilloso y lo que más lo ligaba para siempre a ella era que a él le pasaba lo mismo respecto a su Geshtinanna. Una vez me dijo: «no la amo y no me ama sólo por lo que sabemos y sentimos, sino por todo lo que nos falta sentir juntos y hacer juntos».

Cuando lográbamos superar el odio y la envidia, encontrábamos un material digno de ser analizado en las afiladas palabras del carmesí. Los grafemas ayudan a entender a quienes como yo debían contentarse con la pretensión (¡qué ilusa!) de entender al loco. Pero había que pasar por el filtro.

Hablaba de amor muy poco. Lo hacía en casos muy especiales. Una vez, me explicó que su verdadero espíritu, ese nodo de todos los vínculos y relaciones con las cosas que en determinado momento y espacio, lo individualizaba como el capitán del fin del mundo carmesí (pero no sólo eso), solamente estaba a disposición de una sola mirada y un sólo vínculo, Geshtinanna. Pregunté mil veces quién era la tal, cómo, por qué ella y no otra. Una sola vez susurró algo así como una respuesta: «la que me acarició amorosamente el cuerpo y nunca quiso disociarme, enajenarme, ni hacerme sentir un caso. La que me vio como yo la vi. La que entró en un estado de vibración en el que fuimos uno. La única que fue capaz de gozar conmigo como locos».

Que hubiese dado la vida por muchos más, sin duda. Pero que entregó algo más que su vida, dio su alma a una diosa, no queda la menor duda. No había más que amor entre ellos. Una vida que valía la pena ser vivida juntos. Mucho más de lo que la mayoría de los mortales podían lograr, la eternidad en cada átomo y partícula, momento y espacio.

Los que tuvimos la suerte y desgracia de conocerlo supimos que había una dimensión diferente en la que sólo él (y por supuesto, su diosa) podían entrar. Allí todos los demás desaparecíamos. Pasábamos a ser objetos para ellos. Solo ellos dos, uno respecto al otro, entraban en esa perfecta relación transductiva. Y cuando estaban allí ya no había a quién temer, el mundo era suyo.

El maldito carmesí, jamás amó a todas las que estábamos dispuestas a entregarle todo. Eligió a una que estaba más allá. A esa que podía no sólo entregarle todo sino además, ser todo lo que no podía entregarle para que él siga deseando conquistar. Ella sabía. No… Saber no es la palabra. Ella sentía. ¡Afortunada maldita!

No la conocí. Nadie la vio. Su espectro nos atemorizó a todos y todas. Su espíritu atormentó a muchos. Vagaba por el Liquidator e impregnaba todo lo que Flint tocaba. Allí estaba siempre para él y sólo para él. Rubia irredenta, pálida y transparente.

Una vez, mientras recalaba en Nortumbria por provisiones, Flint vino a tomar el té. Solía amar mi patio y el aroma de los jazmines en flor. Pero más, los naranjos. Loco. Miraba siempre hacia ninguna parte. Y hablaba, susurros, silencios, palabras sin atar. Siempre desafiándonos a entender. Maldito. Esa vez me habló de un poco del amor, de la diosa, la que apareció en la sección 6.6 del archipiélago Miguelido y reapareció para siempre para torcer con él, intrépidos odiosos, el brazo del destino. Le saqué apenas una breve descripción. Me moría por saber qué le había visto a tal mujer, cómo era su carne. Se burló, como siempre. Rió, lanzó su ironía. Y vociferó con esa voz ahogada de maldito: «su carne toda es mi pasión y lo que ella hace con su carne, lo que siente con su carne, lo que revoluciona con su cuerpo, mi esperanza.»»

X4. Como es sabido, casi nada había quedado del hemisferio norte después del fin de la guerra del fin. La vuelta a un mundo mitad oscuro, mitad incendiado, era inminente. Salvo por islas, viveros de creación cultural, el manto de la muerte había cubierto el ancho cielo norte.

Eso hizo que por fin, el sur exista y se imponga. Los australis dominaron la escena cultural en un mundo que pedía resurgir de las cenizas. Con pies de plomo, avanzaron en la liberación de los pueblos y los cuerpos. Sabían perfectamente que la verdad histórica estaba en las subjetividades, que la historia objetiva de los procesos productivos entra en relación dialéctica con la producción de sujetos. Dicho de otro modo: que los sujetos producen historia y la historia sujetos.

Un actor clave en el desborde de pensamiento hacia el sur y desde el sur fue el capitán Flint. El llamado carmesí insistía en el cruce de los histórico y material, entre lo subjetivo y lo objetivo. Que los procesos sociales e individuales se imbrican.

Nadie influyó tanto en el pensamiento y las prácticas revolucionarias permanentes, transformadoras y regeneradoras del mundo llevadas a cabo por los autralis históricos del sur como Flint. Las antiguas sagas lo muestran casi siempre en el aislamiento del pensamiento que tras la desesperación vuelve para entrar en acción e incendiarlo todo. Pero hay también pasajes, intervalos en los relatos, donde el capitán bravío juega como un intelectual y un docente.

Dicen las sagas que Flint creía y enseñaba que ningún cambio en el mundo podría darse sin no cambiábamos en nuestro interior más profundo la matriz fundamental del miedo y la aceptación del terror que habita en nuestros corazones. Que los corazones circuncidados y rotos por creencias introyectadas desde la niñez, también debían ser liberados afectivamente, como libertas tenían que ser las mentes de oscuros pensamientos retrógrados. Y que solo así podríamos transformar el mundo. Afectividad y pensamiento no podían sino ir de la mano. Afectividad desencadenada y pensamientos libres liberados.

Quizás una frase grabada en el mástil del Liquidator da fe de este pensamiento flintsoniano: «Todo lo que puede ser deseado puede ser conquistado, todo lo que puede ser amado debe ser amado».

Dicen que Flint terminó de comprender y cerrar su sistema gracias a la influencia que en él habían tenido las lecturas de los pensadores prehistóricos alternativos a la modernidad retrógrada. Pero buena parte de la academia humánida actual, siguiendo a rajatabla las tradiciones australis, sabe que nada influyó más en la filosofía del carmesí que su viva lucha por vivir y el amor que habitaba en su propio corazón gracias a los influjos de Geshtinanna.

Para ampliar el lector puede consultar, William Thomson The reducction of the world and the words of reductions and emergency. Mit press. New Filadelfia. 5487.

X5. Sobre la mirada del carmesí mucho se ha escrito. Básicamente, en la época en que la historia se había visto influida por el vuelo literario, intelectuales muñidos de una verba florida se masturbaron y esparcieron su semen en largas páginas de deleite por el capitán. Claramente, sus fuentes eran los diarios de las doncellas que Flint jamás amó pero de algún modo tocó con su locura mortal. Amores perdidos en la locura.

«Que Flint quema con su tuerta mirada penetrando los pechos y las mieses, que el carmesí me miró y una delicia fresca de pasión me hormigueó en el vientre, que su mirada fue como una transfusión de sangre venenosa inoculada para que me pierda en el abismo del placer autoerótico, etc., etc., etc.».

Lugares comunes y cursilerías de todo tipo que se apilan y no sirven para explicar la magia que las sagas narran, cuando se refieren al mirar del capitán revolucionario.

No hay retratos de Flint, fotografías como las que se usaban en la época de la guerra del fin del mundo ni plasmomágenes o cintalegmas. Pero un hallazgo magnífico pudo cambiar la academia e iluminar la parte de la historiografía que se dedica a los días y las obras de los actores clave en el fin del mundo. La aparición de una extraña caja hermética conteniendo materiales atesorados por un lugarteniente oficial fue desenterrada en las costas sinuosas de los mares surpatafisiconios cercanos al casquete sur. Los restos del velero hundido guardaban dicha cosa o baúl de recuerdos. En él, un aparato antiguo, que se alimentaba con electricidad y cargaba una cinta magnética que reproducía imágenes en otro aparato, ése al que los prehistóricos históricos llamaban TV. Raro. El lugarteniente en cuestión, Azdair Pelastán, obviamente amaba cosas antiguas e inútiles.

Como quiera que sea, técnicos de diversas prominentes universidades del mundo que queda lograron reconfigurar y/o adaptar los aparatos a la tecnología espectral de hoy. Entonces, gracias al esfuerzo se pudieron rescatar algunos segundos de lo que allí había guardado. Asombroso fue lo que se escuchó y se vio…

La nave que surcaba el océano sur tempestuoso era el Bolivian Liquidator. Claramente. Uno podía leer su nombre en una placa fijada al costado de la puerta del puente. A través de las ventanas, la sinuosa imagen de un tipo de pelo enredado y extremadamente largo, con un bayón en el ojo y una gran cicatriz atravesando ese rostro huesudo y triangular. Un tipo flaco, erguido en un ventanal. Que miraba a ninguna parte abrigado en un traje oscuro, de pantalones negros y una rara cosa, también negra, que cubría su torso y volaba detrás de su espalda sobre una casaca gris. Un hombre tras el vidrio tenuemente empañado, al que se le acerca una mujer y la imagen. Y lo que queda de la grabación, unos pocos segundos de duración se desintegra con la voz de ella pronunciando un nombre: «James».

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* José Antonio Gómez Di Vincenzo es docente e investigador del Centro Babini, Escuela de Humanidades, UNSAM, Argentina. Se graduó como Licenciado en Educación en la UNSAM. Cursó sus estudios de posgrado en la UNTREF, obteniendo el título de Dr. en Epistemología e Historia de la Ciencia con la tesis doctoral «Estudio sobre la relación entre ciencias biomédicas, tecnologías y orden social. Biotipología, educación, orientación profesional y selección de personal en Argentina entre 1930 y 1943». Ha participado en numerosos congresos como expositor y tiene publicados una serie de artículos en revistas académicas y libros de texto tratando diferentes problemáticas propias del campo de la Filosofía y la Historia de la Ciencia y la Tecnología. Desde 2007 es investigador del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica «José Babini» y docente en la Escuela de Humanidades de la UNSAM.

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