El REPOSO DE LA TIERRA DURANTE EL INVIERNO
Por Andrea Zurlo*
«La tiranía totalitaria no se edifica
sobre las virtudes de los totalitarios
sino sobre las faltas de los demócratas».
(Albert Camus)
«Las tiranías fomentan la estupidez».
(Jorge Luis Borges)
1968. En camino
1.
Los chichones olorosos de Clelia determinaron nuestra mutua antipatía.
Dos pequeñas colinas que asomaban entre su cabello negro y lacio. Dos protuberancias brillantes, con ese brillo que dan los líquidos extraños que supuran del cuerpo, fueron las culpables del alejamiento definitivo entre nosotras.
De un lado nos encontrábamos nosotras, mis compañeras y yo, que compartíamos meriendas y juegos y, del otro lado Clelia, siempre sola, como en sombras. Fantaseaba con mis amigas e imaginábamos que dentro de su cabeza anidaban lombrices y la rodeábamos, sin disimulo, para inspeccionarla de cerca, tapándonos la nariz con gesto antipático para que su olor no nos invadiera, y ella se mantenía imperturbable, inexpresiva, impasible. La imagino, años más tarde, con la misma expresión inmutable cuando decidió callar mi nombre.
Cursábamos entonces el primer grado de la primaria, en un colegio religioso femenino privado. El primer día de clase, por alguna razón incomprensible, la maestra nos llamó a su lado, una a una, para preguntarnos el nombre de nuestros padres y su profesión y si teníamos hermanos. Por eso supimos que el padre de Clelia trabajaba de técnico que vendía aparatos para médicos y que su madre hacía cuentas en una oficina, como dijo ella misma balbuceando. Clelia tenía una hermana pequeña, mucho más astuta y avispada que ella según se rumoreaba, rubia y de piel clara, lo contrario a ella con su cabello azabache y su piel oscura. Mamá conocía a sus padres, de la forma en que se conocen los adultos, de saludo nada más. A veces se cruzaban y se mascullaban un «Buenos días». Sus padres eran blanquitos de piel como la hija pequeña. Mamá sostenía que Clelia le parecía adoptada y la hija menor «verdadera», es decir que consideraba a Clelia como una hija falsa. En cambio papá no los conocía; es más, papá no conocía nunca a nadie y siempre preguntaba «¿quién es?». Papá jamás sabía de quién se hablaba, ni le interesaba mucho saberlo, trabajaba todo el día en la clínica mirando dentro de las bocas de sus pacientes. Mi hermana y yo teníamos los dientes muy limpios y blancos (osaría decir los más blancos de la clase). Papá solía recordar y evaluar a las personas por su dentadura, creo que por eso no le llevaban a mis amigas a curarse, porque hubiera sabido la verdad sobre sus dientes, sus costumbres higiénicas y alimenticias, y un montón de secretos familiares que se esconden en la boca de las personas. Papá no revisó nunca los dientes de Clelia e ignoraba entonces que, años más tarde, se encontraría con su padre. Los chichones de Clelia aparecieron pocos meses después de empezar las clases, en otoño, casi invierno, porque ya llevábamos los gabanes pesados, la boina y la bufanda.
Antes de los chichones, el tercer día de clase, Clelia se hizo notar por otra razón. Nos encontrábamos concentradas tratando de copiar en nuestros cuadernos el día y el mes que la señorita Susana escribía en la pizarra. La fecha iba acompañada por el pronóstico del tiempo: el dibujo del sol (☼) o de la nube (☁) o de la lluvia (☂) adornaban la parte superior de la página del cuaderno. Me distraje un instante de las hormigas deformadas que dibujaba sobre la hoja de mi cuaderno y, al mirar hacia el suelo, noté un hilo de líquido que pasaba por debajo de mi banco (¡y menos mal que todavía no llegaba con los pies hasta el suelo!). Di un codazo a Gaby, sentada a mi lado, y señalé el agua. Ella se agachó y miró por debajo de los bancos. El líquido nacía desde el pupitre de Clelia, en la última fila, y desembocaba en los mismos pies de la maestra Susana y sus zapatones marrones. Gaby y yo comenzamos a reírnos en silencio, sacudidas por dentro y tapándonos la boca con la mano. Clelia se dio cuenta y hundió la cabeza entre los brazos. La maestra Susana nos retó con voz de violín mientras buscaba el origen del riachuelo y lo encontró justo goteando bajo el asiento de Clelia. Con gentileza y voz cariñosa, la maestra Susana le dijo que podía suceder a cualquiera y se la llevó al baño para lavarla y cambiarla. Clelia, avergonzada, se tapaba sus enormes ojos redondos y negros con las manos. Al salir de clase la maestra con Clelia, empezamos a reírnos todas como locas, a carcajadas, mientras la Guardiana secaba el suelo y gruñía, a su manera, amenazándonos con el puño para que mantuviéramos el orden. Nos creíamos muy grandes porque no nos orinábamos encima desde hacia tiempo, al menos un par de años, y ninguna de mis compañeras, ni tampoco yo, íbamos a reconocer lo contrario. Admito que desde el primer día ninguna de nosotras se acercó demasiado a Clelia. Existía ya entonces una regla no escrita, —apenas si sabíamos escribir—, que imponía la amistad exclusiva entre las antiguas compañeras de jardín de infantes y una confabulación contra las nuevas. Clelia nos resultaba extraña, se comportaba de forma muy diferente a nosotras, quizás por ser «adoptada» e ignorábamos si eso no le permitía ser normal e igual a nosotras.
A esa edad actuábamos con una malicia salvaje e ignorábamos todo aquello que sucedía en el mundo, la realidad quedaba lejos, los dolores y los sinsabores no nos pertenecían y pensábamos que podíamos reírnos y burlarnos de todo y de todos, sin problema.
Nos reímos tanto de Clelia por su pipí, le inspeccionamos tanto sus chichones que, un buen día, no volvió al colegio, ni lo hizo la semana siguiente, ni tampoco el mes después, ni nunca más. Fue antipático de su parte irse sin siquiera saludarnos ni despedirse. Había despreciado nuestra agradable compañía y nuestro magnífico colegio, inigualable para nosotras y para nuestros padres. Todo lo nuestro era lo mejor. Nadie volvió a hablar sobre Clelia ni se preguntó qué había sido de ella ni tampoco sentimos en nuestra conciencia el peso de su desaparición, (¿existe la conciencia a seis años?). Dudo que alguien, en el colegio, se haya preocupado por saber si existía un problema para que Clelia se fuera. Tampoco nuestros padres se informaron sobre la razón del cambio de colegio y, aunque vivieran en el mismo barrio, cuando se cruzaban con los padres de Clelia comenzaron a fingir que no se veían y evitaban las miradas con aire despistado, buscando algo en el bolso o, simplemente, mirando para otro lado, y ponían en práctica esos métodos que utilizan los adultos para desconocerse con disimulo, hasta olvidarse y convertirse en extraños. El método funcionaba muy bien y, en unos pocos días, ya ni se conocían. No nos preocupamos por saber algo de Clelia.
La olvidamos por completo y ella desapareció del horizonte, sin desaparecer del futuro. Hasta un invierno de muchos años más tarde.
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El presente relato hace parte de la novela «El reposo de la tierra durante el invierno», publicado por Trabalis Editores en 2018. Esta novela fue una de las 10 finalistas del Premio Planeta 2016 (Barcelona, España).
https://www.amazon.in/Reposo-tierra-durante-invierno-Spanish/dp/1942989490
Reseña en Revista Cronopio: https://revistacronopio.com/?p=22684
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* Andrea Zurlo. Nacida en Rosario (Argentina), donde cursó sus estudios de Traductora, está radicada en Italia desde 1990. Es miembro correspondiente del Círculo de Escritores de Venezuela y de la Asociación de Escritores de Mérida (Venezuela) y de EWWA (European Writing Women Association). Su novela «El Sendero de Dante», fue publicada en 2007 en España. Participó con textos de su autoría en numerosas publicaciones colectivas y revistas literarias (Letralia, Delirium Tremens, Red Margutte, entre otras). Fue miembro del Jurado del II° Certamen Internacional de Relatos «La Cerilla Mágica» (2007). Participó en el VIII° Encuentro Internacional de Escritoras «Elisabeth Schön» celebrado en Caracas (2008), y en los coloquios «Escritoras ante la Crítica» organizados por la Universidad de los Andes. También participó en el X° Congreso Internacional de Literatura Española Contemporánea, Bérgamo, Italia (2009), sus ponencias fueron publicadas en los libros de ponencias de ambos congresos. Sus relatos han recibido diversas menciones especiales y reconocimientos. Actualmente ha sumado a la actividad de narradora, la escritura de guiones cinematográficos, el primero de ellos es el largometraje «El Altillo» (España). Su última novela «El reposo de la tierra durante el invierno» ha sido una de las 10 Finalistas del Premio Planeta 2016.
Web: https://andreazurlo.wixsite.com/andreazurlo