Podremos ver a este hidalgo de ilusiones mayores prepararse para la ardua empresa. Son varios los pasos que dará a los efectos de ordenar cuerpo y alma y llevar a cabo la difícil tarea que le aguarda: la limpieza y acondicionamiento de armas que habían sido olvidadas por el tiempo implacable; su rocín flaco; su propio nombre; el hallazgo de Dulcinea del Toboso. Y todo esto hecho con plena conciencia de su situación en el mundo, y dando su lugar a los abiertos contrastes que bien pueden resumirse de la manera que sigue:
Mundo real Universo ideal
- Armas viejas, llenas de moho y orín. 1. Armas «blancas»
- Rocín flaco y desgarbado. 2. Rocinante.
- Alonso Quijano 3. Don Quijote de la Mancha.
- Aldonza Lorenzo. 4. Dulcinea del Toboso.
El hidalgo ha cambiado de esta forma no sólo los elementos que le pueden resultar «útiles» para la nueva empresa, sino también su mentalidad del pasado. Ayer era un hombre retraído y tranquilo; en el futuro será alguien comprometido con la gran causa de la vida y bastante violento como lógica consecuencia, al tener que arrancarle al mundo aquello que espontáneamente no quería darle.
A continuación, nos detendremos en la explicación de cada uno de los elementos que componen el esquema anterior. Vayamos por partes.
1. LAS ARMAS
Alonso Quijano —lo sabemos por los datos que inicialmente nos proporciona el narrador— es un individuo de escasos recursos económicos, y por esto es mejor acondicionar y limpiar los artefactos bélicos de sus antepasados, que adquirir nuevas armas. Éstas lo han de acompañar —mientras duren— en sus alocadas aventuras; y el mundo podrá ver en ellas la industria de un loco, y observará —como lo hacemos nosotros— la enorme diferencia que existe entre armas modificadas, adaptadas, y armas denominadas «blancas», es decir, vírgenes y nuevas en manos del también novel caballero, quien comenzaría a grabar en ellas las hazañas del futuro. El narrador adelanta, de esta manera, leitmotiv [5] o constantes textuales que iremos descubriendo tanto sea en el comportamiento del hidalgo, como en el desarrollo del estilo de la novela. Don Quijote ha de funcionar como un demiurgo que transforma —a su antojo y conveniencia— todo lo que ve y toca. Probablemente haya mirado más de una vez a esas armas olvidadas en un rincón de la casa y, presumiblemente tal vez, no vio en ellas el objeto útil que hoy representan; y esto sucede porque los momentos que corren imponen diferentes necesidades; estos tiempos han cambiado notablemente y, en el presente, los requerimientos son de otra naturaleza.
2. ROCÍN FLACO
La transmutación de aquel acabado rocín flaco en Rocinante es digna de analizarse por las circunstancias que conlleva. Asistimos de esta forma a la preocupación nominal [6] del personaje, la cual es notable no sólo en el caso de su caballo, sino también en el suyo propio y en el de su amada ilusoria. Cuando damos nombre a los objetos o seres queridos, de alguna manera los volvemos algo propio, los incorporamos a nuestro mundo. «Nombrar» significa así identificarnos con aquello que nombramos. Es raro que su viejo rocín no tuviera nombre, o si lo tenía no importaba. Ahora se denominará «Rocinante»; el narrador es el encargado de explicar el porqué de este apelativo: «Nombre a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero que todos los rocines del mundo» (32). Nos hallamos así ante un nombre propio connotativo a diferencia del carácter y condición denotativa que frecuentemente los sustantivos adoptan con todas las reservas del caso (Cfr. Quintana, 2005). Es así que este apelativo refiere a un pasado —rocín antes— y a un presente —antes y primero que todos los rocines del mundo— y se vuelve un nombre parlante al que la antigua literatura griega —entre otras— nos tenía acostumbrados [7].
Es necesario hacer constar también tres factores que están incluidos en este momento dedicado a su valeroso caballo: el rocín acabado por los años; la utilización de un latinismo y el tiempo que tarda en hallar el nombre de Rocinante. Veamos uno por uno estos elementos.
A. La observación del caballo corre por cuenta del narrador quien —ya lo habíamos adelantado— contrasta con su personaje y ve a un rocín terminado por los años que «tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela» (31). El encargado de contar los hechos juega con el vocabulario y recurre para ello a la dilogía [8] que el término cuartos autoriza, ya sea con el significado de «enfermedad de las caballerizas» o con el de «moneda de poco valor».
Simultáneamente hace uso de un intertexto a través del cual cita al conocido bufón —Gonela— quien era dueño de un caballo semejante o, peor aún, de un animal que inclusive, acabado y defectuoso, no lo era tanto como Rocinante. De esta manera el narrador se burla e ironiza en torno al tema del equino observado.
B. Recurre a un latinismo —que tantum pellis et ossa fuit— [9] para reforzar el efecto cómico, y arremete de nuevo con su ironía al decir que el personaje consideraba a Rocinante muy superior al Bucéfalo de Alejandro y a Babieca, el del Cid. En el marco de la intertextualidad continúa señalándose la notable diferencia que existe entre la ficción y la historia; aludimos a la ficción que anida en la cabeza del personaje quien no ve lo que un ser de los denominados «normales» ve, sino que disfraza la realidad para conseguir así la satisfacción individual requerida. Estos dos grandes hombres de la historia —quizás más grande y más real Alejandro Magno— tuvieron sendos caballos que rubricaron las hazañas llevadas a cabo por ellos; y a modo de ridículo parámetro el narrador autoriza a su personaje la comparación aludida. Como testigos de las aventuras del hidalgo podremos comprobar que la diferencia no sólo es notable, sino que también deja constancia de la locura de este hombre que, incapaz de distinguir lo fundamental de lo accesorio, se atreve a sentirse modelo y espejo de caballerías incomparables. Y, peor aún, cuando comprende su «error» será demasiado tarde para cambiar.
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