Literatura Cronopio

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UN HEROICO PANTEÓN

Por Arnoldo Adán Núñez Saldívar*

Dedicada a la memoria
de los que ya no están…pero sí.

El olor a incienso lo inundaba todo, la noche, noche de difuntos estaba bajo una serena calma, muy a lo lejos se oía el maullar de algunos gatos.

Las estrellas en el cielo eran testigos del singular desfile que se desarrollaba lentamente, en procesión varias personas se dirigían al camposanto llevando las ofrendas necesarias.

Unos llevaban tamales, otros panes y chocolate, algunas cervezas además de vino, no faltaba quien llevara dulces y chocolates, biznagas, cacahuates y café. Unos más las veladoras, coronas de flores, todo para agradar los difuntos que, como dice la tradición en esta noche, salen de sus tumbas, regresan del mas allá para que por una vez disfruten de los placeres que en vida tuvieron.

—¡Ándale chencha! —le dice el más viejo de todos— apúrate que ya es muy tarde y yo, la verdad, nada mas vengo porque no me queda de otra… ¡Apúrate mujer!

—¡Ya voy, ya voy! —con lentitud le contesta— mira que desesperado me saliste Odilón, eres como todos los hombres.

—¡Ah no Chenchita!, no me compares con otros, ya vez que cuando era joven, bien que me andabas ruegue y ruegue.

—Hay Odilón —con hastío la viejita— pero si era para cobrarte lo que le debías a mi mamá en la tienda que teníamos, siempre quedabas a deber.

—Humm, bueno, bueno, pero ya vez, me quedé contigo, así que más que pagada esta la deuda…Todavía —alejándose por el bastonazo que le lanza su mujer— quedó en deuda tu jefecita… que en gloria esté, por casarme con su hija la quedada.

Empiezan a acomodar las ofrendas, cada una en su sitio como marca la tradición.

—Bueno ya basta de reproches —murmura Odilón— vamos a acomodar lo que trajimos y nos regresamos a la casa que tengo mucho por hacer.

—Dirás dormir… —le contesta Chencha— que es lo único que haces… ah y comer… y luego a dormir.

—Te digo, puros reproches —mientras acomoda los tamales— ¡cuídame o me vas a perder! mira que la viuda de don Aparicio el abarrotero ya me mira cada rato.

—Porque tiene Alzheimer y no te reconoce —le contesta burlonamente— así serás de burro.

Odilón y los demás colocan las ofrendas y prenden las veladoras, mientras acomodan las flores.

—Anda deja ya de comer —dándole un bastonazo a Odilón— que es todo para los difuntitos ¡viejo tragón!

—Qué genio —sobándose el golpe— no me cuides, pero algún día me libraré de ti.

—Pues ni creas, porque donde quiera que vayas te seguiré viejito cascarrabias… y tragón… ándale, vámonos ya.

Salen uno a uno muy lentamente del panteón.

Pero este panteón no es común, no es igual a otros, sepa usted lector que por cuestiones presupuestales, de proyectos macroeconómicos y de acuerdos parlamentarios, algunos de nuestros héroes fueron reubicados, ya saben, con eso de la descentralización; son prácticamente regados en todo el país y he aquí a algunos de ellos en su noche de difuntos en este pedacito de tierra mexicana.

Así pues, en este panteón se encuentran algunos de los personajes más importantes de la Revolución Mexicana, allí están acomodados los restos mortales de José Doroteo Arango Arámbula (Pancho Villa), Emiliano Zapata Salazar, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, Álvaro Obregón Salido, Francisco Ignacio Madero González y Venustiano Carranza Garza.

La noche envuelve todo… los grillos amenizan la noche mientras una que otra luciérnaga ilumina el camposanto que se encuentra libre de vivos.

Solo los aromas de la comida que conforman las ofrendas dispuestas entre los sepulcros así como las flores y el copal le dan vida a este ambiente tétrico y solemne, la luna ilumina poco a poco y la hora de los difuntos se acerca.

El primero en salir es Pancho Villa.

—Vaya —dice estirándose un poco— ¡al fin llegó la hora de la pachanga!

Se busca sus pistolas y nada, esté desarmado, se arregla un poco la ropa mientras se sacude el polvo y le da unas pataditas al sepulcro de su amigo Emiliano Zapata.

—¡Ándale Emiliano, apúrate! —golpeando la tumba— mira que se ve que este año sí le echaron ganas estos vivos, por fin nos hace justicia la Revolución… mira, hay mole, tamales, chocolate, dulces…

En eso, poco a poco sale Emiliano Zapata de su tumba.

—¡Que bárbaro Pancho! —con hastío— tienes la pata rete pesada, mira que apenas me estaba acomodando ahí abajo.

—¡Apúrate! —le dice Villa.

—¡Que tanto dices! —dice Zapata— ¿qué prisa tienes, no ves que tenemos toda la noche?

—Si no es por eso —señalando Villa las otras tumbas— es por aquellos.

—¿Cuáles? —intrigado Zapata mientras se acomoda su sombrero.

—Aquellos… los contras —murmurándole otra vez Villa.

—¿A poco aquí están? —y Zapata asume una postura a la defensiva con su pistola que por cierto no trae.

—Ajá —le dice Villa arreglándose el bigote— aquí merito están.

—Pues apúrate a comer —sentándose Zapata en el suelo y tomando entre sus manos un buen plato rebosante de mole— ¡no hay que dejarles nada!

En eso están cuando se oyen ruidos en otras tumbas.

Y sale de una de ellas Don Venustiano Carranza.

—¡Aguas! —grita Zapata— mira quién salió.

—Qué te dije —le contesta Villa mientras se come un pan— aquí andan.

—Señores, buenas noches —muy solemne Carranza con un ejemplar de la Constitución

en sus manos— perdón, quise decir, mis generales, buenas noches.

—Buenas —contestan sin mirarlo y siguen comiendo.

—¿Me puedo sentar? —pregunta Carranza amablemente.

—¿Oíste algo? —pregunta Zapata fingiendo no escucharlo— ha de ser un alma en pena.

—Yo creo —en tono burlón Villa— que es un alma pero hambrienta.

Ambos ríen, pero Carranza hace caso omiso y se sienta a comer.

En eso sale de su tumba Madero.

—Mira nomás —dice Zapata señalándolo— ya llegó el catrincito.

—Mis distinguidos militares —dirigiéndose a todos ellos— ¿puedo sentarme con ustedes?

—Claro —le dice Villa— pero apúrese que aquí no se come bajo el principio de no reelección sino de no repetición.

Todos ríen, Madero se sienta en una caja que le acerca Carranza.

—No se enoje Presidente Madero —le dice el Barón de Cuatro Cienegas— es que si este par no sabe lo que son reglas constitucionales, menos reglas de cortesía.

—Perdón señor presidente —le dice a Villa en tono humilde— a ver sírvele un buen vaso de agua… pero de agua prieta ja, ja, ja, ja —y ríen ambos otra vez.

En eso están cuando entra Álvaro Obregón.

—Señores —en un tono que sonaba a orden— espero tengan un lugar para mí.

—Por supuesto —le dice Madero— con gusto, ándele siéntese, que aquí no es el Restaurante la bombilla, ande acomódese por favor.

—¿Ya viste que le falta el brazo derecho —le dice Zapata a Villa— ya viste?… ¡Perdió el brazo!

—¡Ah, qué descuidado salió el hombre! —contesta Villa— ¿Dónde lo dejaría?

Ríen otra vez.

—¿Cémo estás, Pancho? —le dice Obregón a Villa— no sabía de ti desde que andabas paseando allá por Parral en tu carrito, esa vez que te llenaron de plomo.

Pancho Villa se levanta enojado, pero en ese momento entra don Porfirio Díaz.

—¡Aguas! —grita Carranza separando a los enemigos— ¡Miren quien llegó!

—¿Qué no estaba en el exilio? —les pregunta a todos Madero.

—Es lo que yo sabía —contesta Zapata— enterrado en las Europas.

—Europa —corrige y afirma Obregón— según sé, estaba en París, Francia.

Don Porfirio Díaz se acerca y les dice:

—Buenas muchachitos —muy serio— ¿hay lugar para mí?

Todos se miran sin saber qué hacer.

—Ándele Don Porfis —le dice Villa— siéntese por aquí, total la revolución ya acabó y ahorita no nos queda más que acostumbrarnos a estar juntos en este panteón, no queda de otra.

—¡Huy!, hay poquito mole —anuncia Zapata— ¿a ver a quién se le queda este platito?

—Yo propongo —dice Carranza— que al último que murió.

—Ya no me gané —dice Villa— el mole por tu culpa, Alvarito.

—Eso te pasa —le contesta Obregón— por insurrecto.

—Pues es para mí —dice Don Porfirio tomando con gusto el plato— porque yo me morí solito, nadie me fusiló o pegó de tiros.

—Y nosotros —desilusionado Zapata— acá dándonos de balazos.

—Yo propongo un plan —anuncia Madero— para repartir la comida.

—¡No! ¡no! ¡no! —se rebela Zapata— tu a la hora de la hora no cumples, así hiciste con el reparto de tierras, ya mero vas a repartir los tamales.

—Bueno —dice Carranza alzando la carta magna— ¡Constitucionalmente a mi me tocan!

—Ya guarda ese libro —dice Villa— parece que andas vendiendo biblias.

—Oiga Don Porfis —pregunta Madero— ¿y cómo fue que lo trajeron para México?

—Pues desde 1917 —contesta Díaz— año en que estiré la pata permanecí en Francia.

—¿Y luego? —Obregón.

—Bueno llegaron los nuevos tiempos, la modernidad —afirma Díaz.

—¿Y luego? —Carranza.

—Tuve suerte, me devolvieron al país en un paquete —mientras toma un tarro con chocolate— que incluía un códice maya, el penacho de Moctezuma y tres jugadores del América que andaban por allá de turistas.

Todos ríen al escuchar sus palabras, mientras comen.

—Miren —anuncia Madero— encontré un periódico, a ver qué dice.

—Vean esto —grita Villa— ¡un concurso de bikinis!

—En mis tiempos —dice Díaz alejándose no sin antes echarle un ojito a las fotos— eso era imposible.

—Yo prefiero a mis soldadoras —suspirando Villa— ¡mis fieles adelitas!

—El hombre —lee Madero— ya llegó a la luna.

— Seguro fueron los gringos —dice Obregón— ya ven que todo invaden.

—Aquí está la lista de los billetes nacionales —grita emocionado Obregón.

— Y no salimos en ninguno —dice amargado Carranza.

—¡Qué barbaros! —se lamentan todos.

—¡Que muera el mal gobierno! —grita Zapata.

—¡Yo no yo no fui! —dice asustado Don Porfirio— yo apenas vengo llegando.

—Mira los presidentes —señala Zapata— no se pueden reelegir.

—Tuve mucha razón —exclama Madero.

—Los campesinos —con tristeza Villa— siguen más pobres y sin más tierras que la que tienen en sus uñas.

—No cambian algunas cosas —se lamenta Zapata.

—No lo van a creer —se ríe Madero— la constitución lleva más de mil reformas.

—Y yo defendiéndola más que a mi mujer —furioso Carranza arrojándola en la mesa.

—Para esto luchamos tanto —fastidiado Carranza.

—A mi me balacearon —expresa Villa.

—Y a mí me pegaron de tiros en una emboscada —dice Zapata.

—A mi me agarraron durmiendo —afirma Carranza.

—Yo a medio banquete —habla Obregón— ni al postre me dejaron llegar.

—A mí no me vean, que yo no fui, andaba paseando en Egipto —dice Don Porfirio— vean mis fotos en las pirámides y arriba de un burro.

—No importa —interviene Villa— todos dimos nuestras vidas por la Patria.

—Así que aquí no ha pasado nada —dice Zapata.

—Vamos a comernos toditos estos manjares —exclama Villa— que por día de muertos nos han preparado estos hijos de la…

—¡Que! —todos gritan alarmados.

—De la revolución —termina Villa.

Todos ríen y empiezan a comer.

* * *

El presente relato hace parte de la novela «2 de Historia», publicada en 2018.

___________

* Arnoldo Adán Núñez Saldívar es licenciado en educación primaria. Además de la docencia, ha sido asesor técnico-pedagógico en la ciudad de Xalapa (Veracruz, México), tallerista, promotor crítico literario y pintor. Ha recibido varios reconocimientos por su actividad pedagógica y didáctica. Es autor de las obras de teatro «El trámite de los héroes» (2010) y «Un heroico panteón» (2010), así como del libro de cuentos «Juanito Parcela» (2016).

 

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