EL «DECRECIMIENTO»: UNA IDEA QUE PERTURBA
Por Gisela Ruiseco Galvis*
La Ministra de Minas de Colombia se atrevió a tomar en serio la posibilidad del «Decrecimiento». Y osó mencionarlo en público, conmocionando al país. Hemos leído durante meses columnas en todos los periódicos desestimando esta corriente académico–activista. El término parece remitir a lo contrario de algo establecido y conocido: el crecimiento económico. Y puede ser que eso lleve a creer que se sabe de qué se habla. Muchos columnistas fueron víctimas del fenómeno que se da al saber tan poco de algo, que ni siquiera se sabe que no se sabe.
Hay un aspecto que da trasfondo a esta conmoción. Resulta que la denominación «Decrecimiento», justamente, ¡quiere perturbar! Esto atendiendo a que el lenguaje, en general, no solo describe, también puede «hacer» algo (como ya señaló J. Austin). Aunque en el caso colombiano no fuera la intención crear revuelo, el apelativo sí quiere ser un «palabra misil», como lo expresa Serge Latouche, uno de los investigadores y activistas responsables de dar nombre al movimiento. ¿Y porqué esto? Porque considera que algo que damos por sentado: la necesidad de crecimiento de la economía, es un dogma al que hay que enfrentar y debilitar.
La sola palabra nos lleva a zarandear la solidez del «business as usual». En palabras de la antropóloga Susan Paulson: el Decrecimiento, movimiento altamente complejo en teoría y normativas, logra conectar pensamientos excepcionalmente heterodoxos y también accionares heterogéneos, en parte provenientes de grupos no–dominantes. Por ello, es un reto al pensamiento convencional [1]. Reto que muchos estudiosos consideran imprescindible frente a las varias crisis medioambientales que enfrentamos como humanidad. Pues no se trata ‘solo’ de enfrentar el cambio climático; la pérdida de biodiversidad puede ser igual o más grave aún. También hay otras problemáticas, que además se retroalimentan. Por mencionar algunas: la acidificación del océano, la degradación de los suelos o la creciente escasez de agua fresca.
Tomando en serio estas gravísimas crisis, la denominación «Decrecimiento» apunta a un diagnóstico: el mandato de crecer la economía de forma exponencial e infinita (!) es en gran parte responsable del descalabro medioambiental (y social) que sufrimos.
De aquí podemos pasar a algo que no quiere hacer la palabra decrecimiento, pero sí hizo con muchos colombianos: llevarlos a creer que el Decrecimiento significa que hay que decrecer las economías en el sentido que generalmente se entiende esto: llevarlas a una recesión (volveré después a este punto). Algunos columnistas se han puesto a defender que nuestra economía, «en vías de desarrollo», sí tiene que crecer. Aquí no se está entendiendo la cuestión. Pues más bien se trata de dejar de lado la centralidad que le hemos otorgado a lo que hemos llegado a entender como el crecimiento de la economía.
Para reflexionar sobre frecuentes malentendidos e inexactitudes, tomaré como base un artículo, publicado en la revista Cambio, que se titula «La ministra de Minas podría tener razón» [2], es del 17.1 del presente año, y fue escrito con motivo de un artículo sobre el Decrecimiento publicado en la prestigiosa revista Nature [3]. Me refiero a este artículo, por lo demás muy necesario, porque nos permite analizar la complejidad de lo que se pide desde el Decrecimiento: un cambio de paradigma. Pues incluso habiendo voluntad de presentar una defensa de la pertinencia y seriedad de la corriente académica (y me uno a lo que allí expresa el entrevistado, el economista Juan Pablo Ruiz), en la redacción se cae en inexactitudes.
Para comenzar, hace falta aclarar que la meta del Decrecimiento no es que los países desarrollados «lleven a sus economías a decrecer activamente», como se afirma en el artículo de Cambio. Se trata más bien de que se deje de lado el crecimiento como meta de la economía. Es cierto que se trata de una diferenciación muy sutil, pero es importante aclararla.
Básicamente, el decrecimiento de las economías se tendría que entender no como una demanda sino como un efecto seguramente inevitable de las políticas necesarias para que la parte del mundo responsable de las emisiones y de la destrucción [4], reduzcan su consumo de materiales y energía (a todas luces absurdo). En este momento el Norte Global carga con prácticamente toda la responsabilidad histórica por las emisiones causantes del cambio climático (si se toma el cálculo per cápita, se diluye la responsabilidad —por lo demás reciente— de gigantes como India y China). No se puede decir que sea poco razonable pedir que se tome responsabilidad por el daño hecho.
Continuando con la idea de sacudir nuestros dogmas, es interesante entrar en la historicidad del mandato de crecer. Pues la idea de crecimiento de «la economía», como ente abstracto, es bastante nueva. Para aclarar este punto veamos lo que sería, en contraposición, el crecimiento de algo concreto. Por ejemplo: el crecimiento de la cobertura de la educación. Ésta en algún momento encontraría un «suficiente»: un cubrimiento óptimo de las necesidades, por lo menos en su aspecto cuantitativo. El crecimiento de la economía, por lo contrario, nunca llega a un suficiente.
Esa economía, en abstracto, además, siempre necesita una medición para reificarla, es decir, para volverla real, palpable, delimitarla. Esta medición se daría a través del PIB (Producto Interno Bruto), medida sobre la cual incluso su propio creador sostuvo que no servía para constatar el bienestar en una sociedad [5]. Aún así, el PIB se adoptó para éste menester. Esto sucedió en un momento histórico no muy lejano: pues es solo a partir de la Segunda Guerra Mundial que el que haya que hacer crecer a «las economías», entendidas como nacionales y medidas con el PIB, se vuelve sentido común. El mandato se da en todos los espectros políticos, y no es ajeno al contexto histórico de la Guerra Fría, pues ambos: el bloque soviético y el occidental, pasaron en ese entonces a dedicar todo su empeño a una competencia sin fin. Quien quiera adentrarse en la fascinante historia de estos conceptos que nos gobiernan, remítase a la obra de Matthias Schmelzer.
Hay que constatar, además, que lo que se incluye o no en esta medición de la economía (y en últimas ¡en lo que entendemos por «economía»!) es el resultado de una decisión política, tomada también en esa misma época. Decisión que causó controversia antes de instituirse, lo cual, como sucede tantas veces, acabamos olvidando como sociedades. Hoy, desde investigaciones de la economía feminista, entre otras disciplinas, se ahonda de manera crítica en el tema de qué entendemos por «la economía» y qué no (ver por ejemplo la interesante obra de Maria Mies). También la economía ecológica, otro pilar del Decrecimiento, cuestiona el cerramiento de «la economía». No entraré más en este tema aquí, que ofrece necesarias e interesantes perspectivas.
El PIB como medición del bienestar ya ha sido ampliamente criticado. Un sector de los investigadores que se adhieren al Decrecimiento se dedican a dilucidar qué mejor manera hay para medir el bienestar en las sociedades y así poder encaminar el esfuerzo social, nuestras políticas, hacia allí. En los países llamados desarrollados hace ya muchas décadas que el crecimiento del PIB no lleva a mayor bienestar (se trata de lo que se llama la paradoja de Easterlin [6]). Para agravar el despropósito del crecimiento, éste tampoco ha contribuido últimamente a aliviar la desigualdad, con lo cual hay que hablar de una crisis social que urge también enfrentar.
La búsqueda del bienestar general es fundamental en el Decrecimiento, y en este sentido se puede acceder a un tema que crea confusión: la relación entre Decrecimiento y recesión. No es que el Decrecimiento ayude a «frenar la recesión» como se formula en el mencionado artículo de Cambio. Más bien, se trata de impulsar un cambio de registro, como ya mencionamos, fuera de la dualidad crecimiento/recesión en la que estamos atrapados. El enfocarse en apoyar sectores de la sociedad que contribuyan al bienestar, el énfasis en fomentar éste último entre la población, al tiempo que se reduce la producción y consumo de materiales y energía (el «metabolismo social»), distingue claramente al decrecimiento de una recesión descontrolada que traería mucho sufrimiento.
A propósito, el que las economías puedan alcanzar un «estado de equilibrio» (ver por ejemplo la obra de Herman Daly), o sea, sin necesidad de crecimiento, no es una idea ajena a ninguna de las principales teorías macroeconómicas: No es incompatible ni con el liberalismo neoclásico, ni con el keynesianismo, ni tampoco con el marxismo.
Otro apunte a la formulación que se hace en el artículo de Cambio: no se trata de que decrecer la economía «ayude» a «salvar el ambiente». Según estudios, simplemente no será posible bajar las emisiones que calientan el planeta si no se reduce el metabolismo social. Esto es, no hay evidencia de que sea posible seguir creciendo el PIB al tiempo que se reduce el uso de materiales y energía [7] (como defienden los defensores del «crecimiento verde»), no en la medida en que sería necesario, con urgencia, si queremos evitar desastres mayores.
Un tema importante a tocar es el que respecta a lo que llamamos países «en desarrollo», pero que nunca podrán llegar a eso que entendemos como desarrollo: el emular el modo de vida de los países industrializados. Básicamente porque no tenemos más planetas a disposición para generalizar el consumo desaforado que caracteriza a estos últimos. No se trata de que la educación, la salud, etc. no crezcan. Se trata de reorganizarnos como sociedades y dejar de lado la necesidad de producir/consumir irracionalmente. Pues fenómenos como cambiar de móvil cada dos años, o la obsolescencia programada, o las vueltas al mundo que da cualquier producto del supermercado en su proceso de producción, o el consumo frenético de ropa barata, solo por mencionar algunos de tantos despropósitos, no apuntan a un sistema racional de producción/consumo. Y si tenemos en cuenta que la racionalidad y la eficiencia son un fundamento del modo de entenderse de Occidente, y de «la economía», es hora de mirar de frente nuestras contradicciones y reconsiderar profundamente nuestros dogmas, replantearnos nuestro modo de vida.
Se trata, como dije más arriba, y esto incumbe al Sur Global, de cambiar las metas. A modo de ejemplo, se puede ver un TED de Nic Marks: «El índice de Planeta Feliz» [8], en que se explica esto. Una sociedad a emular, según este índice, no sería ya por ejemplo los EE.UU., sino Costa Rica, que ha logrado un buen nivel de vida, comparable a la del Gigante del Norte según los criterios del índice, pero consumiendo una fracción de sus insumos.
A propósito del Sur Global y de enfrentar dogmas: no se pierdan la obra de Jason Hickel, antropólogo económico, un absoluto deleite. Este investigador defiende la necesidad de Decrecer deconstruyendo el imperante relato histórico acerca del colonialismo y el capitalismo.
La economía se puede reinventar, y se está reinventando. Hace unos meses, investigadores del ICTA–UAB (Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales), de la Universidad Autónoma de Barcelona (algunos de ellos, como Giorgos Kallis y el mencionado Hickel, son firmantes del mencionado artículo de Nature), han ganado una importante subvención de la Unión Europea [9] para que creen políticas concretas que puedan llevar al Decrecimiento.
Dicho todo esto, es lícito instigar a los países del norte a Decrecer, como lo hace nuestra Ministra de Minas. Y se puede apuntar más allá: en círculos informados, también aquí en el Norte Global, desde donde escribo, cada vez está más claro que la «deuda ecológica» que se tiene con el Sur Global es una realidad que no se puede negar. Pero esa es otra historia.
NOTAS
[1] Lisa L. Gezon and Susan Paulson (eds.) 2017. « Degrowth, culture and power », Special Section of the Journal of Political Ecology , 24: 425- 666 .
[2] https://cambiocolombia.com/medio-ambiente/la-ministra-de-minas-podria-tener-razon-decrecer-la-economia-global-podria-ayudar?fbclid=IwAR0SU4qCIqqqujjCdgLgoAhjldGBwMFshoTWbbmPZlsc20HXxBdc_JGuFlE
[3] https://www.nature.com/articles/d41586-022-04412-x
[4] https://www.carbonbrief.org/analysis-which-countries-are-historically-responsible-for-climate-change/
[5] https://www.bbc.com/mundo/noticias-45122151
[6] https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=3743147
[7] https://www.exploring-economics.org/en/discover/degrowth-and-environmental-justice-decoupling/ . Ver también: https://eeb.org/library/decoupling-debunked/
[8] https://www.youtube.com/watch?v=M1o3FS0awtk
[9] https://www.lapoliticaonline.com/espana/europa-es/la-union-europea-financia-por-primera-vez-investigaciones-cientificas-sobre-la-viabilidad-del-decrecimiento/
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*Gisela Ruiseco Galvis nació en Colombia. Es psicóloga de la Universidad de Viena en Austria (Maestría en filosofía, rama psicología). Sus intereses en la investigación se agrupan alrededor del análisis crítico de discurso, el discurso del desarrollo, psicología social crítica, estudios poscoloniales/decoloniales, estudios de América Latina, ecología. Tiene estudios de doctorado en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (2005–2010). Posgrado en Diseño para la Sostenibilidad y Pensamiento sistémico en la UOC (Barcelona, 2013). Investigadora independiente. Columnista en Vanguardia Liberal (2018-2019).
Blog con todos sus artículos académicos (y otros): https://fueradelmito.wordpress.com/category/tipo-de-articulo/articulos-academicos/
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