Escritora del Mes Cronopio

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ÉRASE QUE ERA

Por Albalucía Ángel*

Ilustraciones de Sara Serna Loaiza*

«El que se fía de una mujer
se fía de los ladrones»
(Hesíodo)

Virginia Woolf admiraba en la escritura «ese salvaje fogonazo de la imaginación, ese estallido fulgurante de genio en pleno centro que deja los escritos defectuosos e imperfectos, pero tachonados de poesía».[1]

Y en esos campos Virginia era maestra. Esgrimía su palabra cual florete en ristre y el chispero brotaba desde sus páginas enérgicas. Brotaba la poesía. De la mano de la lucidez y de la sensibilidad, profundamente selectiva y refinada, venía la ironía y ese sentido tan inglés del humor. Esplendentes y duros, como una espada toledana.

La imaginación en nuestro Continente, la imaginería de la palabra, la transformación malabarística que galvaniza los lenguajes, las hablas, esa que los descuaja, destierra, desencadena, ensortija y embruja como si fueran pequeños círculos flotantes: vorágines venidas de los mares del sur que ahora nos hablan como ventarrones tropicales. A tarascazos. A la manera fulgurada de los iluminados o como las corrientes que reflejan la muerte de mil formas: las siembras, las fugas, el levantar ciudades y el destruir los pueblos en guerras de mil días o de cien años, o de siempre: esa imaginería de la palabra, les decía, es la dueña y señora.

La palabra escoge, esgrime riendas cual alevoso auriga, no conoce el silencio, no escarmienta. La palabra es amiga y enemiga. Cazurrienta y melindrosa. Se emperifolla de raso y se empingorota con arrebol en los cachetes. Casi dirían los que «saben» que la palabra es hembra. Tan mentirosa es. Tan exagerada. Tan sandunguera y dura. Tan zorra. Tan vaga y tránsfuga y agorera, con su aire levantisco cuando quiere acabarlo todo, de un plumazo.

La palabra en América Latina es como rueda suelta que gira y salta y corre, como los pedrejones de los ríos corrientosos. Se inflama, se desboca, se va incubando en las gargantas como fiebre cuartana y de pronto revienta, se derrama y entonces quién la para.

Yo he asistido a ese fenómeno. Yo soy de allá. De América Latina. Yo he visto a la palabra saltar los murallones y los torreones de Ávila para caer impávida entre los matorrales de algún pueblo del sur de Chile o de Colombia o del Perú y contar sin inmutarse la aventura como si fuera hoy, como si la anduviera apenas recogiendo, o viendo, o dibujando. Y si la imaginación es cosa que Virginia Woolf consideraba algo así como oro en paño, como decía mi abuela, o sea el oro molido de las épocas idas de La Marquesa de Yolombó, yo estoy dispuesta a dar versión y contenido o simplemente testimonio de lo que la palabra allá, se vuelve, imaginera.

Llegando del castizo terreno de Castilla, irrigada con chispas de vascuence o con gallego o catalán y hasta del italiano, la palabra en América Latina se desenvuelve y atavía y sin cadenas ni torpezas, sin pararse en melindres de racismos o de quién me creó o de quién es la más pura o bella entre las bellas, y se lanza a inventar. A decir como quiere. A sacudir sus plumas de colores nunca vistos y a aparentar, en abanicos, como los pavos reales. Se amasa con amor a las lenguas indígenas, y como un pan de trigo horneado en el carbón, nos habla de su historia. La cotidiana. La salvaje. O de aquella flotante y azarosa.

La palabra en América Latina, descendiente pirata de todas las estirpes, se sacude los rangos y comienza su historia. Y como buena bucanera, ahora al asalto…

DE OTRAS ALEVOSÍAS Y CONSTANCIAS

«Las mujeres son un pueblo enemigo.
Como los alemanes»
(Cesare Pavese)

Me proponía también hablar de alevosías. De constancias. De silencios cubiertos por el tiempo y por nieves eternas que dejan intocadas y en capullo las palabras no dichas todavía. Las que vienen de lejos. De más allá del silencio conocido por los conocedores. Las palabras de amor que se enredaron en las escaramuzas y querellas que son tan comunes a los enamorados, o las que quedaron convertidas en simples abalorios para adornar el cuello de una hermosa. Las susurradas a menudo al espejito compañero. A alguna ave viajera. Al viento entre los árboles del pan.

Esa palabra trunca. Recortada. Olvidadiza y poco oída pues viene de otras épocas, o sea, es familiar, como las retahílas de la abuela. Las que dejaron huella en la neblina de los tiempos en que el silencio era considerado «oro molido».

La historia de la escritura femenina, en lo que va de historia de la Literatura, no es una historia alharacosa, ni larga de contar.

La palabra que llevan las mujeres desde el comienzo de su historia no ha sido pronunciada todavía en nuestro Continente pues ha permanecido en largo encantamiento. En letárgico sueño causado por hechizos como ese de las princesas en los bosques que tanto nos contaban y nos cuentan, cuando somos pequeñas. ¿Es la Bella Durmiente, la mujer en América Latina? ¿Su palabra…? ¿Esa imaginación que decíamos antes que decía Virginia que admirábamos tanto en la escritura? ¿La Cenicienta de los bosques que duerme encristalada, mullida en sus laureles a la espera del príncipe encantado mientras los enanitos le hacen de comer y le lavan la ropa y le tienden la cama y se van a la mina a trabajar y ella, espejito, espejito que quién es la más linda y el espejo partiéndose de risa porque el lobo la espera vestido de abuelita y se la va a tragar de dos bocados…?

Pero el espejo es falso compañero, eso por fin lo descubrimos.

DE OTRAS ZONAS DE FUEGO. DE LA HISTORIA A OTRAS VOCES

«Dada su incapacidad de sublimar sus instintos y el predominio de la envidia en su vida mental y anímica, la mujer posee escaso sentido de justicia y débiles intereses sociales»
(Sigmund Freud)

«This is my letter to the world that never wrote to me»
(Emily Dickinson)

Y así fue América Latina durante años y años, y años…

Una mirada sorda y un oído anublado que no se preocupó de establecer la diferencia, ni valorar los ritmos de aquel pulso acelerado de mujeres que aparecían como ráfagas, escribían y escribían desde sus cicatrices, tejían sus telas con palabras como arañas nocheras, sin esperar jamás que les llegara una respuesta del mundo en torno, ciego, sordo, incapaz de juzgarlas porque estaba ocupado en refriegas mayores. Refriegas de varones. Política. Problemas de fronteras. La escritura de libros. La Banca en bancarrota. Elegir nuevo Papa. Batallitas de siempre: el picaflor detrás de alguna rosa de los vientos o decepciones amorosas o algún percance en el levantamiento de las pesas que no dejó los músculos como debía ser. Y así… Y ellas, como cuentan que hacían las amazonas de otros tiempos y las mujeres en las edades que ya se han olvidado, continuaban en el trajín de combatir. Ahora con la palabra, cuerpo a cuerpo, silencio con silencio.

Porque nadie iba a oír y ellas sabían.

Por eso las historias de una Teresa de la Parra o una Antonia Palacios, Elena Garro, o la voz anublada de la mujer que narra sus historias desde su mortaja, o desde el fondo de la niebla, como escogió María Luisa Bombal a sus heroínas. O el emparedamiento paulatino, la desazón de la doncella que ve su doncellez florecer y morir asediada por leyes masculinas, por tiranías fraternas, por violaciones bendecidas ante el altar y con la epístola de San Pablo: son historias que pertenecen ya a zonas de silencio, por las que no volveremos a cruzar.

Y comentaba atrás que la palabra que llevan las mujeres desde el comienzo de su historia no ha sido pronunciada todavía en nuestro Continente, y me releo y digo: no había sido pronunciada, pues ha permanecido en largo encantamiento: porque quería llegar aquí. Al nuevo punto de partida. O mejor dicho, a hoy, en que ya los castillos con sus princesitas dormidoras a la espera del beso de su príncipe que las hará resurgir de su arrobo alelado, son meros cuentos de hadas.

 

Somos una pandilla fuerte, me parece. Aunque todavía el navegar no es siempre en mar en leche ni con viento solano y en las librerías de América Latina o en las bibliotecas públicas no es fácil encontrarnos, cada vez con mayor fuerza y convicción en los estudios académicos o críticos han ido apareciendo nuestros libros, igual que en manos de lectores callejeros, de ambos sexos.

Y eso es parte importante de los términos de fuerza con que contamos, obvio. Lo del Boom fue siempre y parece sigue siendo como ese famoso brandy Soberano para los españoles: «cosa de hombres…». No nos trasnocha ese problema. Lo que sí sabe la mujer de América Latina que anda en la aventura de la palabra es que ya no hay barrera que la ataje.

Yo creo que vamos ya de viaje. O mejor dicho, cruzando ya esa cordillera, a punta de ala.

«Vamos a suponer normal o ideal el hecho de nacer mujer»,[2] propone Magda Catalá, y así, desde esa cima intentar coordinar el nuevo edicto de nuestra propia norma. Y esta bella aventura de la suposición, nos sirve de reflejo. Yo creo que nos ayuda a vislumbrar nuestras regiones. Que las regiones de los dioses no son las que interesan, más sí dejar atrás las zonas del silencio, que han sido las que nos tienen demarcadas. Y digo tienen, no tenían. Porque si bien ha habido concesiones y grandes firuletes y vueltas de trapecio, ahí siguen marcadas. Son transparentes y duras como fibra de vidrio. Silencieras.

Esos cánones están pero nosotras ya crecimos de conciencia, y reunidas ahora en nuestro centro podemos advertir la trapisonda.

Creo sinceramente que ya las trochas comienzan a ser caminos reales, pues la escritora de América Latina no solo ya «alcanzó a escribir lo que vive y siente» y adquirió un conocimiento integral de su propia individualidad en la «doble dimensión de la expresión y el contenido»,[3] como le proponía Helena Araújo, sino que ya depositó sus marcas en el fuego. Ya rompió los espejos. Ya se mira ella misma en el estanque de aguas cristalinas, sin confundir la rana con un príncipe.

DE ALGUNAS FRASES LAPIDARIAS. Y DE PICAS EN FLANDES

«La mujer es una cloaca
sobre la que se edifica
un templo»
(San Agustín)

«La mujer: esa adorable
criatura sin cerebro»
(Jean-Jacques Rousseau)

Y un poco a pulso entonces, como se desarrollan casi siempre al comienzo los trabajos de imaginación, decidí al fin hacerle caso a todas estas voces que me andan persiguiendo cual Euménides ciegas y atorrantes, gélidas y cansadas de sus jardines áureos. Aburridas a muerte de frutos prohibidos, me susurran ofertas con sus sandungas y melindres. Con esos sus andares valentones de quien posee el secreto de los dioses, no paran de tentarme. Y para colmo de males, dicen tener el mapa completo del laberinto.

Y aquí estoy. De frente al mito y a sus voces que giran en la historia, dejando tolvaneras, pirámides, destierros. Derrumbes de poderes que se creyeron inmortales. Islas, al fin y al cabo, pienso. Y las miro pasar flotando hacia la nada, cubiertas por lluvias de ceniza.

O sea, algo así como lo que le sucedió a Virginia Woolf, cuando quiso escribir y descubrió que había que asesinar primero «el ángel de la casa».

Y otra vez, aquí estoy. Rodeada por páginas y páginas con voces de mujeres.

La historia de la escritura femenina, en lo que va de historia de los tiempos, no es una historia alharacosa, como anotábamos atrás. Ha sido más bien un peregrinar, silenciero y rebelde. Acre y dulce a la vez. Como esos fuegos fatuos que levantan en madrugadas de aire fresco y que son apagados por la lluvia.

No es una historia larga de contar, la historia de la Literatura hecha por mujeres. Pero es una historia espesa. Apretada. Una historia que ha venido resonando casi a un mismo unísono a través de los tiempos, con ecos sordos y profundos. Como un tambor guerrero.

Las mujeres de hoy han decidido no solo pensar y escribir por su cuenta y riesgo, sino analizar, investigar, hacer trabajo de crítica, y, sobre todo, desemparedar tantas voces ahogadas en silencio. Y han logrado colarse mondas y lirondas en esa «bien guardada fortaleza académica».[4]

Este libro pretende seguir la primera corriente. Procura buscar y proponer en mis encuestas —a mi manera y pulso de escritora— los puentes y las brechas que han abierto ya las escritoras de América Latina, alimentadas y sostenidas por la búsqueda intrépida de las mujeres de otros continentes.

Decía Octavio Paz que decía Baudelaire, que «la imaginación es la facultad filosófica por excelencia»,

y decía Mario Vargas Llosa que decía André Gide, que «no es con buenos sentimientos que uno hace buena Literatura»,[5] y decía Carlos Fuentes que decía Malraux, que «hay que convertir la experiencia en destino»,[6] y yo me digo a todas estas, encandilada por tanta frase lapidaria y tantos bombos y platillos: si de «convertir la experiencia en destino» se trata, nada mejor que este turbulento empuje de la mujer de hoy hacia la abolición de jerarquías en religiones y partidos, que la somete a ella y a su circunstancia histórica y biológica, a ser siempre un reflejo menor. A ser la herencia y el objeto de la ideología masculina de la agresión, el poder y la posesión. A ser el «otro», sí, pero invisible. Y en silencio.

Su destino hasta ahora ha sido ser mujer. Y con él sus corazas y aflicciones, su recorrer vacíos y silencios. Pero ya comenzó a andar por el camino de la palabra. Igual a aquellas otras que a través de los siglos han buscado con una voluntad feroz esa compuerta. Ese canal que condujera su voz y sus terrores, sus encuentros y sueños, sus pasiones, folías y delirios, sus batallas perdidas y sus picas en Flandes, su armonía y su ira, su violencia: su ser y su no ser perdido en el vacío que le otorgó la historia.

La escritora de hoy, en masa, esta vez, en caudal que desborda las paredillas de aquiescencia dulzarrona y tan perdonavidas, o de la clásica ignorancia, sale a la busca de ella misma. Planta su voz en la región de América Latina, sin olvidar por un momento lo que Simone de Beauvoir le aclara: «No se nace mujer: uno se hace».[7]

Como tampoco aquello de que las tentativas del Arte, la Literatura y la Filosofía de fundar de nuevo el Mundo sobre una libertad humana: aquella del creador, hay que nutrirlas ante todo encontrando su propia libertad. Ser libre, dice Beauvoir, significa para la mujer no solo haber descubierto la verdad, que nos deja a su vez delante de un enigma, porque «la verdad misma es ambigua, es abismo, y es misterio…», sino que significa cortar las restricciones que le imponen la educación y las costumbres: que «le limitan su pertenencia del Universo».[8]

La mujer de hoy no hace Literatura con buenos sentimientos, sino con su visión de ser pensante. Y enjuiciará a la historia, no cabe menor duda. Porque su trajinar en el Planeta Tierra no habrá de ser casual ni vano. No buscará la identidad detrás de su modestia o de su «gracia» ni de su conformismo de muñeca de lujo o de placer. Ya no confunde el espejismo, ni la quimera, ni la andrómina. Se hace nacer, al fin, no de la espuma de las olas, sino de su contienda libertaria. Anota Lucía Guerra-Cunningham:

Tradicionalmente, la crítica literaria de nuestra literatura hispanoamericana ha reflejado la prevalencia de valores estéticos masculinos que han conducido a la catalogación de la obra femenina como un objeto carente de contenido trascendental o elaboración artística adecuada. Por lo tanto, en los textos de historia de la literatura latinoamericana, llama la atención el hecho de que, con contadas excepciones, se dé reconocimiento a una mayoría abrumante de escritores pertenecientes al sexo masculino.[9]

Si el hombre hasta ahora construyó y destruyó con la palabra a su placer y a troche y moche, y decretó con ella la historia de la mujer y por ende la del mundo, ella ya está dispuesta a deshacer el nudo de los esquemas patriarcales y falócratas. A mirar sin filtros su propia realidad y a transmitir con su cerebro. A ser mujer pensante que escoge su destino. A desencarcelar «la loca de la casa» (Teresa de Ávila).

DEL CAMPO DEL SABER Y OTRAS INSTITUCIONES

«La mujer es como esponja, puede absorber, puede preñarse, impregnarse y dar la idea del espíritu, pero no lo tiene y por lo tanto carece de pensamiento lógico»
(Otto Weininger)

«Saber y decir, demuestra Juana, constituyen campos enfrentados para una mujer; toda simultaneidad de esas dos acciones acarrea resistencia y castigo», advierte Josefina Ludmer, hablándonos de esa «vasta máquina transformadora»,[10] como ella llama la escritura de Juana Inés de la Cruz.

Feroz y sabia demostración de facto, que ilumina de lleno y transparente esta entrada a mi investigación, de carne y hueso, sobre «el saber y el decir» de la escritora de América Latina.

No pocos males sociales de América Latina han sido denunciados a través de los diálogos de nuestros dramaturgos y las anécdotas de nuestros novelistas y gracias a los versos de nuestros poetas, asegura Mario Vargas Llosa. «Si la Literatura en nuestro Continente ha tomado el lugar de otras disciplinas, como medio de búsqueda y estudio de la realidad y como instrumento de agitación social»,[11] este diálogo sobre «el saber y el decir» de las mujeres latinoamericanas: que atraviesa barreras de miedos ancestrales, de vacíos de ser, de vetos a su inteligencia y a su psique y a su arremetedor espíritu político, creo que va a aclarar al público entendido, y a los desentendidos, cuál es el punto de partida y la visión determinante. Y no la cómplice del código formal, de una historia que hasta el momento no le pertenece.

Y hasta aquí llegaron, me parece, esas «tretas del débil» de las que nos habla Josefina Ludmer. «Decir que no se sabe, no saber decir, no decir que se sabe… saber sobre el no decir…»,[12] o sea, aquella separación del «campo del saber del campo del decir», que Sor Juana Inés de la Cruz dominaba con el dedo meñique. Dormida, era capaz de producir los calambures y las magias con que adornaba su lenguaje y dejaba patidifusos a los doctores de la Iglesia. En un cerrar y abrir de ojos producía sonetos inmortales, cartas de un tal fulgor lingüístico y teológico plagadas con ardides de una tal variedad y tal sabiduría que no atinaban los letrados de entonces a desenmascararla. Como tampoco los de hoy.

La «contradictoria intimidad de sor Juana es una decidida exaltación de la condición femenina…», nos asegura Octavio Paz. O bien: «los enigmas mitológicos en que se deleitaba [Sor Juana Inés de la Cruz] son máscaras que al ocultarla, la revelan».[13]

Sor Juana Inés de la Cruz polemiza, en su «Respuesta a Sor Filotea de la Cruz», sobre la sentencia de San Pablo: «callen las mujeres en las iglesias, pues no les es permitido hablar». Sentencia que logró tal efecto que la gran parte de los males sociales que azotaron y devastaron a la mujer del mundo durante tantos siglos no fueron denunciados. Ni a través de los diálogos de nuestros dramaturgos. Ni de las anécdotas de nuestros novelistas. Ni gracias a los versos de nuestros poetas. Solo la propia voz de la mujer logró hablar y articular y denunciar lo que sucedió y lo que sucede en ese «su universo propio», como lo define Sonia Coutinho.

Al poco rato de habernos hablado de la «contradictoria intimidad de Sor Juana», especulando sobre etimologías y otras urdimbres y doctrinas y ciertas preferencias «peligrosas» del Fénix mexicano, Octavio Paz concluye y se interroga: «La sabiduría es femenina pero la diosa que la personifica significa dos veces varón. (Esta paradoja, ¿no es la misma del movimiento femenino moderno…?)».[14] Y es otra máscara, digamos. Esa que «al ocultarnos, nos revela». Para mejor decir, nos deja en lo que fuimos: o sea, en lo que nos han venido proponiendo los detentores y patriarcas del saber a través de los siglos. Donde se incluyen el ánimus y el ánima. El yin y el yang. El agresivo y el pasivo. El masculino y el femenino universal. Eso de ideas cortas: hembra, igual cabellos largos. ¿O el inconsciente colectivo? Estereotipos y arquetipos, circunstanciales o emergentes, que nos han metido a ese «eterno femenino» todo en el mismo saco. ¿El «Mónada» y la «Díada…»? O la poli androginia: al fin y al cabo el sueño de los dioses.

O sea, como agarrar el rábano por las hojas en resumidas cuentas, pues la gran diosa de la sabiduría para los griegos resulta que nació con su coraza y con su espada, nada más ni nada menos que de la cabeza de Zeus: su padre. No tiene madre Palas-Atenea. ¿Partenogénesis congénita? ¿O máscara al revés…? ¿O simplemente la jerarquización religiosa masculina, o aquellas fantasías que hacían delirar y travestirse al varón durante tantos siglos, para crear así su ideología de la agresión, el poder y la posesión?

Calambures modernos, sonreiría Juana Inés, «diciendo sin decir», por no decir que sí se sabe, y para no gastarle más renglones.

DE LAS POSIBILIDADES DE LA INVISIBILIDAD, Y DE OTRAS TRIQUIÑUELAS

«La mejor mujer es aquella de la
que los hombres hablan menos»
(Pericles)

Las obras maestras no son nacimientos solitarios. Son gestaciones lentas y sigilosas, poderosamente concebidas por grupos no necesariamente homogéneos, ni de una misma generación. Son el trabajo de la reflexión comunitaria, de un pueblo, de un Continente, incluso. De ciertos grupos cuyo diseño se ha concentrado en la búsqueda de principios básicos, geográficos o psicológicos, filosóficos o sociales, en la evolución y desarrollo de la historia del mundo. Creo que ese sería el caso de las mujeres, en este preciso momento de su historia.

Todo indica que la historia de la mujer está llegando a la etapa de madurez.

Si bien cada generación de mujeres escritoras ha tenido que enfrentarse a la invisibilidad de la historia de la Literatura femenina, cubierta o ignorada, observada al azar y siempre fuera de contexto como si esta hubiera emergido de la nada, de la casualidad: como si fuera «huérfana de tradiciones de sí misma»[15] —lo define Adrienne Rich—, ese camino que recorre y desanda forzosamente la escritora en cada nueva etapa, comienza a marcar surcos. A transformar los códigos de lo decible y a decidir modelos estéticos y juicios de valor que recuperen sus procesos ingénitos, sus presiones externas. A articular su análisis sobre las jerarquías y la estructura del lenguaje.

Este ir y volver como el cántaro al agua, atravesando laberintos donde circulan sombras o máscaras que atrofian la palabra, sujetándola al vicio del espejo construido por otros, la ha regresado al fin de aquel exilio. Después de andar a salto de mata haciendo frente a las encrucijadas, a las incertidumbres y a la fragmentación de su ser íntimo, los encuentros son otros. La búsqueda obstinada no fue en vano. Se ha hecho trizas el cántaro y con él el silencio. La polémica que ella misma desata sobre su tradición, su calidad de ser pensante, su nacimiento, su opresión, el derecho a su sitio en el universo, la está catapultando en el futuro de la historia como parte del puente: no como observadora del plan del arquitecto.

«El corpus literario femenino» es un hecho tan grande como una catedral. Y si —como señala Lucía Guerra-Cunningham— la marginalidad de la creación artística femenina se hace aún más evidente al nivel del gusto literario y la valoración estética, por los caprichos o por las categorías socioculturales de una época, esta marginalidad es más bien una curva. Una fisura en el camino dentro «del amplio complejo económico y cultural»;[16] no un precipicio.

En sus valiosas reflexiones sobre la novela femenina, Lucía Guerra-Cunningham explica:

Si bien resulta absurdo adjudicarle un sexo al objeto literario puesto que este es, en esencia, una creación del lenguaje, es importante señalar que su creador sí tiene sexo y esta diferencia genérica resulta de vital importancia en nuestra sociedad, que ha sido organizada sobre la base de una estructura económica que de partida asignó roles muy diferentes a cada sexo.[17]

El alegato del lenguaje llega a cumbres intensas y acumula páginas y páginas de resultados y diatribas. Propuestas de avanzada y desacralizantes, que hacen saltar de «la sartén al fuego»[18] a muchas escritoras: que de la noche a la mañana se ven armadas de palabras que rebrotan, revierten, desandan y culminan en signos propios que articulan su voz, y la convierten en su yo. El «otro». Sin barreras. De pronto aquel espejo del que hablábamos antes identifica el rostro primigenio, y es entonces el símbolo ancestral el que la forma.

María Lugones afirma que «el primer paso y el fundamental es el de tratar de articular signos que no nos traicionen».[19] Y Josefina Ludmer rechaza el sistema de diferenciación, por no ser un camino definitorio: propone rechazar «cualquier categorización de lo femenino».[20]

Y hay otras estrategias. Nuevas entradas a la investigación, a la semántica y a los juicios estéticos.

Hay escaladas vigorosas de consecuencias científicas: y de sobre el porqué procesos de inmanencia, en los que incurre la mujer por las presiones exteriores. Se formulan contiendas de los significados y se descomponen los métodos de acercamiento a la visión erótica. A las ideologías del poder, al determinismo, a los códigos culturales, a los juicios de valor y los modelos androcéntricos que la cultura patriarcal ha impuesto. Se va desmoronando, meticulosamente, esa Verdad Universal, y la mujer empieza a componer el ritmo propio de su historia.

DE LAS ARTIMAÑAS DEL LENGUAJE. Y OTRAS CONTAMINACIONES

«Una mujer silenciosa
es un don de Dios»
(Eclesiastés)

«La mujer que se calla vale
más que aquella que habla»
(Plauto)

«Si bien el inconsciente es uno y asexuado», me aseguraba Luisa Valenzuela, por cierto atónita con su propio hallazgo, «el lenguaje pasa necesariamente por el filtro del consciente». «Las mujeres, queriendo o no, tenemos una manera especial de pasar los ojos por lo que estamos transitando todos los días», me rebatía una de ellas, como quien dice ¡eso lo sabe uno desde el puro comienzo! «Estamos devolviéndole al hombre su propia arma —en el lenguaje— de una manera que él nunca se soñó», finalizó otra, como quien simplemente mira una cicatriz, y a otra cosa mariposa…

Elena Poniatowska, con su sonrisa de conejito no asustado y la mirada azul olímpica, comentaba pausada, más bien como queriendo dibujarlo en su cuaderno de notas: «las mujeres pueden aportar cosas sobre sí mismas que hasta ahora no han dicho los hombres».

Y María Luisa Puga: «esta desventaja solo la vamos a superar las mujeres si escribimos más. Y escribimos bien».

Y Nélida Piñón, apasionada, abierta, segura de su camino de mujer que «escribe y vive lo que siente»,[21] y que es prudente e implacable, como ella misma lo confiesa, me mira fijo, fijo, para que yo no me le escape a esa fogosidad con que me lanza su alegato: «yo radicalizo mi texto como mujer, por la historia que vivo, y por el coraje que asumo. Pienso que en mi escritura hay puntos de vista de mujer. De sensibilidades de mujer. De agudezas de mujer. De una mirada astuta, que contaminó el lenguaje».

Y así todas. Y así cada una.

Este libro está lleno de propósitos. Tantos, que no sabría cuál es el prioritario. Si la barrera del vacío de ese miedo ancestral del ser. Si la intención de la escritura. Si el llegar del Continente Latinoamericano. Si el regresar del otro yo. De las zonas de fuego y de silencio. O si el de ser mujer. O ser alguien que cree y crea, en la palabra.

Es innegable la visión de Gabriela Mora, cuando afirma: «Los trabajos de las narradoras en América Latina evidencian la utilización de la fantasía no solo para indagar más hondamente en ciertos problemas, sino para imaginar nuevas posibilidades en las relaciones humanas».[22]

Las «astucias» de las que hablaba Nélida Piñón no solo se apoderan del discurso en estas entrevistas, sino que están sembradas en todos esos libros que todas ellas y todas las demás mujeres escriben y escribieron y escribirán en América Latina y en el mundo, para integrar y ampliar la historia de la Literatura. Como testigo. O propuesta. O como juego de la inteligencia.

No sé si se puede desvertebrar el lenguaje. Desprender las raíces. Desarmar los puentes que forman las ideas y unen las imágenes. Tal vez sería útil comenzar a destejer la historia para lograr otro diseño en el tapiz. Lo que sí creo es que se está produciendo una nueva conciencia dispuesta a destronar ciertos patrones culturales que distorsionan o difaman o separan o relegan al olvido o al silencio a la mujer.

Las artimañas del lenguaje se multiplican, vuelan, se difunden en busca de la razón. De un lugar propio.

«Todo discurso refleja, en definitiva, no una realidad a que pueden aludir las palabras sino actitudes que esas palabras ocultan», anota María Luisa Bastos.[23] Y en un sistema de convenciones y representaciones que ha sometido a la mujer a silenciar la visión femenina del mundo, esta actitud de la (su) palabra se ha convertido en posición. Sabemos hoy que existe una «situación» femenina, no necesariamente una «esencia».

DE MUTACIONES. DE LA CONSTANCIA EN CARNE PROPIA

«Vida de paloma sí. Pero de paloma digna»
(Nélida Piñón)

Fue un viaje largo que comenzó en el Norte y terminó en Brasil, incluyendo la América Central. Un viaje donde oí y vi a las mujeres escritoras de nuestro Continente. Después leí muchos de sus trabajos que yo desconocía, pues cada una me hizo ese regalo. Ya dije que los libros no están, generalmente, en librerías. Poquísimos hallé, en pesquisa exhaustiva. Terminé de leerlas. Pero fue todo un viaje el escucharlas, otra vez, en grabaciones, vivas, densas, dolorosas, abiertas como canales dulces. Como en zonas de fuego.

Son entrevistas en carne viva las que fui a hacer, en mi necesidad de recorrer también en sangre propia ese pulso agitado que revienta fibras y canales de los que brotan la angustia y los terrores, la mirada feroz y en guardia, el gesto quieto, o un suspiro.

Todas y cada una me fueron dando sus respuestas como quien se deshace de una carga o te regala flores, o deja el miedo atrás. Difícil va a ser el describir aquel vacío que de improviso marca el tiempo con tensiones eléctricas y deja un rastro mudo en la cinta que graba y graba y graba a la espera del resto de la frase, que a lo mejor no llega nunca. Solo el gesto.

Y por eso mi libro sobre ellas. O mejor, este avance sobre lo que «podría definir quizá a una comunidad lingüística determinada: su desarrollo sociológico y cultural como grupo social», como propone Cristina Peri Rossi,[24] quien sugiere además que cada una de nosotras, a título personal, atestigüe acerca de esa relación y de su experiencia como mujer y como escritora.

De esta forma podríamos acercarnos a un análisis de la situación real de la mujer en nuestro Continente y así lograr medir, a través de ese filtro limpio de resabios, hasta qué punto esas condiciones pueden afectar el desarrollo de su escritura. Hasta dónde esa mirada audaz y lúcida que adquiere la que se ha apoderado de su propia palabra, determina el proceso no solo de la Literatura o del acto de escribir, sino de «la conservación de la cultura del pasado» en nuestro territorio latinoamericano, «sin el cual no tendremos ni verdadero presente ni porvenir coherente».[25]

Este documento de la mujer escritora de América Latina, lo dejo pues, en prenda. Como una confesión. Una constancia, en carne propia. Un paso más, hacia la historia del pensamiento y de la creación artística del Continente.

La «contaminación» es indudable. La autonomía y el poder de decisión van adquiriendo en la mujer que escribe los rasgos de una aventura permanente. Ella no solo «considera la Literatura como fuente de conocimiento»[26], y por ende como táctica y arte de influencia, sino que está preparada para las mutaciones. La reflexión. Y la escritura.

  1. L. A.
    New York, junio 19, 1984
    Londres, febrero 28, 1986

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FICHA TÉCNICA

Editorial Universidad de Antioquia
De vuelta del silencio. Conversaciones con escritoras de América Latina
Albalucía Ángel

Impreso: 354 p. 13 x 21 cm. ISBN: 978-958-501-122-9. $72.000
E-book: 1,2 MB. ISBNe: 978-958-501-124-3 . $35.900.

Temas: Mujeres. Feminismo. Ciencias Sociales y Humanas. Psicología. Literatura.

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El presente texto es un Fragmento de De vuelta del silencio. Conversaciones con escritoras de América Latina. Autora: Albalucía Ángel. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2022, pp. 15-34.

De vuelta del silencio resulta de un viaje largo que comenzó en el Norte y terminó en Brasil, incluyendo la América Central. Un viaje en el que oí y vi a las mujeres escritoras de nuestro Continente.

Son entrevistas en carne viva las que fui a hacer, en mi necesidad de recorrer también en sangre propia ese pulso agitado que revienta fibras y canales de los que brotan la angustia y los terrores, la mirada feroz y en guardia, el gesto quieto, o un suspiro.

Todas y cada una de las escritoras me fueron dando sus respuestas como quien se deshace de una carga o te regala flores, o deja el miedo atrás. Difícil va a ser el describir aquel vacío que de improviso marca el tiempo con tensiones eléctricas y deja un rastro mudo en la cinta que graba y graba y graba a la espera del resto de la frase, que a lo mejor no llega nunca. Solo el gesto.

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* Albalucía Ángel (Pereira-Colombia, 1939). Escritora, docente, investigadora, conferencista y crítica de arte y cine. Estudió Letras e Historia del Arte en la Universidad de los Andes. Prosiguió su formación en La Sorbona y cursó estudios de cine en la Universidad de Roma. Sus novelas publicadas son Los girasoles en invierno, Dos veces Alicia, Misiá Señora, Las andariegas, Tierra de nadie, y Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (que cuenta con varias ediciones y fue publicada por la Editorial Universidad de Antioquia en el 2004, en edición crítica). Publicó también el libro de cuentos cortos ¡Oh, gloria inmarcesible!, los ensayos Del mito del hombre: espíritu de la poesía y del hombre en la historia del arte, Visión del arte, la pieza de teatro Siete lunas y un espejo, y los poemarios Cantos y encantamiento de la lluvia y La gata sin botas.

** Sara Serna Loaiza es estudiante de arquitectura en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, ilustradora y diseñadora gráfica por afición. Como lectora, se inclina hacia el realismo mágico latinoamericano, la fantasía heróica y la novela psicológica rusa. Como creativa, tiene por hábito buscar patrones, composiciones y referencias en la realidad tanto como en la ficción. En ilustraciones ajenas y fotografías tan casuales como maestras publicadas en redes. En las pequeñas exposiciones y galerías que el transeúnte, si es curioso y observador, puede encontrarse al recorrer las calles de su ciudad, y en esas escenas coincidentes, accidentales, y perfectas, en las que la cotidianidad encuentra el ángulo, la iluminación, el balance correcto de composición, que encuadrados por el ojo fisgón adecuado, capturan un cuadro cinematográfico espontáneo bastante impresionante.

Es la administradora del perfil de Instagram de la revista ( @revista.cronopio ) y también aporta sus ilustraciones para algunos artículos de la misma.

[1]. Virgina Woolf, A Room of one’s own.

[2]. Citado en Magda Catalá, «La feminidad», Reflexiones desde un cuerpo de mujer.

[3]. Helena Araújo, «Nueva narrativa latinoamericana», Revista Hispamérica, núm. 32, 1982.

[4]. Gabriela Mora et al., Theory and Practice of Feminist Literary Criticism.

[5]. Mario Vargas Llosa, «Écrire en Amérique Latine», Magazine Littéraire, núm. 151-152, 1979.

[6]. Carlos Fuentes, «Littérature d’urgence», Magazine Littéraire, núm. 151-152, 1979.

[7]. Simone de Beauvoir, Le deuxième Sexe.

[8]. Ibid.

[9]. Lucía Guerra-Cunningham, «Algunas reflexiones teóricas sobre la novela femenina», Revista Hispamérica, núm. 28, 1981.

[10]. Josefina Ludmer, «Tretas del débil», en La sartén por el mango: encuentro de escritoras latinoamericanas (Patricia Elena González y Eliana Ortega, eds.), Río Piedras, Huracán, 1985.

[11]. Teresa de Jesús, «Teresa de Ávila: la imaginación, esa loca de la casa», Obras completas, Burgos, Monte Carmelo, 1977.

[12]. Josefina Ludmer, op. cit.

[13]. Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe.

[14]. Ibid.

[15]. Adrienne Rich, On Lies, Secrets and Silence.

[16]. Lucía Guerra-Cunningham, op. cit.

[17]. Ibid.

[18]. Rosario Ferré, «La cocina de la escritura», en La sartén por el mango: encuentro de escritoras latinoamericanas (Patricia Elena González y Eliana Ortega, eds.), op. cit.

[19]. María Lugones, citada en La sartén por el mango: encuentro de escritoras latinoamericanas (Patricia Elena González y Eliana Ortega, eds.), op. cit.

[20]. Josefina Ludmer, op. cit.

[21]. Helena Araújo, «¿Escritura femenina?», Revista Escandalar, vol. 4, 1981.

[22]. Gabriela Mora, Theory and Practice of Feminist Literary Criticism.

[23]. María Luisa Bastos, «Notas sobre el discurso autoritario», Revista Eco, núm. 208, 1979.

[24]. Cristina Peri Rossi, «Literatura y mujer», Revista Eco, núm. 257, 1983.

[25]. Mario Vargas Llosa, «Écrire en Amerique Latine», Magazine Litteraire, núm. 151-152.

[26]. Gabriela Mora, Theory and Practice of Feminist Literary Criticism.

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