EL MUNDO SECRETO DE LOS AMANTES: UNA MIRADA A LA POÉTICA DE JULIO CORTÁZAR
Por Daniela Galilea Santacruz Hernández*
En la poética del escritor argentino Julio Cortázar podemos encontrar un discurso que oscila entre lo lúdico y lo erótico. No es de extrañar que este autor, asiduo a desentrañar a través de su escritura los misterios que envuelven la mente de sus personajes, dé una muestra de la psicología de los mismos mediante juegos del lenguaje, microdiálogos y desplazamientos analógicos. Julio Cortázar juega con estas ideas y crea un microcosmos a partir del planteamiento de relaciones afectivas. Para el análisis que presento a continuación haré la comparación entre un capítulo suprimido de Rayuela (capítulo que el autor daría a conocer en 1973) y el capítulo 41 de esta misma obra, textos en los cuales se puede desentrañar un mundo íntimo, creado entre personas que comparten una relación, y en el cual hay señales, secretos y un lenguaje compartido.
Tenemos en una primera instancia el capítulo suprimido, también llamado «la araña», en el que se nos presenta a una pareja, cuyos nombres aparecen ocultos por espacios en blanco dejados por el mismo autor. En la trama encontramos un hombre que aprovecha que su pareja duerme para pegar hilos a su cuerpo desnudo que se conectan a partes de la habitación. Es una narración donde encontramos conflicto, así como una conexión mental y física entre dos personas. En este texto somos testigos de un mundo creado por estos personajes, bajo cuatro paredes, en el que comparten relaciones corporales y platos sucios. Dos amantes que, con una seña, una mirada, una palabra, transmiten emociones y significados que para el otro no necesitan explicación: «Entonces pensó que estaba ofendido porque no le había contestado la señal con la respuesta convenida (que consistía en pasarse una mano por la oreja izquierda en señal de ternura y aquiescencia)» (Cortázar, 1973, p. 389); «Siempre hablaban de marmotas en el momento en que se reconciliaban» (Cortázar, 1973, p. 389).
De este capítulo hay varios puntos que me gustaría resaltar. Primero, está el asunto del hombre pegando hilos negros que van del cuerpo de ella a partes de la habitación. El personaje destaca que no es un juego, y es interesante como recalca lo siguiente: «Más allá de la seña, más allá de tu sucia cocina, y sobre todo más allá de tu bajo deseo. Quédate quieta, estás alterando las hebras» (Cortázar, 1973, p. 396); si bien el hombre anteriormente había aclarado que su deseo de mantener las hebras tensas era porque «detestaba las combas en cualquier obra humana» (Cortázar, 1973, p. 390), este deseo de que ella se mantuviera quieta, sumado al comentario de: «al fin y al cabo no sos más que una mosca» (Cortázar, 1973, p. 395), podrían ser una señal de una lucha entre fuerza y sometimiento (sin la carga de violencia excesiva que pudiera llegar a tener esa palabra) entre dos personalidades, una manera de mantener al objeto de su deseo quieto, a su merced, y de un intento de transformarla, ya que, al final de cuentas, este conjunto de hebras no hacen más que transformar físicamente al objeto de su deseo. Para terminar con este capítulo, me gustaría resaltar ese silbido que perturba aquella intimidad hacia el final de la historia, un silbido que entra por «la ventana que daba a la calle» (Cortázar, 1973, p. 396), esa ventana que nos recuerda que hay un mundo exterior.
Por otra parte, tenemos el capítulo 41, conocido como el «del tablón», texto que, si seguimos el hilo conductor narrativo del capítulo pasado, nos permite ponerle nombre a los personajes: Talita y Traveler, suponiendo entonces que el autor del silbido del capítulo suprimido es el mismo Oliveira. Así pues, en este capítulo observamos la irrupción de Oliveira, a través de la ventana de enfrente, en el mundo de la pareja, haciendo una solicitud de mate y clavos. En un intento de llevarle lo pedido, sin necesidad de bajar y subir escaleras, construye con Traveler un puente con dos tablas que salen de las ventanas de ambos, y que Talita se da a la tarea de atravesar para llevar lo pedido, quedando «atorada» en el medio mientras entablan diálogos entre ellos.
Sobre este capítulo hay que destacar la relación triangular que mantienen los personajes. Podemos encontrar, por ejemplo, la forma en que dos personas tan cercanas sufren la asimilación del vocabulario del contrario, después de que Oliveira llama «Manú» a Traveler, este se lo reprocha, y cuando el primero le justifica diciendo «Talita te llama Manú» (Cortázar, 2014, p. 258), demuestra que, inevitablemente, en una relación tendemos a apropiarnos de ciertas marcas textuales del lenguaje oral del contrario. Por otra parte, están los diálogos que nos dan pistas sobre la cercanía existente en este «triángulo»: «Son dos cosas que se parecen desde sus diferencias, un poco como Manú y yo, si te ponés a pensarlo. Reconocerás que el lío con Manú es que nos parecemos demasiado» (Cortázar, 2014, p. 276); «Es un hecho que vos te sumás de alguna manera a nosotros dos para aumentar el parecido, y por lo tanto la diferencia» (Cortázar, 2014, p. 276); «es verdad que te parecés a Manú. Los dos saben hablar tan bien del café con leche y del mate […]» (Cortázar, 2014, p. 277); «La diferencia entre Manú y yo es que somos casi iguales. En esa proporción, la diferencia es como un cataclismo inminente» (Cortázar, 2014, p. 277). Finalmente, ¿qué significa esa tabla? Simbólicamente es un puente entre dos personas, uno en el que en medio encontramos a Talita de forma tambaleante entre ambos, un puente que solo es estable si el otro lo estabiliza desde su extremo opuesto, oposición que funciona como esa metáfora de opuestos-iguales que se discutió con anterioridad, y en donde ella siempre se veía en medio de un «cataclismo inminente»: «Hablen de lo que hablen, en el fondo es siempre de mí» (Cortázar, 2014, p. 271).
Ahora bien, en ambos textos Cortázar construye una relación a través de la intervención de objetos nimios (clavos, hilo negro, yerbas, tablas), y es claro que existe un surrealismo en los hechos descritos. Son situaciones que oscilan entre el sueño y la realidad (más claro el sueño en el capítulo suprimido que en el 41, pero no podemos negar lo irracional que puede sonar una mujer pasando de una ventana a otra solo para llevar unas bolsas de yerbas y clavos a la par que mantienen una conversación que raya en lo cotidiano). Mientras en el capítulo suprimido somos testigos de una situación de pareja, en el 41 vemos la irrupción de una tercera persona, sin embargo, aunque pareciera que viene del exterior, es notable la relación existente; una relación triangular en la que comparten momentos cotidianos, pensamientos y lenguaje.
Cortázar no se corta al escribir sobre romance y lujuria. Demuestra que el erotismo dentro de una relación está en las luchas cotidianas sobre quién lava los platos, en las ideologías encontradas entre personajes, en la irritación que precede al tacto, un tacto que no se determina solo con caricias, sino en el que intervienen hasta fluidos corporales, porque, ¿qué hay más humano que eso? ¿Qué hay más personal e íntimo que dejar que una persona sea testigo y comparta lo mejor y peor de uno mismo?
REFERENCIAS
Cortázar, J. (2014). «41», en Rayuela. Ciudad de México, México: Alfaguara.
Cortázar, J. (1973) «Un texto inédito de Cortázar. Un capítulo suprimido de Rayuela. Nota de presentación del texto», en Revista Iberoamericana (Pittsburgh), vol. 39, núm. 84-85, (julio-diciembre 1973). pp. 387-398.
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* Daniela Galilea Santacruz Hernández es egresada de la carrera de Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara (México). Actualmente forma parte del equipo editorial de la editorial Arlequín. Es coautora del libro Presencias. Una Aproximación Plástica a la Poética de Julio Cortázar cuya publicación está próxima a realizarse. Es coautora de la investigación Una tapatía olvidada: Lupe Marín a través de sus contemporáneos, publicada en la revista Vuelo libre. Revista de Historia. Participó en el número 36 de la revista Folios. Asimismo, ha publicado diversos artículos en diferentes revistas literarias de Latinoamérica.