Anemoscopio Cronopio

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LA TRAYECTORIA LITERARIA E HISTÓRICA TRAS EL POEMA DE MIO CID

Por John Jaime Estrada González*

En el siglo XIX se teorizaron ciertas concepciones básicas acerca del fundamento espiritual y político de las naciones. No tendría valor recordarlo de no haber sido por el papel que desempeñaron en la interpretación política e ideológica de los llamados «temas clásicos de la historia de la literatura». En esa perspectiva, las historiografías literarias encontraron, por ejemplo, en los cantares de gesta, los fundamentos autóctonos que caracterizaron las «identidades nacionales.» Se trató de un proceso político que exigió la elaboración de un canon nacional, que a través de un pensum academicum oficial, educara a las generaciones venideras de cada nación europea. El resultado lo podemos verificar en la aparición de los llamados «clasicismos nacionales». Para conseguirlo, los gobernantes contaron con el trabajo dedicado de filólogos y críticos que fijaron ese canon; tal fue el caso de España. Sus trabajos contribuyeron a laurear el perfil de un clasicismo nacional español. Por tanto, marcharon con los acordes del proceso de unificación política y cristiana de las naciones europeas en particular. ¿Quién podría ser el héroe de la gesta española? Habría de ser un caballero castellano, cristiano; enemigo de los infieles, buen vasallo y leal a su rey; por lo tanto, valiente, buen esposo y excelente padre; el perfil del gobernante eterno. Es reconocible en este comienzo una alusividad teleológica. Como puede advertirse, la escogencia operó vertiendo las obras conocidas en el balanzón de las las categorías preestablecidas. Ese fue el caso del Cantar de mio Cid.

Por cierto, el canon clásico (en el equívoco occidente) ya incluía la literatura griega y romana. Este, como un acicate, dio el pábulo ideológico para la insudación de una retícula que permitiría establecer con carácter definitivo, los clasicismos, ideológicamente necesitados en la más genuina configuración de los estados nacionales. No se trataba de la literatura universal, puesto que ésta había ganado ya su lugar inamovible en la historia. Por consiguiente, la historiografía de las literaturas nacionales, en su trayecto, se ocupó de establecer eso «autóctono» que actuara, evidentemente, como un reactivo, frente a los desarrollos culturales de las otras naciones. En efecto, el trabajo de los estudiosos de la literatura, encontró en la paleografía, la naciente hermenéutica (Schleiermacher) y los aportes de la filología humanística, las herramientas para dedicar una vida a fijar primariamente los textos.

El Cantar de mio Cid, pese a ser el cantar de gesta de la literatura española medieval, en pleno siglo XXI, su texto definitivo no se ha podido fijar. Como tal, ha entrado en un proceso de crítica de los críticos. El fenómeno, grosso modo, es inherente en grados diferentes a todos los cantares de gesta y por extensión a las literaturas medievales.

Los estudios sobre el Cid se han diversificado desde la crítica textual, aquella que pretende fijar el texto desde las variables históricas de una palabra en el momento de la elaboración del texto, hasta la de la crítica interesada en la literatura como un estudio del pasado y el presente. También ha tenido cabida el abanico de los que la estudian como diversión, entretenimiento (esa vertiente es la que ha ofrecido mayores réditos) o goce estético. Este inventario no se supedita a esas posibilidades; también ha pasado por los estudios culturales, feministas, post coloniales y otra serie de «istas». Lo que comenzó con artimañas extra textuales, regresa con ellas. Por eso en varias ocasiones he escuchado ponencias que plantean hasta «la construcción de la masculinidad» en la obra. Como se puede ver, el mismo objeto ha fermentado estudios novedosos en los que los textos han sido banalizados por los críticos y algunos han querido conculcarlos.

Es bien sabido que el único texto original del que se dispone está incompleto; algunos estudiosos, ateniéndose al uso de la caligrafía, lo han datado en el siglo XIV y con mayor osadía en 1350. Los versos finales: «Quien escribió este libro del’ Dios paraíso, ¡amén!/ Per Abbat le escribió en el mes de mayo/ en era de mil e dozientos e cuarenta e cinco años» (versos 3.731-33. Edición de A. Montaner). La primera reacción frente a esta fecha fue la de constatar una práctica común de los copistas medievales, quienes además de añadir palabras, frases y hasta pensamientos de su propia cosecha, firmaban las copias con su nombre. La crítica estudió el verbo en el pretérito indefinido con el significado de copiar el códice. Pero esto no satisfizo otros sectores de la crítica que orientaron su trabajo con el propósito de mostrar que podría muy bien ser compuesto de tal manera, que la obra podría ser un resultado del tardío medioevo castellano. Esos problemas han conseguido estimular la imaginación intelectual.

Por otra parte, la crítica de los últimos 40 años, estimulada así no lo admitan, por la muerte de Franco, se propuso a rajatabla desterritorializar el uso y el abuso del poema en manos de la dictadura y sus adláteres. Es lugar común que, en connubio con quienes sostenían la ideología decimonónica que enunciamos al comienzo, sus eximios seguidores, a pesar de algunos logros, introdujeron criterios etnocentristas como el culto a lo castellano y cristiano. Fue por ello que interprendieron, desde comienzos del siglo XX, toda la literatura medieval castellana y la española de los siglos posteriores.

En tales derroteros, un sector de la crítica filológica no sólo revisó los pasajes más corruptos y problemáticos del códice con las nuevas técnicas, por ejemplo, el grafoscopio y los rayos ultravioleta de la lámpara Wood. Con ello se sembró la duda de la veracidad del único texto existente y a fortiore, la existencia del Cid. En un movimiento, que va del texto a la historia, se bosquejaron los posibles orígenes del personaje en el reinado de Alfonso VI de León y Castilla (1072-1109). Para ello fueron a las crónicas disponibles: La Historia Roderici (S. XII) al igual que la Crónica de 20 reyes, en realidad sólo 12. La crítica logró demostrar que las contradicciones entre la trasmisión anecdótica eran suficientes para no ser corroboradas en la historia. Como es sabido, las crónicas no son documentos oficiales sino creaciones libres de relatos de hechos contemporáneos al cronista o escuchados por éste. Más que la verdad acaecida, ellas permiten ver el apasionamiento del cronista, la defensa de su posición, sus odios y lo que le dictan quienes le daban su sostenimiento. En efecto, en la dinámica de aquellas crónicas se pudo verificar que fue la recepción de éstas lo que las alimentó. En la Historia Roderici se cuenta la historia del Cid que se acomoda al primer cantar; para componerla, parece que el cronista ya copiaba el interés de alguien que con excesivo arregosto, quería hacer aparecer al Cid como rey. Con ello entonces se consiguió ver que el códice existente era un trabajo de intertextualización en el que se refundían muchas manos a través de variados momentos. Los tres cantares mostraron inconsistencias que van desde la grafía, hasta la aparición de vocablos desconocidos antes del siglo XIV. Con lo cual el original mostraba ser un texto fragmentario, corrupto y hábilmente arredilado (por no decir forzado) en la obra fundante de 1911. La salida de aquel escollo fue plantear como posibilidad investigativa que el cantar hubiera existido antes que el personaje. Así que la historia le copió al cantar, la literatura abasteció la historia del Cid; no se trata ya de novedad alguna.

El trabajo se orientó a la trasmisión del texto en manos de juglares que como creadores de historias, actuaban siempre en consonancia con su público para ganarse su favor. Estos privilegiaban lo propio frente a lo lejano y así obtenían su beneficio personal. Así que quienes lograron copiar algunos de esos textos muy posiblemente estuvieron vinculados al monasterio de Cardeña. Pero, sabiendo que en aquel periodo de pugnas entre aristócratas leoneses y castellanos (recordemos el Poema de Fernán González) muchos sufrieron traiciones peores que la del Cid, ¿por qué sólo uno, Díaz, con el topónimo poético de Vivar, pasó a la posteridad? ¿Cómo llegó a ser leyenda aquende la leyenda?

En resumidas cuentas, el segundo y tercer cantar probaron ser textos independientes y ajenos a la época del rey alfonsí. Las acciones del Cid no se correspondían con las de un caballero cristiano: «Confiscar a los que confiscaban y extorsionar y coaccionar a los que producían». Para quienes se atenían a los datos históricos les fue muy fácil verificar que los últimos años del reinado de Alfonso VI se caracterizaron por una serie de revueltas. Precisamente cuando el caballero había sido desterrado. Siendo así, ¿Qué interés tendría Ruy Díaz en regresar y para qué? Aún mejor que esto, ha sido la comprobación histórica de ver la nobleza castellano-leonesa en la perspectiva imperialista. Esta categoría puede sonar dura, pero no era otra la motivación que Alfonso VI, quien después de aherrojar y llevar a la muerte a sus hermanos, se declara a sí mismo, en los diplomas que emitió: totius Hispaniae Imperator. De otra parte, quienes le prestaron atención a ello pronto pudieron avistar que no hubo tal interés de reconquista, pero mejor aún, que los territorios en aquellas épocas fueron ocupados por diversos grupos étnicos, no fueron todos árabes. Los estudios históricos pudieron probar que las tierras del levante y el sur de la península Ibérica fueron siempre, desde la antigüedad, asentamientos de navegantes como los fenicios; hasta Vikingos aventureros y saqueadores encontraron en los monasterios de Iberia excelentes botines. A la caída de los reinos visigodos, lo que hoy es levante, eran territorios que Marc Bloch llamara, «de nadie.» Con lo cual, el cruce del estrecho de Gibraltar fue un proceso lento y sujeto a innumerables enfrentamientos tribales. ¿Cómo se iba a reconquistar lo que nunca se tuvo? Aún más, ¿Por qué plantear los conflictos en los límites de las creencias religiosas? El Cid robó judíos, asaltó, mató y expolió cristianos; hizo lo mismo con poblaciones que no tenían por qué ser motejadas de musulmanas. Por ello, la investigación por el hombre de la historia, abrió variables en la investigación histórica y mostró en perspectiva, cómo la saga de los monarcas Alfonsíes abrió el sendero que hizo de Castilla, España. Los intereses imperialistas aumentaban en proporción directa al crecimiento del reino de Castilla, fue por ello que Alfonso X (1221–1284) quiso proyectar sobre toda la Europa de su época el título, Totius Imperator, con lo cual encontró sus enemigos más aguerridos.

A todo esto, lo que vemos es que «se trata de una historia que ha probado su interés en la historia». Es parte de ella que los problemas del texto no se hayan resuelto. La fijación del texto, pese al enorme trabajo de la crítica textual, no tiene todavía un final. Así no sean de nuestro agrado, los trabajos de los estudiosos han revelado que en materia literaria el pasado sigue alumbrándonos desde el presente. El hecho de que no haya acuerdos al respecto no desdice de la obra sino que evidencia con claridad cuán plagados de ideología y elementos adventicios están algunos de los estudios de la literatura medieval castellana. Es por ello que el concepto de palimpsesto se ha venido imponiendo contemporáneamente. Alude no sólo a la reescritura literal de los textos, en su sentido físico, sino como una metáfora que entiende las producciones literarias medievales como objetos que revelan, no reflejan, los desarrollos de la producción textual, en el contexto de la palabra que es también el de la sociedad en el aquí y ahora de la composición. Tal vez con ello gane valor la anonimia, vista como la mejor manera de presentar un texto de muchos.

En la sincronía, La canción de Rolando, Beulfo, El ciclo artúrico, etc., han mostrado que hay una continuidad en los temas y formas de la literatura medieval, pero no constituyen una línea exenta de rupturas, digresiones y posibilidades nuevas de escritura. Se trata de literatura y como tal, no podemos seguir inscribiendo en ellos el siglo XXI, aunque quienes lo hicieron con el siglo XIX han encontrada su camino de vuelta. Dicho de otra manera, la instrumentalización cultural sigue siendo un detonante nugatorio de tales producciones.

Los problemas del texto Cantar de mio Cid, no han sido resueltos, sin embargo podemos disfrutar «la alegría de leer», tal como se llamaba la cartilla donde por primera vez supimos de la existencia de ese «noble cristiano que después de muerto continuó ganando batallas». Mientras tanto, en la etnogénesis, los debates se siguen tiñendo por las políticas de los estados nacionales, haciéndolos más contenciosos. No bromea quien dice que todo está por hacer o por deshacer, lo cual nos conduce al final que es lo mismo que estar al comienzo. El texto será aquello que supere la crítica o la resista.

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* John Jaime Estrada. Nacido en Medellín, Colombia. Graduado en filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá. Estudios de teología y literatura en la misma universidad. Maestría en literatura en The Graduate Center (CUNY). PhD. en literatura en la misma institución. Actualmente assistant professor de español y literatura en Medgar Evers College y Hunter College (CUNY). Miembro del comité de la revista Hybrido e investigador de filosofía y literatura medieval. Su disertación doctoral abordó el periodo histórico de las relaciones entre el Islam, judaísmo y cristianismo en Castilla durante los siglos XI–XIV. Investigador personal de tales interrelaciones a través de la literatura medieval castellana, en particular en la obra el «Libro de buen amor».

 

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