Literatura Cronopio

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Todo lo dicho hasta aquí implica y conlleva una valoración desde las tiendas de la adusta realidad a la cual pertenecemos, al menos la gran mayoría de nosotros. Si nos ubicamos en el territorio de lo ideal posiblemente siguiéramos viendo al loco entusiasta, pero tendríamos la obligación de mirar también a un individuo que fabrica su propio universo para tratar de ser feliz; para darle a este mundo su enorme generosidad a través de la cual intentará salvar al desposeído.

Al igual que sucede en las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús —Sermón de la montaña—(Biblia, San Mateo: Versículo 1–5), aquí lo que realmente importa es querer hacerlo, no necesariamente lograrlo con toda eficacia; se trata por lo tanto de que si se alcanza o no con hechos plausibles es lo de menos. Porque eran —por ejemplo— bienaventurados «los que sentían hambre y sed de justicia», es decir los que anhelaban este bien para la humanidad y no imprescindiblemente quienes lo conseguían en los hechos. Y quizás en esto consiste el cristianismo renovado de nuestro personaje que refleja al cristianismo de la Contrarreforma del propio Cervantes, quien ha decidido dejar atrás los esquemas arcaicos de la conocida iglesia romana.

C. Cuatro días tarda en imaginarse qué nombre le pondría a su caballo, y esto demuestra el empeño que el hidalgo pone en todo; desea que las cosas salgan perfectamente adecuadas a lo que él prefigura para ellas; desdeña la improvisación y se entrega con esmero a aquello que quiere lograr.

El narrador expresa como conclusión para la búsqueda nominal del hombre de la Mancha: «Y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar “Rocinante”, nombre a su parecer, alto, sonoro y significativo» (32).

Quien cuenta conoce el idioma, de hecho, lo está fijando para dar como resultado la lengua que Cervantes nos legó; por eso se mueve en el marco de un estilo elaborado también, al igual que lo era la pormenorizada búsqueda de su personaje.

Observamos cómo recurre a tres grupos de tres vocablos cada uno:

«formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer […]

(nombre) alto, sonoro y significativo.»

Los dos primeros están constituidos por verbos conjugados en pretérito y transmiten la noción aspectual que refiere a aquello que ya se ha alcanzado después de muchos trabajos.

El tercero aparece conformado por tres adjetivos que modifican —califican— a «Rocinante», desde una triple perspectiva en donde la semántica del nombre es trascendente.

Además, los tres períodos sintácticos integran un paralelismo sintético [10] (Kayser, 1961:157, 160,343, 349, 418, 424), en donde la relación que prevalece es de condición organizativa, que le autoriza al narrador a evolucionar desde las nociones que los verbos traslucen hasta los calificativos que los adjetivos ofrecen.

A su vez, esto en lo formal, los primeros términos de cada conjunto aparecen unidos asindéticamente [11] (Quintana, 2005: 120) entre ellos y con el resto del conjunto; y los tres últimos se juntan y se interrelacionan mediante el polisíndeton [12] (Quintana, 2005: 119).

En fin, son factores estructurales que realzan el decir cervantino.

Retornamos al planteamiento central para continuar con el comentario de aquellos elementos que alcanzaban representatividad en la relación existente entre mundo real y universo ideal.

3. ALONSO QUIJANO

Se tarda otros ocho días en imaginar su nombre, con lo cual duplica el plazo dedicado en búsqueda semejante para su caballo. «Don Quijote» será su apelativo; el narrador interviene para adelantar una probable explicación de este sustantivo propio al hacer referencia al nombre presumible del hidalgo: «Quijada» y no «Quesada». No obstante, en el último capítulo de la obra el propio personaje se autodenomina Alonso Quijano, con lo cual introduce otra modificación contextual.

Dice al respecto Juan Bautista Avalle:

Declarar el lugar de nacimiento y el nombre del héroe eran requisitos indispensables del relato folclórico, y desde luego que constituyen un sine qua non de cualquier relato biográfico, histórico o fingido. Cervantes se vuelve voluntariosamente de espaldas a toda esa tradición, y establece una nueva fórmula para la biografía novelesca que ha tenido un triunfo fenomenal, al punto que con la publicación del Quijote de la Mancha nace la novela. (2005: 57).

De esta forma, la necesidad lúdica de «inventar» sobre la supuesta base de una certificación basada en supuestos autores, lleva al narrador a definir a este nombre como derivación de los apelativos ya mencionados.

Pero podemos leer en la edición crítica de la Real Academia Española lo siguiente:

El nombre del protagonista es el de una pieza de la armadura, el quijote (nunca mencionado en la novela), que cubría el muslo; por otro lado, recuerda al Lanzarote de las novelas artúricas y se sirve de una terminación que en español suele limitarse a términos ridículos o jocosos. […] Así, don Quijote sonaba en la época como una distorsión cómica del ideal caballeresco (Cervantes, 2004: 32).

Al mismo tiempo, escribe «don» antes del nombre, con lo cual se hace alusión —nuevamente con alcance picaresco— a un grado de nobleza que por supuesto ni el hidalgo ni el recién nacido don Quijote poseían.

También dirá «de la Mancha» y la justificación de tal agregado la vuelve a dar el narrador cuando afirma:

Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy vivo a su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre de ella. (32).

La intertextualidad continúa vigente en todo el desarrollo de la novela: quien narra los acontecimientos se apoya en elementos que ha tomado de sus lecturas para justificar las desenfrenadas enajenaciones a las que se entregará el personaje. Conviene precisar también la importancia que posee Amadís de Gaula para este lector incansable de novelas de caballería y, experto en ellas, por consiguiente, como lo señalábamos anteriormente. En este momento Amadís constituye el centro de referencia, el factor más importante que da vida y movimiento al mundo nuevo que nace en el interior del hidalgo; precisamente cuando en el capítulo final reniegue de sus locuras dirá que es enemigo de Amadís de Gaula y de toda la caterva de su linaje, manifestándose así en abierta oposición con lo que ha de ser «su pasado».

El carácter imitativo ha llevado al personaje a emular a los relatos de caballeros andantes, dejando de lado que los héroes de la historia también ejecutaban grandes hazañas: Rodrigo Díaz de Vivar, Alejandro de Macedonia, por mencionar a los dos destacados representantes del ideal antiguo que ya habían sido mencionados por don Quijote en este capítulo.
(Continua siguiente página – link más abajo)

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