Especial Vargas Llosa Cronopio

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UNA CRÍTICA DIALÉCTICA A «LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO» DE VARGAS LLOSA

Por Daniel Noemi Voionmaa* y Luis Martín–Cabrera**

CÓMO TODO LO SÓLIDO SE DESVANECE (UNA VEZ MÁS) EN EL AIRE

Recordemos lo que hay que recordar: Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente; la época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo sólido se desvanece en el aire, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

Y ahora algunas oraciones (casi) al azar del nuevo libro de Vargas Llosa:

«‘Un tiempo del que se pueda decir que carece de cultura’ (…) ese tiempo es el nuestro» (14)

«Comenzó la era de la poscultura» (20)

«La diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el entretenimiento de hoy es que los productos de aquélla pretendían trascender el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras, en tanto que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y desaparecer, como los bizcochos o el popcorn» (31)

«El único valor existente es ahora el que fija el mercado» (32).

«Divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal» (33)

«La literatura light, como el cine light y el arte light da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con un mínimo esfuerzo intelectual» (37).

«Masificación es otro rasgo, junto con la frivolidad, de la cultura de nuestro tiempo» (39)

«En la civilización del espectáculo, el cómico es el rey» (44)

«…Lo frívolo sobre lo serio, ya no produce (nuestra época) creadores como Ingmar Bergman, Luchino Visconti o Luis Buñuel. ¿A quién corona ícono el cine nuestros días? A Woody Allen, que es, a un David Lean o un Orsen Welles, lo que Andy Warhol a Gauguin o Van Gogh en pintura, o un Dario Fo a un Chéjov o un Ibsen en teatro» (47).
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Seamos justos: estas son citas de la primera parte del libro, la más divertida (aunque le pese la palabra, es de veras un piropo). Los capítulos restantes que tratan sobre libertad de expresión, libertad sexual y religiosa, son, probablemente, más conservadores en su liberalismo: la libertad, querido Sancho, etc. Es decir, son sumamente correctos y levantan solo los entrecejos de los sectores más conservadores: sobretodo el encanto de Vargas Llosa por el sexo y el erotismo (terreno en el cual él incursionó con un par de novelas —Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto—, dicho sea de paso, que intentando lo segundo, andan más cerca de una versión deslavada de lo primero). El comienzo de La civilización del espectáculo es, en cambio, un festín que ni siquiera Woody Allen pudiera haber imaginado: estamos viviendo el fin del mundo. O casi. Por lo menos del mundo como lo conocemos.

Pero seamos justos (o casi): no se trata de pedirle peras al olmo, o manzanos a los naranjos. Además, atacar a Vargas Llosa por sus posiciones pro neoliberalismo, pro mercado, anti todo–lo–que–pueda–oler–a–izquierda, ya se ha vuelto un poco aburrido o iterativo. Digamos, para variar un poco, que al final de su ensayo rescata a dos pensadores: Karl Popper y Walter Benjamin, quienes pueden resistir desde su compromiso al enrarecimiento del aire. Algo es algo dirán algunos. Peor es mascar laucha. Una golondrina no hace verano. Veamos.

Bueno, si estamos cansados de decir «Vargas Llosa es un neoliberal» (pero conste que no lo estoy), porque no decir «Todo lo sólido se desvanece en el aire: Vargas Llosa se ha vuelto comunista sin darse cuenta» (o mejor dicho se ha revuelto), ha sido víctima de su propio éxito editorial, y le dormimos con este cuento de cuna. Sí, veamos. La destrucción de la cultura se debe a la fuerza del mercado, arguye; él (el mercado, no Vargas Llosa) determina el valor de todo. La libertad, que no existe sin el mercado (dice en otra parte), es destruida por el mercado mismo: recordemos a Don Giovanni cantando a toda voz en el primer acto «Viva la libertà», la misma libertad que debió espantar al emperador y que, llevada a su límite, será su condena, su infierno. Pero Vargas Llosa, probablemente a su pesar, no es Don Giovanni. Complicado asunto. Quizás debiéramos dejarlo en manos de analistas post–lacanianos o hegelianos pre–hegemónicos.
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La crítica que elabora Vargas Llosa a la ya–no–cultura de nuestros tiempos no es, en primer lugar, nada novedosa: «O tempora, o mores,» se quejaba Cicerón en el año 63 antes de nuestra era. Y ni pensar lo que decían los romanos cuando todas las hordas bárbaras invadían la ciudad eterna y Alarico firmaba su nombre en los muros del Foro. Sí, pensar que los tiempos de uno son el fin de la cultura, que estamos condenados a la condena, es un recurso humano ante el cambio y la incertidumbre que se viene repitiendo desde tiempos inmemoriales. ¿Vivimos con una «tabla de valores invertida»? Crisis moral se quejaba el cura Valente cuando leía las aventuras de un chico mal portado. Crisis moral se quejaba la Iglesia cuando se la separó del Estado. Crisis moral se quejaba el Virrey cuando los criollos no estaban de acuerdo con sus medidas. Ahora Vargas Llosa nos entrega la clave de la crisis moral: el mercado. Quién lo iba a decir.

La crisis de la cultura que el autor entretiene puede entenderse, en América Latina, como una nueva reescritura de la manida frase civilización y barbarie. Vargas Llosa asume que la cultura hoy ha dejado de existir porque la gente ya no lee y porque la frivolidad reina por todas partes. Los que rescatan la verdadera cultura son unos pocos que aún se atreven a disfrutar de Dostoievski o todavía pueden leer el Quijote y pensar que nos dice algo relevante. En eso, y Vargas Llosa lo reconoce, no hay mucha diferencia con lo que ha pasado siempre: es un pequeña élite la que tiene el privilegio y determina la razón de la cultura. El problema es que ahora esa pequeña élite habría perdido incluso el mínimo rol que le correspondía antes. Claro: yo estaba pensando en que ahora se viene a quejar de que el arte y lo sublime desaparecen engullidos por ese mismo mercado que él promueve y del que el mismo se beneficia, intentando quedar bien con dios y con el diablo. Partimos de la suposición que él es un intelectual que resiste a la mercantilización del arte (no entremos a discutir el problema editorial o la relación de Vargas Llosa con Rólex, de algo hay que comer). Por el otro lado, la mayoría son pseudo–intelectuales, papanatas; e incluso aquellos que tienen buenas intenciones (Foucault y Derrida entre otros —«Cada vez que me he enfrentado a la prosa oscurantista y a los asfixiantes análisis literarios o filosóficos de Jacques Derrida he tenido la sensación de perder miserablemente el tiempo» (92)), lo que provocan y producen es una profundización de la misma crisis. Esto es, su teorizar contribuye a la destrucción de nuestra cultura. Podemos formular así la siguiente ecuación:

Mercado + Derrida/Foucault
_______________________   = destrucción de cultura².
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Simplificando, el mercado afecta doblemente el asunto: nadie puede escaparse de sus garras, ni siquiera aquellos que intentan hacerlo. Fiero monstruo.

Nosotros, que de derrideanos tenemos lo que Finlandia de Barbados o lo que Béjar de Castilla, creemos que hay cosas más miserables que leer Los espectros de Marx o pensar que, al fin y al cabo, la justicia sigue siendo un valor por el cual vale la pena luchar. Decimos no más, porque a veces las cosas hay que decirlas como son (sobre todo cuando falta lo que falta). No está demás decirlo: la nostalgia por una arcadia intelectual que nunca ha existido está patente en sus ideas. Y es curioso, porque él sabe bien que las ideas que importan solo surgen en la lucha. Bueno, esto tampoco es de gran novedad, los franceses siempre han tenido una tendencia al paté y a la complicación filosófica. Si no que lo diga Pascal para quien un pensamiento que no estaba en constante movimiento era sinónimo de muerte.

Pero nos hemos ido por las ramas. Lo más curioso de todo es que en la argumentación del Premio Nobel uno de los grandes culpables es el mercado (véase una de las citas arriba). Es por culpa del mercado que la cultura se ha frivolizado. Vaya problema: lo que queremos nos termina por matar. ¿O será que uno admira lo que no entiende? (Pascal, de nuevo). Y quizás en este punto radique una de las grandes contradicciones de Vargas Llosa, repetimos: el mismo mercado que, para él, es condición necesaria para un funcionamiento democrático, es el que provoca la crisis radical de la cultura como la conocemos (no citamos a Pascal aquí sino a REM). La pregunta no puede ser más clara: ¿qué hacer?
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Una alternativa: le acusamos de plagiar el Manifiesto Comunista sin citarlo, porque está plagiando a Marx y que, en consecuencia, le pase las regalías a los partidos comunistas que quedan en el mundo, incluido el de Cuba, pero no al de China, porque a esos no les falta dinero.

Otra alternativa: decidir que Vargas Llosa, en el fondo, bien en el fondo, se quiere arrepentir de lo que ha venido diciendo desde fines de los sesenta, pero no sabe cómo hacerlo. Que él no puede «derramar vivas lágrimas», como lo hacen sus amados personajes en el Tirant lo Blanc, y que por eso escribe estas diatribas que pueden ser mal leídas como conservadoras.

O quizás no quede más remedio que escuchar sus rabietas mientras el mundo sigue cambiando muy a su pesar y mientras reconocemos, en completo acuerdo con él, que, precisamente, la tarea que nos queda por delante no es describir el mundo sino transformarlo. Aunque puede que nos acusen de plagio.

Vargas Llosa y su ‘Civilización del espectáculo’. Fernando Sánchez Dragó entrevista a Mario Vargas Llosa. Cortesía de Telemadrid. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=P7C79Rcaavg[/youtube]
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* Daniel Noemi Voionmaa es Profesor Asociado de literatura y cultura latinoamericanas en Northeastern University, en Boston. Se licenció en literatura en la Universidad Católica de Chile, tiene un máster en literatura en la Universidad de Chile y se doctoró en Yale University. Es autor de Leer la pobreza en América Latina: Literatura y velocidad (Cuarto Propio, 2004) y de Revoluciones que no fueron, que aparecerá prontamente. Ha escrito sobre literatura y cine latinoamericanos, realismos y vanguardias, y teoría literaria, además de crónicas y artículos sobre diversos temas de actualidad. Sus escritos han sido publicados en Casa de las Américas, Journal of Latin American Cultural Studies, Revista Brasileira do Caribe, Asian Journal of Latin American Studies, Taller de Letras, entre otras. Se desempeña como cronista para el periódico El desconcierto, colabora con el periódico La patria de Manizales, mantiene un blog sobre teoría y práctica del viaje y es miembro del comité editorial de la revista Cisma, del Centro Telúrico de Investigaciones Teóricas. Está escribiendo actualmente un libro sobre ciudades, viajes y literatura.

** Luis Martín–Cabrera es Profesor Asociado del Departamento de Literatura de la Universidad de California, San Diego, Director interino del programa Global South Studies y profesor afiliado de los programas Critical Gender Studies, y del Centro de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos (CILAS) de la misma universidad. Martín–Cabrera es licenciado en Filología Hispánica y Filología Francesa por la Universidad de Salamanca (España) y doctor en lenguas y literaturas románicas por la Universidad de Michigan (Estados Unidos). Es autor del libro «Radical Justice: Spain and the Southern Cone beyond Market and State. Bucknell UP, 2011, un estudio comparativo sobre las políticas de la memoria a ambos lados del Atlántico y autor de números artículos sobre cine, literatura, teoría Marxista y Psicoanálisis que han aparecido en distintas revistas como The Journal of Spanish Cultural Studies, Hispanic Review, Revista de Estudios Hipánicos o la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Martín–Cabrera es además Director del Spanish Civil War Memory Projet (https://libraries.ucsd.edu/speccoll/scwmemory/), una iniciativa de la Universidad de California en San Diego para recoger testimonios de los sobrevivientes de la violencia fascista en España y miembro del colectivo editorial del periódico alternativo rebelion.org.

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