Acronopismos y otras delicatesen Cronopio

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Mi padre ahí sentado en la pasera, como si nada, con la escopeta atravesada en las piernas y yo ahí sentado junto a mi padre con la linterna apagada en las manos… fue la primera y la única vez que quise ser mi padre… después entre nosotros todo fue silencio… un rayo de luna se filtraba por las ramas del árbol alumbrando la carnada que mi padre había dejado bien amarrada al tronco del árbol… un buen trozo de carne fresca, apetitoso, que todavía chorreaba sangre y contagiaba ese olor penetrante a cosa recién muerta que se extendía y penetraba lo mas íntimo de la selva…

El tigre llegó puntual como si no quisiera faltar a su cita por mucho tiempo acordada, concertada, digerida… llegó y el rayo de luna que se filtraba cada vez con mas intensidad por las ramas del árbol, las hojas; esta vez iluminó su mirada, solo su mirada, sus pupilas desde siempre ahogadas en sangre… solo sus ojos que flotaban en la oscuridad como dos lagos inmensos a punto de desbordarse… y yo ahí chapoteando, sacando a medias de vez en cuando manos y cabeza, como si todavía tuviera esperanza de salvarme…

Agarré la linterna y por un momento sentí que no era yo el que la agarraba, sino ella la que me agarraba a mi… la agarré como mi padre me había dicho, en el momento preciso, y la luz de la linterna hizo mas intenso el rayo de luz que se filtraba por las hojas de los árboles, las ramas, en la mirada del tigre… una explosión de luz que dibujó junto a la carnada un calvero luminoso… y entonces los ojos del tigre dieron paso a las garras, la cola, la boca los dientes… infinidad de puntos negros que ante la presencia de la luz fueron adquiriendo forma y materia, y contornos e identidad y hambre y horror…

Mi padre apuntó, —el tigre estaba lejos pero parecía casi estar tocando el cañón de la escopeta… la bestia saltó al mismo tiempo que se escuchó el disparo y el sonido hizo eco en lo mas profundo de la selva… un eco que parecía hacerse mas intenso entre mas lejos se escuchaba… la pasera se vino abajo y mi padre soltó la escopeta y me agarró lo mejor que pudo y los dos caímos junto al tronco del árbol como dos ramas secas que de repente se quiebran… mi padre se levantó como si quisiera adelantársele al tigre, como si él mismo fuera el tigre, sacó el cuchillo que siempre llevaba en la cintura y se quedó quieto esperando, sin mover un solo músculo, sin apenas respirar… yo me acomodé todo entre mis brazos y esperé que la oscuridad fuera total y definitiva, como cuando uno sabe que va a morir y cierra los ojos y espera para no ver el golpe definitivo que se retarda mas y mas, aunque la muerte ya haya tomado posesión de lo suyo…

Primero fue un silencio total, después un quejido y después un aleteo seco y certero como de dos alas enormes que salen volando… mi padre entonces guardó el cuchillo, recogió la escopeta y la linterna que todavía estaba alumbrando, me levantó, me tomó de la mano y seguimos toda la noche el rastro del tigre hasta que llegamos a casa…

EN VILO

abrí los ojos de repente, cuando menos lo esperaba, y el tiempo había desaparecido… sentí como si hubiera acudido puntual a una cita clandestina y hubiera estado esperando sin estar esperando todo el tiempo en la misma esquina sin esquina, y era como si el que me estaba esperando, acabara de llegar todo el tiempo sin llegar nunca… el que llega es un punto que se multiplica y te alegras, pero solo un punto varado en la distancia, un punto muerto que acaba de llegar a todo instante pero que nunca llega…

completamente el tiempo ya no estaba… ningunamente [sic] el tiempo se había vaciado y evaporado y digerido y defecado… y fue como si hubiera quedado un hueco ahí donde el tiempo estaba, pero tampoco había hueco, sino tan solo una extraña sensación de que algo había estado ahí aunque nunca hubiese estado… algo que olía inmensamente, pero que a la vez no olía…

una picazón de vacío flotaba en los rescoldos de la nada… unos como pasos que nunca fueron, parecían ahogarse de momento en el silencio… uno de esos ruidos que aseguras e insistes que escuchas o has escuchado, pero que jamás fue sonido y ni siquiera ruido… aunque pares el oído e intentes volver a reconocer lo que no ha sido… también los animales huelen muy cerca, a veces, el peligro de muerte sin que la muerte aun haya entrado en escena…

pensé que era un sueño pero no me despertaba y tampoco recordaba haber ido a la cama y menos aun la forma de la cama y su materia… me miré entonces a destiempo, a medio-ojo, como si quisiera sorprenderme, agarrarme infraganti, denudarme en vilo, pero no había ojos, ni mirada, ni nada que agarrarme, ni a tiempo, ni infraganti ni patadas de ahogado, ni cómo desatarme, ni tampoco despojos…

fue entonces cuando tuve la sensación o la corazonada de que me había escondido, y que había olvidado, sin aun darme cuenta del todo, el lugar y las circunstancias de mi juego… y que quizás el que permanecía escondido, o ya perdido también se había olvidado de mi, o estaba esperando encontrarme o que yo lo encontrara, sin que ninguno de los dos supiéramos que quizás alguno de los dos nos había tendido una celada…

me pellizqué sin uñas, sin dedos, sin pellizco, y como si fuera un desconocido el que diera y recibiera la mordida… me pellizqué mi nada y me arranqué pedazos de una piel que nunca estaba, y quise untarme la sangre de la nada, pero aunque todo lo hacía y repetía y lo multiplicaba lo único cierto era que todo ocurría y pasaba y se quedaba sin haber nunca sucedido y sin que nada, ni nadie derramara la sangre derramada…

salí corriendo entonces, sin dar un solo paso, todavía en vilo, a la intemperie, infraganti, y el náufrago tan solo fue una orilla… un hundirse sin barco y sin naufragio…

LA CASA DE LA SABIDURÍA

Uno a uno fueron llegando al edificio abandonado… uno a uno, arrastrando su nada… bolsas sin tiempo, la mirada podrida, un silencio hecho de largas horas de espera, harapos como acabados de desenterrar, y un delirio como de alas rotas de mariposas nocturnas, atrapadas en un sueño aun no soñado, un único sueño…

Uno a uno fueron llegando al edificio cada vez mas alto, invadido por la carcoma y desechos y materias fecales y ureas y ratas y lamentos como de muertos que no acaban de morir, que lo han olvidado, que no pueden… y uno a uno los sacaron del edificio cada vez mas alto, mas ancho, mas lleno y los pusieron en fila y los contaron y los lavaron con desinfectantes como se lava el ganado, como se lava la peste, el miedo, a manguerazos y bien desnudos ya casi convertidos en negativos, intestinos de pichones apenas nacidos …

Uno a uno los sacaron hasta que las filas se hacían interminables, un calco infinito de horizontes hechos de harapos, y los pesaron uno a uno y los empujaron uno a uno hasta los crematorios de la nada y allí uno a uno sin romper las filas, el orden, la limpieza, la reputación, los colgaron de la nada… como carne podrida a la intemperie para que los espíritus de la sabiduría pudieran saciar su apetito y su odio…

Y uno a uno, unas bocas enormes, se atragantaban y rugían y regurgitaban, y defecaban, hasta que solamente quedó una fila tras otra fila, tras otra, de horcas colgando en el aire… horcas desangrándose en el vacío… impecables, en orden y bien pesadas y desinfectadas y limpias como el conocimiento…

No pasaron muchos días, y el edificio como por arte de magia se convirtió, de la noche a la mañana, en una vivienda decente… y después fue una familia decente y otra familia decente… y olores decentes, y urea decente y mierda decente y ratas decentes y una sabiduría decente, escrita con letras decentes en un libro decente.
(Continua siguiente página – link más abajo)

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