EL SUEÑO IMPOSIBLE DE DON QUIJOTE. CAPÍTULO I DEL LIBRO DE LA MANCHA
Por Luis Quintana Tejera*
Cuando don Quijote se mueve en medio de aquel universo que sus libros le ofrecían está desarrollando su propia metafísica en donde hay un dios oculto; divinidad tutelar y resentida que se alimenta de la fantasía del hidalgo y que le da en cada día y cada noche —«leía las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio» (Cervantes, 2004:29)— dosis supremas de fe, que serán luego el fundamento de sus osadas aventuras y el alimento sublime para su alma mendiga.
Don Quijote reúne en su persona la doble condición de aventurero y lector; constantemente estos dos aspectos se entrecruzan y retroalimentan. Lo conocemos en el capítulo primero como un pacífico hidalgo «de lanza en astillero» (27) que se había entregado a la perenne labor de frecuentar libros de caballería, los cuales se reelaboraban e interpretaban, al mismo tiempo que mostraban diferentes facetas que al golpear la loca imaginación del hidalgo transmutaban sus fibras más íntimas.
Y este hombre en poco tiempo pierde la razón como consecuencia «del poco dormir y del mucho leer» (29). Dice el narrador: «Se le secó el cerebro» (29-30). Su mundo interior resulta invadido por la enfermiza fantasía que emanaba de aquellas lecturas.
Comienzan a desfilar por la novela legendarios caballeros e imaginados mundos en donde Alonso Quijano veía una posibilidad cierta de cambiar su universo personal. Empieza a comparar la historia con la leyenda, lo real con lo imaginado, lo existente con lo inmotivado. Surge así la figura del Cid Ruy Díaz —motivo de tanta literatura medieval— pero al mismo tiempo personaje de un momento histórico en que los moros conocieron su poder. Para la exacerbada conciencia de nuestro personaje, el Cid no tenía nada que hacer comparado con el caballero de la Ardiente Espada y muchos más, que vienen a la memoria del hidalgo como mar tempestuoso desbordado en medio de su incontrolable imaginación.
La intertextualidad [1] cumple un papel muy importante en el autor Del Quijote, no sólo porque recupera momentos de la historia literaria reciente, sino también porque se atreve a incursionar en un género tan controvertido como lo era la novela de caballería [2]. Alonso Quijano es un experto en este tema, porque sus arduas lecturas lo han hecho así. Y Cervantes es un investigador de esta literatura en donde pretende hallar —y así lo hace— rasgos de cursilería contagiosa que deben erradicarse del mundo para que ya no provoquen daño en las conciencias.
Por todo lo anterior, la intertextualidad es el medio por el cual el narrador recupera un mundo de papel y lo somete a la controversia; lo examina para censurarlo y lo censura —al menos en parte— desde una posición cultural en donde ve el «mal» que la excesiva y comprometida lectura de estos libros podía ocasionar. Pero como narrador omnisciente [3] cede la voz de forma constante a su personaje para que él nos hable de las vivencias y revele cuál es su punto de vista ante los sucesos contados.
Podremos observar, como consecuencia de lo anterior, de qué manera el narrador y el personaje están marcados por la oposición; contrastan sus puntos de vista, la cosmovisión que ambos tienen, la retrospectiva de dos existencias dominadas una por la apabullante realidad; y la otra, por la fantasía.
Cervantes ha querido apoyar la inmensa máquina conceptual que encarna su novela, en la prolongada antítesis [4], la cual representa en todo momento la base conceptual que da fundamento a su estilo, el estilo cervantino del acertado decir y del mejor sugerir, donde —mediante las recurrentes oposiciones— cobra sentido el símbolo que es don Quijote.
Ya desde el capítulo primero estas oposiciones se hacen evidentes en la relación que el hidalgo tiene con su entorno. Primero lo asalta la idea de dar fin a aquellos inacabados lances de caballeros andantes, pero raudamente decide cambiar su objetivo y se dispone a correr aventuras como antes lo hicieran los héroes que desfilaban por las novelas. De esta manera Alonso Quijano elige la acción y la espada en lugar de la pasividad y la pluma; quiere cambiar a un mundo que se halla edificado sobre la base de la mentira y el engaño. Su proyecto es muy noble, pero parecerá desbordar en todo momento en medio de la ingenuidad, candidez y estulticia de este pobre soñador de la Mancha; y decimos esto porque los mayores proyectos de los idealistas han de chocar siempre contra la masa férrea de un universo real que se resiste a aceptar a quien desea cambiarlo. Y todos nosotros —quien redacta estas líneas, el lector que las revisa cuidadosamente, el comerciante que las ignora— todos nos hallamos integrados a ese mundo en donde no parece tener un lugar aquel que desea modificarlo. Sabemos además que la injusticia prevalece cuando vemos el hambre de los huérfanos y el desamparo de las viudas; lo sabemos, pero no hacemos nada útil para modificarlo.
(Continua siguiente página – link más abajo)