Literatura Cronopio

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EL REPOSO DE LA TIERRA DURANTE EL INVIERNO: LUCHA CONTRA UNA LOBOTOMÍA SIN CICATRIZ

Por Rosa María Arroyo Sancho*

 

«—¿Cuántos muertos más se necesitan de todos los bandos para que aceptemos que el país se está precipitando sin paracaídas? Los militares no nos van a salvar! […] Exclamó papá con tono airado.

—¿No hay más clases? –atiné a preguntar dado que las clases habían comenzado un par de semanas antes y para calmar la discusión.

—Lo mejor será permanecer en casa por unos días —respondió papá.

—Quiero que quede claro para las chicas que si uno se porta bien y no anda por ahí diciendo bobadas nadie te mata en medio de la calle… Mejor morderse la lengua antes que hablar, ¿está claro? –dijo mamá.

—Me falta la lobotomía y estamos completos, mamá —replicó de mal modo Ana.

—Se llama sentido común –le contestó.

Aprendí más tarde que la autocensura se consideraba como un buen medio de subsistencia en estos días, una especie de lobotomía sin cicatriz» [1].

He leído varias veces esta novela de Andrea Zurlo, una de las diez finalistas del Premio Planeta 2016. Las primeras, con la distancia que requería el trabajo; las últimas para disfrutar de la buena literatura y porque en ocasiones los lectores necesitamos encontrarnos en los personajes, unas para reivindicarnos como personas, otras, como en El Reposo de la tierra durante el invierno, para recordar y ratificar que la evolución del ser humano está en su propia mano, más allá del instinto, pero que la situación externa, la sociedad, en definitiva lo que nos rodea, lo que vivimos, influye y nos empuja a acatar, a huir o a luchar contra esa «lobotomía sin cicatriz» que, como dice la autora, es la autocensura, el medio de subsistencia en época difícil. Y quizás, solo quizás, para escapar de la otra censura obligada, igual de dura como peligrosa, hacia el propio interior. En la novela, la autocensura está motivada por la represión; en la ajena, tal vez el miedo a mostrarnos como somos en una sociedad que no acepta lo diferente. En cualquier caso, su lectura nos lleva a la reflexión, además del conocimiento de un período en Argentina desde una mirada infantil que cambia y evoluciona al mismo tiempo que los acontecimientos históricos…

Política, religión y sociedad son temas que aparecen como el mosaico de una realidad cuyo pegamento es el relato en primera persona de una protagonista anónima, de la que solo sabemos al principio que tiene papá y mamá, una hermana, Ana, cinco años mayor que ella, un tío, Enzo, que emigra a Australia, el primo Dante que sufre la represión militar, sus amigas del colegio Gaby y Robertita. Más adelante, a medida que avanza la novela, aparecerán personajes de gran importancia, pero nunca sabremos el nombre de la narradora. Esa anonimidad quizás ayude a acercar más al lector, tanto el que vivió acontecimientos parecidos, como más empático al que los desconoce.

La historia comienza en 1968 con Clelia, sus chichones olorosos y la malicia salvaje de los seis años de las compañeras de clase de primer grado en el colegio religioso femenino y privado donde estudia junto con la narradora y protagonista de la novela y sus inseparables amigas, a las que luego se unirá Claudia.

Desde su mirada inocente la protagonista nos cuenta de manera objetiva y subjetiva los cambios sociales y personales de su vida durante algo más de una década pero también de un país y un entorno. Son los recuerdos narrados por una niña que crece en medio de la crispada situación argentina de esos años, donde «Cordobazo», «Rosariazo» [2] solo son para ella «palabras graciosas», hasta que los sucesos acaban con su adolescencia y dejan paso a la madurez, esa etapa del ser humano en la que la realidad, en determinadas personas con determinadas vivencias, deja de ser el caballo blanco de la inocencia para convertirse en un antiguo Cob galés, versátil, fuerte, preparado para tirar de un carro, o acaso un Cob con el don adquirido de librarse de pesos pero igual de resistente.

Yo, como la protagonista de la Argentina convulsa de los años sesenta y mitad de los setenta, viví mi infancia en otra dictadura, la española, pero no la adolescencia, tal vez por eso valoro la profundidad y clarividencia con la que expone sus vivencias primeras y aquellas que no conocí en primera persona pero mucho más tarde supe que también, muchas de ellas, ocurrieron en mi país.

El valor testimonial de El Reposo de la tierra durante el invierno, de esa experiencia vista desde la inocencia primero y la rebeldía adolescente después, resulta un apoyo para la producción del historiador y, sin duda, ayuda a la confluencia entre testigo e investigador; el primero porque lo vive en primera persona, el segundo, el investigador, porque pueden servirle tanto como lanzadera para indagar como para ratificar la reconstrucción de unos hechos, de una época. Más allá del aspecto literario de la novela, muchas de las situaciones que vive la protagonista o escucha en su entorno: conversaciones familiares, comentarios de profesores, amigos, todo aquello de lo que se hace eco como espectadora obligada o descubre «por culpa» de esa rebeldía, ya no solo como etapa de crecimiento sino como ser humano que abre los ojos y no quiere ni permite ser lobotomizada por el Estado, son un fiel reflejo de aquella realidad, un retrato doloroso del miedo y la violencia y, sobre todo, de sus efectos en las personas. Pero también porque la inocencia carece de maldad, obliga al lector a sonreír con la lógica infantil y, sin remedio, lo empuja a la reflexión.

«Yo no entendía por qué actuando bien, uno se buscaba que lo mataran, le hubiera pedido al señor una aclaración, pero me contuve y reprimí lo que mi familia consideraba mi vicio de aclaración.» [3]

Desde esa mirada de incredulidad y pureza, podemos hacer recuento del tortuoso camino que realiza a través de los acontecimientos políticos, sociales y personales para alcanzar una madurez casi precipitada donde se cierra un episodio de traición involuntaria que marcó especialmente esos años de su vida, más allá de la separación de sus padres, de la emigración de familiares, el descubrimiento de la pobreza, de la realidad sociopolítica, de la educación estigmatizada por el poder eclesiástico y gubernamental, del incierto primer amor, del aprendizaje obligado por las situaciones propias y ajenas… y todo buscando «la balsa para sobrellevar ese mundo oscuro» que la rodeaba, que bordeara la débil línea que separa lo justo de lo injusto, lo «normal» de la «normalidad», el miedo de la rutina diaria, el odio del olvido… y que envolvía a todo aquel que no fuera afecto al régimen o a los contrarios, porque como dice su padre

«…la gente común es la más fácil de joder. ¡La gente común es la que está en medio, los que no estamos ni de un lado ni del otro, porque si no te raptan unos, te tienen amenazado los otros, y si uno no está con la izquierda ni con la derecha es una porquería que mejor aniquilar!» [4]

La autora nos presenta un recorrido histórico ajustado a la realidad de aquellos años en Argentina. Aunque se sabe que la historia se desarrolla en Rosario, poco importaría en qué lugar del país ocurre porque en todas partes existió algo, parte o todo de lo que cuenta, vive, escucha o ve la protagonista de El Reposo. Fue un período en el que «el país se descuajeringaba, perdía trozos, caía y precipitaba», donde los argentinos respiraban violencia, la del terrorismo de Estado y la del terrorismo subversivo. Fue aquella Argentina heredera de décadas de poder militar, peronismo, golpes de estado, que algunos como el de junio de 1966, según el historiador Antonio Tello, inauguró «la era del profesionalismo armado y marcó el comienzo de una sórdida guerra contra la población» [5], y es en medio de esta guerra donde esta niña observadora, «tonta» para su hermana y «rara» para su madre, lucha por escapar de la «intervención quirúrgica cerebral» que ejerce el poder.

Aparentemente, nada hace sospechar que Andrea Zurlo introduzca a propósito a modo de «nudo» de la novela un hecho que recuerda sin duda a otro que marcó para siempre al país, tanto por sus connotaciones políticas y sociales como por sus consecuencias, lo mismo que ocurre en El Reposo de la tierra durante el invierno.

En 1975, el grupo terrorista Los Montoneros (algunos eran hijos de la élite social) secuestró a los hermanos Born, herederos de «Bunge y Born», el mayor imperio argentino de exportación de granos e industrias químicas, textiles y de alimentación. Los hermanos Born fueron al mismo colegio, el «Nacional de Buenos Aires», que Mario Firmenich, líder del grupo que hoy vive como profesor universitario en Cataluña [6].

Como en el caso real, dos son los secuestrados: Diego de clase adinerada con un padre rico y poderoso, y Tomás («novio» de ella), dos amigos de la protagonista a los que raptan por dinero unos pobres desgraciados que se hacen pasar por terroristas aprovechándose de la inocencia de Clelia. Y este hecho dentro de la novela tendrá las mismas connotaciones de impacto en la historia, pero sobre todo en la narradora, quien sufrirá consecuencias de gran calado interior, lo mismo que ocurrió para Argentina con el de los hermanos Born. Algo que no desvelaré en su totalidad porque será necesario leer la novela y entrar en el contexto histórico y el propio de los personajes.

Aprovechando ese conocimiento del pasado político de su país, de toda América Latina y de gran parte del mundo anglosajón, Andrea Zurlo, graduada en traducción literaria y técnico-científica, trabajo que actualmente realiza aparte de robarle horas al tiempo para escribir literatura, realiza una excelente autopsia de Argentina con sello propio, y su narrativa no puede encasillarse en un género literario definido aunque esté permeada por la literatura hispanoamericana e inglesa como la de Borges, Cortázar, Sabato, Rulfo, Woolf, Lessing, Munro, Roth, Bolaño, Joyce, Sontag, y otros. Sin embargo, en El Reposo de la tierra durante el invierno, esas influencias obligatorias en todo buen literato, convergen apenas perceptibles, por lo que resulta más evidente el sello personal de la autora sin que se pueda decir que tiene más de uno o de otro; esto es lo que también hace especial a esta novela y a esta autora. Luego está la magnífica elección de la protagonista que en primera persona nos cuenta la época más violenta y cruel de la Historia de este país, sin artificios, con la sencillez y sinceridad que posee la inocencia y el dolor más profundo en su pérdida. Todo ello fue lo que le valió ser entre las 552 obras presentadas en 2016 una de las diez finalistas del citado premio, siendo un premio internacional al que llegan de todo el mundo, diría uno de los más importantes de la literatura hispanoamericana.

Por otro lado, en el aspecto literario, la novela de Andrea Zurlo me trae a la memoria El juguete rabioso de Roberto Arlt. Aunque lejos del paralelismo de fondo, la protagonista de El Reposo me recuerda a Silvio Astier, el adolescente que protagoniza la novela de 1926. Más allá de la similitud formal de estar escritas sin música ni lirismo, narradas en primera persona o que en ellas no se explica la situación social, el aspecto ni los pensamientos de los personajes sino que toda la explicación está dada por la acción misma, por el diálogo o pocas veces en el relato conciso de los hechos, más allá de estos aspectos o de que en ambas convivan el humor y la crítica social, la ironía y la reflexión existencial, transmitiendo la cosmovisión personal de su contemporaneidad particular, El Reposo me recuerda a El Juguete porque encuentro la misma lucha de adolescentes: Silvio quiere escapar del sometimiento de su condición social, marcada por la marginación y la pobreza, nuestra protagonista quiere hacerlo de las reglas impuestas, de las prohibiciones que ni entiende ni acepta, de la educación marcada por una religión que quiebra la Verdad del Jesús cristiano en favor de la estrechez mental, de instrumentalizar las enseñanzas más limpias de la Fe por el interés eclesiástico en la figura del padre Martínez. La forma de luchar de los dos adolescentes nada tiene que ver la una con la otra, los caminos que toman en esa lucha son muy distintos, así como la manera de enfrentarse a lo que les rodea, pero los dos son juguetes rabiosos en la vida y el entorno social que les toca.

«Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el trabajo» (Le dicen a Silvio en el centro de reclutamiento de escuela de jóvenes mecánicos cuando le dan de baja)

«Los dictadores temen las mentes libres, abiertas y brillantes» (Lidia Cantone, profesora de Historia en El Reposo)

El desarrollo de la novela es cronológico, tanto en lo personal como en lo histórico, lo que ayuda a comprender en mayor medida lo que piensa por lo que vive, ve y escucha. En ocasiones, la autora nos pondrá en situación citando el año, en otras serán la edad o los acontecimientos los encargados de dar las pistas para situar al lector en esa cronología. Por ejemplo, ella y sus amigas con apenas doce años oían «hablar de los combates contra la guerrilla en Tucumán con indiferencia», porque a ellas no les afectaban,…«sucedían lejos y no nos preocupaban», y «esa realidad se convirtió en nuestra normalidad» [7].

Alineadas en una educación religiosa refrendada por la dictadura, normas y normalidad son para la niña analogías enfrentadas que chocan con su irrefrenable necesidad de saber el cómo, cuándo y por qué de las cosas, aunque cuestionar órdenes, decisiones de los adultos, explicaciones a medias y poco convincentes, la empujen al borde del precipicio en muchas ocasiones. Solo la salva «que es una niña que de nada de la vida sabe». A diferencia de sus compañeras de escuela que acatan, se adaptan e incluso alguna, como Claudia la bella, se aprovecha y aplaude la nueva forma de vida impuesta en el país, ella es la esponja, la que se enrabieta ante las injusticias y suelta todo lo aprehendido, lo visto, lo oído, sin miedo a las consecuencias cuando un comentario le aprieta los adentros, luchando contra esa lobotomía generalizada que debilita y obliga al pueblo a acatar sin rechistar.

Así, la crítica a la religión católica de aquellos años aparece por necesidad. No hay que olvidar que el Estado obtuvo el apoyo incondicional de la jerarquía eclesiástica desde el mismo día del golpe de Estado de 1976. «La Iglesia apoyó sin reparos morales la cruzada militar contra el “marxismo apátrida” que subvertía los valores occidentales y cristianos; la jerarquía eclesiástica bendijo a quienes defendían las consignas de Dios, Patria y Hogar y Tradición, Familia y Propiedad». Si bien, la labor pastoral de algunos obispos y sacerdotes con convicciones de ser la verdadera «Iglesia de los pobres» lo hicieron individualmente y sin cobertura institucional, expuestos tanto a bandas terroristas como a las Fuerzas Armadas [8].

A la edad de la Primera Comunión la consciencia despierta en la gran mayoría de niños pero en la protagonista de El Reposo resulta más agudo. Andrea Zurlo, desde la mirada sencilla de la protagonista nos hace un retrato veraz del funcionamiento del colegio religioso donde estudia, de profesores laicos como Lidia Cantone, la profesora de Historia que «desaparece», y religiosos como la hermana Mary Helen, detenida, las únicas que se salvan de la memoria crítica. Les habían inculcado tanto la idea del castigo y del pecado que «ese Dios severo les daba miedo y preferían no desafiarlo». Así, temas como la confesión, la caridad cristiana, el pecado, el castigo, se someten a examen desde la lógica aplastante de la inocencia infantil y, en ocasiones dejan al descubierto incongruencias que invitan al lector a la reflexión. Dice así en el capítulo 7.

«La idea del pecado y del castigo nos quedaba muy clara. Lo repetía continuamente la hermana Victoria y la hermana Rita, las catequistas. Lo decía el padre Martínez […] Dios tiene buena memoria, sospecho que es un poco rencoroso, así que si uno peca, zas, cañazo. Ni piedad ni nada. Si exterminó a un pueblo por un becerro, bien podía exterminar a un pobre ser humano por desobediencia».

En la figura del padre Martínez cabe toda esa iglesia opresiva, cerrada, manipuladora y falsa que torturaba sin miramientos para imponer su moral, su visión del mundo, y que en el colegio les llenaron la cabeza con ese Cristo bueno, con el Sermón de la Montaña, con los ricos que no entraban en el cielo, con el perdón… «pura teoría, una fábula con moraleja», termina diciendo al final del capítulo 33.

En este aspecto se hace muy evidente la huida de la lobotomía tras una conversación entre el padre Martínez y la protagonista alrededor de los quince años. La adolescente se enfrenta al cura y lo que representa ante la injusticia de echar del colegio a una compañera por quedar embarazada, «como una manzana podrida, para no pudrir a las buenas», y en ese momento experimenta por primera vez el odio, por la injusticia, por la mentira, por la falsedad, porque «el mundo se mostraba cruel e infame». Deja de sentir respeto por ese cura, el colegio, la religión, las autoridades, por nada… solo miedo. Y llega a la conclusión de «que el respeto generado por el miedo es solo un respeto despreciable». Es el punto de inflexión, el salto de la niñez a la adolescencia que empieza a tocar con dedos trémulos la madurez, y la rebelión contra ese acatar se convierte en lucha para evitar lo inevitable: la cicatriz.

Y me pregunto después de leer esta novela, cuántas «Clelias» más habitaron aquella tierra o la mía en los 40 años de régimen franquista, o cualquier otra dictadura que ahora disfrazan de democracia; cuántas Robertitas, Claudias, Gabys, tíos Enzo, primos Dante, curas «padre Martínez», profesoras Lidia Cantone, monjas como la hermana Mary Hellen, pobres como Eloisa o barrios Villa Miseria [9] cuya realidad para los chetos [10] no existe… y cuántas más protagonistas anónimas como la nuestra. Y me lo pregunto desde la reflexión y la empatía, porque esa parte en 1975 se cerró en España, para abrir otra muy distinta, donde Libertad se pudo escribir por fin con mayúsculas, en contraposición de los argentinos ya que ese mismo año comenzó a gestarse otra traición, la de Videla [11], que no hizo sino llevar al país a la mayor zozobra e inseguridad, a uno de los períodos más tenebrosos de la Historia donde la única salvación para evitar «los vuelos de la muerte», un centro clandestino de exterminio, la tortura, la incomunicación o convertirse en «un desaparecido», era el silencio, ese acatar que la protagonista comenzó a comprender en qué consistía a través de la inocencia de sus ojos desde la escucha y la observación en su día a día.

A la protagonista sin nombre que ayuda al lector a su propio protagonismo, la forzaron a romper la burbuja de la inocencia para respirar la atmósfera de la represión militar, del humo de las bombas, a sentir el acero de las armas a pocos centímetros de su rostro, a conocer la traición, la mentira, la muerte y el dolor…, la obligaron a madurar de un solo salto y a vivir en constante huida de esa lobotomía cuya peor huella que podría dejar es el miedo o el odio, o las dos a la vez, o ninguna si se es capaz de luchar de alguna manera contra esa lobotomización. Pero de lo que nadie escapa es de la invisible cicatriz que queda, tan grande como profunda es la incisión quirúrgica del terror practicada por el poder de un Estado dictatorial, y no hay respiro en el silencio. Fue como un largo invierno, su largo invierno

«La metáfora de una tierra suspendida en el limbo, golpeada, que parió una juventud a la que no le permitían ni pensar ni actuar ni vivir […] En una quietud sin verdadera calma ni reposo, esa quietud poblada de falsa normalidad en la que vivían anhelando, inconscientemente, una primavera imposible.» [12]

Para terminar, solo añadir que desgraciadamente esta novela, que puede parecer otra historia más de la Argentina de aquel tiempo, sigue siendo actualidad en otros países que no nombraré porque son demasiados en el mundo, y algún ejemplo claro dejaría «limpio» al que no cite, pero en todas ellas, ese Estado ejerce de cirujano con escalpelo de palabra y acero en un pueblo en el que una parte acata por ignorancia, y otra batalla con desespero para que la incisión no le mate el futuro, huyendo o luchando contra una lobotomía sin cicatriz.

NOTAS

[1] ZURLO, Andrea, El reposo de la tierra durante el invierno, Trabalis Editores, San Juan (Puerto Rico), 2018. cap. 15

[2] Con estos nombres se conocen a las insurrecciones populares de mayor calado que ocurrieron en la ciudades de Córdoba y Rosario con los enfrentamientos entre población (principalmente trabajadores y estudiantes) y fuerzas policiales y militares donde hubo numerosos muertos. Marcaron el principio y el fin del gobierno del General Onganía pero no de la dictadura militar del último golpe de Estado de junio de 1966 (denominada La Revolución Argentina).

[3] Andrea Zurlo, op.cit., cap. 6.

[4] Andrea Zurlo, op.cit., cap. 14.

[5] Historia breve de Argentina. Claves de una impotencia, Sílex, Madrid, 2006, p. 242.

[6] Resultó ser el secuestro más caro de la historia. De los 100 millones de dólares que exigían solo el padre accedió a pagar 60. Los tuvieron durante nueve meses en una «cárcel del pueblo». Uno de los dos hermanos secuestrados, Jorge Born, terminó siendo amigo y socio de su captor, Rodolfo Galimberti. El dinero sirvió para financiar a los terroristas, un grupo armado peronista que protagonizó los setenta y fue aniquilado por la dictadura militar. Nunca apareció del todo pero existen sospechas de que sirvió en parte para costear la campaña de Carlos Saúl Menem, que en los noventa indultó a los líderes de Montoneros.

[7] Sabemos cuando ocurrieron los hechos por la edad (12 años). El 5 de febrero de 1975 el gobierno de Isabel Perón firma un decreto secreto ordenando al Ejército iniciar el «Operativo Independencia» en Tucumán. El pretexto de los militares era aniquilar la compañía Ramón Rosa Jiménez del ERP, pero el objetivo verdadero fue destruir al combativo movimiento popular tucumano mediante el secuestro, la desaparición de personas y los centros clandestinos de detención donde se torturó y asesinó a miles de tucumanos. También se libraba un combate en el plano cultural contra las ideas y valores de universitarios, artistas, intelectuales, científicos y religiosos, ubicados en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

La mayoría de las víctimas fueron obreros de la industria azucarera, peladores de caña, jornaleros, pequeños almaceneros, carniceros y estudiantes que fueron perseguidos, secuestrados y asesinados. Se trató de un vasto aparato represivo que orientaba su verdadero accionar a arrasar con las dirigencias sindicales, políticas y estudiantiles, un ataque sistemático desde el Estado contra una parte sustancial de la población a la que se había identificado como «enemiga» del plan económico y político que definía «la nueva argentinidad».

Fuente: https://www.tvpublica.com.ar/articulo/operativo-independencia-1975/

[8] Antonio Tello, op.cit., p. 316. También nos cuenta Tello (pp. 260-319), después de poner en antecedentes al lector de la situación religiosa en Argentina después del Concilio Vaticano II de 1962, que mientras la verdadera «lglesia de los pobres» ofrecía en holocausto a sus pastores, curas, monjas, seminaristas, legos y también obispos, la Iglesia oficial dispuso personal para asistir a las víctimas en los centros de detención clandestina para animarlas a colaborar con las autoridades a través de la confesión o en visitas de caridad cristiana. La política eclesiástica fue paralela a la evolución del proceso represivo del Estado terrorista y en este sentido se acomodó a sus distintas fases, llegando incluso a señalar que en cuanto al tema de las personas desaparecidas, hubo otras «por libre determinación». Por tanto, no debe extrañar que en la novela la protagonista, que vive de cerca tanto el tema de la religión en el colegio, como el social por familiares y amigos, saque sus propias conclusiones.

[9] Así se llamaron a los suburbios levantados entre basurales por la población marginal atraídos por la posibilidad de un empleo como por las comodidades de la vida urbana. El desbordamiento y la ausencia de una política demográfica crearon estas bolsas de pobreza y delincuencia donde caudillos peronistas, burócratas sindicales y el aparato represivo militar encontraron sus matones. Véase pág. 254 de Historia breve de Argentina.

[10] Personas de posición económica elevada que hacen ostentación de ello.

[11] Jorge Rafael Videla, jefe de personal de la Armada en 1973. En 1975 la presidenta Isabel Perón, bajo presión del establishment militar, lo nombró Comandante en Jefe. Desde su posición, comenzó la reorganización de los mandos militares, eliminando aquellos que tenían simpatía con el peronismo. En 1975 participó en la campaña contra del Ejército Republicano del Pueblo (ERP) en la provincia de Tucumán. Desde la cúpula militar derrocó a Isabel Perón el 24 de Marzo de 1976. Videla se convirtió en presidente de Argentina y en la cabeza visible de las dictaduras.

Suspendió el Congreso y dejó los poderes legislativos en una comisión de nueve hombres; detuvo el funcionamiento de las Cortes, de los partidos políticos y los sindicatos. y llenó el gobierno con personal militar.

Las Fuerzas Armadas eliminaron a las guerrillas izquierdistas y peronistas y a todo tipo de oposición política mediante una feroz e indiscriminada represión caracterizada por constantes arrestos y ejecuciones con miles de muertos, desaparecidos y exiliados. Entre otros muchos, también acabó con periodistas, maestros e intelectuales. La cifra oficial que se maneja es de cerca de 30.000 personas asesinadas. Videla se retiró en 1981.

[12] Andrea Zurlo, op.cit., cap. 48.

BIBLIOGRAFÍA:

ÁGUILA, Graciela y ALONSO, Luciano (eds.), La Historia reciente en la Argentina: problemas de definición y temas de debate. (Revista de Historia Contemporánea). Ed. Asociación de Historia Contemporánea y Marcial Pons Historia, Madrid, 2017.

ARLT, Roberto, El juguete rabioso. Edición Rita Gnutzmann. Cátedra, Madrid, 1995.

COVAROZZA, Marcelo, «Sufragio universal y poder militar» pp. 133-271, Historia mínima de Argentina. Pablo Yankelevich (coord.), Turner Publicaciones, S.L., Madrid, 2014.

DE DIEGO, J. L., Campo intelectual y campo literario en la Argentina [1970-1986]. [En línea] Tesis de doctorado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2003. Disponible en:

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ZANATTA, Lonis, «El peronismo» pp. 273-302, Historia mínima de Argentina. Pablo Yankelevich (coord.), Turner Publicaciones, S.L., Madrid, 2014.

ZURLO, Andrea, El reposo de la tierra durante el invierno, Trabalis Editores, San Juan (Puerto Rico), 2018.

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* Rosa María Arroyo Sancho. Madrid (España), 1963. Licenciada en Filología Hispánica en la especialidad de «Literatura española del siglo XX» por la Universidad Complutense de Madrid. Dedicada al estudio y a la investigación literaria con especial referencia al Nobel español Juan Ramón Jiménez. Miembro del Grupo Literario «Platero» de Madrid (España) y de la Asociación de Escritores de Mérida, Mérida (Venezuela). Ponente en numerosas conferencias. Cuenta con numerosos artículos publicados en revistas literarias y prólogos de novelas, además de la publicación de su propia obra en poesía y narrativa en diversas publicaciones. Se ha hecho acreedora de premios de poesía y narrativa tanto en España como en Estados Unidos. Correo-e: rosam.arroyo@gmail.com

 

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