Filosofía Cronopio

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DR. ASTEY AND MRS. ZAMBRANO

Por Fabio Vélez Bertomeu*

Antes de adentrarme en el particular que hoy con justicia me convoca [1], permítaseme comenzar con un breve exordio. Efectivamente, una suerte de inciso, prestado de las más excelsas artes retóricas, que podría aportar algo de luz al sentir de las palabras que ensayaré seguidamente.

Y digo esto por lo siguiente: no es lo mismo presentar o reseñar un libro de un desconocido (ni digo ya si este está muerto), que presentar o reseñar un libro de un amigo. Y el Dr. Astey, vaya por delante, es un amigo, y de los buenos.

De las «amistades» que nuestra tradición ha ido conceptualizando, todas por cierto de alguna u otra manera remontables a suelo griego, la amistad (la philía) que me une al Dr. Astey podría encontrar natural acomodo en aquella encarnada en el hetairos o compañero de armas.

Ciertamente, no nos uniría ninguno de los otros dos posibles lazos de la amistad, a saber, ni la «utilidad», ni tampoco el «eros» o la «efebía». Simple y llanamente hetaireia o camaradería. Y si hay algo que distingue y vincula a los hetairoi son precisamente dos rasgos: el compartir una causa común, por un lado, y la extraña generosidad, por otro, para desembarazarse de su posesión más preciada, a saber, las armas.

Desplacen por un momento el origen castrense de este concepto y olviden por un instante la Iliada y la relación entre Aquiles y Patroclo. Sustituyan la legendaria Troya por un sucedáneo paródico de la ilustrada República de las Letras; y bien, ahí podríamos situarnos mi carnal y yo. Con nuestra empresa común: la philosophia o el amor por el saber y dispuestos, siempre por la causa, a desprendernos (al menos temporalmente) de nuestro bien más celosamente custodiado: nuestra biblioteca.

Si insatisfechos con la estampa pintada para el caso todavía deseáramos imprimirle un toque marcial, podríamos acudir, para resarcir esta impresión, a otra tradición y a la historia de otra amistad. En efecto, podríamos visitar ahora, por ejemplo, el Antiguo Testamento y la amistad de armas entre Jonatán y David. Si se me permite esta pequeña broma etimológica, podríamos decir que, al igual que ellos, nuestros enemigos (de tenerlos) no serían otros que los filisteos. ¡Ahora bien, no los otrora pueblos marítimos del Egeo, sino esa plaga de personas que hacen alarde de su incultura y que, como diría Machado, van apestando la Tierra!

*

Tras este rodeo, es hora (¿es hora?) de adentrarse en el libro. Ahora bien, lo que todavía me resta por anunciarles es la manera en la que he decidido hacerlo.

Como ustedes de sobra saben, no es extraño que en ocasiones la mejor manera de acercarnos al meollo o núcleo de un asunto sea la tangente, pues, ni que decir tiene, la frontalidad suele ser de ordinario peligrosa, y solo útil para bagatelas y bicocas desustanciadas. Y sobra decir que no parece ser este el caso.

Fíjense; lo que está en juego aquí, siempre con Mrs. Zambrano de por medio, es un hito en apariencia menor pero de secuelas trascendentales. Permítanme este símil: si Freud ocupa un destacado lugar en los anales por haber desencubierto —que no descubierto— el inconsciente, esa cara oculta de la apolínea conciencia; podríamos aventurar, mutatis mutandis, que la Zambrano es igual de importante por habernos recordado –y de qué manera– que el sueño es parte, junto a la vigilia, del vivir. A este respecto, ambos autores nos habrían legado la necesidad de tomar en cuenta estos hechos para acometer la tarea con acaso único sentido en la vida: tratar de conocernos a nosotros mismos. Esto es lo que, grosso modo, el Dr. Astey intentará desplegar, de manera minuciosa y talentosa, a lo largo del volumen.

El relato de este despliegue me obligaría, lo pueden imaginar, o bien a repetir esas 150 páginas (a lo cual estoy imposibilitado por espacio y por deferencia a su paciencia), o bien a una síntesis que traicionaría precisamente tanto el esfuerzo del autor, como su estilo.

Teniendo presente lo anterior, y asumiendo en consecuencia que una reseña en modo alguno puede substituir al libro, lo que voy a intentar pues, de manera tramposa y algo bastarda, es tratar de dibujar la estilística aquí movilizada.

Y digo esto por lo siguiente: de la lectura del prólogo ya se podían inferir elementos para proceder al respecto. Allí, en efecto, el Dr. Astey se dejaba notar e imprimía una marca en forma de advertencia que no pasaba desapercibida a un lector atento. En suma, frente los exégetas oficialistas de la Zambrano, poseídos por una suerte de glosa impresionista, el Dr. Astey se decantaba —sentando un distanciamiento oficioso— por la sobriedad del comentario riguroso.

Pues bien, si mi hipótesis guarda algo de verdad, lo que voy a intentar mostrar es que el «rigor» que el Dr. Astey se exige le impele y direcciona a un estilo que, por lo convencional, no suele tildarse precisamente de «riguroso». Conste en acta que la idea, y el ángulo, me los proporcionó el mismo texto. Les leo. Escribe el Dr. Astey en la primera página del prólogo:

Los estudiosos destacan unánimemente el concepto de forma–sueño como la pieza maestra de esta región del pensamiento zambraniano. La andaluza estudia los sueños por su forma, no por su contenido […]; además, Zambrano concibe la forma del soñar en los términos de una fenomenología de la temporalidad tan paradójica que la enuncia como fenomenología de la atemporalidad (pp. 1-2).

Pues bien, si estoy afortunado con la intuición, voy a tratar de encontrar algo de sentido a la forma y a la temporalidad que modulan el discurso del Dr. Astey. Hagamos, pues, la intentona.

*

Cuando ustedes se sumerjan en la lectura de este libro es probable que, como yo, tras haber avanzado unas páginas (pongamos, por caso, los dos primeros capítulos), empiecen a notar ciertos quiebres en el discurso que, a priori, se presumirían improcedentes, si no es que lisa y llanamente prescindibles. Entenderán a qué me refiero. Verán, no es extraño, según avanza uno en la lectura, encontrarse con observaciones de este tipo: «un último apunte…» (p. 23), «dicho esto, puede interpretarse (también)…» (p. 30), «valga esta extensa digresión» (p. 36), «tras este sinuoso rodeo» (p. 43), [o desplazándonos ya a los capítulos finales, y por tomar ejemplos también de estos últimos] «valga un último énfasis» (p. 113), «en este orden de asuntos, vale la pena explorar de nuevo» (p. 123), [y por si esto no fuera poco, en la última página, ¡ojo!, en la última] «Concluyamos con otra confrontación» (p. 146). El peinado textual, créanme, podría muy bien proseguir.

De resultas de ello, tal vez fuese enriquecedor para el examen presente tomarnos la molestia de certificar si siempre fue este el caso, es decir, si el modo de proceder del Dr. Astey fue siempre el mismo y, por lo tanto, una suerte carácter le impusiera algo así como un destino.

Como saben, ni es el primer libro del Dr. Astey, ni tampoco es la primer vez que se las ha con Mrs. Zambrano. Por ello, según se me antoja, es posible que una incursión en su otro libro, Figuras de la vida anímica. El corazón según María Zambrano, pueda resultar de utilidad.

Un relectura nos permitiría certificar que se trataba de un gesto recurrente, que presumía ciertamente venir de lejos, si no es que de serie o de fábrica. Ahora bien, y en puridad, un matiz nada desdeñable se interpone entre sendas realizaciones. A mi ver, todavía en ese libro, en esa opera prima, el Dr. Astey suele acompañar los conatos de digresión con intervenciones de sutura. Así, y a modo de ilustración panorámica, valgan estas dos muestras como representantes del resto: «A manera de corroboración de mi intuición (…), me permito traer a colación un argumento más…», para a párrafo seguido empezar con esta palabra: «Recapitulo» (p. 62), o «Abundaré sobre el fenómeno…», para comenzar el siguiente párrafo con las siguientes palabras: «Atando cabos» (p. 96).

Antes de sacar conclusiones de estos síntomas discursivos, permítaseme recordarles de qué manera entiende Mrs. Zambrano la atemporalidad. Sin poder entrar en los pormenores fenomenológicos que este asunto ameritaría, la cosa se podría quintaesenciar de esta guisa: la atemporalidad sería el tiempo paradigmático del sueño, distinto por tanto del tiempo de la vigilia y del dormir y, consiguientemente, diferenciable de la sucesión y el movimiento, respectivamente. Según el Dr. Astey, este se caracterizaría además por obedecer a una sintaxis distinta a la sucesiva y lineal, tropezar o superponerse y comportarse de manera prolífica.

Pues bien, ahí les lanzo la hipótesis descabellada de esta lectura (¿pero hemos empezado a leer?), ¿acaso no cuadra el estilo del Dr. Astey, es decir, la forma de su escritura, en tanto que digresión extensa, sinuosa, exploradora… con una sintaxis asincopada, curva e irrefrenable? Y, si este fuera el caso, ¿qué corolarios cabría colegir?

Pues bien, a mi ver, este estilo o forma de escritura responde fielmente a la pulsión prototípica del ágrafo. En efecto, no han escuchado mal: he dicho ágrafo. Y el ágrafo, como ustedes bien saben, es aquella persona que, superada por lecturas e inteligencia, lejos de significarse prolijamente a través de grafemas, decide abstenerse de la tarea o, en el mejor de los casos, ceder puntual y esquivamente a escritos que podríamos denominar de supervivencia. Y, afortunadamente para nosotros, el Dr. Astey pertenece a estos últimos, esto es, a los que han tenido que sucumbir puntualmente a la escritura.

Permítanme ahora tratar de vincular el estilo-forma del ágrafo con el estilo-forma del Dr. Astey. Y para ello, les pido a su vez una última digresión (¿otra más?), en la medida en que voy a tomar unas palabras de Antonio Valdecantos, otro gran amigo, y más en concreto de su tipología del ágrafo. Escribe el Dr. Valdecantos (la cita es extensa, pero creo que merece la pena):

Asentir a lo oído o leído es un resultado de la satisfacción causada por cierta disposición a la composición de bloques de palabras que, después de ser ordenados de cierto modo, muestran que estaban destinados justamente a esa colocación, y que ésta se ha efectuado de tal manera que en el todo resultante no haya nada que falte ni que sobre. Pero tal capacidad de terminar el periodo sin perder el hilo, manteniendo la coherencia (…) no tiene nada que ver con la inteligencia ni con la virtud (…) Es tarea capital del ágrafo advertir que la producción misma de discurso resulta un engaño (…) Que el ágrafo haya sustituido el discurso por la digresión es quizá el síntoma más elocuente de la verdadera naturaleza de su tarea (…) Sin llegar a decirlo nunca, el ágrafo sugiere de la manera más ácida que, para haber discurso, se han tenido que cegar tramposamente todos los orificios por los que a la palabra le cabe escaparse en forma de digresión.

Retornemos al inicio (¿Alguna vez se salió de él?). Como habrán podido apreciar, por unas y otras cosas, apenas he presentado el libro; en cierta manera, me he inhibido de la tarea, he evadido el contenido. O como se reprocharía antigua y decorosamente: «¡no ha entrado usted en materia, Dr. Vélez!».

Ahora bien, que no me haya detenido en el quid no quiere decir que haya desatendido la forma. La forma era, es, y quién sabe si será, tanto o más importante para lo que nos ocupa. En efecto, la forma del ágrafo nos recuerda, por lo pronto, qué debemos comprender cuando decimos «riguroso», pues en efecto, y según hemos podido constatar en el estilo del Dr. Astey, la fidelidad al detalle nos empujaría inexorablemente a la digresión permanente (¡que no a la verborrea permanente!). No solo. Esta forma nos acicatea de igual modo a tener presente que quienes ostentan y practican este estilo podrían —ojo a lo que voy a decir— dejar de escribir en cualquier momento.

Pues bien, es precisamente por esto, por lo primero y sobre todo por lo segundo, a saber, que el Dr. Astey podría dejar de escribir, que deberían leer y comprar este libro.

NOTA:

[1] La última publicación de Gabriel Astey, Nacer desde el sueño. Fenomenología del onirismo en el pensamiento de María Zambrano, Peter Lang, Oxford, 2017, pp. 154.

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* Fabio Vélez Bertomeu (España, 1984). Licenciado en Filosofía y Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura comparada. Actualmente es profesor Humanidades y Filosofía en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. Entre sus publicaciones destacan La palabra y la espada y (el próximo) Antes de Babel.

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