EL ETNOCENTRISMO Y LA CUCARACHA
Por María Nieves Gorosito*
Lo último que recordaba dentro de aquel recipiente oxigenado era la suela de un zapato y el crujir de mi cuerpo. No tenía ni idea del tiempo que hacía que estaba allí. Estaba cansado, abrumado y con las extremidades acalambradas. Un líquido color rojo (sangre humana, ligeramente más anaranjada) pasaba por el suero a través de una cánula muy pequeña que se conectaba a mi tórax e iba directo a mi torrente sanguíneo; mis miembros son demasiado delgados para ser canalizados.
Veía muy poco. Bah, mi visión de por sí es deficiente. Divisé una silueta humana moverse de acá para allá, ensimismada en su tarea. Por el sonido de su voz supe que era un hombre. Por momentos, el sueño me golpeaba en los ojos y no podía resistirme a cerrarlos. Me dormía y me volvía a despertar; él seguía con su baile aburrido y rectilíneo: escribiendo sobre papeles y observando a través del microscopio. Su figura oscura, como una sombra, se acercaba a mi caja y regulaba el flujo del suero, después con su mano me revisaba el pulso en el abdomen. Un acontecimiento de lo más extraño.
Se veía tan entregado a la tarea de salvarme, que me pregunté si ese hombre estaba en sus cabales. El escenario desconcertante que se había armado allí despertó en mí (público y protagonista) una angustia existencial esperada de un personaje shakesperiano: «¿ser o no ser?». Y Hamlet creía tener problemas. Ser una cucaracha, esa era una verdadera dificultad… «esa era la cuestión».
Siempre fuimos la especie más odiada del universo y con una existencia rastrera. Condenadas a la oscuridad y con las patas hundidas en la mugre. Sumado a todo esto el lobo feroz de las cucarachas: la suela del zapato. Ojalá esta loba viviera en el bosque, Caperucita era una afortunada. Pero no, las suelas son millones y acechan la ciudad.
Tan miserable fue siempre nuestra existencia, que mientras el hombre siempre soñó con tener el mundo bajo sus pies, nosotras nos conformábamos con que no nos pongan el pie sobre la cabeza. Una vida con acordes de tango. O al menos eso pensaba hasta que, una noche, logré deshacerme de la cánula y salir de la caja oxigenada. Una curiosidad visceral me empujaba hacia los papeles que contenían las anotaciones en las que diariamente trabajaba aquel filántropo de las cucarachas. Parecían citas de diferentes autores que se mezclaban con aclaraciones de mi salvador (creía yo hasta ese momento).
Mis ojos me sirvieron de muy poco, sólo distinguen la luz y la oscuridad. Cuando sentí bajo mis patas el papel liso, busqué la mancha oscura y alargada de la sucesión de palabras de una oración. Me posé sobre el primer renglón y fui deletreando los relieves que mis sensibles miembros fueron captando. No fue una tarea sencilla, a diferencia del humano, nosotras ponemos el cuerpo entero en la lectura. Subir y bajar renglones era una exigencia que apenas podía lograr debido al tiempo que había permanecido inmóvil en la caja. Y comencé.
DIARIO DE UNA METAMORFOSIS
«Pero todos los animales tienen sus virtudes. Las cucarachas tienen virtudes». Craig.
La cucaracha tiene una capacidad increíble de adaptación, sobrevive a casi todos los ambientes, comen cualquier cosa. Se estima que tienen aproximadamente 300 millones de años en este planeta.
«Hay cosas en este mundo que sobrevivirán a una explosión nuclear: Las cucarachas». Ambrose.
«Los insectos, no el hombre u otras especies orgullosas, son realmente los únicos aptos para la supervivencia en la era nuclear. La cucaracha, una especie venerable y resistente, se apoderará de los hábitats de los seres humanos insensatos y competirá sólo con otros insectos o bacterias». Glass.
La cucaracha tiene unas características biomecánicas en su cuerpo que le permiten enfrentar peligros y salir exitosa, tales como que la altura de 12 milímetros la puede bajar a 4 milímetros. Su velocidad de desplazamiento es de 1,5 metros por segundo y puede soportar 900 veces el peso de su cuerpo sin resultar lesionada.
Mientras recorría los renglones se me inflaba el pecho de orgullo; claro que sobreviví a semejante pisotón.
«Una cucaracha no puede derrotar a un dinosaurio. Pero la cucaracha es mejor en una cosa: adaptación. Uno podía adaptarse al medio ambiente y el otro no». George Pierre.
Llegó la hora de volver al mundo junto a mi nueva especie. El hombre tuvo su oportunidad y demostró su inferioridad.
Mientras seguí caminando esas letras confieso haberme sentido avergonzado por mi poca autoestima. Después de todo, según esto, yo era LA ESPECIE. Me duró poco, a medida que avancé en la narración el entusiasmo le fue dando lugar al terror.
«La inteligencia es algo valioso, pero no suele ser la clave de la supervivencia. La fecundidad es lo que cuenta. El gorila inteligente no lo hace tan bien como la rata menos inteligente, pero más fecunda. Y a su vez, la cucaracha aun menos inteligente, duplica a la rata en su fecundidad. (…)» Isaac.
No estaba seguro de haber leído bien, así que caminé el renglón una y otra vez, ¿fecundidad?, ¿a quién quería fecundar? Me sentí un poco alarmado, pero me alenté a seguir leyendo. Después de todo me estaba enterando que había vivido equivocado: avergonzándome y compadeciéndome por lo que soy. Tal vez en aquel momento tampoco estaba comprendiendo la información, probablemente en aquel texto la palabra «fecundidad» cobraba otro significado, como algo metafórico… qué se yo. Me alenté a seguir leyendo.
Muestra para transmutación:
Cucaracha: insecto del orden blattodea de cuerpo aplanado (coincide el orden con el del escarabajo). Apto para la transmutación y fusión con Gregorio Samsa.
Un contundente pitido en el oído me hizo sentir mareado, me faltaba el aire. Las palabras: fecundación, transmutación, fusión, cucaracha y yo, encerrado en esa habitación, fueron como entrar de un golpe de guadaña a una escena de terror. La cabeza me iba a explotar, mis antenas comenzaron a vibrar sin ninguna estimulación exterior. Nadie se acercaba, era producto del miedo. Me forcé a seguir con la lectura.
Nueva especie: Las especies no existen aisladas ni al azar: fusión cucaracha-humano. Gregorio Samsa.
Mi diminuto cuerpo se aflojó al leer ese nombre. Estaba realmente aturdido y en mi cabeza se repetía como un disco rayado «Gregorio Samsa». El nombre de ese humano me resultaba familiar. Al mismo tiempo que se iluminó mi mente, sentí un escalofrío recorrer la columna vertebral que no tengo. Era el muchacho de mi barrio que había desaparecido hacía unos meses.
Algunos decían que había muerto, otros que se había dejado morir. Gregorio Samsa habría dejado de alimentarse debido a una profunda depresión. Al parecer, sufría de baja autoestima por su feo aspecto (otro que no sabía lo que era ser cucaracha) y la sobrecarga a la que lo sometían los vividores de sus padres. Los más chismosos decían que la criada lo encontró muerto y lo tiró como un insecto; la familia ni intentó saber que fue de su cuerpo. Un pobre tipo al que su familia trató como basura y él se creyó un insecto. La soledad es la amante de la locura. Al igual que el monstruo del doctor Frankenstein buscaba dar vida a su propia compañera. Su problema: yo era una cucaracha macho. Y mi problema ya no era la suela de un zapato, sino la demencia de un pobre tipo.
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* María Nieves Gorosito es escritora argentina (San Jorge, Santa Fe). Tiene estudios de licenciatura en letras y en Psicología. Ha sido columnista en espacios como Una ventana al psicoanálisis y Pulsos, con publicación de artículos y cuentos. También ha escrito en las Revistas Topía y Siete Artes de Argentina. Publicó el libro de ensayos «El fenómeno Queen desde la mirada del psicoanálisis vincular», Editorial Alción, Córdoba, Argentina (2019). Su novela «Panambi» saldrá publicada por Selecta de Penguin Random House en el mes de abril de 2022.