Invitado Cronopio

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EL SAXOFONISTA SIN SAXO

Por Alexander Ayala Ugarte*

Américo Estévez es de aquellos que suelen entrar por la puerta de atrás, pero es de los que siempre entran. Estamos en el Cementerio General de La Paz. Para él aún un territorio Comanche. «Acá todo lo controlan los del sindicato de músicos —me dice—, y yo soy una especie de extraño». Son las diez de la mañana del Día de Todos los Santos. Américo, de 37 años, sujeta en una mano a su hijo David, de 10, y en la otra la funda negra de una guitarra. Calza su cuerpo en una chaqueta azul y una camisa blanca bien planchada. Del cuello le cuelga una corbata anudada a medias y lleva botas negras con el acabado en punta.

Mientras entona un estribillo afilando las cuerdas de su guitarra con las uñas, un tipo con cara de luto y vestido de un negro perfecto se le acerca. «¿Usted canta a los muertos?», le pregunta. Américo, que pone una mueca como si no hubiera visto uno en su vida, titubea. «Yo soy nuevo», responde sin aclarar si eso es un sí o un no al requerimiento. El señor le agarra del brazo y, como quien roba una canción, se lo lleva frente a una lápida.

Allí, espera en semicírculo la familia al completo. Américo comienza el rezo musical con el Padre Nuestro y después busca en su repertorio canciones románticas para salir del paso. «Una pena tengo yo que a nadie le importa. Qué me importa nadie si a nadie le importo yo», recita. Tras dos o tres composiciones más, el señor le pide una morenada. Américo suda más de la cuenta. No sabe ninguna. Guitarrea una como puede y la tararea. «Con el saxo se ganaba más», me susurra luego, al alejarnos. Acaba de recibir 15 Blivianos, que sumados a los 10 que había hecho ya constituyen una buena razón para retornar a casa.

Los 47 hijos del abuelo

Américo perdió su saxo —ese instrumento de sonido elegante y engranajes de fábrica inventado por el luthier Adolphe Sax en 1846 y popularizado gracias al jazz— el pasado 22 de agosto, en una actuación en la universidad. «Creo que unos maleantes me habían seguido, porque fui a hablar con el Decano y parece que un hombre bien vestido entró y se lo llevó», relata. Era un saxo marca Selmer que había comprado barato, en 450 dólares, y que actualmente costaría más de 2.000.

Un saxofonista sin saxo es como un lienzo sin pintura, como un relojero sin hora o, como diría el periodista Gay Talese, como un Frank Sinatra con resfrío. Y Américo lógicamente lo echa de menos.

A menudo, tocaba el suyo a la intemperie: en la calle Loayza, el Shopping Norte o la Comercio. En un buen día podía hacer incluso 80 Blivianos. Y un chino —dice él— solía seguirle con sus CDs piratas para vender mejor los discos de famosos intérpretes de saxo, como Kenny G. y Gato Barbieri.

«Siempre he tocado de oídas», confiesa ahora sentado en su sala, en lo alto de una pequeña edificación que parece querer comerse la calzada en el número 1198 de la Tejada Sorzano. Es una construcción principalmente de adobe a la que se accede tras subir 26 graditas. Sus paredes hacen enseguida referencia a Américo —El Rey del Saxo o Saxo Man son algunas de las inscripciones que lo mencionan— y casi todo allá parece tener alguna clase de vinculación con la música, hasta dos relojes de mesa incluso: uno con forma de guitarra y el otro con las curvas de un violín.

«Como ves, en el barrio soy bien conocido. Hasta los delincuentes me conocen pues; por eso es que me han robado el saxo», bromea. Américo lleva la música en la sangre. Fue nieto de Fernando Román Saavedra —autor de composiciones como Collita—, del que cuentan que tuvo 47 hijos y que murió en La Paz cuando viajó desde la Argentina a los 85 años para arreglar unos papeles antes de la boda con una jovencita de 18; y sobrino de Efraín Salazar y Alberto Salazar, componentes del conjunto Los Helenos, que llegó a inaugurar hoteles como el Radisson.

«Mi tío Efraín —cuenta— igual tocaba el saxo. Lo hacía además al vivo, sin micrófono, para lo que hay que tocar fuerte. Y por eso le salió una hernia de estómago».

Américo arrastra otras dolencias: el dedo gordo de su mano derecha sufre por un pequeño callo, la espalda se resiente cada vez que se cuelga el saxo y se le hincha el labio inferior al interpretar uno.

Son las cinco de la tarde del sábado 1 de noviembre y llaman al teléfono celular. Américo lo contesta: «Sí, mi Coronel, no se preocupe, estaré puntual». A su vera, se alza una imagen del Sagrado Corazón con una candela sin cera, casetes, discos de vinilo, recopilaciones de grandes éxitos, algunas partituras y un tubo para sacar brillo al metal. Seguramente, para el latón de un saxo alquilado que me acaba de mostrar hace apenas unos minutos. «Me lo deja a 50 Blivianos el día un señor de la Fuerza Naval cada vez que tengo un contrato como el de esta noche», explica.

Cuando habla, Américo lo hace a trompicones, como sofocado, como si tuviera mucha prisa en decir las cosas, perdiendo el ritmo, perdiendo el tempo, dejando a un lado la distinción que le da el saxo.

Una fiesta privada

A las cinco y media, Américo ya está listo: Sus 82 kilogramos de peso y sus 1,79 metros de estatura parecen querer menguar para entrar dentro de un smoking negro que termina en una pajarita. En el rostro destacan sus lunares y se retoca el cabello con un peine azul que le salva en las emergencias. Su peinado fue un clásico en los 80. Hoy, está un tanto desfasado.

Al salir, Américo sigue un ritual típico de los artistas: lo hace con el pie derecho y se persigna tres veces seguidas. Carga con él sus equipos: un teclado, cables, micrófonos, un reproductor de DVD, un amplificador, discos compactos y el saxo prestado. Nos escolta su mujer —en estos casos, también asistente—, Nelly Ojopi Pinto, una beniana de intensísimos ojos azules (cuatro años mayor que él) que abandonó su trabajo en los Estados Unidos por el sueño de un futuro juntos. «Aunque no estamos casados, lo nuestro es ‘anticrético’ nomás», sonríe Américo. Y cierra la puerta tras de sí.

Tras las graditas, entre tanto, uno se choca de repente con los ajetreos del barrio. Tapicerías, sastrerías, «snacks», peluquerías y una maraña de cables eléctricos pueblan la escena. Próximo destino: una fiesta privada de un militar en la zona de Achumani. Américo para un taxi y coloca con mimo los equipos en el maletero.

Luego de media hora de camino, nos recibe el Coronel con un abrazo distante. «Acomódense. ¿Quieren algo de tomar?», pregunta. Como suele ser ya una rutina, Américo pide una Coca-Cola sin hielos. «En estos lugares hay que cuidarse —me dice—. La perdición para un músico suelen ser el trago, la noche y la bohemia».

Ya son las seis y cuarto. A Américo lo contrataron para amenizar una cena y los primeros instantes, en los que trata de extraer un «My way» de su teclado, parecen no tener el efecto deseado, pero todo cambia cuando empuña el saxo.

Con él, parece un jazzista salido de alguna de las mejores agrupaciones de Nueva Orleans. Cuando arquea el instrumento, lo hace con tanta sensualidad que pareciera que se contornean sus curvas; cuando baila y camina entre el mueble bar y los comensales, el saxo baila y camina con él; en sus manos es como un guante perfecto; es como si Américo hubiera quedado atrapado en el alma del saxo.

Después de la actuación, aproximadamente de una hora, Américo recibe los 200 Blivianos que su tarifario indica, un plato de paella y postre. «Me gusta interpretar los temas para la gente de clase alta —me susurra—. Siente más la música. En El Alto, en cambio, una vez me obligaron en un preste a tocar gratis hasta las cuatro de la mañana. Hasta las seis no llegué a mi casa».

Del monto que acaba de cobrar, 20 Blivianos van a parar a la movilidad para el viaje de regreso. Cada peso, mal que bien, es una monedita más que se acumula para la compra de un nuevo saxo.

El pisco sour

Dos días más tarde, un lunes, Américo trata de disfrutar de su única jornada de descanso en la semana. Sin embargo, su rutina habitual cambia muy poco. A las ocho se levanta y toma un desayuno de obrero: jugo de papaya y marraqueta. A continuación, ensaya. Y a lo sumo, como hoy, se da el lujo de tomar un pequeño «pisco sour» (una cerveza bock o dos habitualmente, que si se emociona se pueden convertir en tres, cuatro o quizás cinco).

Acompaño a Américo a dar una vuelta por el barrio, con sus subidas y bajadas una metáfora de la propia vida que ha tenido el músico. «Un tobogán», me dice.

Subida: según su carnet de identidad, Américo Estévez nació en La Paz el 25 de mayo de 1971, Día de Chuquisaca y, además, Día de la Patria en Argentina.

Bajada: no llegó a conocer a su padre y su madre lo abandonó antes de su primer cumpleaños, dejándolo con su abuela para ir primero a estudiar a Argentina y después a Brasil, donde finalmente se instaló.

Subida: de changuito, armó su primera percusión con latas vacías de pinturas Monopol, hasta que su abuela le regaló su primera batería. Los vecinos le llamaban El Despertador porque comenzaba a tocar a las seis de la mañana.

Bajada: en clase, era un muchacho solitario y tímido. Antes de cumplir la mayoría de edad, viajó a Brasil para dar encuentro a su madre. Ella, acomodada ya en los altos estratos de la sociedad, ni siquiera lo presentó como su hijo.

Subida: debido a su habilidad, algunos de sus compañeros le bautizaron como El Rey de las Baquetas; éste las tiraba al cielo y las recogía con habilidad. Agitaba su melena al aire y rara vez perdía el ritmo. Fue integrante del grupo Matria y fundó Los Casanovas, un trío que amenizaba las comidas en el restaurante La Torre de Oro.

Bajada: una mala racha le llevó a hacer empanadas de carne, de pollo, de charque, de queso y de huevo con una receta beniana de su pareja. Solían ir a venderlas tanto a Miraflores como a Villa Fátima.

Subida: Américo ideó varias composiciones para atraer clientes. Por cada cuatro empanadas, regalaba una canción a sus clientes. Entre su repertorio, destacaba Luis Miguel. El Día de la Mujer y en Navidad compraba regalos y hacía rifas.

Una casualidad, la subida del precio de la carne, le hizo abandonar las empanadas y retornar el sendero de la música en 2003. «Entonces se inició mi idilio con el saxo», me cuenta mientras caminamos.

Una vecina con ropa de andar por casa que parece paseada por sus cuatro perros se cruza con nosotros y le recrimina: «¿No deberías estar ya con tu familia?».

Unos pasos más adelante, le saludan; y le vuelven a saludar dos esquinas después. Sin duda, Américo es conocido.

La película de Van Damme

En la casa del músico, no son demasiados los recuerdos que quedan del pasado. Tan sólo, algunas fotos en blanco y negro y en color y un retrato de su abuela en sepia en la que luce jovencísima. Ahora, Elena Salazar, tiene 84 años. Peina canas, pero se las tiñe cada cierto tiempo intentando quitarse de encima un par de lustros. Y sigue todavía siendo la sombra de su nieto.
«Cuando él era más joven, íbamos a todo lado juntos. Sobre todo, al cine —rememora Elena—. Y en una ocasión tuve que llevarle a ver once veces León peleador, de Van Damme, para que aprendiera a defenderse» (carcajadas).

Dicen que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer. En este caso, detrás de Américo hay dos mujeres —su pareja (Nelly) y su abuela—, dos perros y dos niños —David (10) y Gabriel (5)—. David acompaña a su padre algunas veces cuando actúa en la calle; Nelly, en boliches y locales nocturnos; y su abuela lleva a su lado toda una vida.

«De niño —continúa haciendo memoria Elena—, cuando Américo hacía travesuras y me hacía renegar, yo le azotaba. Pero luego fue creciendo, se formó y no faltaba a trabajar nunca. Se volvió un muchacho responsable. Pero mejor ponle tus videos, hijo, y que lo vea». Américo se acerca y saca unos VHS con polvo encima. «El Coloso de América», dice una anotación en uno de ellos. Tras el play, la nostálgica figura del saxofonista se traga la pantalla: hay un soplido donde debían estar los labios; lanza quejidos a través del saxo; juega con los dedos, los arma y los desarma, hasta obtener al final la melodía.

Un ser desnudo

Herencia de su abuela, es el gusto de Américo por usar corbata. Su armario es prolijo, como si escogiera una para cada momento. Son las diez de la mañana del jueves 6 de noviembre y el músico ha elegido una chompa de cuello alto, un traje claro con botones elaborados a base de huesos y una corbata de tonos apagados para afrontar la calle.

«Al principio, me daba vergüenza enfrentarme a la gente —me confiesa—. Además, un tiempo atrás estuve traumado por mi nariz, mi talón de Aquiles. En una discusión, me la destrozó un tío de un cabezazo y el cirujano plástico me la recompuso mal. Mis amigos me llamaban ternerito y tenía el mismo perfil de un boxeador. Pero creo mucho en los ángeles y en la metafísica y yo mismo me la arreglé masajeándola. Los doctores no lo podían creer». Hoy, Américo se encomienda siempre a su «llamita azul» y a las buenas energías.

En el dedo anular de su mano izquierda, con la que exprime notas a la guitarra, luce un anillo de acero con el dibujo de un ancla. «Es para combatir los vientos, para que no me lleven». Sin su saxofón, camino a la calle Loayza, parece estar desnudo. El saxo que le robaron era como un frac con la medida perfecta, como un buen vaso de whisky y hielo.

Tras descender del minibús número 253, el recorrido es el siguiente: Ballivián, Comercio, Obispo Cárdenas, Mercado y Loayza. David, el hijo mayor de Américo, sigue a su padre por detrás a paso de hormiga. Y se instalan en un punto frente a la iglesia San Juan de Dios, cerca de varios lustrabotas y un viejo mendigo que trata de hacer algunos pesos templando el sonido de su flauta.

Los primeros minutos, la voz de Américo se mezcla con otros ruidos: los tubos de escape, las bocinas, y los pasos de los transeúntes. Pocos son los que se paran. «Con el saxo, todo era mejor —lamenta—. Aguantaba más. Y en una ocasión, un músico extranjero hasta me dio 100 Blivianos por un solo tema». Ahora, la bolsa de nylon que recoge las monedas apenas ha reunido unos cuantos pesos. El saxo rompía la frontera de las indiferencias.

Noche en La Tuerca

Gracias a él, durante años Américo ha sido contratado hasta por grupos como los masones. «En medio de ellos, yo parecía Cantinflas”», dice (risas). Y las actuaciones le salen sobre todo por el boca a boca, pues nunca ha puesto su anuncio en el periódico. Hoy, 7 de noviembre, ha habido suerte. Salió un contrato. Será a la noche en el pub La Tuerca de Calacoto. De nuevo, va a alquilar el saxo a su contacto de la Fuerza Naval.

Son las nueve. Ya ha caído el sol y Américo tiene la sonrisa de un niño de 10 años. Sus botines se ven recién lustrados. Ya en el boliche, me cuenta que se trata de un cover. Es decir, cobrará en función del número de clientes —en principio, 20 Bolivianos por nuca—. Los primeros suspiros no son muy alentadores. Sólo una mesa está ocupada, con una señora con brazos flacos y larguísimos y un tipo canoso de bigote cuyos gestos se confunden con el reflejo de una vela. Los dos conversan sin hacerle demasiado caso al músico.

Todo cambia con la llegada al local de un nutrido grupo de treinteañeros para festejar un cumpleaños. Con su presencia, Américo rentabiliza la jornada, pero también se pone nervioso. Busca una mirada de aceptación de su pareja tras cada composición interpretada y muestra tics nerviosos a cada ratito. Se seca el sudor repitiendo compulsivamente el mismo gesto: primero con el revés de la mano derecha y luego con el de la izquierda; cierra los ojos con fuerza y frunce el ceño.

Mientras se pasea entre las mesas con el saxo, el público le invade con sus aplausos. Borda con un solo magistral Hotel California, de los Eagles, y complementa su caminata con la magia de New York, New York.

Cuando se concentra, Américo se transforma con suma facilidad en Sinatra, Kenny G. o Gato Barbieri, y saca las notas del instrumento a su antojo, como si él mismo las esculpiera. En ese instante, se le hinchan las venas de la mano izquierda. Y su cara, bajo los focos, brilla entre tonos azules, rojos o amarillentos casi más que el propio saxo.

El show se completa con alguna que otra cantada y una exhibición músico–malabarística con la batería gracias a su control sobre las baquetas. Ya de madrugada, el artista guarda el saxo en su funda marrón y recorre el lugar en silencio, como si se reservara las palabras únicamente para su instrumento.

Si Américo hubiera podido elegir, posiblemente sería negro, porque los negros, dicen, «saben hacer hablar mejor al saxo».

Epílogo

En su casa, sentado en su sofá con bordado de flores, es cuando Américo parece más un hombre de carne y hueso. «¿Y tu secreto?», trato de abordarle. En el conservatorio le dijeron que para tocar el saxo iba a demorar por lo menos diez años. Sin embargo, él dominó en tan sólo uno el instrumento, y eso que ni siquiera sabe leer bien las partituras.

«Para mí todo es cuestión de perseverancia» —responde finalmente—. Si veo a alguien hacer algo, siempre me cuestiono: «Si él lo hace, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo igual o mejor?».
Antes, cuando ensayaba, las edificaciones aledañas se impregnaban en minutos del sonido de su saxo. Ahora, en cambio, poco puede hacer con el alquilado. «Lo devuelvo después de usarlo, no queda otra». Una rifa hace semanas le dejó la escueta ganancia de 500 Bolivianos para uno nuevo. «Algo es algo», silabea. «Y dime, Américo, ¿cómo te gustaría que te recordarán?», le digo antes de despedirme. «Como Saxo Man: el último amigo de los niños» (risas).
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* Alexander Ayala Ugarte trabaja como freelace, fue editor narrativo del semanario Pulso, es colaborador del semanario argentino Perfil, la revista latinoamericana Gatopardo, la agencia argentina Prensa Nueva, la revista peruana Etiqueta Negra, la revista chilena Paula y otros medios internacionales. También es director de la nueva revista de periodismo literario Pie Izquierdo.

3 COMENTARIOS

  1. REALMENTE ME GUSTA LA FORMA DE PERSEVERAR DE AMERICO.
    LO CONOCI EN EL COLEGIO AVEMARIA DE LA ZONA DE VILLA FATIMA EN LA PAZ, SIEMPRE FUE UNA PERSONA DINAMICA Y LLENA DE OPTIMISMO, AHORA AL SABER MUCHOS DETALLES DE SU VIDA, ME ENORGULLESCO DE HABERLO CONOCIDO.
    DIOS BENDIGA LA VIDA DE ESTE MAGISTRAL MUSICO
    QUIERO SABER DONDE CONSEGUIR DATOS TELEFONICOS DE AMERICO PARA ESCUCHAR SUS INTERPRETACIONES.
    ESPERO COMENTARIOS.

  2. La historia aqui contada tienen en sus comentarios algo de quien parece mas un Dn Quijote de la Mancha por su buena himajinación,no deja de puntuar que le gusta la musica por que su familia fue de musicos, incluso su abuelo de quien hace comentarios absurdos sin al menos respeto y consideración a los kilates de este maestro compositor.
    Soy un aficionado a la buena musica y se cuando alguien por su buena enbocadura proboca un deleite para los que lo escuchan y este no es el caso de este personaje que se esconde detras de sus historias de su himajinación y borracheras pior esto escoje el cementerio como palco,mas respetos guardan respetos y solo por esto aplaudimos la intención de aparecer a qualquier costo valiendose de mentiras y terjiversaciones .El abandono de sus progenitores su abuelita sabe por «el por que» asi como el las sabe,apenas no fue posible aprovechar su estadia por su mala educación,pues con poca edad ya sabia enborracharse y tento faltar el respeto a sus maiores que bien lo acogieron en familia y que no se le perimitio hacerlo al colmo de recibir un bofeton en la boca,este mismo expediente ya lo dijo que su tio le rebento la nariz y como halla todos se valen de este expediente nada mas normal.Nunca entendera que aqui en el extranjero,es necesario tener profesion y recibio orientacion para esto incluso ofrecimiento de ayuda financiera,mas pudo su acomodación y nada obtuvo del apenas su deboche e irresponsabilidad con la vida que apoiada pela abuela, forma un hogar sin arientación y responsabilidad por lo que el se enorgulla.Resumiendo, quien tubo la osadia de acreditar tanta infamia y mentira publicandola,podra sufrir las consequencia si el tema no tiene las correciones devidas e mas proximas de la realidad y no apenas conjeturas cantinflescas de este irresponsable,esperaremos un tiempo razonable y por favor no coloque a disposición mis referencias, apenas me quedo a su disposición para esclarecimiento que jusge nacesario.

  3. Mañana por la noche escuchare al Famoso Saxofonista con Saxo Alquilado, una vez lo vi en la calle, como no soy musico no le di mucha bola, pero creo que el talento se lo ha ganado, asi que por eso ire

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