JORGE ALONSO ZAPATA: EL PINTOR DEL HABITAR
Por María Builes Restrepo*
«La calle es ese escenario predilecto
para que una sociedad se procure a sí misma
sus propias teatralizaciones.
Sometidos a la vista de todos, los grupos
humanos encuentran en el proscenio
donde dramatizar sentimientos compartidos,
conciencias identitarias, vindicaciones,
acatamientos y rebeldías».
(Manuel Delgado)
El variopinto escenario que resalta de la obra de Jorge Alonso Zapata ha navegado en las oquedades de la calle, inquiriendo en temáticas que pululan en medio de la agitación del tejido urbano. Su inspiración ha corroído los límites de lo socialmente estable, creando atmósferas vívidas que recrean su entorno inmediato. Detenerse en una de sus piezas es remitirse a la frondosa situación del centro de Medellín, su visión plástica se conjuga con la de un etnógrafo visual e «historiador pictórico» que narra a través de la pintura la vida en la calle, el trasegar humano y la segmentación de una realidad inconclusa, como la de los habitantes de calle. Para Zapata, el arte es un medio eficaz para manifestar los escenarios sociales y sus tramas, la realidad de un acaecer agitado que es deglutido por los viandantes. Así pues, su obra se dilucida como una oda a la marginalidad, la decadencia y la desazón de sujetos socialmente rechazados.
Bien se dice que la sensibilidad es una cualidad innata de los artistas, pese a que Zapata no es artista de profesión, la emoción pictórica que ha otorgado a sus cuadros lo ha catapultado como uno de los artistas más reconocidos de Medellín, proyectando su trabajo a instancias nacionales e internacionales. Partiendo de escenas escabrosas que vivió mientras trabajaba en el CTI, Jorge Alonso sintió la necesidad de traducir el terror social de su entorno al imaginario artístico, evidenciar por medio de la pintura el transcurrir más turbio que envuelve el entramado urbano. Quizá su hacer artístico fue una suerte de catarsis que fecundó una mirada crítica a lo que genera escozor y desdén, que entiende la calle como una tramoya de situaciones teatralizadas donde se conjugan un sinfín de sensaciones que van más allá de lo humano y se insertan en lo que podría concebirse como una «conciencia pictórica» frente a lo que la mirada testifica.
Las pinturas de Jorge Zapata son una apología al «habitar la calle», una exaltación del modus vivendi en espacios no convencionales, aquellos que son fruto de conciencias identitarias propias, cuyas leyes están regidas por principios autónomos, donde sobrevivir y «sobremorir» son acciones del día a día.
Pero más allá del profundo componente social y experiencial que está inmerso en el trabajo de Jorge Alonso, hay una exploración rigurosa del color que remite a escenas trémulas y congestionadas del centro, reflejan los múltiples sucesos que allí se dan. Asimismo, generan en el espectador la percepción de lo que podría sentirse en esos proscenios. De tal modo que el color cumple un papel expresivo y gestual que dota de sentido el hacer pictórico del artista. Pese a que muchas de sus escenas parten de situaciones de desdén, desorden y desarraigo urbano, la incidencia de los colores fuertes se contrapone a la idea de que la vida en la calle es una condición negativa o lastimera, la vivacidad del color enaltece esa realidad, resignifica las situaciones y les concede un nuevo estatus, es así como Zapata extrae de la calle la paleta de colores que plasma en sus lienzos, consolidando un lenguaje visual propio que remite a referentes del pop art y a una estética kitsch. Los colores brillantes y carnavalescos crean una reflexión frente a la concepción de una «ciudad salvaje» y los factores sociales y comportamentales que de ella se desprenden: la prostitución, la violencia, las drogas y el imaginario cultural de una Medellín que tiene fuertes problemas de orden social y político. El artista es quizá uno de los que mejor ha representado la Medellín de postguerra, sus imágenes manifiestan los remanentes socioculturales que quedaron de la guerra de los ochenta, además revela la desmesurada industrialización que se ha venido presentando en los últimos años en la ciudad, y con ello, la gentrificación y el aislamiento de los menos favorecidos, quienes se mudan de calle en calle, como si fuesen nómadas urbanos sin hábitat real.
Desde esta perspectiva, el trabajo del artista se circunscribe en dos polos opuestos pero que se concatenan. Por un lado, la reflexión frente a situaciones de orden social y cultural que generan estupor en el imaginario medellinense; por el otro, el sentido ontológico que le otorga mediante el color y la gestualidad de sus trazos a las escenas que recrea, pues, no las revela como problema, más bien como realidad.
La expresión pictórica del artista muestra arraigos iconológicos, simbología que deviene de la cultura paisa y de las costumbres citadinas, una semántica visual que permite entender las dinámicas que se gestan en el espacio público, y además, un conjunto de referencias pictóricas que retrotraen el pasado al presente, tal y como lo hace con la obra Horizontes de Francisco Antonio Cano, cuya concepción real de la pieza es traducida al lenguaje contemporáneo, la reinterpreta como Nuevos horizontes, un horizonte que dista de la idea de pujanza campesina que inicialmente planteaba Cano. Zapata por su parte, inserta la imagen en un paisaje urbano industrializado regido por las tendencias capitalistas que imperan en la contemporaneidad.
Además de la tendencia que tiene Jorge Alonso a reinterpretar piezas icónicas, él ha hecho de la pintura un ejercicio que se expande y va más allá del lienzo, pues las formas se salen del marco y deja a la imaginación del espectador la continuidad de la escena pictórica. Por otro lado, Zapata explora múltiples soportes, podrían llamarse ready mades de su entorno inmediato, como televisores, discos, madera y demás objetos encontrados que son el soporte mediante el cual recrea sus pinturas, saliéndose de lo bidimensional y fecundando una visión más amplia de la pintura fuera de su formato tradicional.
Jorge Alonso Zapata puede llamarse el pintor del habitar, puesto que más allá del magistral y expresivo uso del color, es un viandante que interactúa con su entorno, así lo demuestra su taller, en el sector conocido como Cúcuta en el centro de Medellín, un espacio que puede considerarse una extensión de su obra, donde converge el variopinto mundo de sus piezas artísticas. Es el medio de inspiración más próximo que además de ser un taller de elucubración plástica y conceptual es el detonante visual que enriquece el imaginario pictórico. Como bien dice él «lo que Medellín me presente es lo que pinto», así pues sus escenas son la cotidianidad viva, la representación más fiel del acaecer urbano.
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* Maria Builes Restrepo es maestra en Artes Visuales, sus intereses se han dirigido al periodismo cultural, la literatura, la educación, la historia del arte y la investigación. Recibió mención honorífica por su trabajo de grado titulado Correspondencias contextuales: la visión literaria de Tomás Carrasquilla y la mirada fotográfica de Benjamín de la Calle; fue ganadora de estímulo del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia con el ensayo Fantasías urbanas y terror doméstico: hacia una distopía del confinamiento. También recibió estímulo del Ministerio de Cultura en la convocatoria Comparte lo que Somos con un proyecto acerca de la historia de la fotografía en Antioquia. Actualmente es investigadora independiente y se ha dedicado al periodismo narrativo.