Escritora del mes Cronopio

3
424

EL VALLE DE NADIE

Por Catalina Franco Restrepo*

LA PROPUESTA DE LA LIBERACIÓN

Recientemente Filadelfo visitaba cada mañana al Señor Roso, que había dejado de hablar. Lo último que le había dicho, con los ojos aguados y la voz entrecortada, pero con la mirada seria de un hombre que se avergüenza de parecer un niño, era que Josefa no cabía por la puerta de su casa, entonces que había decidido irse a vivir afuera, junto a la pared, para poder dedicar cada minuto del día a observar la vida al lado de ella. Entonces, ya en silencio, Filadelfo le ayudó a arrastrar la colchoneta enrollada a través de la puerta y la acomodaron afuera, mirando hacia el campo. Con dificultad, el Señor Roso se sentó, recostado en la pared de su casa, que ya constituía un hogar hacia el lado contrario, y le indicó a Josefa con la mirada que se echara junto a él, a lo que la vaca obedeció de inmediato.

Así, cada mañana Filadelfo y Hope madrugaban un poco más, dejaban un sorbo de agua de panela en el pocillo cuando era posible, caminaban hacia la salida de la aldea, se sentaban en una esquina de la colchoneta, junto a lo que quedaba del Señor Roso y de Josefa, y observaban en silencio absoluto la salida del sol sobre las cenizas de las plantaciones, faltas de verde y de vida.

Aquel día del traslado del Señor Roso cambiaría la historia del Valle de Nadie, como si esa alma vieja y solitaria hubiera decidido que ya era suficiente, y que más valía quedarse muy junto a los seres queridos.

Tras la retirada del plan de ayuda de Nandaba, después de que le informaran sobre tres robos en distintas aldeas de su querido y decente Valle, y con el dolor y la desesperanza que representaban la trágica muerte de aquella familia y la quema de las plantaciones que habían sido un órgano esencial en la vida del Valle de Nadie desde siempre, el Presidente Pópulo pasó cuatro días sin poderse mover de la cama, gimiendo en sueños y gritando el nombre de Valenta, a quien Regina ayudaba a llegar hasta donde su padre, seguida de Serafín, para que la viera durante unos segundos y se volviera a tranquilizar. El cuarto día se levantó con un semblante distinto y, con una mueca algo sombría y sin decir una palabra, salió de la casa. Al llegar a su despacho dio la orden de que, como pudieran, instalaran un radio con un altavoz en la plaza de cada aldea del Valle y sacaran a todo el mundo de sus labores para que se reunieran entorno a los equipos instalados. Ese mismo día al final de la tarde se encontraron las comunidades en el sitio indicado, ansiosas, con la única excepción de quienes ya no tenían fuerzas para desplazarse hasta allí ni quien los ayudara a llegar.

Lo que primero percibieron los oídos de los vallenadianos, multiplicado en el silencio de cada una de las aldeas, fue la respiración pausada del Presidente Pópulo, que se tomó su tiempo para empezar a hablar, a pesar de saber que ya estaba conectado con su pueblo y que todos esperaban el sonido de su voz.

—Mis queridos vallenadianos:

»La tristeza se ha apoderado de nuestro Valle. Por algún motivo que desconozco, el universo parece no tener nada más para nosotros y ahora nos dice que ha llegado nuestro momento de dejar de ser. Dios sabe que jamás hemos tomado nada de nadie ni les hemos hecho daño a otros. Solo hemos luchado cada día para poder vivir y sacar adelante a nuestras familias, pero hoy no tenemos ya con qué. Ese mismo Dios nos ha olvidado. Las semillas que conocemos y que nos alimentaron por tanto tiempo ya no existen. Las únicas aceptables para El Exterior no funcionan en estas tierras complejas y valdrán lo que nunca hemos tenido, una y otra vez. El Valle de Nadie siempre ha tenido paz, nos hemos respetado entre nosotros por sobre todas las cosas. Me he enterado de tres robos en nuestro territorio durante la última semana: es decir, tres vallenadianos han sido capaces de entrar a las casas de otros que pasan hambre y penas igual que ellos para saquearlas y dejar a esas familias aún peor. No es posible que lleguemos a eso porque dejaremos de ser quienes hemos sido y la vida podrá ser todavía más dura con nosotros.

»Como saben, los tres países que nos rodean nos han dado la espalda. Sus argumentos duelen, pues demuestran que no tienen idea de quiénes somos, pero no podemos forzarlos a descubrirlo. Y luego está lo de siempre, nuestra condena: el Valle de Nadie no tiene mar… Para esos que no lo saben, el mar es una inmensidad hecha de agua y de vida, más grande aún que todas las tierras de la totalidad de las naciones juntas, que conecta al mundo entero y permite cruzar todas las fronteras, incluso enormes montañas como las nuestras. Una gran cantidad de países disfrutan de las orillas del mar y pueden ver más allá de muros, alambradas y montañas; en ellas se abren la eternidad, el brillo y las posibilidades del agua, más controlada por Dios que por los hombres. Nosotros no tenemos eso; en cambio, nos rodean los cerros y las tierras de Nandaba, Prevaha y Bencillik, que no quieren saber nada del Valle hambriento ni de sus habitantes amarillos y grises. Jamás podremos saber qué tan lejos está realmente el mar ni lograremos escapar del espacio que se nos ha asignado, no conseguiremos huir ni tendremos derecho a otro rincón en el planeta para empezar de nuevo. Tenemos lo que ven ahora, que cada vez es menos y duele más, que nos está convirtiendo en otros y quién sabe a dónde nos llevará.

»Si estuviéramos junto al mar, les juro que me encargaría de construir las mejores embarcaciones para sacar de aquí hasta el último vallenadiano e ir en busca de alguna posibilidad. Pero lo he intentado todo y solo he conseguido chocarme contra los más poderosos muros, destruyendo cada vez un poco de mí, de nosotros. Por eso, de muros es que vengo a hablarles. El Valle de Nadie debe llegar a su fin, completo, unido, como uno solo y no desmoronándose a pedazos. No podemos torturarnos más porque hasta ahora, de cierta manera y en medio de nuestra escasez, hemos sido felices, cada uno con alguna maravilla que le ha tocado. Esto no puede ser, nuestro destino no puede estar atado a la humillación de El Exterior y la lenta destrucción del interior. Ahora parece que somos invisibles y sí que lo seremos si permitimos que todo acabe poco a poco. Debemos tomar una decisión radical que nos eternice en nuestro amado Valle de Nadie, a todos juntos, al mismo tiempo.

»Por eso les he traído una propuesta, la Liberación del Valle de Nadie, que espero analicen con calma y sepan entender: vamos a morir por decisión propia y nos llevaremos al Valle de Nadie con nosotros. Aprovecharemos los materiales de los talleres y fábricas abandonados, y reuniremos lo necesario para construir entre todos un muro alto alrededor de la totalidad del borde de nuestro territorio. Mujeres y niños también participarán en la construcción. Ya los países vecinos nos han ayudado a adelantar esta tarea en algunos tramos, solo es que retomemos nosotros mismos el proyecto y alcemos una pared digna de nuestras habilidades campesinas y obreras, que nos defina aún más poderosamente como un mismo pueblo, como una sola alma, que nos abrace para siempre, en la eternidad. Una vez terminemos de construir ese muro, que también nos servirá para evitar que las llamas se salgan de nuestras fronteras y para aislarnos de los curiosos, de manera que nadie pueda impedir nuestro objetivo, las mujeres recogerán una dosis suficiente de Hierba del Fin y prepararán una bebida para toda su familia, incluidos los animales, que guardarán cuidadosamente sin desvelar su locación. Después, una noche que está por definirse, y que no debe ir más allá de 45 días contados a partir de hoy, cada familia se reunirá para soltar aquello que necesite decirse y para compartir eso que considere la mantendrá unida en el camino, y las mujeres alistarán la bebida y se la darán primero a los niños, los ancianos y los animales, mientras los hombres le prenden fuego a todo, a sus casas y lo que tengan dentro, a los árboles y a aquello que quieran que parta con ellos, y entonces procederán también esas mujeres y esos hombres a tomar su parte de la bebida. En esos hogares en los que no haya un hombre o una mujer de edad adecuada, se podrá decidir quién desempeñará cada papel. Lo importante es estar organizados para que cada persona haya tomado la bebida y pueda recostarse junto a su familia antes de que las llamas tomen fuerza y se apoderen de todo, de todos.

»Así partiremos juntos, el Valle de Nadie se elevará al cielo intacto y allí quedará dibujado por siempre, con sus Sinfines y sus Alegrías, con sus aldeas y sus familias, con la voz de cada niño, la lealtad de cada animal y la paz de cada árbol.

»Por favor, se los ruego, queridos vallenadianos, no digan nada ahora, sé que no es el destino que habían soñado para sus vidas y para los que aman. Pero precisamente por ellos les pido que lo analicen, que piensen en la situación actual y en las posibilidades, para que definamos entre todos la suerte de esta nación borrosa. En diez días convocaremos un referendo en el que cada habitante de este Valle, incluidos los niños, pues está en juego su futuro, más largo que el nuestro si todo continuara, votarán Sí en caso de apoyar esta propuesta o No en caso de rechazarla. Durante estos diez días podrán compartir sus impresiones con notas pegadas a las puertas de las casas para desahogar sus sentimientos, para hacer una limpieza de tanto dolor que hemos acumulado y, a la vez, ayudar a los vecinos a comprender y analizar la situación.

»Queridos vallenadianos, ustedes han puesto el destino de lo que somos en mis manos, esto es por el amor profundo que le tengo al Valle de Nadie, es por ustedes, para liberarlos… Hasta pronto.

Nuevamente se oyó la respiración pausada, como en suspiros, del Presidente Pópulo en los altavoces de la plaza central de cada aldea. Nadie se movía ni hablaba, como si esas aspiraciones y expulsiones de aire hicieran parte de un discurso que no había terminado. Esperaron por eternos instantes, hasta que se cortó la respiración y quedaron ahí, desconectados.

—¡Asesino! —gritó una mujer de unos cincuenta años cuya piel colgaba en las partes que alguna vez habían sido de carnes generosas.

—¡Sí, asesino, cobarde! —se sumó otra mujer, con un niño cogido de cada mano.

Y así estalló una gritería en la que algunos lo condenaban y otros lloraban, tal vez porque lo apoyaban, hasta que poco a poco los vallenadianos fueron abandonando los lugares de reunión. Mientras tanto, el Presidente Pópulo, que al terminar su discurso había dejado su despacho rápidamente en dirección a casa, antes de que cualquiera volviera en sí mismo y estuviera por ahí en la calle o se acercara al despacho presidencial, acariciaba a Serafín y observaba embebido a Valenta, que lloraba en silencio, con la mirada clavada en los ojos del gato.

Filadelfo, Malaika y Hope, en cambio, corrieron al mariposario, en donde se reunieron con Safira y Cirilo, y, una vez dentro, caminaron los cinco en distintas direcciones, siguiendo cada uno a alguna mariposa que escogía, explorando las formas y colores de sus alas, intentando identificar sus ojos, reconociendo las texturas de cada parte de su cuerpo: el centro cubierto de pelitos diminutos, las antenas… Así pasaron un rato, hasta que cada una de las mariposas se posó sobre alguna flor y ocultó las figuras de sus alas. El sol se despedía de aquella tarde y con él los colores. Entonces los niños y Hope salieron en fila, mudos, y subieron despacio a la Montaña de la Vida.

—¿Vamos a morir? —preguntó Malaika, rompiendo por primera vez el silencio desde que habían dejado la plaza.

—Nadie va a morir, Malaika. Estamos vivos y tenemos derecho a vivir. Algo haremos, siempre lo hemos hecho —le respondió Filadelfo.

—Yo sí que creo que vamos a morir —opinó Cirilo.

—Habla por ti, mocoso, el que no quiera no va a morir —concluyó Safira.

Filadelfo estaba concentrado escarbando en la basura más insistentemente que nunca. De pronto se le iluminaron los ojos, haló con fuerza desde debajo de una acumulación de objetos y sacó un papel grande, que tenía un pedazo roto y una parte borrada por el mugre y el tiempo. Era un mapa. ¡Un mapa de la tierra! Jamás habían visto uno. Lo olvidaron todo por un momento, como si fuera posible, y se zambulleron en aquel dibujo siguiendo el dedo de Filadelfo, que señalaba figuras de colores e iba leyendo los nombres de los países correspondientes. Identificó, por ejemplo, a Airis, el lugar aquel de las explosiones y los niños muertos, cuya existencia le había confirmado Inocencio. Halló también el enorme Gran País, el Continente Negro y la Isla del Oro, esa en la que premiaban a las mujeres más hermosas.

—¡El mar! —grito emocionada Malaika, acariciando con las yemas de sus dedos el espacio azul que lo conectaba todo.

Y entonces, sin que ninguno lo dijera en voz alta, buscaron insistentemente el nombre del Valle de Nadie —ese sí que lo reconocerían todos en un santiamén sin necesidad de saber leer— hasta que, rendidos, miraron a Filadelfo en busca de una señal.

—¿Dónde estamos nosotros? ¿O acaso somos invisibles? —lo interrogó Malaika y los demás se unieron a la espera de la respuesta.

—No somos invisibles, Malaika, este mapa no está completo. Seguramente estamos en el pedazo que se rompió o en el que se borró. ¿Acaso ves a Nandaba, a Prevaha o a Bencillik? —gagueó Filadelfo, aferrándose a su propia justificación.

—¡Yo qué sé, no sé leer! Solo podría reconocer al Valle de Nadie y no lo veo. ¿Por qué justo nosotros en la parte rota? Filadelfo, dímelo por favor, ¿existimos?

* * *

El presente texto hace parte de la novela «El valle de nadie», publicada en 2018. Ver en Amazon

«Su gran título es una promesa que se cumple: El valle de nadie —de cierto modo una historia distópica— logra ser una de esas novelas libres que despojan a la humanidad de sus fachadas y dejan a las mujeres y a los hombres en manos de sí mismos, arrinconados, en la necesidad de volver a aprender lo humano. Tengo la impresión que su compromiso con lo que narra va a servirles a muchos lectores para caer en cuenta de qué cosas somos capaces de hacer como especie».

Ricardo Silva Romero.

___________

* Catalina Franco Restrepo es periodista, internacionalista y bloguera. Nació en Medellín, Colombia, en 1984 y ha vivido en Montreal, Atlanta y Madrid, en donde estudió un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense. Ha trabajado en medios como CNN y W Radio Colombia, y asesora a empresas en temas de comunicaciones estratégicas. Sus viajes la han llevado a recorrer más de 40 países, que se han convertido en su gran inspiración para contar historias. Es una soñadora, apasionada por la naturaleza y los animales, que se han convertido en su mayor fuente de esperanza. Esta es su primera novela.

Blog OjosdelAlma: https://www.catalinafrancor.com/

Canal de viajes en YouTube: https://www.youtube.com/c/CatalinaFrancoRestrepo

En Twitter e Instagram: @catalinafrancor

Correo: catalinafrancor@gmail.com

3 COMENTARIOS

  1. Me encanto tanto así que lo propuse en círculo de lectoras “Club número 5 de Miami “ este sábado 14 De marzo de 2020 tengo mi crítica con mis lectoras . Después pondré las reseñas . Recomendable tanto adultos como jóvenes es precisamente lo qué pasa en nuestro mundo actual. Olga Castelblanco

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.