«EL PERSEGUIDOR»: EL EXCEPCIONAL Y SUI GENERIS JOHNNY CARTER
Por Juan Manuel Zuluaga Robledo.*
«Cualquier músico que diga que está
tocando mejor porque anda en la droga es
simple y llanamente un mentiroso…
Puedes perderte los años más importantes
de tu vida, los años de posible creación.
El bebop no es el hijo mimado del
jazz».
(Charlie Parker.)
En 1958, dos grandes autores del Boom de la novela en Latinoamérica, sorprendieron al mundo literario y narrativo con la publicación de dos impactantes nouvelles: «El coronel no tiene quien le escriba» de Gabriel García Márquez y «El Perseguidor» de Julio Cortázar.
En realidad, tal como lo afirma el escritor y crítico colombiano José Cardona López en «Teoría y práctica de la nouvelle», la elaboración de este género literario —un híbrido o un punto intermedio entre cuento y novela— ha sido poco estudiado en los autores que hicieron parte del ya mencionado Boom y las generaciones de escritores posteriores a ese fenómeno narrativo acaecido en los años 60. La nouevelle, en palabras de Cardona López, «sería una forma literaria a medio camino del cuento y la novela, diferenciándose de ambos porque, en razón de su extensión, analiza escamoteando la profundidad por lo que dará lugar a la sugestión» (Cardona López, 25).
Lo cierto es que después de la publicación de los textos expuestos, autores de la talla de Carlos Fuentes se animaron también a escribir nouvelles: «Aura» en 1962 del escritor mexicano da cuenta de ello y Mario Vargas Llosa hizo lo propio con la publicación de «Los cachorros» en 1967. (Cardona López, 72).
Sobre dichos trabajos literarios que repercutieron e influenciaron el ambiente literario de América Latina, Cardona López asegura que en realidad no han sido estudiados y catalogados de la mejor manera por parte de la crítica, los círculos académicos y los cánones. Este crítico literario sostiene en esa dirección que «el expediente de clasificación las señala de manera simple como novelas cortas o relatos largos. Esta situación aparece como una zona difusa de la clasificación taxonómica literaria, zona delimitada por dos términos inexactos que nada dicen y más bien crean confusión y de los que la crítica no se ha ocupado en aclarar» (Cardona López, 73).
Pero hablemos concretamente de «El perseguidor» de Julio Cortázar, una narración alucinante y colmada de alucinaciones psicodélicas y de improvisaciones musicales, que relata los tiempos parisinos de Charlie Parker, el saxofonista de Kansas, la leyenda eterna del jazz y del bebop, hasta su trágica muerte en Nueva York. «El perseguidor» fue escrita por Cortázar, tres años después del fallecimiento de Parker y es desde todo punto de vista, un homenaje póstumo al compositor de temas tan famosos como «Ornithology», «Just friends», «All the things you are» y «Now´s the time», última obra que refleja su obsesión con el tiempo.
En palabras de Johann Wolfgang Von Goethe, la nouvelle está supeditada a una historia extraordinaria e inaudita, tal es el caso de la vida trágica y mágica de Johnny Carter. Según el autor de «El fausto», una buena exponente de dicho género narrativo alcanza matices propios y singulares que la hace sobresalir entre sus semejantes (Cardona López, 32).
Aún en el presente, Charlie Parker sigue siendo un personaje extraordinario en el mundo del jazz: es una leyenda aún vigente del ámbito musical norteamericano; inclusive otro ícono de la cultura estadounidense, desde que se volviera famoso con los espaguetis westerns de Sergio Leone y también un gran conocedor del jazz, se decidió a rodar un filme sobre la vida de Parker: Clint Eastwood dirigió «Bird» en 1988, con el trabajo actoral impecable de Forest Whitaker en el papel de Parker, con pobres resultados en taquilla y una crítica unánime que ovacionó el trabajo del director de «Unforgiven». Al observar la película, es como si Eastwood se hubiera basado en el texto cortazariano: allí están presentes las manías esquizofrénicas del protagonista, su relación enfermiza con las drogas y sus impulsos visionarios al improvisar solos de bebop, que eran como si estos movimientos musicales los estuviera «tocando mañana».
«El bebop está en la narración, es esa tensión rítmica que llena los espacios y altera la habitual percepción uniforme de las cosas. Es el acento, el flujo, la improvisación. Todo ello está entre las líneas del texto, en sus pausas, en los saltos narrativos», expone Albert Lladó en un ensayo que dedicó a «El perseguidor» en Revista de Letras (Lladó, 1).
Ahora bien, en «El perseguidor», la historia es narrada en primera persona por Bruno: un periodista dedicado a su oficio, melómano, crítico y teórico del jazz contemporáneo y biógrafo del protagonista. En realidad, como el propio narrador comenta, la biografía traducida a varios idiomas, sólo quedará completa irónicamente con la muerte del genial saxofonista, al final de la narración (Cortázar, 266). Resultará sacrificado para poder tener cabida en la posteridad y para gloria editorial de su biógrafo.
Por lo tanto, Bruno finaliza su testimonio sobre Carter de la siguiente manera: «por suerte tuve tiempo de incorporar una nota necrológica redactada a toda máquina, y una fotografía del entierro donde se veía a muchos jazzmen famosos. En esa forma la biografía quedó, por decirlo así, completa» (Cortázar, 266). No obstante, en el momento de mayor clímax de la narración, cuando los protagonistas ejecutan un correría nocturna por el barrio árabe de Paris, el propio Carter desacredita la biografía escrita por Bruno, comparándola con la mierda que flota en el Sena; pero contradictoriamente después la aprueba, como también lo hará en una entrevista que concede poco tiempo antes de morir (Cortázar, 265).
Ahora bien, «El perseguidor» se trata en realidad, de una recreación ficticia de la vida de Charlie Parker, al que el autor de «Rayuela» decide cambiarle el nombre por «Johnny Carter». Y es también un excelente ejemplo de nouvelle dentro de las letras hispanoamericanas.
Es, si se quiere, la precursora del género literario narrativo en Latinoamérica, expuesto y estudiado por Cardona López en su libro. Fue junto al «Coronel no tiene quien le escriba», la puerta de entrada para que otros escritores del Boom y de las generaciones posteriores, decidieran emprender la empresa complicada y de meticulosa precisión narrativa, que supone escribir una nouvelle. Para ello se requiere de talento en cuanto a la condensación y contención de las ideas; se necesitan al mismo tiempo pocos personajes —a lo sumo, tres o cuatro— y simultáneamente se hace pertinente utilizar en la mitad del camino, un hecho inesperado y trágico que desencadene en un clímax y un desenlace que, de antemano, ya habían sido previstos por el autor desde los inicios de la narración. En cuanto sea más condensada su narrativa, más se impactará en la mente de los lectores al final del texto.
Más aún, debe contar con eventos que generen extrañeza en el lector pero que discurran en la vida cotidiana: la manía del tiempo que padece el protagonista, es un ejemplo notorio de lo anterior. Se necesita también que la vida del personaje principal —un héroe trágico o un antihéroe— sea inaudita, única e irrepetible; se hace pertinente que dicho personaje sea en todos los sentidos un ser excepcional y al mismo tiempo, trágico e irracional. Por lo tanto, Bruno según la narrativa de Cortázar, señala sobre el protagonista que «ya nadie sabe ya cuántos instrumentos lleva perdidos, empeñados o rotos. Y en todos ellos tocaba como creo que solamente un dios puede tocar un saxo alto, suponiendo que hayan renunciado a las liras y a las flautas» (Julio Cortázar, 226).
En opinión de Jaume Peris Blanes, «El perseguidor» supuso un antes y después en la narrativa cortazariana. En 1959, la nouvelle apareció incluida en el libro de relatos «Las armas secretas». A partir de entonces, la literatura del Cronopio Mayor, no volvería a ser igual que su anterior producción literaria. Peris Blanes explica que «hasta ese momento las cuestiones de la subjetividad, la represión social y la alienación no habían aparecido como problema central de sus relatos. En «El perseguidor», se convertían en el centro mismo de la trama, articuladas a una reflexión meta–creativa que ha hecho del relato uno de los más emblemáticos de su autor (Peris Blanes, 72).
Ludwig Tieck sostenía que los acontecimientos de la nouvelle son de naturaleza extraordinaria —la vida del protagonista de la narración cortazariana habla por si sola— y debe ser narrada como si hubiera tenido cabida en la realidad. Para agregar, el punto central de «El perseguidor» posee matices extraordinarios que permanecen abigarrados de principio a fin de la trama (Cardona López, 33).
Asimismo, la nouvelle debe contar con una extensión entre 50 y 120 páginas, entre quince mil y cincuenta mil palabras, en opinión de Mario Benedetti, citado por el crítico colombiano, descripción que encaja perfectamente con el texto de Cortázar (Cardona López, 51). Todos estos aspectos formales que componen el género literario que nos compete analizar, son traídos a colación por Cardona López, de la mano de autores prestigiosos como Goethe, Meyer, Jean de La Fontaine, Theophile Gautier, Baudelaire, Bennett, Ludwig Tieck, August Wilhelm Schlegel, Theodor Storm, entre otros. Todos esos ingredientes subyacen en la obra cortazariana en cuestión; pero vamos por partes y secciones, para estudiar a «El Perseguidor», según los postulados propuestos en «Teoría y práctica de la nouvelle».
Cabe destacar que José Cardona López cita las ideas de Bennett sobre la concepción de las nouvelles, en relación sobre lo extraordinario y al mismo tiempo desconcertante que resulta ser el protagonista en la narración propuesta por Julio Cortázar.
En opinión del novelista británico, en la estructura narrativa, se debe incluir un evento que produce un cambio significativo en la vida del protagonista, encarnado por un héroe de naturaleza fatalista que deberá cumplir con lo que está dispuesto en su destino. La narración está sujeta a una modalidad épica en prosa (Cardona López, 36 y 39). En contravía de lo anterior, la vida del protagonista más bien da cuenta de la existencia de un antihéroe, en este caso Charlie Parker o Johnny Carter, que de un héroe, ya que los relatos épicos narran la gesta realizada por un héroe en pro de un proyecto nacional.
En cambio, la vida de Carter gira en torno al caos existencial desatado por el uso de estupefacientes: es la existencia de un antihéroe que se irá desdibujando en la medida que pasa el tiempo en la narración. Su vida se irá sumiendo en una constante decadencia hasta que llega su muerte causada por los abusos y excesos, al final del relato. El tiempo como tal, será una de sus manías habituales: intentará explicarlo a Bruno, a manera de metáfora en sus alusiones sobre el Metro de Paris, la música, las valijas y otros factores.
Siguiendo los argumentos de Reformatsky, en la estructura de «El perseguidor», se hace especial énfasis en la acción y llama la atención la alternancia entre narración y descripción y los aspectos diversos que ello implica: Cortázar es un maestro para describir por medio de pocas palabras los ambientes en los que suceden los eventos y también logra condensar las características de los personajes principales. Asimismo, el autor de «62 modelo para armar», logra construir a través de su narración, el escenario o el lugar (la geografía) donde ocurren los hechos. El lector los siente, los huele, los transpira. Por último, se hace patente el tiempo como problema de toda la composición en el texto cortazariano. Lo anterior, permite inferir que en «El perseguidor», «hay aspiraciones a la dramatización» (Cardona López, 47).
Carter ni siquiera es consciente de su grandeza, de su genialidad. Por su parte, Bruno sostiene que con los héroes, las personas encuentran un sostén que les permite anclarse al caos de la vida: estos personajes son el modelo de conducta para los hombres que ven en ellos un ejemplo a seguir. Las personas admiran en ellos su genialidad, su voluntad, entrega física e intelectual para lograr sus cometidos y su tesón para cambiar los tiempos históricos. En cambio con Carter, en su calidad de antihéroe, se entra de lleno a cuestionar la condición humana, a enfatizar su fragilidad. Johnny no es un héroe: es un ser decadente, impulsado por una desgracia absoluta. Es un ser incapaz de administrar de manera idónea los dones geniales de los cuales es depositario (Cortázar, 248). Por eso, Bruno como gran crítico de jazz admira a Johnny, pero lo único que no envidia a Carter es el dolor que lleva por dentro (Cortázar, 238).
Por lo tanto, Bruno al describir maravillado y aterrado la psicología de su biografiado, comenta que «es terrible que un hombre sin grandeza alguna se tire de esa manera contra la pared. Nos denuncia a todos con el choque de sus huesos, nos hace trizas con la primera frase de su música. (Los mártires, los héroes, de acuerdo: uno está seguro con ellos. ¡Pero Johnny!)» (Cortázar, 252).
Se sabe por medio de los estudios, entrevistas y análisis dedicados a Cortázar, que era un gran conocer del jazz, inclusive era un ávido interprete de la trompeta, mientras mimaba a su gato «Teodoro W. Adorno», en su piso parisino atiborrado de libros. «Rayuela» bien se podría considerar un estudio pormenorizado sobre los grandes compositores y creadores del jazz: tanto la Maga, Oliveira y los personajes secundarios de la obra, tienen una afinidad especial con las grandes figuras del jazz.
Cabe entonces preguntarse ¿por qué Cortázar decide recrear la vida de Charlie Parker en su nouvelle? ¿Por qué no optó por otros personajes destacados de ese mundo musical como Louis Amstrong «Satchmo», Art Tatum, Dizzy Gillespie o Miles Davis, todos ellos contemporáneos de Parker? La respuesta radica en que el autor argentino, consideraba al saxofonista de Kansas un personaje llamativo, peculiar y de dotes extraordinarias. Alguien completamente excepcional. Por eso, de ahí la opinión generalizada de que los protagonistas de las nouvelles, deben ser personas excepcionales, que se distinguen del resto de los mortales.
El propio Cortázar ofrece una explicación al respecto: «Yo no lo conocí personalmente, aunque sí estéticamente, porque me tocó vivir en el momento en que Charlie Parker renovó completamente la estética del jazz y después de un período en que nadie creía y la gente estaba desconcertada por un sistema de sonidos que no tenía nada que ver con lo habitual, se dieron cuenta de que allí había un genio de la música» (Cortázar)
Por otro lado, Johnny Carter —sui generis en toda la expresión del término— es un personaje obsesivo, esquizofrénico, que se encuentra inmerso en una búsqueda constante de su identidad, aunque no sepa muy bien lo que quiere. En el fondo, su obsesión radica en definir quién es y qué rol juega en el mundo trágico que le tocó vivir. Esa investigación frenética y absurda, lo lleva a mantener una fijación enfermiza con el tiempo.
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