Sociedad

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DOS CIUDADES Y UN SOLO CORAZÓN

Por Belén Vila*

Durante algún tiempo he estado leyendo sobre los atributos que brindan las ciudades de América Latina, los croquis de sus orígenes, la ciudad damero de la que habla Ángel Rama, he repasado los años cincuenta en Lima y el descubrimiento de la metrópoli desde la ficción literaria. Este influjo voluntario y cultural me ha hecho pensar constantemente acerca de dos terruños, uno que recuerdo con el corazón, si es que se puede recordar con ese órgano al que la literatura le adjudica tanto sentimiento, y con la memoria, que tiene fama de almacenar sucesos para teñirlos con la nostalgia.

De paso, como los viajeros pero no como los turistas porque resido en una, mientras evoco otra, miro y aprendo. Coqueteo permitido, sin la vanidad del resentimiento ni el aroma a despecho. Dos ciudades y un solo corazón.

No es el propósito hablar de las urbes de Lima y Montevideo, sino de dos ciudades pequeñas, Chincha, situada al Sur de Lima en el departamento de Ica en el Perú y Cardona ubicada en Soriano, al suroeste del país llamado Uruguay. Son regiones que albergan pocos habitantes comparadas con las poblaciones que hospedan las otras dos ciudades mayores.

En ocasiones, vislumbro que los pobladores son menos de los que los mapas oficiales anotan. Cuando se desplazan hacia la capital del país lo hacen por vía terrestre, el trayecto que recorre el ómnibus —dependiendo del tráfico y el horario y alguna demora en una parada obligada—, para salir de Cardona y llegar a Montevideo en un recorrido estándar el desplazamiento dura dos horas y media, tres aproximadamente. En Chincha la salida a Lima puede realizarse en camionetas alternativas que van más rápido porque suben menos pasajeros, en autos o carros particulares. Los «buses» parecidos a las líneas de empresas que pasan por Cardona, tardan más menos, tres horas y media, aunque en conversaciones anónimas los locales me dicen con naturalidad «dos horas, pe» —mas no con franqueza intuyo— siempre demoro más.

Cardona ofrece un territorio diseminado de casas bajas, de amplios pasadizos comunales con bonitas tonalidades como es el parque de la Hermandad, la Plaza Artigas y su rosedal. Esta menuda urbe que cuando quiere sabe hacerse querer, recibe placenteramente al foráneo por la puerta principal, asentada sobre la vía férrea que abre paso al memorial obelisco. Si eliges el camino recto de la izquierda llegas al parque Cazeaux. Sitio amplio, de generosos árboles que se comban para brindar sombra, de mesas y bancos compactos que pasivos reciben en algunas épocas del año a los grupetes de familias y amigos que se reúnen para compartir el mate espumante y bien cebado, celebrar una despedida, tomar una cerveza, asar carnes, distribuir entre pares una deliciosa pastafrola de dulce de leche, membrillo o batata; saborear una majestuosa pascualina glaseada, una torta de fiambre pintada con huevo y que cortada en trozos pequeños y rectangulares se divisa desde el transparente «tupper» de plástico invitando ser consumida.

El casco histórico de la Lata Vieja atesora el pasado de la zona, repasa las carretas que antiguamente eran tiradas por caballos, conserva el folklore, el paso básico de «largo, corto, corto, largo» enseñado por las maestras en las escuelas públicas. A la voz de «aura» comienza la danza, la falda amplia, los pañuelos, la faja decorada con plata, la bombacha, el facón en «s» que también recrea el Martín Fierro. Clásicos componentes que deleitan la vista de los atentos vecinos que dominan con propiedad la esencia gauchesca, aquella de la que hablaba Antonio Lussich en Los tres gauchos orientales.

Por octubre, desfilan por las calles principales los festivos, musicales y coloridos carros alegóricos. Las carrozas son producto del esfuerzo de los adolescentes que desde sus aulas y a lo largo de medio año aúnan voluntades para potenciar la creatividad con los débiles recursos económicos que han logrado reunir. Es la fiesta anual, que la comunidad apoya desde el lugar que puede. Cuando llega el día esperado toda la colectividad se prepara para recibir a miles de espectadores que asisten desde todo el país para vivir la alegría primaveral.

El lugareño es reservado, cordial y solidario. Por ser una localidad de pocos habitantes no es difícil recordar los antepasados de los vecinos, fulanito «el hijo de la finada» o menganita, la sobrina del tío que era hija del Doctor «X», hermano del que trabajaba como servidor público e hijo de Don Jusepe «H» que enterraron en el cementerio. El puzle generacional se compone de hilachas y enfermedades que bien conservan las abuelas en los bolsillos de los delantales de cocina, y que de vez en cuando sacan a relucir cuando reciben visitas amigas, o las sorprende la lluvia y las obliga a quedarse en la casa por un tiempo mayor al planificado, los hiperbólicos culebrones domésticos se develan entre tortas fritas, mates de yerba o de té.

En alguna casa se mira la novela de Natalia Oreiro, en otras se tararea la canción «al otro lado del río» de Jorge Drexler. En los partidos de fútbol, la selección uruguaya recuerda a Diego Forlán, se emociona con las jugadas de Luis Suárez, Edison Cavani, Diego Godín.

En Chincha vivo, y he aprendido a descubrir otros encantos: la costa que palpita con atardeceres anaranjados, las luces de neón que se combinan con la bohemia nocturna, la plaza principal con sus afluentes acuáticos, la iglesia que se viste de gala para recibir la Navidad, mientras a tan solo unos pasos se consiguen picarones endulzados con miel de higo. Los vendedores de emolientes corridos por el sol que deja caer sus rayos feroces como las saetas del homérico Apolo enfurecido, reaparecen cuando estos han cedido.

Los costeños elaboran sus platos banderas y los erigen al mediodía, para hacerlos flamear al viento «cual retazo de los cielos» —como dice la letra de Marcha a mi bandera— la sopa seca con carapulcra —una especie de espaguetis con guiso sería para nosotros los uruguayos—, en el refugio de la popular Mamaine. El famoso «monstro» que recoge en un solo plato pavo, cerdo y deliciosa guarnición, de postre las variedades son cuantiosas, la tradicional mazamorra morada con canela, las variantes de leche quemada, la torta tres leches que me apaga las palabras, elixir comparable a la magdalena mojada del té proustiano. Y después de una oración en lo de Melchorita, se puede leer a Luis Cánepa Pachas, a Juan Manuel Medina y recordar junto a los lugareños la fuerza de los puños del boxeador Carlos Zambrano.

Para el desayuno se ofrecen tamales de cerdo con maní que preparan las manos de las diosas ambulantes, saben a gozo, y como dice Lope de Vega en el soneto, «quien lo probó lo sabe».

Por las tardes, y debajo de mi ventana pasa una señora que me despierta con sus ofertas. Se comunica mediante bramidos que despuntan empujados desde su garganta prodigiosa, ofreciendo quequitos y gelatinas; en un instante sucumbo ante una suerte de realismo mágico colombiano que me recuerda que los peruanos son más bulliciosos que mis paisanos.

Su cálida gente me ha enseñado a beber pisco, —fuerte bebida alcohólica que se realiza a base de uvas en las tierras fundidas por la fragua de Vulcano iqueño— «por si acaso del bueno, pe» con orgullo me lo confirman, la operación consiste en ingerir un poco del líquido, hacer un buche, zarandearlo de un lado al otro y por último ingerirlo, el éxito se obtiene repitiendo el ejercicio. Después de esta maniobra, uno siente en su cuerpo el clamor de las batallas romanas con sus héroes y semidioses que con la indumentaria de combate desde adentro lidian por salirse, prontos para la querella.

Cardona y Chincha, Chincha y Cardona, ambas tienen la franquicia de ser ciudades todavía pequeñas, digo la «franquicia», porque ante la conquistadora globalización conservan lo local, su gastronomía, sus típicas fiestas, su idiosincrasia, la familiaridad de la gente. Para las dos minúsculas localidades el punto de concentración es la plaza, los habitantes más jóvenes dan vueltas y vueltas, en un Walking around más festivo que el nerudiano antes de aglomerarse como palomas ante un cúmulo de migas para conversar sobre temáticas que jamás se conocerán, y si por alguna ventura o desdicha se llegaran a conocer, el tiempo tendrá el honor de liquidarlas de un zarpazo.

Si busco rápidamente comparativos entre una y otra, noto que son urbes diferentes con elementos comunes. De golpe, me espolea un recuerdo, en Soriano sorprende a la derecha de la ruta arteria, un cartel que grita a lo lejos «aquí nació la Patria», vincha —lema que recorre el escudo local—. En Ica departamento de Chincha si bien no se visualiza un letrero con este corolario puede decirse que «nació la vida otra vez». Debido a que la ciudad chinchana sufrió en el año 2007 el embiste de un terremoto de 7.9 grados de magnitud que demolió estructuras, mas no el ánimo del ayllu para reconstruirla nuevamente, pirka a pirka.

Dos ciudades distantes y similares, una bordea el Pacífico, en Uruguay las costas —no de Cardona precisamente— sino del país miran al Atlántico. Semejantes porque se unen en la historia —la de Soriano más pretérita— que sustenta sus entrañas, albergan tumba sobre tumba, huellas de sangre y dolor por los seres perdidos que ya no volverán.

Y siguiendo por la ruta… Cada vez que regreso a casa, el rótulo con fondo rojo de la entrada a la localidad me recibe con sus brazos abiertos diciendo «Bienvenidos a Chincha». Y por la misma dirección del derrotero aunque dejando acullá a Cardona, una leyenda que se inscribe en fondo azul se despide reafirmando que a «la nostalgia de andar lejos solo la cura el recuerdo».

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* Belén Vila. Es estudiante del Doctorado en Humanidades en la Universidad de Piura (Perú). Magíster en Criminología y Ciencias forenses de la universidad de la Empresa (UDE – Uruguay). Licenciada en Letras. Licenciada en Humanidades. Profesora de música y solfeo. Tiene diplomados en Literatura Ibero anglo americanas, en Derechos humanos, Educación en el CLAEH. Artículos suyos han sido publicados en revista de la Organización de Estados Internacionales, Entre Caníbales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Contemporary Sociological Global Review. Ha realizado investigaciones sobre las áreas de criminología (delitos sexuales) y literatura (relatos cortos, relatos peruanos y uruguayos). Ha ejercido como docente en la Escuela Nacional de Policía, docente efectiva del Consejo de Educación Secundaria en Uruguay y docente en el Instituto de Formación Docente de Colonia.

2 COMENTARIOS

  1. Exelente ensayo!!!felicitaciones Belen. Te queremos!!saludos desde Uruguay Gladys y flia!!!

  2. Que hermoso Belén.. que recuerdos me trajo a la mente el vivir en Cardona..sin duda momentos únicos vividos que permanecerán para siempre siendo inolvidables y felices…te quiero amiga😉😉😉

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