ENSAYO FOTOGRÁFICO SOBRE UN MERCADO CAMPESINO EN OXNARD, CALIFORNIA, USA.
Por Gloria Nivia Ramírez-Oliveri*
PISTAS PARA UNA NUEVA VERSIÓN DE LO COTIDIANO, TRAS LA PANDEMIA.
En su intento por volver a la normalidad, a causa del confinamiento obligatorio causado por el COVID -19, no sólo en California, Estados Unidos, los habitantes del planeta, están comprobando que los efectos colaterales de la pandemia, están afectando de manera insospechada, no solo las interacciones humanas, sino también las tradiciones y costumbres de individuos y comunidades.
El tradicional mercado campesino de Channel Islands, en Oxnard, California, fue el escenario para demostrar que lo que viene para las actuales y futuras generaciones, no se parece mucho a lo de antes. Al relacionar lo cotidiano con la historia, el filósofo y sociólogo Francés, Henri Lefebvre, sostiene que lo micro hay que verlo desde la totalidad.
Cuatro horas del pasado domingo 17 de mayo, revelaron lo «micro» de una actividad comunitaria cualquiera en la costa oeste de los Estados Unidos. Lo que allí ocurrió se podría describir como un ceremonial insólito, mudo y prosaico. Lo que locales y visitantes descubrieron resultaba difícil de creer: personas caminando y disfrazadas como para una comedia de terror. Las máscaras añadieron fealdad y mal gusto a los visitantes. Los perros, que también recorrieron el lugar, no ladraron. Las señas reemplazaron las palabras y hasta los niños acallaron sus voces ante la incomodidad generada por los tapabocas y accesorios de seguridad.
Un silencio raro como que se desplazó con el viento; el que por alguna razón, tampoco se comportó de manera usual. Es decir, moviendo las hojas de los árboles, el cabello largo de las jovencitas, impulsando las velas de los yates y hasta silbando al oído de los niños en sus bicicletas y monopatines. Este lugar y sus asistentes, por un momento recordaron las disparatadas e irracionales tramas del teatro del absurdo. Sin secuencia dramática, personas y objetos se unieron para comunicar, desde el silencio y la observación, el nuevo mundo que el Coronavirus comienza a develar.
Nuevas prendas, accesorios y atavíos complementan la moda. Mascaras del horror, añaden dramatismo. Señales, avisos, barreras, productos de limpieza y centinelas del orden, se suman a los protocolos a seguir. El pasado domingo, gente afanada, disfrazada, coordinada, fue la que se atrevió a salir a comprar y a disfrutar del sol, después de que el gobierno estatal autorizara la apertura controlada de espacios públicos. Como algo inusual, las familias, pescadores, granjeros, artesanos, panaderos, jardineros… ya no se reconocieron como miembros de la misma comunidad. La situación de salud pública y la nueva indumentaria, convirtieron a todos en perfectos extraños. El silencio reinante también acalló y ocultó las sonrisas. Ciertamente, la dinámica de encuentro comunitario, de intercambio comercial y de entretenimiento familiar, dista mucho de lo que era.
Más allá de las muertes causadas y del impacto en la economía global, todavía no ha habido tiempo para analizar la verdadera repercusión que este virus letal está causando en la cotidianidad de las personas.
Federico Medina Cano, académico, autor e investigador en temas de semiología de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia, aporta al respecto en una conversación personal: «La vida cotidiana cambió. No sólo los espacios cambiaron, la relación con los objetos se modificó. No podemos circular con libertad. La soltura se perdió. De todo se sospecha y entre los objetos y la mano siempre hay un mediador. El olfato está inhabilitado. Solo nos queda la visión, contemplar los objetos a la distancia. Ahora si funciona aquello de ver y no tocar. A esto se le suma la implementación neurótica de la “distancia social”».
Es así como después de más de dos meses de confinamiento, del cierre de escuelas, universidades, playas, restaurantes, bares, discotecas y de la prohibición de eventos masivos —entre muchas otras restricciones—, los estadounidenses empiezan a improvisar acerca de la manera como enfrentarán el presente y el futuro.
Dos conclusiones quedan claras hasta ahora. La primera es que una nueva versión de lo cotidiano empieza a surgir tras la pandemia del COVID-19 en el año 2020. La segunda, tiene que ver con la vigencia del pensamiento del sociólogo y filósofo francés Henri Lefebvre, cuando afirma: «La trama de un día engloba la del mundo y la de la sociedad».
Las imágenes de este ensayo fotográfico se refieren a esto. Es decir, a los cambios que empiezan a ser visibles en todas las esferas de la vida.
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* Gloria Nivia Ramírez Oliveri, es Comunicadora Social – Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (1991), con un máster en Liberal Arts – Spanish en California State University Northridge, CSUN. Inició su carrera como reportera gráfica del periódico El Colombiano (1989), al registrar una de las décadas más difíciles de la historia reciente de Colombia. Sus fotografías se han publicado en diferentes medios periodísticos de Colombia y el exterior. La docencia y la investigación también hacen parte de su trayectoria profesional. Su tesis de grado (1991), Vigencia de la fotografía documental en la prensa escrita: Tras las huellas de Henri Cartier-Bresson en el contexto de Melitón Rodríguez, le abrió las puertas de la prestigiosa agencia de fotografía Magnum de París, de la que fue pasante en el año 1993. Es miembro de «Pacific Ancient and Modern Language Association», «PAMLA» y ha sido ponente de conferencias académicas en diferentes universidades de los Estados Unidos, país de residencia. Colabora con el equipo de investigación del programa de Periodismo en español de CSUN. Es editora auxiliar de esta revista y reportera «free lance».
Me gusto mucho, en especial la introducción antropológica del asunto.
En días pasados sostuve una conversación con un amigo antropólogo. Cuando le pregunté cómo estaba llevando la cuarentena me respondió: «bien, estamos redefiniéndonos, estamos construyendo cotidianidad en torno al fenómeno».
El texto me recordó mucho aquella conversación respecto a la cotidianidad. Además, que realmente las personas (en las fotos) se ven súper acartonadas; en algunas hasta se podría decir que se ven militarizadas.
Se vuelve compleja esa construcción desde el lente, teniendo una panorámica tan distante de lo conocido, de actores tan sujetos a la realidad que se vuelve un marco repetido, dadas las circunstancias.
Enhorabuena por la escritora, la fotógrafa y la persona. Tremendas sensaciones!