Vidas de artistos

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EL TRÁGICO TRIUNFO DE S. S. VAN DINE

Por Gustavo Arango*

Los lectores de novelas de detectives son legión. Basta mencionar el tema para que empiecen a hacer memoria de autores y personajes: Conan Doyle y su Sherlock Holmes, Agatha Christie y su Hércules Poirot. Si la fiebre por el tema es elevada, entrarán en controversia sobre el origen del género. Unos dirán que empezó con Edgar Allan Poe y sus crímenes de la calle Morgue; otros, que con la ya milenaria pesquisa de Edipo para concluir que él mismo era el asesino de su padre.

Con el tiempo, los relatos policiales fueron recibiendo un lugar en el Olimpo de la alta literatura. Nadie discutía la calidad de la obra de Hammett o Simenon, y autores como Borges y Chesterton elogiaron las virtudes del género como alegoría de las preguntas esenciales del hombre. Pero no siempre había sido así. En sus comienzos, las novelas de detectives eran consideradas un género inferior, algo así como la zona de tolerancia de la literatura.

Uno de los que pensaban de ese modo fue Willard Huntington Wright, un intelectual brillante que se asomó al panorama literario de los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo veinte. Wright había nacido en Charlottesville, Virginia, el 15 de octubre de 1888, en el seno de una familia errabunda. Creció en California, tuvo un paso fugaz y fallido por la Universidad de Harvard y, antes de los treinta años, había ocupado importantes posiciones como editor en Los Angeles Times y The Smart Set, la revista de Nueva York que le abrió las puertas a la modernidad literaria que venía de Europa.

Willard se dio a conocer como un crítico implacable, en especial de aquellas manifestaciones del arte que le parecían concesiones al gusto fácil, o inspiradas por el ánimo de lucro. Fue autor de textos fundamentales sobre literatura e historia del arte. Su gestión como editor permitió que los lectores de los Estados Unidos conocieran a autores como Joseph Conrad y D. H. Lawrence. Pero tenía un carácter lleno de fisuras. Dedicó buena parte de su vida a lastimar a quienes lo querían: a sus padres, a su esposa y su a hija (las dejó abandonadas en California) y a sus amigos y benefactores. Abundan las anécdotas que reflejan su racismo y su misoginia. Su corta vida estuvo marcada por el fantasma de las adicciones.

Dos momentos críticos marcaron el rumbo de su vida como escritor. En 1916, buscando recuperarse de sus adicciones, Willard se refugió durante unos meses en Oneonta, New York, en casa de unas tías paternas. Allí escribió su primera novela, Un hombre promisorio, un oscuro clásico que cien años después de publicado sigue sin encontrar la valoración que se merece. Diez años después, tras una recaída, y obligado a no esforzarse demasiado, Wright volvió a Oneonta y se dedicó a leer novelas de detectives. De esa convalecencia nacería su serie de novelas protagonizadas por el detective Philo Vance, que —en parte por vergüenza— firmaría con el seudónimo de S. S. Van Dine.

Las novelas de Van Dine tuvieron un éxito extraordinario. Su detective gozaba del bagaje intelectual de su creador y tenía una especie de cinismo que no dejaba de ser atractivo: prefería ayudar a los criminales a suicidarse, en lugar de entregarlos a la policía. El auge del cine ayudó a que las historias de Philo Vance fueran los best sellers de la primera mitad del siglo XX. En cuestión de semanas, Wright pasó de ser un hombre ahogado por las deudas a no saber qué hacer con su dinero. Se hizo amante de una joven que consideró más apropiada que su esposa, para su nuevo estatus de celebridad. Mientras el país caía en las miserias de la Gran Depresión, Wright invertía sus regalías en la compra de peces exóticos o en la crianza de perros de exposición. A pesar de que se propuso escribir solo seis novelas de Philo Vance, al final se vio convertido en un galeote de la industria del entretenimiento.

Su costoso estilo de vida lo llevó a hacer toda clase de concesiones. Además de entregarse a una escritura frenética, que no le hacía bien a su quebrantada salud, Wright debía cumplir numerosos compromisos comerciales. Sus últimas apariciones públicas las hizo posando para anuncios de tostadoras eléctricas y de bebidas alcohólicas. Murió el 11 de abril de 1939. Tenía cincuenta años. Los reportes hablan de un infarto, pero quizá sea más preciso decir que lo mató la pena moral, por el éxito que tuvieron sus novelas de detectives.

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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena. Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).

 

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