Anemoscopio Cronopio

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EN TORNO A LA NOVELA HISTÓRICA DE TEMA MEDIEVAL

Por John Jaime Estrada*

Cuando leemos la literatura medieval, nos inquieta el valor semántico de aquella imaginación. El predominio poético verbal genera múltiples interpretaciones desde el aquí y el ahora; de allí que haya recaído particularmente en los filólogos, el manejo de las ediciones críticas.

En lo tocante a ese largo periodo que solemos llamar «la Edad Media», los más estudiosos no han logrado todavía precisarla y un componente básico de la disputa está en la posición que se tenga frente al Renacimiento, esto es, ¿se trató del final de la Edad Media o fue un periodo que la dejó atrás? Por esta razón, la cronología exacta importa cada vez menos e interesa más el análisis de las producciones en el tejido intertextual.

Así como subsiste aquella polémica, un segundo componente entra en juego: el carácter narrativo con el que se ha escrito la historia, la medieval, en particular. De tal manera que las tramas narrativas no se puedan considerar una particularidad de la literatura, ya que las encontramos en el contenido escrito de la historia. No resulta extraño que en la historiografía se ocupen y reconozcan grupos sociales, naciones, sectores de la vida intelectual y de la cultura religiosa; constituyendo una variedad de imaginarios colectivos. También la historia ha sido narrada, dejando todavía más abierto un amplio margen que en sus falencias, ha venido nutriendo la novela histórica en general y en los últimos 30 años, la de tema medieval, en particular.

El panorama actual se plantea de la siguiente manera: por una parte, aparece la historia escrita por los historiadores de profesión, académica y si se quiere, hasta canónica y escolar. Por la otra, la historia de las novelas en las que actúan los seres humanos que se enamoran (no hay novela de tema medieval sin enamoramiento) sufren, gozan, ríen y lloran. Indudablemente, entre las dos hay un vínculo narrativo, como también datos históricos reales. Estas producciones, apoyadas en las posibilidades polifónicas de la novela, siguen despertando más y más interés, ganando un segmento de lectores que generalmente tiene capacidad adquisitiva y muy poca formación para abordar estos temas. En ello reside el fenómeno editorial que ha prosperado en los últimos años. Como resultado de esta empresa, la trama histórica se ha verbalizado hasta en las publicaciones más insulsas y ha llegado a la fluorescencia televisiva, las salas de cine y las producciones para ser vistas por el Internet. Que se ignore qué fue la Edad Media, es algo que alabamos, es más, mientras más la estudiamos, más aumenta el campo de lo que ignoramos; ignorar, es una condición antinómica, tal cual lo formuló Kant: «ni siquiera podemos saber qué es lo que ignoramos».

La historia misma no se sustrae a estos avatares y es por ello que el juicio de los historiadores entra en juego en la determinación de algunos relatos frente a los cuales, por ejemplo, se carece de fuentes o estas han sido corruptas, como las crónicas, desplazadas, modificadas y hasta falsificadas. Tal es el caso de la historia medieval y por ello la literatura encuentra en esas falencias su objeto literario. Más aún, la novela histórica y la historia comparten la llamada «noción de continuidad» lo que les concede el poder de ordenar temporalmente los hechos, como afirma Paul Ricoeur: «el tiempo llega a ser humano hasta tal punto que es articulado de modo narrativo y la narrativa alcanza su significado más profundo cuando llega a ser la condición de la existencia temporal».

El siglo XIX vivió la grandeza de la historia y también contempló su miseria. Desde la crítica analítica que vio en ella una «sumatoria de partes», obligadas a la posibilidad de una síntesis; pasando por Marx que vio en ella la expresión de la dialéctica de la naturaleza, hasta llegar a Schopenhauer y Nietzsche que desvirtuaron su carácter de verdad y de ahí todos sus descendientes, incluyendo a Heidegger que fue quien escribió la primera recensión de Nietzsche, extensa y académica; logrando el ingreso del filósofo del «eterno retorno» a la universidad alemana. Pero el siglo XX y el XXI han visto el final de la historia hasta llegar hoy a quitarle todo su carácter de ciencia y denegarla, tal cual como aparece, a manera de epitafio, en el título de un libro: Adiós historia, adiós.

Hay quien comparte el fin de la historia, no obstante, la escuela de los Anales intentó hacer una historia no narrativa, apoyada en pequeños eventos, analizando su estructura social y haciendo caso omiso de revivir acontecimientos que implicaran «contar cuentos». Con ello quisieron deslindarse del hilo narrativo para hacer una historia explicativa de procedimientos y organizaciones sociales sin caer en la trampa de la ficción narrativa. Por tanto, se trató de ganar un estatuto epistemológico nuevo para la historia y al hacer «análisis de la coyuntura», tuvo el éxito que todos le han reconocido.

En otra dirección, Hayden White retomó el sentido poético de la historia como texto literario. En sus análisis de filósofos de la historia e historiadores del siglo XIX, encontró que tanto en sus procederes explicativos cuanto en la atención que le prestaron a ciertos eventos, habían ido demasiado lejos. En su estudio del siglo XIX, detectó tres retículas narrativas: los criterios ideológicos, las figuras retóricas empleadas en los textos y las fuentes en que se apoyaron. En resumidas cuentas, Hayden White acercó más la historia a la ficción; centró su análisis en las estrategias retóricas de los escritos históricos ya que con ellas se borraban los estrechos márgenes entre historia y ficción.

Por cierto, epistemología y metodología de la historia, desde el punto de vista de la «teoría de la recepción,» dejan a un lado el mito del uso y el abuso de la historia. En verdad, su tarea fue proponer que las omisiones, las sutilezas en manejo del lenguaje, los sesgos ideológicos y los prejuicios, hacen parte de la vida misma; por lo tanto, deben ser debatidas, pero en un proceso en el que se tenga en cuenta que todos los seres humanos hemos sido moldeados ideológicamente por narrativas. En resumidas cuentas, quienes escriben la historia han sido también los receptores de las narrativas que los «deformaron» y lo que se impone es una crítica de las ideologías en las diferentes recepciones.

Hemos trazado este recorrido para hacer referencia a dos extensas novelas de tema medieval: Un elefante para Carlomagno de Dirk Husemann y El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid. Tal como lo afirma Borges: «En libros no muy breves, el argumento no puede ser más que un pretexto, o un punto de partida». Nada más apropiado para comprender la simpleza argumental de estas dos novelas. Como lo que viene de Borges, el 1 de junio del año 1977, vale la pena tener en cuenta que pronunció una conferencia en el teatro Coliseo de Buenos Aires sobre Las mil y una noches. Tal como la leemos en su libro Siete noches, cuenta en un párrafo la historia que 38 años más tarde Dirk Husemann convirtió en novela.

La primera de ellas, El mozárabe, situada en el siglo X y Un elefante… en el IX. Ambas comparten elementos comunes en su topografía, la presencia sarracena, la vida eclesiástica y el mundo del bandolerismo medieval. Asimismo, ambos autores utilizan el aparato paratextual para darle soporte histórico a la obra. De allí que las particularidades de cada novela se apoyan en fuentes que se pueden corroborar. Se trata de literatura y por lo tanto, retomamos a Bourdieu: «la literatura puede tratar todos los temas posibles, aún los más serios, sin dejar de ser literatura». ¿De qué manera plantearse la lectura de estas extensas novelas históricas? En primer lugar, valorando dos perspectivas que están muy bien narradas: la geografía cultural de la Europa central en la obra de Husemann y la de la Europa del occidente ibérico en la de Sánchez. En segundo lugar, permitiéndose comparar la formación social y política de los llamados reinos cristianos; de un lado, desde la itinerante perspectiva carolingia; del otro, frente a lo que fue la conformación fija del Califato de Córdoba, comparándola con la conflictiva genealogía de los llamados reinos cristianos del norte, en la península ibérica.

En verdad, ambas novelas nos sitúan en la vida cotidiana, en los gustos culinarios, el vestido, las diversiones, las desigualdades sociales, el comercio de esclavos y lo más importante: la actividad intelectual. En este aspecto podemos sopesar lo que los historiadores han llamado erróneamente «el renacimiento carolingio», un modelo organizacional que permitió la formación de los primeros scriptorium monásticos y los dotó de bibliotecas que dieron pábulo a las escuelas monásticas y con ellas las exégesis de la página sacra que lograron la amplia difusión de los textos sapienciales.

En otra dirección, la formación del centro cultural de Medina Azahara, también su biblioteca, la que permitió el trabajo de traducción de textos de filosofía y literatura, los que posteriormente dejaron su impronta en toda «la cultura de élite» medieval. Además, la ficción narrativa de la convivencia de los cristianos, musulmanes y judíos con derecho a celebrar sus cultos; dos estilos diferentes de hacer cultura: el Carolingio apoyado en la institución del monacato; el islámico, en grupos interculturales y multilingüísticos, vinculados al poder omnímodo califal. Asimismo, la poligamia, el harén (haram, prohibido) que solía caracterizar los centros de poder musulmán y que alcanzó su cenit con los otomanos en el palacio Topkapi.

Así que en el año 802, el califa de Bagdad, a través de Isaac de Colonia, embajador de Carlomagno, le envía a este de regalo un reloj mecánico y nada menos que un elefante. La travesía de ese exótico paquidermo desde el puerto de salida en Bagdad hasta Aquisgrán, así como sus pormenores, constituye la historia contada. El solo hecho de imaginar el paso del elefante desde que desembarca en el Mediterráneo hasta las tierras alpinas, en dirección al «áspero norte», justifica las 460 páginas llenas de aventuras. Los pormenores de esa, literalmente, paquidérmica jornada, abundan en el horror que produce la presencia de sarracenos en las poblaciones y monasterios cristianos. De igual manera, el maltrato que padecieron los esclavos llamados «paganos», en la obra serán los sajones. Del mismo tenor, la recurrencia del autor a la llamada furta sacra; frecuente en los episodios de la obra y que le da un aire verificable. Tal como lo sintetizó en un estudio, el historiador de la iglesia, Robert Brentano: «toda la Jerusalén que había tocado Jesús, sus discípulos o María, fue llevada a Roma para la venta».

En el campo de la historia, el enfrentamiento de Abderramán III con el califa de Bagdad lleva a constituir el califato de Córdoba; casualmente, la trama conjetural de ambas novelas comienza en Bagdad. Por cierto, las narraciones aducen un tema inexcusable desde el medioevo hasta el siglo XX con los otomanos: la presencia musulmana en la geografía europea y el ocaso de los Habsburgo. Pero habría mucho que decir si recordamos la ignominia del gobierno serbio a finales del siglo XX.

Sánchez Adalid se sitúa en el año 954, poco antes de que un chico de 16 años, noble romano, aficionado al negocio de los caballos, fuera obispo de Roma y salvado para la historia como Juan XII. Por aquel entonces, Abderramán III, por la fuerza de la espada y derrotando al califa omeya de Bagdad, instaura el califato de Córdoba. Desde allí se trazan dos historias paralelas: de un lado, un joven inteligente, musulmán, guapo, religiosamente moderado y por lo tanto, amante del vino, Abuámir. Inimaginable que un personaje así, con el paso de los años cambiaría su nombre por el de Almansur y con ello la leyenda del otro «azote de los cristianos», el terrible tirano que, contando con nobles y barones cristianos en sus bandadas, arrasó ciudades, espolió iglesias, monasterios y de paso se llevó como trofeo de guerra las dos campanas del templo de Santiago de Compostela, el símbolo del enemigo de los moros.

Otro joven es Agnab, quien llegó ser el obispo de Córdoba; experto copista y versado en filosofía y teología. Hecho cautivo, primero por vikingos, recorre el Mar del Norte hasta la península de Jutlandia, donde es liberado por los monjes. Entabla relación con el obispo y dados sus conocimientos de griego y su amplia cultura, es comisionado por el emperador Otón I, para entrevistarse con el Basileus Romano II y proponerle el matrimonio de su hija Ana con el hijo del emperador y conseguir la unificación del imperio de oriente y occidente. Además de toparse con grandes intelectuales como Luitprando de Cremona y Geberto de Aurillac (El futuro Papa Silvestre del año 1000). En contravía de sus ejecutorias, es secuestrado de nuevo, esta vez por sarracenos, justo cuando después de muchos años, por fin, regresaba a su Córdoba. Tal es el mozárabe que le da título a la novela.

El peso de la ficción las convierte en literatura, los deseos de paz y de guerra serán siempre una constante en un mundo en el que sólo existía el poder del más fuerte. Por eso, en distintos episodios, musulmanes y cristianos unidos, pelearán contra grupos de asaltantes que merodeaban todos los caminos. De igual manera, los nobles leoneses y castellanos estarán peleando al lado de Almansur cuando era de su conveniencia. Como decíamos al comienzo, siguiendo a Borges, la trama conjetural es muy simple, acaso lo importante sea aquello que queda después de que todo se ha olvidado.

A manera de conclusión, cito las primeras líneas de un libro reciente: «Un rey se sienta a horcajadas sobre su caballo negro brillante y espera. Sus ropas de terciopelo negro caen suavemente y se mecen con la brisa fría de comienzos de enero; su caballo golpea impacientemente con sus cascos, el barro. Su rostro barbado esconde su pena, aunque su apariencia es digna…» Drayson, Elizabeth. The Moor’s last Stand. (Traducción nuestra). ¿Se tratará de un estudio histórico, o será otra novela de tema medieval?

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* John Jaime Estrada. Nacido en Medellín, Colombia. Graduado en filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá. Estudios de teología y literatura en la misma universidad. Maestría en literatura en The Graduate Center (CUNY). PhD. en literatura en la misma institución. Actualmente assistant professor de español y literatura en Medgar Evers College y Hunter College (CUNY). Miembro del comité de la revista Hybrido e investigador de filosofía y literatura medieval. Su disertación doctoral abordó el periodo histórico de las relaciones entre el Islam, judaísmo y cristianismo en Castilla durante los siglos XI–XIV. Investigador personal de tales interrelaciones a través de la literatura medieval castellana, en particular en la obra el «Libro de buen amor».

 

1 COMENTARIO

  1. Excelente escrito profesor Estrada. Un honor tenerlo como miembro honorario de nuestro CESCLAM Centro de estudios Clásicos y Medievales Gonzalo Soto Posada

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